viernes, 30 de octubre de 2015

MI FANTASIA: CAPITULO 15





-¿Dónde has estado?


Paula dejó las bolsas en la encimera de la cocina, sorprendida al ver que Pedro había salido de su despacho y bajado a la cocina a recibirla. Desde la puerta, él la miraba con gesto entre preocupado e irritado.


-Tenía algunas cosas que hacer -dijo ella, vaciando las bolsas.


-Tenías que haberme dicho que te ibas.


Paula metió dos paquetes de yogures y un zumo de naranja en la nevera y cerró la puerta empujando suavemente con el trasero.


-Me dijiste que no necesitaba tu permiso para dejar la casa.


Pedro miró al reloj.


-Son casi las nueve.


-No sabía que tuviera toque de queda.


-Para haber pasado el día de compras, no has comprado mucho -observó él sin responder a su comentario, mirando las dos bolsas de la encimera.


-No sólo he ido de compras. He ido a ver al anterior propietario de la casa.


Pedro no pareció sentir demasiada curiosidad.


-¿Cómo lo encontraste?


-Alguien me ayudó. Ha sido muy amable y complaciente.


-¿Quién, el propietario o ese alguien?


Definitivamente estaba celoso, y a Paula le encantó.


-Los dos. El propietario se llama Jaime Gutherie. Ha sido una visita muy agradable.


-¿Dónde has quedado con él?


Paula podía continuar con el juego o reconocer la verdad y terminar de una vez por todas.


-En una residencia de la tercera edad en Baton Rouge. Vive allí.


Si Pedro se sintió aliviado con la información, no lo demostró.


-¿Has pasado casi todo el día con él?


Paula había pasado casi todo el día en una librería tomando un capuchino y leyendo un libro sobre sexo tántrico. 


También había comprado algo que esperaba fuera útil aquella noche.


-Con el he estado menos de una hora, pero he resuelto el misterio de nuestros amantes. Me ha dicho...


-Ahórrame los detalles -le interrumpió él. 


Paula se encogió de hombros.


-Vale -abrió un cajón para guardar el resto de la compra.


-¿Y después no has parado en ningún otro sitio?


El interrogatorio empezaba a resultar tedioso.


-He parado a comer algo. Oh, y después me he metido en un bar de carretera a echar una partida de billar con una panda de ángeles del infierno. Incluso me han hecho un tatuaje en el trasero. Pone «Bombón de Georgia. Cómeme» -se volvió a mirarle con una radiante sonrisa-. ¿Quieres verlo?


-Me alegro de que a ti te parezca divertido, porque a mí no me hace ninguna gracia. Podía haberte pasado cualquier cosa.


-Por favor -dijo ella con cierta exasperación-. Vine conduciendo sola desde Georgia y tardé nueve horas, no los treinta minutos que hay de aquí a Baton Rouge -Paula apoyó un codo en la encimera y lo miró con una sonrisa zalamera en los labios-. ¿Me has echado de menos?


Pedro no respondió, pero ella se acercó a él, le rodeó el cuello con un brazo y le tomó los labios con la boca. Al principio él no reaccionó, pero en cuestión de segundos se
convirtió en un participante activo, jugando con la lengua en su boca y acariciándole las nalgas con las manos. Hasta que Paula decidió que ya era suficiente y se separó de él.


-Creo que eso responde a mi pregunta. Me has echado de menos.


Él la contempló en silencio, y ella vio en su mente lo que quería hacerle: subirla sobre la encimera y hacerla suya allí mismo. Pero en lugar de hacerlo, le dio la espalda y dijo: -
Me voy a la cama. 


Paula sabía que no era exactamente cierto. Quizá se retirara a su habitación, pero no a dormir. Y si todo iba según sus planes, ella se aseguraría de que de momento no pegara
ojo.


Paula subió a su dormitorio y se puso el camisón rojo de satén que había comprado en la ciudad. Al verse en el espejo recordó que había utilizado la misma táctica con
Ricardo sin resultado. Con Pedro tendría que arriesgarse. 


Aquella tarde había pasado casi dos horas leyendo sobre la filosofía que había detrás del sexo tántrico, y entonces
fue cuando se dio cuenta de que a la modificada versión de Pedro le faltaba una cosa: la parte relacionada con la iluminación y la pureza del amor. Para alcanzar ese plano,
era necesario abrirse tanto emocional como físicamente. 


