miércoles, 12 de septiembre de 2018

AÑOS ROBADOS: CAPITULO 6




Haberle puesto el micrófono a Paula había sido un error; Penny o cualquiera de los otros doce miembros del equipo podrían haberlo hecho. 


Sentir la suavidad de su piel lo había excitado, pero ver parte de su sujetador negro de encaje fue su perdición. No había podido concentrarse desde que había comenzado la grabación del programa. Por suerte, el director lo tenía todo bien controlado.


Lo único que Pedro tuvo que hacer fue sentarse en la cabina de control y especular sobre la falda negra que llevaba Paula. ¿Se le subiría? Esa extensión de piel que había asomado entre la falda y la bota lo había provocado antes, en la sala de reuniones. Ahora, lo torturaba porque ya conocía el tacto de su piel. ¿Sería tan suave la cara interna de sus muslos? Apretó la mano en un puño.


Los tramoyistas terminaron de cambiar el decorado y Eve y Paula tomaron asiento en el escenario.


El director conectó su micrófono para comunicarse con el plato.


—Música de entrada, volvemos en cinco, cuatro, tres…


Mientras la música se iba apagando, Eva entró en el plano con una sonrisa.


—Estamos aquí con Paula Chaves, que ha compartido algunas de sus historias sobre sus seguimientos, a altas horas de la madrugada, a parejas infieles. Bien, Paula, dale algún consejo a las chicas solteras que están escuchándote. ¿Por qué deberíamos estar alerta?


—Cámara dos —dijo el director y el monitor se llenó con un primer plano del hermoso rostro de Paula.


Ella se rió, produciendo un sonido profundamente femenino pero cargado de cinismo. Ahí estaba. Pedro no había sido capaz de identificar qué había cambiado en la chica dulce e inocente que conocía. Ahora la desconfianza y el escepticismo habían hecho presa de ella.


—Ante todo, tenéis que estar preparadas para oír algo que no os gustaría saber.


—¿Cómo puedes estar segura?


—Porque todo el mundo tiene algún secreto. Es más, puedes ponerme delante un hombre con un buen empleo, que haya ido a la universidad, que diga que no tiene nada que ocultar, y yo te demostraré que es un mentiroso. Y eso es lo que me gusta a mí… descubrirlos, desenmascararlos.


—¿Y cómo lo haces?


—Cámara tres, enfoca al público para ver su reacción —dijo el director.


—Además de labores de investigación y documentación previa, tienes que descubrir cuál es el objetivo oculto de tu blanco. Todos tenemos uno. Sin duda, todos los hombres con los que me he encontrado lo tienen. Tal vez es encontrar el amor, su alma gemela, o tal vez es quedarse con algo que tienes tú.


Pedro se fijó en el público. Paula estaba captando su atención. Bien.


—Y ahora viene el paso dos. Descubrir la razón que se esconde tras los actos de tu hombre. ¿Qué intenta ocultar? Trapos sucios con los que podrías vivir o unos con los que no. ¿Por qué está contigo y no con otra mujer? Pregúntate eso antes de comenzar una relación. ¿Te está engañando? ¿Te está utilizando? Sé metódica y sé realista, y recuérdate que el amor no tiene nada que ver con lo que él hace.


—¿Entonces, qué le deja eso a una mujer? —preguntó Eva. Vaya, sí que era buena. Pedro se había preguntado exactamente lo mismo.


Una sexy sonrisa alzó los labios de Paula.


—En ese punto es cuando podemos aprovechar lo positivo de una simple aventura. Lo recomiendo encarecidamente, pero al igual que con tu investigación, tienes que ser sistemática. Hay ciertas reglas.


—Esto tengo que oírlo.


—Nada de llamadas sólo para charlar. El teléfono debería usarse únicamente para fijar las horas en las que vas a quedar para practicar sexo.


El miembro de Pedro se endureció.


—Segundo, no te quedes a dormir en su casa.


—Entendido —respondió Eva.


—Nunca dejes que intervengan tus emociones y por último, pero no por ello menos importante, no dejes que sepa cuánto lo deseas.


—Fantástico. Gracias, Paula.


—Música. Cerramos bloque en cinco, cuatro… —anunció el director.


Eva sonrió a la cámara.


—Ahí tenéis las reglas para vuestra próxima aventura. Todos tenemos secretos y el trabajo de Paula Chaves es descubrir cuáles son. Ahora mismo volvemos.


