domingo, 29 de noviembre de 2020

VENGANZA: CAPITULO 17

 


Al final, la cena resultó ser muy divertida. Se sentaron en el saloncito y tomaron champán y caviar… con cubiertos de plástico.


Paula se encontró riendo con algunas de las anécdotas que le contaba Pedro… y descubrió que le gustaba de verdad. Además, creía en su promesa de que no intentaría seducirla y consiguió relajarse un poco.


Después de tomar el pastel de chocolate que le habían enviado como regalo, Paula le cantó el Cumpleaños Feliz. Y, por primera vez, vio que Pedro se mostraba tímido.


—Me gusta cómo llevas el pelo ahora —murmuró él, tomando la fotografía de Mariana—. Te la debiste de hacer… cuando nos conocíamos, ¿no?


Paula tragó saliva. Estaba harta de las mentiras. Quería que aquella mascarada terminase de una vez.


—Me gustan los rizos más que el pelo liso.


¿Cómo podía no darse cuenta de que eran dos personas distintas? Mariana y ella eran gemelas, pero tenía que haber alguna diferencia. De repente, casi de forma perversa, quería que lo descubriese todo.


—Siempre he tenido el pelo rizado. Da menos trabajo.


—¿Y por qué te lo alisabas?


Paula se encogió de hombros.


—Porque era la moda, supongo.


—Y tú siempre haces lo que dicta la moda, claro.


—¿Perdona?


Pedro estaba mirando la foto.


—¿Son tus padres?


—Sí.


—Tu madre es muy guapa. Se parece a ti.


—Se llama Bethy. Es muy simpática y muy sensata.


—Y tu padre parece orgulloso de ti. ¿A quién está sonriendo tu madre?


Paula recordaba aquel día, el jardín de sus padres en Auckland, el olor de las rosas, la risa de Mariana…


—No me acuerdo.


—Ah, es verdad. Perdona, soy un idiota…


Estaba tan cerca que Paula podía oler su piel y su colonia. Y algo más… la excitación de un hombre.


¡No! Nerviosa, dio un paso atrás y, sin darse cuenta, chocó contra una silla. Habría caído al suelo si Pedro no la hubiera sujetado.


—¿Te has hecho daño?


—No, no, estoy bien…


Paula tragó saliva. Parecía preocupado de verdad. Se había convencido de que el odio que sentía por él la ayudaría a rechazarlo, como si fuera un talismán contra el demonio.


¿Cómo iba a lidiar con un Pedro que empezaba a gustarle? Bajo ese exterior de play-boy había un hombre complejo, mucho más interesante que el frívolo que describían las revistas. Incluso empezaba a dudar que fuese el manipulador que Mariana había descrito.


—¿De verdad estás bien?


—Sí, estoy bien. Un poco cansada.


Pedro entendió la indirecta, pero cuando se marchó, Paula se sintió más sola que en toda su vida.




VENGANZA: CAPITULO 16

 


Esa noche, Paula y Denny hicieron su número en el bar Dionisio y, después, Paula cumplió con su obligación en el teatro Electra. Cuando volvió a su habitación estaba agotada.


El golpecito en la puerta la pilló por sorpresa. Y más aún cuando Pedro empujó el picaporte y entró sin esperar que ella abriese.


—Pero bueno…


—Deberías cerrar con llave.


—Buenas noches, Pedro. ¿No deberías estar en el casino vigilando que la gente no haga trampas?


—No, tengo gente para eso. Pero seguro que tú no has cenado todavía.


—Pues… no, pero no tengo hambre. Estoy agotada.


—Tienes que comer algo.


—No pienso salir de mi habitación. Es muy tarde.


—¿Quién ha dicho nada de salir? Podemos cenar aquí, en la cama, como en los viejos tiempos…


Pedro


—He pedido la cena al servicio de habitaciones. Todos tus favoritos: Bollinger, caviar, ostras… Y no puedes negarte, es mi cumpleaños.


Sus favoritos. Los favoritos de Mariana. De repente, el cansancio de Paula desapareció.


—No, mira, prefiero cenar fuera.


—Demasiado tarde —sonrió Pedro cuando oyeron un golpecito en la puerta—. Aquí está la cena. Venga, relájate. No va a pasar nada hasta que recuperes la memoria. Te lo he prometido y yo siempre cumplo mis promesas.