Pero Pedro evitaba las emociones. Y seguía haciéndolo.


Paula estaba segura de que podía convencerlo para que soltara el férreo control que tenía de sus sentimientos y volviera a sentir otra vez.


Quería arriesgarse, pero antes tenía que encontrarlo, y esperaba que para ello no tuviera que buscar por toda la casa.


Cuando oyó el ruido de las puertas de la terraza al abrirse, supo que lo había encontrado.


Y ahora quería la oportunidad de hacer su fantasía realidad.


Sentado con la espalda recta en el sillón de mimbre de la terraza, Pedro supo qué quería Paula en cuanto la vio salir a la terraza. Ayudado sólo por la luz de la luna, vio que iba de rojo, el color de la seducción, y distinguió la palidez de su piel contra la oscuridad de la noche y la melena rubia y rizada caerle sobre los hombros como un aura. Parecía un ángel, un ángel decidida a seducirlo y apoderarse de su voluntad.


Desde que descubrió los placeres del sexo siendo muy joven nunca había rechazado la oportunidad de hacer el amor con una mujer que le gustara, ni se había negado a sí mismo durante un periodo de tiempo tan largo el placer de unir su cuerpo al de una mujer. Pero nunca había conocido a una mujer como Paula. Admiraba su inteligencia y su cuerpo, apreciaba su fuerza y respetaba su determinación, excepto en aquel momento.


Tal y como temía, Paula quería ponerlo a prueba y quitarle la protección emocional que había erigido a su alrededor. Eso era lo que había hecho desde su regreso de Baton Rouge, y él había fracasado estrepitosamente. No era asunto suyo dónde o con quién estuviera, pero le importaba, y mucho. 


Eso podía ser fatídico para los dos.


Paula se acercó a él con pasos lentos y gráciles, y él se agarró con las manos al sillón como si eso pudiera librarle de la repentina emboscada.


«No me hagas esto, Paula»


-Quiero hacerlo, Pedro -dijo ella como si hubiera hablado en voz alta-. Tengo que hacerlo.


Se inclinó hacia delante y le pasó las palmas abiertas por el pecho y el abdomen, acariciándolo despacio.


-Esta noche no lo necesitas -susurró ella, quitándole el medallón del cuello, en un gesto simbólico que indicaba que también le estaba quitando su férreo autocontrol.


Pedro no protestó cuando le desabrochó el pantalón y le bajó la cremallera. De sus labios no escapó ni un gemido cuando le bajó los pantalones y los calzoncillos, ni cuando ella se incorporó para mirarlo y lo vio endurecerse visiblemente ante sus ojos.


Y cuando ella se arrodilló ante él y bajó la cabeza, Pedro supo que lo que iba a ocurrir estaba totalmente fuera de sus manos.


Paula lo exploró con la lengua desde la punta a la base antes de introducirlo completamente en el calor de su boca, y entonces él dejó escapar un largo gemido entre los dientes apretados. Si no la detenía enseguida, no sería capaz de hacerlo.


Paula le ofreció un momento de gracia al ponerse de pie ante él, pero se lo retiró al levantarse el camisón de satén y quitárselo por la cabeza, quedando totalmente desnuda.


Después se sentó a horcajadas sobre él, le acarició el labio inferior con la lengua y le rozó el pecho con los pezones endurecidos.


-Puedes elegir,Pedro. Puedes decirme que te deje en paz, y lo haré, para siempre. O puedes dejar de negarnos lo que los dos deseamos con tanta intensidad y hacerme el amor ahora mismo.


En ese momento, la poca resistencia que le quedaba se hizo añicos y Pedro la besó con fuerza a la vez que le alzaba las caderas con una mano y se guiaba hacia ella con la otra,
penetrándola y terminando con meses de un celibato que se había impuesto como castigo por su negligencia. Necesitó hacer un gran esfuerzo para contenerse y no alcanzar el climax inmediatamente. Sujetó la cintura femenina con las dos manos y siguió los movimientos del cuerpo que se mecía sobre él.


Decidido a llevarla hasta el límite, separó los muslos y de paso separó los de ella, entrando mucho más en su cuerpo. 