—Vamos a publicidad —dijo el director y se quitó los auriculares—. Has encontrado una buena, Pedro. Apuesto a que las telespectadoras van a pasarse semanas intentando descubrir lo que ocultan sus novios y maridos.


Pedro dejó de sonreír. Ella se dedicaba a sacar a relucir los trapos sucios y secretos de la gente y él era un hombre que había tenido una vida algo tormentosa.


Sí, Paula era una mujer intrigante, pero además era una mujer que descubría tus secretos. Y la mayoría de los secretos era mejor no destaparlos.



AÑOS ROBADOS: CAPITULO 5




Pedro Alfonso no estaba casado.


Tenía que haberle hecho más caso a los e-mails de su madre donde le contaba las últimas noticias sobre la gente del pueblo donde había nacido. Eso habría evitado el temblor que sentía ahora.


Había sido su amor de juventud, pero él se había ido a la universidad, había conocido a otra chica y se había casado con ella. Paula había arrinconado todo lo que sentía por él en una parte oculta de su mente y lo había encerrado con llave.


Ahora ese candado estaba abierto y la esperanza huía de las sombras. De pronto empezó a tener toda clase de increíbles fantasías y eso resultaba bastante más peligroso que el Juego de la Especulación porque prácticamente estaba rozando la exageración.


Pedro la llevó hasta la sala de reuniones y le ofreció asiento.


Paula intentó sonreír educadamente en lugar de mirarlo. Se suponía que él estaba en un remoto lugar, que era inalcanzable; se suponía que no estaba allí en Atlanta… y mucho menos, soltero.


Respiró hondo. Sí, estaba siendo ridícula. Era una mujer madura que había levantado un negocio y que estaba allí para hablar de ello.


—¿Querías hacerme algunas preguntas? —dijo, impresionada de que su voz sonara natural.


Él estrechó los ojos y se encogió de hombros.


—Es que aún estoy recuperándome después de haberte visto. Me esperaba verte con trenzas.


—Pues a mí me alegra no seguir llevando a mi edad el pelo al estilo de La casa de la pradera —respondió mientras lo veía girarse en la silla, enfrente de ella.


—Bueno, háblame de tu trabajo —dijo Pedro antes echarle un último vistazo a sus piernas—. ¿Eres investigadora privada?


—Saco a relucir los trapos sucios de la gente.


—¿Y si no puedes encontrar ninguno?


—Todo el mundo tiene algo que ocultar.


Los ojos avellana de Pedro la desafiaron.


—¿Crees que podrías encontrarme algún trapo sucio a mí? —le preguntó con una voz sensual.


Mientras que a muchas chicas les gustaban los chicos encantadores, a ella siempre le habían gustado los rebeldes sin causa. Sí, los chicos peligrosos. Y ése era Pedro Alfonso.


Había creado su agencia para proteger a mujeres como ella, a las que les gustaban los hombres que suponían algún tipo de riesgo. 


¿Encontraría algún trapo sucio en ese hombre? 


Estaba segura de que sí.


—Apuesto a que podría encontrar algo en menos de treinta segundos —le dijo con una risa. Le gustaba la idea del desafío.


Los ojos de Pedro se oscurecieron y pasaron de avellana a marrón. Paula había olvidado lo bellos que eran esos ojos; unas veces verdosos, otras marrones, dependiendo de lo que estuvieran pensando.


No, no los había olvidado. Más bien, se había obligado a olvidarlos.


Cualquier mujer podría deleitarse contemplando esa mirada y saborearla como si se tratara de un postre delicioso. Chocolate y los ojos de Pedro


Dos cosas de las que una chica nunca podía cansarse.


La rodilla de Pedro rozó accidentalmente la suya, pero había suficiente distancia entre los dos como para que ese roce fuera accidental.


¿Estaba Pedro Alfonso flirteando con ella? 


Jamás se habría esperado algo así, pero las pruebas estaban ahí: la atención con la que estaba escuchándola, esa forma tan intensa de mirarla y el desafío que le había lanzado.


—Sí, estoy seguro de que podrías encontrar algo.


Paula sintió sus pezones endurecerse. Pedro había aceptado el desafío. Una joven, que parecía recién salida de la universidad, llamó a la puerta abierta de la sala de reuniones.


Él, muy a su pesar, apartó la mirada de Paula.


—¿Qué pasa, Penny?