Pero Paula no. Porque no iba a recuperar la memoria. Maldición. ¿Desde cuándo empezaba a pensar que Pedro Alfonso era más honesto que ella?




VENGANZA: CAPITULO 15

 


El sonido del teléfono despertó a Paula. Había pensado dormir hasta tarde ese jueves, su día libre, pero sus planes se fueron por la ventana cuando Mauricio Lyme, el gerente del teatro, le contó que Lucie tenía un virus estomacal.


Inmediatamente, Paula se ofreció para ocupar su sitio y quedó con Mauricio para decidir la hora del ensayo.


El bar Dionisio era muy diferente al teatro Electra, y hacía años que no pisaba el escenario de un sitio así. Además, tenía que trabajar con un compañero, Denny, otro cómico como Lucie.


Paula vio a Pedro al fondo del bar. Estaba esperándola y, sin saber cómo, se encontró aceptando su invitación para cenar. Al principio temía que quisiera besarla otra vez, seducirla, pero sus preocupaciones eran infundadas. Pedro se comportó como un caballero.


En la cama esa noche, Paula se tapó los ojos con la mano. Estaba tan confusa. ¿Quién era Pedro Alfonso?


El viernes, Lucie seguía enferma y el médico le ordenó que siguiera en la cama.


Paula y Denny volvieron a ensayar para ver si podían pulir un poco el número. Durante un descanso, encontró a Pedro a su lado, con dos vasos de plástico en la mano.


—¿Un café? Supongo que te irá bien.


—¿No hay un dicho sobre no confiar en un griego que te ofrece un regalo?


—No es un regalo. Más bien una disculpa.


—¿Una disculpa?


—Por mi comportamiento de la otra noche. Debería haberte pedido disculpas ayer, mientras cenábamos… y no lo hice.


—Ya veo.


—La verdad, me tienes confundido.


—¿Ah, sí? —murmuró Paula, apartando la mirada.


—Pienso que has cambiado, pero entonces ocurre algo… te encuentro tomando una copa con Jean-Paul Moreau cuando me habías dicho que te ibas a dormir…


—Ya te expliqué por qué estaba con él.


Pedro la miró, pensativo.


—¿Has cambiado, Paula? No, déjalo, es una pregunta absurda. Vamos a sentarnos un momento.


En ese instante sonó el móvil de Pedro, que hizo un gesto de disculpa.


—Perdona, es mi madre…


Se dio la vuelta para hablar, pero aunque Paula no entendía lo que decía, se daba cuenta de que hablaba en un tono muy cariñoso. Increíblemente cariñoso.


—Para ser un playboy tienes muy buena relación con tu madre —bromeó después.


—Hasta los playboys tenemos corazón —sonrió él—. Y a pesar de lo que tú creas, la vida de mi madre no ha sido fácil. Se quedó embarazada cuando era muy joven y el tipo la abandonó. Nunca lo conocí.


El tipo, no «mi padre».


—Ah, no lo sabía.


—Hoy es mi cumpleaños, por cierto.


—Felicidades.


—Y la semana pasada fue mi santo. Mi madre me puso de nombre Pedro porque cuando nací parecía un ángel.


—¿Y te han hecho muchos regalos? —rió Paula.


—No, mis amigos me han llamado para felicitarme, pero nada más. Mi madre sí ha enviado un regalo… un pastel que me han hecho las vecinas.


Ella lo miró, atónita.


—¿Un pastel que te han hecho las vecinas?


—Pues claro. Mi madre vive en un pueblo pequeño, y allí nos conocemos todos.


—No imaginaba que te gustaran los pasteles caseros.


—A mí siempre me han gustado. A ti no… decías que engordaban. De hecho, antes apenas comías. Ahora tienes más apetito. Y has dejado de tomar pastillas… Ahora que lo pienso, has engordado un poco. Y me parece muy bien. Estás más guapa.


Paula tragó saliva.


—Tengo que irme… he de terminar el ensayo.


—Nos vemos después. Y no te preocupes, no intentaré seducirte hasta que recuperes la memoria… a menos que tú me lo pidas amablemente, claro.