Cuando interrumpió el beso y alzó ligeramente las caderas, vio la transformación en el rostro de Paula, de dama de alta cuna a mujer totalmente desinhibída. Sin dejar de mirarlo a los ojos, Paula lo cabalgó con fuerza, como en su fantasía.


Pedro quería que durara más, pero su cuerpo tenía otras ideas y el de Paula también.


Bajó las manos y acarició a Paula entre las piernas sólo unos momentos antes de sentir las contracciones del orgasmo que amenazaba con hacerlo estallar a él también. 


Maldijo sus limitaciones, pero el climax se apoderó de él y le provocó un estremecimiento que lo recorrió de la cabeza a los pies.


Paula se desplomó contra él, y sus jadeos entrecortados eran los únicos sonidos que interrumpían el silencio de la noche. Permanecieron así un rato hasta que ella levantó la
cabeza y le acarició la cara.


-No ha sido tan difícil, ¿verdad?


Paula no tenía ni idea de lo difícil que había sido para él, al menos en cuanto a dejar las riendas de su autocontrol.


-Me has pillado desprevenido.


-Pensé que sería la única manera de hacerte cooperar.


-Pensaste bien.


-Y ahora que he conseguido lo que quería, te dejaré para que continúes con lo que estabas haciendo.


Y dejándolo prácticamente con la boca abierta, Paula se levantó, se puso el camisón y volvió a su dormitorio, dejándolo con los pantalones por los tobillos y sin saber qué
decir. Pedro estaba seguro de que Paula lo invitaría a su cama, y era lo que había deseado en el fondo de su alma. 


Pero Paula lo abandonó después de unos placenteros
momentos de sexo, igual que había hecho él las noches anteriores. Y por algún motivo que no logró descifrar, eso no le gustó nada.


En los momentos de unión de sus cuerpos, Pedro tuvo la impresión de que Paula podía absolverlo de todos sus pecados, pero si descubría lo que había hecho, solo podía
esperar un indulto temporal.


Al margen de eso, quería más de ella y menos sufrimiento, hasta que desapareciera de su vida para siempre.


Había pasado una hora cuando Paula notó la curva del colchón a su espalda y dos brazos alrededor de su cuerpo. 


La repentina aparición de Pedro la sorprendió tanto
como su total desinhibición en la terraza un poco antes.


Se volvió en la cama para mirarlo, separada de él tan sólo por la suave sábana de algodón. Seguramente él estaba tan desnudo como ella.


-¿A qué debo este placer? -preguntó ella.


-No sabía que estabas despierta.


-Digamos que no estoy acostumbrada a que un hombre se meta en mi cama sin avisar.


-¿Quieres que me vaya?


-No he dicho eso.


-Me alegro, porque no pienso irme. Aún no -le dijo, apretándola contra él, aunque manteniendo la parte inferior del cuerpo alejada de ella.


Paula hundió los dedos entre los cabellos sedosos, y él le frotó suavemente la espalda.


-Pero sabes que me iré.


Ella lo besó en el cuello.


-Lo sé. Prefieres dormir en tu cama.


-Quería decir que dejaré la plantación. Cuando terminen los trabajos de restauración la venderé.


Paula pensó que eso le daba un buen motivo para no acelerar las obras, y una razón para no lanzarse de cabeza a una relación con él. También le hizo un nudo en el estómago.


-¿Dónde irás?


-No lo sé, algún lugar donde los inviernos sean cálidos. Quizá una isla.


Probablemente una isla desierta, pensó Paula.


Pedro deslizó el muslo entre sus piernas, dejándole sentir su erección con toda claridad, y excitándola a su vez.


-Entretanto, quiero ser tu amante hasta que te vayas.


Le acarició el pecho delicadamente, arrancando un suspiro de la garganta femenina.


-¿Y Eloisa?


-Tres son multitud.


Paula se echó a reír, aunque lo que deseaba era gemir de placer.


-Me refiero a qué dirá cuando nos vea juntos.


Él le acarició el vientre plano con los nudillos.


-Seremos discretos, pero creo que ya tiene sus sospechas.


-¿Por qué lo dices?


-Me conoce demasiado bien. Sabe que te he deseado desde el día que entraste por la puerta, aunque al principio quería que te fueras -dijo él, acariciándole el muslo.


