jueves, 25 de julio de 2019

INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 35




Mariano se hallaba sentado en su cómodo sillón de cuero detrás de su lujoso escritorio de caoba, admirando los diferentes hitos de su éxito. 


Diplomas y certificados enmarcados, una estantería llena de revistas en las que había colaborado con trascendentales aportes a la ciencia médica, en la especialidad de trasplantes de corazón.


Pero al otro lado de aquel despacho, los demonios que lo acosaban podían infiltrarse en su mente y reclamarlo. Reclamarlo en cuerpo y alma. Allí, afortunadamente, no. Dentro de aquellas cuatro paredes era el doctor Mariano Chaves. En su santuario, era dios.


Y sería allí donde plantaría cara al entrometido policía que estaba infectando su vida como si fuera un cáncer. Lo miraría de arriba a abajo y respondería a sus preguntas con altivez y displicencia, como resignado a complacer a un pobre ser inferior. Su mundo era preciso, científico, un universo de hombres ilustrados cuyas batas blancas simbolizaban su superioridad.


En aquel preciso instante sonó el timbre del intercomunicador.


—¿Sí, Peggy?


Pedro Alfonso está aquí.


Mariano sonrió mientras se alisaba la pechera de la bata.


—¿Puedo decirle que entre?


—Hazlo, por favor. Estoy listo para recibirlo.




INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 34




Pedro era consciente de que estaba rompiendo todas y cada una de las reglas de su manual. De hecho, las estaba aplastando hasta convertirlas en una pulpa que podía arruinar su investigación y destrozarle de paso el poco corazón que le quedaba.


Había ansiado abrazar a Paula desde el instante en que se la encontró en la cafetería de la universidad. Inmediatamente se había imaginado lo que sería sentirla en sus brazos, había soñado con el roce de su sedosa melena contra su piel... Aquella pasión debería haber muerto años atrás, debería haberse disuelto en el tiempo. Paula y él pertenecían a mundos diferentes. Y sin embargo la deseaba tanto como la había deseado aquella noche, hacía nueve años.


Finalmente, ella se apartó.


—Lo siento, Pedro. Perdona por haberme derrumbado así.


—Oye que yo no me he quejado...


Abrió la guantera y sacó una caja de pañuelos de papel. Paula tomó uno y se enjugó las lágrimas. Parecía tan débil y vulnerable… que quitaba el aliento. Pedro sintió el incontenible impulso de asesinar a Mariano Chaves.


«Piensa un poco, viejo amigo», intentó decirse. 


«Que Paula haya estado llorando en tus brazos no te da ningún derecho a entrometerte en su vida». Pero su cerebro hizo poco caso de aquella advertencia.


—Si quieres hablar, yo soy el más indicado para escucharte. Se me da muy bien. He recibido entrenamiento profesional.


—Puede que te arrepientas de esa oferta.


—Lo dudo.


Paula se quedó mirando por la ventanilla. 


Algunos patos nadaban por el estrecho río que atravesaba el parque.


—¿Salimos a pasear un poco?


—Claro.


Bajaron del coche. Estuvieron paseando en silencio durante varios minutos, con el sol de espaldas. El manto de hojas secas crujía bajo sus pies, con el agua fluyendo lentamente a su lado. Era como si el tiempo se hubiera detenido. 


Su relación estaba anclada para siempre a una sola noche de amor de hacía nueve años. 


Anclada y separada a la vez por aquel mismo suceso. Después de tanto tiempo separados, un asesinato los había vuelto a reunir.


Paula se detuvo al borde del agua. Pedro contempló su perfil, nuevamente estremecido por la fuerza de los recuerdos que no dejaban de acosarlo.


—Supongo que habrás adivinado que los problemas que tenemos Mariano y yo trascienden esta investigación.


—Intento no precipitarme a sacar conclusiones.


—La verdad, no sé por qué te estoy contando todo esto.


