jueves, 14 de enero de 2021

AVENTURA: CAPITULO 38

 


Pedro despertó con el aroma a café recién hecho.


Apenas eran las ocho de la mañana, pero el lado de la cama de Paula estaba vacío.


Se puso boca arriba y se quitó el sueño de los ojos. La noche anterior en el sofá había sido increíble. La pasión que sentía por ella era como una válvula de escape para toda su energía acumulada.


Ella lo salvaría, podía contar con Paula para que lo mantuviera a raya. Le enseñaría a ser un buen padre. Para Matías y quizá para otro bebé. En ese momento, las posibilidades parecían interminables.


Se levantó de la cama pensando si ya lo habría hecho Matias. Tenía ganas de verle la carita mientras abría todos los regalos.


Se puso los pantalones del pijama y una sudadera y fue en busca de Paula. El árbol estaba encendido y en el salón sonaba una tenue música navideña. La encontró en la cocina con un pijama rosa de franela y un mandil atado a la cintura mientras lavaba los platos a mano. El pavo ya estaba relleno y colocado en una fuente en el horno.


Al verlo, sonrió.


–Feliz Navidad.


–Buenos días. Huelo a café.


–Está recién hecho.


Se situó detrás de ella y le rodeó la cintura con los brazos antes de darle un beso en la mejilla.


–¿Cuánto tiempo llevas levantada?


–Desde las seis. Quería tener preparado el pavo antes de que Matías despertara.


–¿Puedo ayudarte en algo?


–Podrías servirnos café mientras termino con estos platos. He oído a Matías moverse, así que va a despertarse de un momento a otro –como si fuera la señal, desde el monitor infantil les llegó la voz del pequeño–. Pensándolo mejor, ¿por qué no vas a buscarlo tú mientras yo sirvo el café?


Lo sacó de la cunita y con la destreza recién adquirida, le cambió el pañal y lo bajó al salón. Paula los esperaba con el café y leche para Matías. Pedro se sentó en el sofá y Matías se acurrucó en su regazo para beberse el biberón.


Nada más acomodarse, sonó el móvil de Paula. Esta puso los ojos en blanco y dijo.


–Es mi padre.


–No tienes que contestar –sugirió él.


–No. Me niego a jugar ese juego con él –lo recogió de la mesita y lo abrió–. Hola, papá –escuchó durante varios segundos y luego dijo–: Te he estado llamando toda la semana. Al no recibir noticias, di por hecho que no organizarías la cena este año y he hecho otros planes –otra pausa, después respondió–. No, no cambiaré mis planes. Tengo un pavo relleno esperando que encienda el horno.


Pedro pudo oír el discurso rimbombante del padre a través del teléfono.


–Lamento que la comida se estropee. Si me hubieras devuelto la llamada… –gritos desde el otro extremo–. No, no intento mostrarme difícil. Simplemente, no puedo… –apartó el teléfono de su oreja, lo cerró y movió la cabeza–. Me ha colgado. Al parecer la comida era a las tres.


–¿Estás bien? –preguntó Pedro.


–Él se lo pierde. Nos necesita más a nosotros que nosotros a él.


Y era verdad. Ellos ya eran una familia. Y Pedro no pudo sentir una retorcida sensación de satisfacción.



AVENTURA: CAPITULO 37

 


Paula dedicó la siguiente hora a mirar en Internet. Eligió una receta de pavo relleno que parecía sabrosa y fácil de hacer, luego redactó una lista de la compra de todas las cosas que iba a necesitar. Al finalizar, metieron a Matías en el cochecito y se fueron a cenar a la cafetería y de vuelta a casa pasaron por el mercado.


Cuando al fin estuvieron en el coche con todo lo que necesitaban, Matías se quedó dormido de regreso a casa. Nada más llegar, lo acostó.


Pedro se ofreció a ayudarla a guardar las cosas, pero ella lo echó de la cocina e insistió en que fuera a ver la televisión. Cuando, media hora más tarde, regresó a la cocina en busca de una cerveza, solo llevaba puesto un pantalón de pijama.


–Me cambié porque hacía mucho calor con la chimenea puesta, pero como no termines pronto aquí, quizá me vea obligado a sacarte en contra de tu voluntad.


Al volver a quedarse a solas, Paula terminó de guardar las cosas y preparó las cosas para la mañana siguiente, pensando en lo perfecta que había sido la velada. Casi demasiado perfecta, como la primera vez.


También entonces todo parecía ir demasiado bien, hasta que de repente la dejó. Quizá si supiera con certeza por qué lo había hecho, no se preocuparía en ese momento. O tal vez dejara de ser paranoica y estuviera agradecida por una segunda oportunidad.


Eran las once pasadas cuando apagó la luz de la cocina y fue al salón. La televisión seguía encendida, pero Pedro estaba dormido en el sofá. Apagó el aparato con el mando a distancia, y aunque sabía que lo mejor era ir a acostarse para levantarse temprano con el fin de empezar los preparativos para la cena, experimentó una necesidad vital de estar cerca de él.


Se desvistió, dejando la ropa en el suelo, y luego se sentó a horcajadas de los muslos de Pedro. Debía de estar extenuado, porque ni se movió.


Sin despertarlo, se inclinó y pegó los labios en su estómago duro hasta llegar a la cintura del pantalón del pijama. Paró para mirarle la cara, pero seguía con los ojos cerrados. Sin embargo, otras partes de él comenzaban a despertar. Le bajó los pantalones y Pedro ni se movió, Inclinándose, primero provocó con la lengua la punta de su erección, y cuando así no consiguió una reacción, se lo llevó a la boca.