-¿Y qué quieres ahora, Pedro


Quizá no era el momento más oportuno para hacer la pregunta dadas las caricias de Pedro. Paula temió no tener la respuesta que buscaba.


-¿No es obvio? Quiero estar otra vez dentro de ti -dijo, acariciándola sin piedad.


La volvió de espaldas y la arrimó contra su cuerpo. Después volvió a acariciarla con la mano entre las piernas.


-Sin expectativas.


-Sin expectativas -murmuró ella. El le levantó la pierna y se la colocó sobre la cadera.


-Pero de lo que puedes estar segura es de que siempre te haré sentir... -la penetró sin dificultad-, muy bien.


Esta vez la unión fue como un baile lento y sensual, al menos al principio, hasta que la pasión se apoderó de sus cuerpos y acabaron saciados y jadeando, empapados en sudor.


Guando recobraron el aliento, Pedro le echó la cabeza hacia atrás y la besó. Fue un beso tierno y pausado, profundo y cargado de significado, pero Paula se dijo que debía
mantener los pies en el suelo y estar alerta. Porque mientras él continuara en su vida, ella aceptaría el regalo de placer que él le ofrecía, pero siendo consciente en todo momento de la realidad de la situación.


Cuando los primeros rayos de luz se colaron por la ventana, Pedro supo que debía marcharse, pero esta vez no pudo. No podía dejar de contemplar a Paula, dormida a su
lado, y no pudo resistirse a admirar su cuerpo una vez más. 


Después se iría.


Con cuidado de no despertarla, retiró la sábana hasta las piernas y estudió los pezones rosados antes de deslizar la vista hasta el suave vello rubio bajo el vientre, y se endureció como una roca.


Paula se había colado en sus venas como un agradable veneno y necesitaba librarse de su poder. La experiencia le había enseñado cómo hacerlo. Ahora sólo tenía que
convencerla para que picara el anzuelo.


Empezaría aquella misma noche.







MI FANTASIA: CAPITULO 14





A la mañana siguiente, Paula necesitaba hacer algo y, tras echar un vistazo a la puerta cerrada del despacho de Pedro, decidió explorar el desván de la tercera planta. Después
de la noche anterior, decidió que había sido demasiado accesible, demasiado sumisa, y que había llegado el momento de tomar el control.


Cuando abrió la puerta que conducía al desván, encontró otra angosta escalera apenas iluminada por una bombilla de poca potencia. Al final de las escaleras, abrió una segunda puerta y entró en una zona que se extendía por toda la longitud de la casa.


Aunque por las tres ventanas abuhardilladas se filtraban algunos rayos de sol, el desván era un lugar lúgubre, sombrío y abandonado. Su situación de abandono se reflejaba en todo, desde la desgastada madera del suelo a las telarañas que colgaban de las esquinas.


En un rincón, cerca de una de las ventanas, una pila amontonada sin ningún orden de trozos de manera rotos y restos de tejidos llamó su atención, y al acercarse descubrió
varias sillas y mesas destrozadas, como si alguien las hubiera atacado con un mazo o una sierra en un arranque de rabia. Era evidente que alguien las había utilizado para
desahogar su ira.


Sintiendo un escalofrío, Paula se alejó y abrió unas cajas en las que encontró una auténtica mina: varias piezas exquisitas de porcelana y cristal, probablemente de finales
del dieciocho o principios del diecinueve, estaban envueltas en tela blanca y en perfecto estado de conservación. 


Desafortunadamente no encontró ningún diario ni tampoco
otros rastros del pasado.


Después de organizar las cajas, Paula bajó del desván y fue a la habitación que según Eloisa había sido en el pasado un cuarto de niños. Se detuvo un momento en la puerta del
despacho de Pedro y pensó en llamar, pero oyó el sonido apagado de su voz y decidió no interrumpirlo. Seguramente estaba hablando por teléfono.


Acababa de entrar en el cuarto de los niños cuando sonó el teléfono móvil que llevaba en el bolsillo.


-¿Diga?


--Hola, Paula. Soy Abby. ¿Está ocupada?


-En absoluto. De hecho, iba a llamarle. He encontrado algunas piezas de porcelana a las que me gustaría que echara un vistazo.