—Eso ya lo hemos aclarado. Se me da muy bien escuchar a la gente.


—Pero yo no sé qué decirte, aparte de pedirte disculpas por las lágrimas de antes. Ni siquiera sé qué es lo que falla exactamente en mi matrimonio, o de quién es la culpa...


—¿Cuándo empezaron los problemas?


—Los problemas afloraron ya el día de nuestra boda. Al menos esa fue la primera vez que presencié un ataque de rabia de Mariano.


—¿Un ataque de rabia?


—Sí. Era más que un simple enfado, como si algo en su interior hubiera liberado una especie de demonio. Tenía tan tensos los músculos del cuello y de la cara... Y sus ojos... No puedo describirlos, pero casi tenía miedo de mirarlo. En su caso, lo de lanzar una mirada asesina no es una metáfora.


—¿Monta en cólera muy rápidamente?


—Sí, en un instante. Y generalmente por el motivo más mínimo. Al cabo de un par de minutos se le pasa, como si se obligara a sí mismo a recuperar el control.


—Durante vuestro noviazgo, ¿no tuvo ningún ataque de rabia?


—No, al menos conmigo. Pero fui testigo de algún indicio, un par de veces. En una ocasión, contra otro conductor que se le había adelantado cuando iba a aparcar. Y en otra cuando un camarero le derramó un poco de salsa de espaguetis en uno de sus mejores trajes.


—Pero no te preocupó entonces.


—Sí, pero se recuperaba tan rápidamente... y parecía lamentar tanto haberse puesto así... Para entonces, los preparativos de boda ya estaban muy avanzados. De modo que aquellos dos pequeños sucesos no me parecieron razón suficiente para replantearme nuestro inminente matrimonio. Además, por aquel entonces Mariano se mostraba increíblemente dulce y atento conmigo. Me decía que era como un tesoro que había encontrado y que quería guardarme cerca de su corazón. Ahora, sin embargo, es diferente. A veces me cuesta reconocerlo. Pero no debería estar diciéndote todo esto...


—¿Por qué no?


—Porque eres un inspector de la policía, investigando un caso de asesinato en el que Mariano figura como sospechoso. Porque sospechas de él, ¿verdad?


—Necesito interrogarlo, pero eso no quiere decir que tú y yo no podamos hablar sinceramente. Éramos amigos mucho antes de que yo me hiciera policía y tú te convirtieras en la señora Chaves.


—Nunca fuimos amigos, Pedro. Yo era joven e impetuosa, y me encapriché de ti desde el primer momento. Me lancé a tus brazos y tú, finalmente, te aprovechaste de la situación.


—No es así como yo lo recuerdo.


—No importa como lo recuerdes. Ahora eres Pedro Alfonso, el policía.


—No fue Pedro Alfonso, el policía, quien te abrazó hace un rato cuando estabas llorando.



—Touché —hundiendo las manos en los bolsillos de los pantalones, alzó la mirada hacia él. Había una sombra de miedo en el fondo de sus pupilas—. ¿Crees que Mariano asesinó a Karen?


—¿Y tú?


—Ya no sé qué pensar. Me resulta tan difícil confiar en un hombre que me ha mentido tan descaradamente...


Se estremeció. Pedro ansió abrazarla, levantarla en vilo y llevarla a un lugar donde pudiera hacerle el amor... hasta conseguir que se olvidara de una vez por todas de Mariano Chaves. Pero eso era imposible. A pesar de ello, tendría que hacer todo cuanto estuviera en su mano para aplacar sus temores.


—Estoy casi seguro de que Mariano no mató a Karen.


—¿Por lo que te dijo Penny?


—No.


—Me alegro. ¿Sabes? No he dejado de pensar en esa conversación. Lo que nos dijo me pareció demasiado... artificioso. Como si hubiera sido diseñado para explicar el motivo por el cual mi número de teléfono se encontró entre la ropa de Karen. No me sorprendería que el mismo Mariano le hubiera sugerido que se pusiera en contacto conmigo.