Oyó un gemido, luego sintió las manos de él en su cabeza. Pensó que eso era mejor y lo introdujo aún más hondo en su boca.


Se incorporó y Pedro le sonrió con párpados pesados.


–Al principio pensé que soñaba –explicó–. No sucede muy a menudo que un hombre despierta y se encuentra con una mujer magnífica encima de él.


–Entonces, quizá debería hacerlo más a menudo –comentó con una sonrisa.


–Te aseguro que podría acostumbrarme a esto.


Le enmarcó la cara y la tumbó para darle un beso profundo y lento. Le acarició los hombros desnudos y la espalda y la pegó por el trasero contra él para que su erección la frotara en los puntos adecuados. Ella le clavó las uñas en los hombros y gimió sobre sus labios. Con un embate lento y hondo estuvo dentro de ella.


Era tan grato, pero Paula no podía quitarse la sensación de que faltaba algo. Entonces lo supo. No se había puesto un preservativo.


Maldijo para sus adentros.


Él se movía despacio dentro de ella y no quería que parara. Pero el acto sexual sin preservativo era como jugar a la ruleta rusa. Y tenía la prueba de ello durmiendo pasillo abajo. Pero esperaba el período en dos días, por lo que sus posibilidades de concebir eran realmente escasas.


Sin embargo, no era una decisión que tuviera derecho a tomar sola.


Se incorporó apoyando las manos en el torso de Pedro.


–Tenemos que parar.


Él gimió una objeción mientras embestía hacia arriba.


–No, no tenemos por qué hacerlo.


–Nos hemos olvidado de usar un preservativo.


–Lo sé.


–¿Lo sabes?


Rio despacio mientras subía las manos, le coronaba los pechos y la embestía una, dos veces, enloqueciéndola de necesidad.


–¿De verdad pensaste que no me daría cuenta.


–¿No te importa?


–Iba a sugerir que sacáramos uno, pero pensé que sería educado y te satisfaría primero.


–Estoy segura de que fue así como concebí a Matias.


–¿Te opones a la idea de tener otro bebé?


–Bueno, no, pero…


–Entonces, no nos preocupemos por el tema.


Si él no estaba preocupado, si no le molestaban las consecuencias…


Volvió a enloquecerla con la boca y a desterrar sus dudas.


La sujetó el rostro y la miró a los ojos.


–Te amo, Paula.


Esas tres palabras sencillas la lanzaron al precipicio y él estuvo a su lado. Luego, apoyó la cabeza bajo el mentón de Pedro, extenuada y relajada, y él la abrazó.




AVENTURA: CAPITULO 36

 


Eran las cuatro de la tarde de Nochebuena y Paula seguía sin tener noticias de la cena de Navidad en la casa de su padre al día siguiente.


Volvió a mirar la hora y supo que Pedro llegaría en cualquier momento. Aunque no podía imaginárselo pasando por alto esa oportunidad de llenar a Matías de regalos, ya había llamado desde el día anterior a su padre infinidad de veces sin recibir respuesta.


Como su padre no la llamara antes de que Pedro llegara y ella hiciera otros planes, iba a perderse la primera Navidad con Matías.


Dejó el teléfono en la encimera de la cocina. Se volvió hacia la botella de vino abierta que respiraba en la encimera para servirse una copa, cuando sonó el timbre.


Cuatro en punto. Quizá debería pensar en darle a Pedro una llave para que a partir de ese momento pudiera entrar sin llamar. Corrió hacia la puerta y la abrió.


–¡Feliz Navidad! –dijo Pedro con una sonrisa mientras pasaba.


Antes de que se quitara el abrigo, le rodeó el cuello con los brazos y lo besó. Al soltarlo, notó que en la mano llevaba una caja del tamaño de una camisa, salvo que más estrecha.


Se la entregó.


–¿Tienes espacio para esto bajo el árbol?


–Apenas –señaló el abeto y las docenas de paquetes envueltos para regalo que habían llegado antes aquel día–. ¿Es que has comprado toda la tienda?


–Casi, supongo –se quitó el abrigo y fue al salón, donde ella depositó el regalo bajo el árbol en la parte más visible–. ¿Y Matías?


–Durmiendo su siesta. Se levantará de un momento a otro. ¿Te apetece una copa de vino?


–Me encantaría.


–¿O sea que técnicamente estás de vacaciones navideñas? –preguntó ella al entrar en la cocina.


–Puede que vaya al despacho unas horas, pero todo mi equipo se ha ido. Mis únicos planes son pasar todo el tiempo posible contigo y Matias.


Le entregó la copa.


–Tengo una propuesta para ti.


–Muy bien.


–¿Te gustaría cenar con tu hijo en Navidad?


–¿Qué sucede? –él frunció el ceño–. ¿Ha pasado algo con tu padre?


–No. No ha pasado absolutamente nada. Sigue sin devolver mis llamadas. Por todo lo que sé, no lo hará. Estoy harta de esos estúpidos juegos psicológicos. Así que he decidido que haré otros planes.


–¿Y si llama en el último momento con la esperanza de que vayas a su casa?


–Respetuosamente declinaré la invitación.


–¿Estás segura de lo que me propones?


–Absolutamente –se puso de puntillas para besarlo–. No hay nadie más en el mundo con quien Matias y yo deseemos pasar las fiestas.


Sonrió y la apretó contra él.


–En ese caso, acepto.


Pedro le alisó el cabello y la besó suavemente. Desde el monitor infantil, le llegó el sonido de Matías al despertarse.


–¿Quieres ir a recogerlo mientras yo miro algunas recetas? –pidió ella.