-Estaré fuera hasta finales de la semana que viene -le dijo la mujer-, pero tráigalas entonces. Yo le llamo porque he encontrado a alguien que puede ayudarle con la historia de la casa.


-¿Quién? -preguntó Paula, sintiéndose más optimista.


-Se llama Jaime Gutherie y vive en una residencia para la tercera edad en Baton Rouge llamada Briar Oaks. No tengo la dirección exacta, pero no creo que sea difícil de encontrar.


-Gracias, Abby. Me ha ayudado mucho -respondió Paula, pensando que si salía enseguida podía estar allí antes de la hora de comer y con un poco de suerte tendría el misterio resuelto en el mismo día.


-De nada. ¿Qué tal va el trabajo?


-Avanzando despacio, pero bien -dijo ella.


-¿Ha visto algún fantasma? -preguntó la mujer, divertida.


Sólo en sueños, especialmente la noche anterior. Había visto la cara de Laura convertirse en la de una desconocida: una mujer de cabellos morenos y rizados e intensos ojos azules. 


Se despertó dos veces, prácticamente paralizada y empapada en sudor, antes de volver a dormirse y tener más sueños inquietantes que apenas la dejaron descansar.


-No, nada de fantasmas. Sólo el crujir de las casas antiguas -rió Paula.


Después de despedirse de Abby, Paula salió de la casa y corrió hacia el coche sin pasar por el despacho de Pedro


Después de todo, él mismo le había dicho que no necesitaba
su permiso para salir, y no pensaba pedírselo. Además, dejarlo preocupado y especulando sobre su paradero podría resultar positivo.


****


Pedro la observó marchar desde la ventana cerrada de su despacho, preguntándose dónde iría. Quizá de vuelta a Georgia, aunque no llevaba las maletas. Había oído sus
pasos en el pasillo y abrió la puerta del despacho a tiempo para verla entrar en el desván. Por supuesto sabía lo que había visto: el producto de su ira. Sin embargo, Paula no tenía forma de saber que él era el responsable de la destrucción. Ni de que él había desahogado su rabia con aquellas valiosas antigüedades; y por supuesto tampoco
pensaba decírselo.


No pensaba volver con ella aquella noche. Necesitaba tiempo para decidir hasta dónde iba a llegar antes de poner fin a su relación. Lo más prudente sería poner cierta distancia entre ellos, pero su fuerza de voluntad se enfrentaba a sus deseos, y sólo el tiempo diría si podía mantenerse lejos de ella. O al menos, cuánto tiempo se mantendría lejos de ella.


Porque poco a poco, Paula estaba desgastando sus defensas y su resistencia y si no tenía cuidado, terminaría haciendo algo que no quería hacer.




*****


Una hora después, Paula aparcaba en una residencia de ancianos al norte de Baton Rouge y se acercaba a la recepcionista.


-Bienvenida a Briar Oaks. ¿En qué puedo ayudarla? -preguntó solícita la joven que estaba sentada detrás del mostrador.


-Estoy buscando a Jaime Gutherie.


La joven la miró con suspicacia.


-¿Le está esperando?


-No, pero creo que tiene una información que necesito -dijo. Leyó el nombre de la mujer en la chapa que llevaba en el uniforme-. Tisha, ¿puede decirle que estoy investigando la historia de una plantación en St. Edwards?


-Firme aquí y espere -le dijo la recepcionista, dejando una hoja de papel delante de ella-. Iré a ver si lo encuentro.


Paula anotó su nombre y esperó unos momentos hasta que la joven regresó.


-Le recibirá ahora, pero le advierto que se cansa muy pronto y de vez en cuando se queda dormido -le informó-. Y tiene que estar en el comedor dentro de veinte minutos.


-No lo entretendré tanto rato.


Paula siguió a Tisha por el vestíbulo que daba a un amplio patio interior con un comedor al aire libre a la derecha y oficinas a la izquierda.


-Ésta es la sala de juegos -dijo Tisha, deteniéndose ante una puerta abierta-. Si tiene que hablar con él en privado, puede utilizar la sala contigua.


Paula se asomo al interior y vio a cuatro hombres de avanzada edad jugando a las cartas.


-¿Cuál de ellos es?


-El que está frente a la puerta.