—Olvídate de tu carrera de maestra, Paula. Tú has nacido para detective.


—Lo tendré en cuenta. Pero si estás de acuerdo conmigo en eso, ¿por qué piensas que Mariano no es culpable?


—Tengo mis razones. Y, por el momento, no puedo decirte más —le acarició un brazo, justo en la zona de las marcas, a pesar de que no podía verlas, ya que llevaba un suéter de manga larga—. Pero el hecho de que no crea que sea el asesino no significa que no sea peligroso. ¿Te ha hecho daño alguna vez?


—Físicamente, no.


—Pero te asusta. Asustar a alguien es una forma de daño físico. Y si piensas incluso que es posible que tu marido sea un asesino, yo diría que los dos presentáis... graves incompatibilidades de carácter, por decirlo de una manera suave.


—Creo que tienes razón —de repente, se volvió hacia el coche—.Ahora tengo que irme a casa, Pedro. Y, por favor, no me hagas más preguntas. Probablemente ya he hablado demasiado.


—De acuerdo.


Apenas pronunciaron palabra durante el trayecto hasta el hogar de Rodrigo. Los pensamientos de Pedro derivaron hacia el asesino de Karen. Un tipo que había matado antes y que volvería a hacerlo hasta que alguien le parara los pies.


Un trabajo como tantos otros. Solo que esa vez presentaba complicaciones añadidas. En vez de concentrarse únicamente en atrapar al asesino, la esposa de otro hombre se infiltraba en sus pensamientos haciendo estragos en sus emociones. La mayor complicación de todas era, por desgracia... que Paula había vuelto a su vida. Y todo indicaba que jamás saldría de su corazón.




INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 33




Paula miraba abstraída por la ventanilla mientras atravesaban el barrio en el que vivía Penny. 


Jardines bien cuidados, niños patinando, una anciana barriendo el sendero de entrada de su casa, una joven madre sentando a su bebé en el asiento trasero de su coche... Dios, cómo los envidiaba.


—Estás muy callada —le comentó Pedro. Giró en Youree Drive para volver al hogar de Rodrigo, donde ella había dejado su coche.


—Solo estaba pensando en la enorme diferencia que unos pocos días pueden suponer en la vida de una persona. Hace tan solo unos días, yo ni siquiera conocía el nombre de Karen Tucker. Ahora está muerta, y su vida parece estar tan estrechamente relacionada con la mía que ocupa todos mis pensamientos. Y la mayor parte de mis actos.


—Pasará. Las cosas terminarán volviendo a la normalidad.


—Para Karen Tucker no, desde luego. Y tampoco para Mariano, ni para mí.


—Penny te aseguró que era un gran tipo.


—Y probablemente lo sea el Mariano Chaves que ella conoce.


—¿Pero no el que conoces tú?


—A estas alturas, ya no puedo estar segura de nada.


—¿Fue él quien te hizo esas marcas en el brazo, verdad? —le preguntó Pedro, tenso.


—Tal vez. Seguramente cuando me estaba despertando de una pesadilla...


Solo que tenía la sensación de que aún seguía en ella. De repente, la tensión acumulada durante aquellos dos últimos días se tomó demasiado abrumadora, mezclada con el desengaño de su matrimonio en crisis y añadida al dolor que todavía sentía por la pérdida de su padre. Y en alguna parte de su alma, enterrado en lo más profundo, en un lugar al que no se atrevía a asomarse, anidaba también lo ocurrido con Pedro años atrás. Sin que pudiera evitarlo, las lágrimas empezaron a resbalar por sus mejillas.


Pedro se internó en el parque que corría al lado de River Road. Tan pronto como detuvo el coche, la abrazó.


—Lo siento —murmuró ella, entre sollozos.


Él no contestó. Simplemente se limitó a enterrar el rostro en su pelo y a estrecharla en sus brazos mientras lloraba.