—Malas noticias. Nicole me ha pedido que te diga que la invitada que teníamos para hoy nos ha fallado. ¿Hacemos hoy otra charla con Eva?


—¿La charla con Eva? —preguntó Paula.


—Eso es cuando Eva habla con el público —explicó Penny.


—¡Estáis de broma! ¿Es eso lo que hacéis cuando os falla algún invitado? Creía que los programas en los que Eva habla con el público se hacían sólo los viernes.


—También los emitimos cuando sucede algo como lo de hoy. Nunca sabes si un invitado va a cancelar su intervención en el último minuto.


Paula se echó hacia atrás en su silla.


—Vaya, nunca lo habría imaginado. Eva se comporta con tanta naturalidad…


—Por eso es tan buena en su trabajo —le dijo Pedro.


—Bueno, ¿entonces qué quieres que le diga a Nicole?


Pedro miró a Paula y ella se puso tensa. Sabía que él estaba pensando en pedirle que interviniera en el programa. Salir por televisión le parecía una idea genial, pero ¿con tan poco tiempo de aviso? ¿Y sin haber dormido apenas? Parecería una estúpida, podría tartamudear, podría quedarse paralizada. ¿Y si algo le colgaba de la nariz sin que ella se diera cuenta?


Respiró hondo, agarró el bote de Coca-Cola y le dio un largo trago.


—¿Estarías dispuesta a ser nuestra invitada de hoy? —le preguntó Pedro desafiándola con la mirada.


«No», pensó, aunque respondió:
—Claro —quería hacerlo, su negocio lo necesitaba. Nunca se había echado atrás en su vida y no iba a empezar a hacerlo ahora. 


Simplemente se aseguraría de poder verse en un espejo antes de ponerse delante de la cámara.


Estiró los hombros y dejó el bote de refresco sobre la mesa. Genial, iba a verse en una situación en la que podría humillarse a sí misma y a toda la familia Chaves y, encima, eso quedaría grabado para siempre… ¿por qué iba a querer negarse?


—Se lo diré a Nicole —dijo Penny entusiasmada.


Paula se giró hacia Pedro.


—Estoy deseando hacerlo.


—Pues por un momento pensé que no podría convencerte —le dijo con una sexy sonrisa.


Qué extraño… Paula estaba muy orgullosa de su habilidad para ocultar ante los demás lo que estaba pensando y sintiendo. ¿Acaso esa habilidad le estaba empezando a fallar?


O tal vez Pedro podía leer la mente de la gente mejor de lo que se había imaginado. Eso era algo que tendría que recordar.


—Te llevaré a maquillaje.


Pedro se levantó y la acompañó hasta el camerino. Era más alto desde la última que habían caminado el uno al lado del otro y sus hombros también habían ensanchado.


Muchas cosas habían cambiado desde que él fue su fantasía de instituto.


Unas finas líneas enmarcaban sus ojos, indicando que aún le gustaba reírse, pero unos surcos más profundos le rodeaban los labios dando muestras de que en su vida había habido momentos más duros. ¿Y qué le habría pasado a su mujer?


Sin más obstáculos en el camino… ¿habría llegado por fin su oportunidad?


Su oportunidad de acariciarlo, de besarlo, de estar con él tal y como había querido desde la primera vez que lo había visto subido en esa motocicleta ruidosa y oxidada.


No, no. Por alguna razón le gustaba que él fuera su fantasía y quería mantener esa ilusión intacta. Conocer los verdaderos defectos de Pedro supondría toda una decepción y toda chica necesitaba, al menos, un sueño inalcanzable para que hiciera su vida más interesante.


—¿Tengo tiempo de ir corriendo a casa y cambiarme?


Cuando él le recorrió el cuerpo con la mirada de arriba abajo para acabar deteniéndose en sus pechos antes de continuar bajando más y más, su piel se encendió, los pezones se le endurecieron y sintió un cosquilleo en el estómago.


Cuando la miró a los ojos de nuevo, Pedro tenía una expresión cargada de deseo.


—No te hace falta cambiarte —le dijo con una voz ronca. A continuación, y con únicamente un movimiento de cabeza, le indicó que entrara en el camerino de maquillaje, se dio la vuelta y se marchó.


Paula se apoyó contra la pared para recuperarse de la reacción que había tenido su cuerpo ante la lujuria que mostraron los ojos de Pedro y en ese momento supo que se había equivocado.