-¿El de la pajarita? -preguntó Paula, refiriéndose al hombre que estaba sentado en una silla de ruedas.


El anciano tenía el pelo canoso, la piel color café con leche y la cara llena de arrugas.


Llevaba un pulcro traje marrón.


-Sí.


-Gracias.


Paula entró en la sala y se aclaró la garganta.


-¿Señor Gutherie?


El hombre levantó la cabeza de las cartas, y la miró con picardía.


-Mirad, chicos. Tengo una invitada. Muy bonita por cierto.


Todos los ojos se volvieron a mirarla, y después de que el resto de los jugadores la saludaran con cordialidad, el señor Gutherie dijo:
-¿Podéis darnos un poco de intimidad? Continuaremos con la partida después de comer -dijo, hablando con la sofisticación propia del sur de los Estados Unidos y la voz tan clara como un cielo de verano.


Los hombres se retiraron entre saludos y advertencias de que no creyera ni una palabra de lo que le dijera. Después, Paula se acercó a la mesa.


-Gracias por recibirme, señor Gutherie.


-Llámeme Jaime -dijo él, estrechándole la mano-.Y disculpe que no me levante. Mis piernas no funcionan como desearía, pero no he pedido ni un ápice de la cabeza.


Paula se sentó en una silla vacía a su lado y dejó el bolso en el suelo.


-Estoy buscando información sobre el pasado de la Casa de la Medianoche -empezó.


-Querrá decir la Casa del Sol -dijo el hombre-. O al menos así se llamaba antes.


Una piedra del rompecabezas acababa de encajar en su sitio, lo que satisfizo a Paula de manera especial.


—Sé muy poco de la historia de la plantación -dijo Paula, y explicó su labor en las tareas de restauración de la mansión-. Alguien me ha dicho que usted puede saber algo
de los anteriores propietarios, en concreto de una mujer llamada Laura. Hay un retrato suyo en la rotonda.


-Ah, la señorita Laura. Vivió en la casa hace mucho tiempo y murió antes de nacer yo, pero mi abuela hablaba de ella con mucho cariño. Se criaron juntas y continuaron siendo buenas amigas, incluso después de la guerra.


-¿A qué guerra se refiere?


-A la Guerra de Secesión, por supuesto -sonrió el anciano.


Paula trató de ocultar la sorpresa, pero apenas lo consiguió.


-Si no le parece una indiscreción, ¿cuántos años tiene?


-En mayo pasado cumplí cien años -dijo con voz pausada cargada de orgullo-. La señorita Laura era mi tía.


Otra sorpresa más.


-¿Laura y su abuela eran hermanas?


-No. La señorita Laura y mi padre eran hermanastros, hijos del mismo padre, Stanton Gutherie, un cerdo sin corazón. Era el dueño de la plantación contigua a Casa del Sol y
se creía el dueño de todo, incluidos sus trabajadores. Mi abuela, Effie, era una de sus esclavas. Se quedó huérfana muy joven y, cuando terminó la guerra, como no tenía
dónde ir, se quedó en la plantación de Gutherie. A los quince años el cerdo la dejó embarazada de mi padre.


Paula jamás imaginó descubrir una historia tan inquietante.


-¿Cómo fue Laura a vivir a la plantación?


-Según mi abuela, la señorita Laura era tan buena como su padre era malo. Se enamoró de Zeke Córner, el dueño de Casa del Sol, un hombre a quien Stanton odiaba. Pero ella
desafió a su padre y se casó con Zeke contra su voluntad.


Ahora Paula conocía la identidad de Z. del diario.


-¿Su abuela continuó viviendo con Stanton?


-Afortunadamente no. Laura se llevó a Effie y a mi padre a vivir con ella cuando se casó.


Jaime le contó que Laura quedó embarazada dos años después de casarse, pero murió poco antes del nacimiento del niño, que tampoco sobrevivió.


-El señor Zeke enloqueció. Pintó la casa de negro y prohibió a mi abuela recoger el cuarto de niños.


Paula recordó la cuna antigua pero sin usar en un rincón de la habitación.


