miércoles, 29 de abril de 2020

CITA SORPRESA: CAPITULO FINAL




Lo único bueno de la depresión era que una perdía el apetito. Durante aquellos días Paula
perdió casi cinco kilos, pero era demasiado infeliz como para apreciar que la ropa empezaba a quedarle ancha. Aún no había encontrado trabajo, pero el dinero no era un problema porque Pedro le dio un cheque muy generoso. 


Sin embargo, estar en casa sin hacer nada era agobiante.


Demasiado tiempo para recordar. Demasiado tiempo para lamentarse.


Todas las razones por las que dijo que no a ese matrimonio daban vueltas en su cabeza. 


Sabía que había hecho bien, pero no podía dejar de pensar en la casa de Wimbledon, en Pedro entrando en la cocina a las seis, en Ariana haciendo los deberes con Derek a sus pies...


La imagen era tan vívida que le partía el corazón. Nunca había llorado tanto en toda su vida y tenía los ojos hinchados.


–Paula, ¿qué vamos a hacer contigo? –suspiró Isabel un día.


–No lo sé. Ya no sé qué hacer.


–Le he pedido a Paola que venga. Ya sabes que es muy buena en momentos de crisis... –en
ese momento sonó el timbre–. Ah, debe de ser ella.


Paula no se molestó en levantar la cabeza. 


Quería mucho a sus amigas, pero en aquel momento nadie podía consolarla.


–¿Paula?


Esa no era la voz de Paola. Había sonado como la voz de Pedro. Debía de estar imaginando
cosas...


–¡Paula! –repitió la voz.


Paula levantó la cabeza lentamente. Pedro estaba frente a ella, mirándola con sus ojos grises. No podía ser... pero era él. Nadie más tenía esa expresión seria ni esos labios que la derretían...


–¿No me oyes?


«Cariño, no puedo vivir sin ti».


–Sí, pero pensé que no eras tú –murmuró Paula, como en sueños.


–¿Estás bien?


Ella se secó las lágrimas, avergonzada. ¿Por qué tenía que ir a verla precisamente en aquel
momento? ¡Tanto soñar con volver a verlo y, como siempre, Pedro Alfonso no se atenía al guión!


–Lo siento, pero aún no he perfeccionado el arte de llorar como una señorita educada.


–¿Por qué lloras? –preguntó él.


–¿Tú qué crees?


–¿Por Sebastian?


–¿Sebastian? No, claro que no. Qué tontería.


–Me dijiste que habías estado enamorada de él. Y como no has querido casarte conmigo...


–No estaba llorando por Sebastian –lo interrumpió Paula, irritada.


–¿Entonces?


–¿Qué estás haciendo aquí, Pedro?


–Quería verte –contestó él–. Te echamos de menos. Ariana llora todas las noches, el perro está triste y yo... yo te añoro mucho más que nadie.


El corazón de Paula empezó a hacer un baile muy aparatoso.


–¿De verdad?


–De verdad. Mi hermana me advirtió que no hiciese tonterías... y las he hecho –suspiró Pedro– No te dije lo que sentía por ti.


–¿Por qué no? –preguntó Paula, sin atreverse a respirar.


–Pensé que... me creerías demasiado viejo, demasiado aburrido para ti. Tú eres tan moderna, tan divertida... pensé que un tipo como Sebastian sería más de tu gusto. No sé, yo... no podía soportar la idea de que te fueras y por eso te ofrecí casarte conmigo como si fuera un trato comercial. Pero no era verdad. He sido, un imbécil. Y por eso estoy aquí.


Pedro...


–No te he dicho cuánto te quiero. No te he dicho lo vacía qué está la casa sin ti. Lo vacía que está mi vida sin ti –dijo Pedro entonces, tomando su mano–. Puedo cuidar de Ariana, puedo pasear al perro, pero lo que no puedo hacer es vivir sin ti, Paula. Quiero despertarme cada mañana contigo, quiero volver a casa y encontrarte. No te he dicho nunca cuánto te necesito...


–¿Ya no piensas en Ana? –preguntó ella, con un hilo de voz.


–Quise mucho a mi mujer, pero ya le he dicho adiós. No esperaba volver a enamorarme, la
verdad. Pensé que ya no tendría otra oportunidad y entonces apareciste tú y me pusiste la vida patas arriba. Te quiero, Paula. Te quiero a ti y solo a ti. ¿Quieres casarte..?


–Sí –contestó ella, sin dejarlo terminar.


Después de eso no tuvieron que hablar más. 


Pedro la sentó en sus rodillas y la besó con tanta pasión que Paula temió marearse de felicidad.


Habrían estado así durante horas si el gato no hubiese decidido que estaba harto del asunto. Y,
para demostrarlo, le dio un zarpazo a Pedro.


–¡Ay! ¿Por qué ha hecho eso?


–Porque necesita atención.


–No me digas que vas a llevártelo a casa...


–Me temo que sí. No puedo pedirle a Isabel que se lo quede. Pero no te preocupes, es un gato
muy bueno.