Tal vez conocer al verdadero Pedro era más que suficiente… más que suficiente para hacerle cambiar de idea y renunciar a su fantasía. Con una sonrisa, entró en el camerino.


Quince minutos más tarde, estaba sentada en una silla intentando morderse la lengua, pero era difícil. Juana no dejaba de hablarle de su nuevo novio, al que había conocido en Las Vegas, y le supuso un gran esfuerzo contenerse y no darle sus típicas advertencias. Esa chica estaba siendo muy agradable con ella y a Paula no le
gustaba que a nadie le pisotearan el corazón, por eso creía que una advertencia no estaría fuera de lugar.


Pero tendría que hacerlo disimuladamente, tal vez sugiriéndole que hiciera una sencilla búsqueda en Google ante de pasar a investigar sus cuentas bancarias y si tenía algún antecedente penal.


—¿Tienes ordenador en casa?


Con un movimiento de muñeca, Juana giró la silla para que Paula pudiera verse en el espejo, y entonces se olvidó de todo.


—¡Guau! —giró la cabeza de un lado a otro—. ¡Pero si tengo pómulos!


Juana se rió.


—Si haces que pueda estar así de guapa todo el tiempo, yo te investigaré a este nuevo novio que tienes totalmente gratis.


—No, no estoy preocupada —Juana esbozó una sonrisa tan candida que la preocupación de Paula aumentó. Sólo una mujer que amara de verdad tendría esa sonrisa y precisamente por ello sería más propensa a obviar los defectos de su pareja—. Además, puedo enseñarte a tener este aspecto en diez minutos. Ahora vamos, te llevaré al estudio.


—¿Cuándo conoceré a Eva? —preguntó mientras seguía a Juana hasta la puerta.


—Por lo general, ya lo habrías hecho, pero como eres una invitada de última hora, probablemente no la conocerás hasta poco antes de que empiece el programa. Algunas veces Eva prefiere que sea así, para que todo se desarrolle con más frescura y naturalidad.


Atravesaron unas puertas dobles hasta un estudio y Paula se detuvo. Los miembros del público ya estaban tomando asiento y una energía positiva irradiaba de esa gran habitación.


Conseguir entradas para Entre nosotras estaba de moda y la gente de Atlanta esperaba y hacía cola con entusiasmo. Y ahora esa gente iba a verla a ella… para quedar completamente decepcionados.


Tomó aire.


—Lo harás genial —dijo una profunda voz que reconoció.


Pedro había vuelto y le puso una mano sobre el hombro, pero el gesto que pretendía ser únicamente reconfortante, fue todo lo contrario y sólo logro excitarla.


Se giró y Pedro abrió los ojos de par en par.


—¿Te gusta esta nueva Paula?


—Mucho, pero también me gustaba la anterior.


Sintió deseo, pasión, al ver que Pedro estaba admitiendo la atracción que se había creado entre los dos.


—Tengo tu micrófono. No tiene cable, así que no tendrás que quitarte la camisa —le mostró el pequeño aparato—. ¿Estás preparada?


«Tal vez».


Intentaba normalizar su respiración cuando sintió los cálidos dedos de Pedro rozándole el pecho. El aroma que desprendía fue acercándose a ella… un perfume cítrico con un toque de menta. Le costó no temblar mientras él le colocaba el micrófono.


—Estás fantástica, Paula —los dos se giraron y 
vieron a Penny caminando hacia ellos—. Nicole me ha pedido que espere con ella en la sala verde hasta que entre su bloque —le dijo a Pedro.


Él asintió.


—Bien. Buena suerte —añadió mirando a Paula. Después, le guiñó un ojo.


Ella lo vio marcharse y se juró que jamás volvería a ver a ese hombre alejarse de ella hasta no descubrir los encantos secretos que sus ojos prometían.




AÑOS ROBADOS: CAPITULO 4





Pedro salió de su despacho y fue hacia la sala de descanso del estudio. Paula Chaves ya debería estar en la sala de reuniones, pero quería comprarle un bote de Coca-Cola antes de verla. Se dio cuenta de que estaba sonriendo, que tenía ganas de volver a verla.


Tal vez podrían reírse con ese detalle. Cuando estudiaban, él solía comprarle un bote de refresco mientras ella le ayudaba con los ejercicios de latín.