—El señor Zeke se dio a la bebida y murió totalmente alcoholizado. Mi abuela intentó ayudarlo, pero él no se lo permitió. Cuando murió le dejó la plantación -la expresión del
hombre se suavizó con los recuerdos-. De niño pasé muchos veranos en esa casa. De allí tengo mis mejores recuerdos de infancia, sobre todo de la cabaña del árbol que construyó mi padre. No sé si seguirá allí-musitó.


Paula no lo sabía, pero lo averiguaría.


-Y su abuela...


-Murió en una residencia en los años sesenta. La casa fue mía hasta que Renato Alfonso la compró en una subasta pública. Me le embargaron por no poder pagar los impuestos
retrasados. Desde entonces no he vuelto.


-No creo que quiera verla ahora -dijo Paula-. Está bastante deteriorada, pero espero cambiar eso pronto.


Paula le contó algunos de los planes que tenía para devolver la casa a su esplendor original.


-Le deseo suerte -Jaime le estrechó la mano.


-Muchas gracias, aunque no sé cómo podré agradecerle su ayuda.


El anciano le dio unas palmaditas en la mano.


-Trátela con cariño, señorita Paula. Devuélvale la alegría y la luz de antes.


A Paula sólo le quedaba una pregunta. Y aunque le parecía un poco ridicula, por fin se atrevió a plantearla.


-¿Habló alguna vez su abuela de fantasmas? 


Jaime soltó una risita.


-Effie juraba que hablaba con Zeke después de su muerte, hasta que le dijo que fuera a la luz y buscara a la señorita Laura y a su hijo. Por lo visto después de eso ya no volvió
a verlo. A mucha gente le parece una tontería, pero yo la creí.


Que Zeke aceptara la llamada de la gloria era una buena noticia. Paula ya tenía un hombre herido con quien batallar, y no deseaba tener que enfrentarse a otro, y mucho menos un fantasma.


-A mí no me parece una tontería -le aseguró Paula, que empezaba a sentir una extraña afinidad con aquel hombre.


-La mayoría de la gente no cree en la capacidad de hablar con los muertos.


-Supongo que yo no soy la mayoría de la gente -sonrió ella.


-Pero también tiene esa capacidad -afirmó Jaime, sorprendiéndola todavía más.


-Yo... -¿cómo podía responder sin mentirle?-. No hablo con fantasmas. Digamos que tengo una gran intuición.


El hombre le apretó la mano.


-Señorita Paula, he pasado mi vida como antropólogo cultural viajando por todo el mundo. He visto cosas que no se pueden explicar, cosas aterradoras, y otras maravillosas. También supe lo cruel que puede ser la gente cuando aprendí el significado de palabras como «bastardo» y «negro», pero también aprendí que lo que nos hace
diferentes también nos hace únicos, y debemos sentirnos orgullosos de esas diferencias.


Paula bajó la mirada a sus manos unidas.


—Pero es difícil ser diferente -dijo en voz baja.


El anciano le alzó la barbilla con un dedo.


-Algún día encontrará a alguien que la entienda y la acepte. Un hombre, creo. Si no lo ha encontrado ya.


Tisha asomó la cabeza por la puerta, y dijo:
-Es la hora de comer, señor Gutherie.


Paula se levantó.


-En cuanto la plantación esté restaurada, me encantará invitarlo a pasar un par de días sí quiere. Será un placer venir a recogerlo.


-No tarde mucho -dijo el hombre-. No sea que para entonces me encuentre a dos metros bajo tierra.


-Me temo que aún le queda una larga temporada entre nosotros -rió ella.


Una vez más el hombre se puso serio.


-Señorita Paula, he enterrado a dos esposas y a dos hijos. Estoy preparado para irme cuando el señor me llame a su lado. Pero volver a ver la Casa del Sol me daría una razón para quedarme un poco más por aquí, así que le diré a San Pedro que tendrá que esperar hasta entonces.


Sintiendo un inexplicable afecto por aquel hombre tan sorprendente, Paula le dio un abrazo.


-Hágalo, por favor -dijo, y fue hacia la puerta.


-Una cosa más, señorita Paula. La vida pasa muy de prisa. Cuando te das cuenta, has visto pasar cien años por delante de tu puerta. Por eso es mejor no ignorar el destino.


-Lo recordaré -dijo Paula, y salió con una sonrisa en los labios.


No lo ignoraría, aunque no tenía idea de cuál era su destino.