–Sí, ya veo –rió Pedro, abrazándola de nuevo. 


Tu hermana se pondrá muy contenta cuando le
digamos que ya hay fecha para la boda.


–No lo creas. Cuando nos hayamos casado empezará a decir que Ariana necesita un hermanito.


Ella soltó una carcajada.


–No me importaría nada. ¿Y a ti?


–Cualquier cosa para que mi hermana me deje en paz –sonrió Pedro.


–Cualquier cosa –rió Paula.





CITA SORPRESA: CAPITULO 44




–¿Casarte con él? –exclamó Isabel al día siguiente. Estaban en su bar favorito, donde Paula había pedido una conferencia urgente–. No te lo estarás pensando, ¿verdad?


–Pues... la verdad es que sí.


En realidad, no podía dejar de pensar en ello. 


Día y noche.


–Ya sé que no es el matrimonio con el que había soñado toda mi vida, pero no todo el mundo tiene la suerte de Paola. Hay otras cosas además del amor.


–¿Por ejemplo?


–Respeto, afecto, seguridad...


–El matrimonio es compromiso, Paula –dijo Paola–. Pero lo más importante del matrimonio
es el amor. Y sólo serías feliz si Pedro te quisiera.


–Vaya, y tú eres la que me lo presentó.


–Pensé que podríais enamoraros. Pero eso es imposible hasta que Pedro se despida de Ana. No la olvidará, pero tiene que seguir adelante... y no sé si está preparado para eso. No puedes casarte sin amor, Paula.


Sería mejor que vivir toda su vida sin Pedro, pensó ella. Llevaba noches sin dormir dándole
vueltas al asunto... pero no estaba segura del todo.


–Tú te mereces lo mejor –dijo Isabel.


Sus amigas hicieron lo posible para evitar que cometiese un error, pero cuanto más lo pensaba,
más convencida estaba de que casarse con Pedro era la mejor decisión. Él no la quería por el momento, pero los años harían nacer el afecto. 


Y si venían hijos... eso los uniría mucho más.


Pedro la estaba esperando cuando llegó a casa.


–He estado pensando en lo que me dijiste.


–¿Y?


–Y... –Paula abrió la boca para decirle que sí cuando, de repente, se dio cuenta de que no podía hacerlo. No podía vivir con él sin decirle que estaba enamorada. Sería una tortura insoportable–. Iba a decirte que sí, pero no sería justo para ninguno de los dos –dijo entonces, quitándose el anillo.


–Ariana se llevará una gran desilusión –murmuró él, sin mirarla.


No dijo nada más y Paula supo que no se había equivocado.


Pero Ariana no sólo se llevó una desilusión. Se quedó desolada al día siguiente, cuando le dijo
que iba a marcharse.


–¡Me prometiste que te quedarías para siempre! –gritó la niña.


–Habíamos quedado en que sería mientras la tía Estela estuviese aquí... –intentó convencerla su
padre.


–¡Me prometió que se quedaría! –gritó Ariana, corriendo a su habitación.


–¿Quieres que suba a hablar con ella? –preguntó Paula, angustiada.


–No, déjala. Ya lo entenderá. Sólo espero que no le haga la vida imposible a la nueva ama de
llaves –suspiró Pedro–. Es más que capaz.


La nueva empleada, Maria, llegó dos días más tarde y Ariana fue amabilísima con ella. 


De hecho, era como si Paula no existiera. 


Apenas le dirigía la palabra.


Cuando Pedro le preguntó si quería despedirse, la niña negó con la cabeza... pero en el último
minuto salió corriendo al jardín y se abrazó a Paula.


–Adiós –le dijo con voz entrecortada. Y después, sin mirarla, volvió corriendo a la casa.


Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas. No había imaginado que le dolería tanto decirle adiós a aquella cría.


–Te echará de menos –dijo Pedro.


–Yo también la echaré de menos.


–Podrías venir alguna vez. Para ver si estamos cuidando bien de Derek...


–Quizá –murmuró ella, tan triste que no podía hablar.


¿Por qué, por qué había decidido marcharse? 


Debería haberse quedado, debería haber aceptado su oferta de matrimonio.


Hicieron el viaje en silencio. Pedro subió la maleta al portal y Paula se quedó esperando en el descansillo. Siempre le había gustado su casa, pero en aquel momento le parecía fría y solitaria.


Como lo sería su vida a partir de entonces.


No quería ni pensar en decirle adiós...


–Bueno, me marcho –dijo Pedro


Pero no se movió. Por una vez, parecía tan perdido como ella.


–Sí. Ariana estará esperándote.


Lo miraba como si quisiera guardar en su memoria aquel rostro, aquellos ojos... quizá no volvería a verlo nunca, pensó, asustada.


–Gracias por todo dijo Pedro, inclinándose para besarla en la mejilla.


Paula cerró los ojos, sintiendo que su corazón se rompía en pedazos.


–Adiós.


Se miraron durante unos segundos que le parecieron una eternidad. Pedro se volvió entonces bajó los escalones. Después, subió al coche y desapareció de su vida para siempre