Pedro se ahorró varias regañinas de su padre gracias al talento de Paula para conjugar el futuro perfecto. En aquel momento, había estado tan ocupado y cansado con los estudios y con su trabajo en el taller del señor Martin, que nunca se había detenido a pensar en el futuro ni a pensar en ella. Ahora, sin embargo, estaba
deseando ver a Paula, ver los cambios que el tiempo había hecho en ella. Seguro que ya no llevaba el pelo recogido en dos trenzas, pero sin duda su dulce sonrisa no se habría visto alterada.


Tras comprarle la Coca-cola, torció una esquina y se detuvo. Le entró calor. La mujer que tenía de espaldas a él mientras leía un póster de promoción de Entre nosotras tenía un trasero digno de admirar, tan perfectamente recogido por esa falda negra. Y esas piernas largas enfundadas en unas botas decían que era una mujer sexy, pero también una que podría darle una patada en el trasero a cualquier hombre que se comportara como un cretino.


Ésa era la clase de mujer que le gustaba a él. 


Un millón de fantasías carnales le llenaron la mente.


Se sentía bien. Era la primera vez en mucho tiempo que había reaccionado físicamente con tanta intensidad ante alguien. Pero, ¿quién sería esa mujer?


El frío que desprendía el bote de refresco lo devolvió a la realidad: tenía que ir a buscar a Paula. Miró al fondo del pasillo, por si tal vez ella hubiera salido de la sala.


Siempre había sido muy curiosa y ésa era una cualidad que la había metido en problemas en más de una ocasión… y que a él le había salvado una vez.


Al instante la mujer se volvió.


Tenía razón, siempre podría reconocer la sonrisa de Paula. Era la misma, pero todo lo demás había cambiado. Había crecido en estatura, tenía unas piernas espectacularmente torneadas y sus pechos, voluminosos y redondos, atraerían la mirada de cualquier hombre. Y esa boca, sensual y carnosa, prometía cosas excitantes. 


La mujer que tenía delante nunca podría ser calificada como una mujer «dulce».


Paula sonrió. Lo sabía. Sabía que lo había sorprendido y eso le gustaba.


—Hola, Pedro. ¡Cuánto tiempo!


—La pequeña Paula Chaves —dijo él con una voz cargada de asombro.


Era preciosa.


—Ya no soy tan pequeña —respondió ella enarcando una ceja.


Fue hacia él lentamente y, con cada paso que dio, le recordó a Pedro todo el tiempo que había pasado desde la última vez que se había sentido atraído por alguien. Un año y medio. Un año y medio desde que su mujer se había marchado.


—Te he comprado una Coca-Cola —el gesto ahora le pareció algo estúpido. Un hombre no podía llevarle un refresco a esa clase de mujer, tenía que llevarle joyas.


Una delicada sonrisa rozó los labios de Paula.


—¿Como cuándo estudiábamos latín?


Él asintió mientras se sentía embargado por su perfume.


—De oppresso liber —murmuró ella cuando rodeó la lata con sus dedos.


Esas palabras significaban: «Libre de opresión». 


En una ocasión la había tenido esperando más de cuarenta minutos antes de dar su clase de latín y ella había dado un grito ahogado al ver ese ojo que ya empezaba a ponerse morado. 


Ese día Pedro no había tenido suerte y la mano de su padre había sido más rápida que él.


Pero Paula no había dicho nada. Simplemente le había escrito esas palabras en su cuaderno y después, debajo, había añadido: «Algún día». 


Algún día… Ella no lo sabía, pero él siempre se había aferrado a esas palabras de ánimo porque algunas veces habían sido lo único que había tenido.


Juntos se habían tomado sus refrescos en silencio. El sol se había puesto y los grillos habían empezado a chirriar. Con un ojo cerrado por la hinchazón, Pedro no había necesitado más que la silenciosa comprensión de Paula.


Ese recuerdo le dijo lo peligrosa que sería la atracción que sentiría por Paula porque él ya no podía permitirse el lujo de necesitar ni desear nada. Estaba volcado en sus dos hijas, que ya lo necesitaban demasiado a él.


Apartó la mano del refresco, se apartó del provocador aroma y cerró su mente al pasado. En ese momento lo mejor sería dejar las emociones de lado.


Paula abrió la lata y dio un sorbo.


—Me he pasado a los refrescos light, pero de vez en cuando echo de menos el sabor de la Coca-cola con azúcar. Aunque seguro que esto es algo que te dicen continuamente las mujeres de la oficina y tu mujer.


—No estoy casado.


Ella lo miró.


Fue la primera vez que Jessie perdió la sonrisa.