martes, 7 de abril de 2020

RECUERDAME: CAPITULO FINAL





A medianoche, con una ligera brisa levantando las cortinas del dormitorio, Paula miraba el mar desde la terraza. Era el final de un día glorioso, pensaba, respirando profundamente el delicioso aroma del Mediterráneo.


Tenía tantos recuerdos: Celeste sonriéndole de manera conspiradora en el avión, la cara de sorpresa de Pedro...


Nadie da un golpe de estado como éste y se sale con la suya —le había dicho cuando se sentaron a cenar—. Ahora estás a salvo, pero pagarás más tarde, cuando estemos solos.


Cuando llegaron a la villa encontraron a todo el personal esperando para darles la bienvenida. Su sobrina Cristina, adorable con un vestidito de algodón blanco, le dio un beso en la mejilla y la llamó «tía Paula». Enrica, la cocinera, la llevó
aparte para consultarle el menú de la cena.


¿Le parece bien, signora Alfonso?


—Me parece estupendo —sonrió Paula.


Y cuando por fin pudo tener a Sebastian en sus brazos...


Abrazar a su hijo otra vez, respirar el aroma de su pelo, sentir su aliento en el cuello, los deditos agarrando su pelo, aquella sonrisa con dos dientecitos... era como estar en el cielo y Paula no pudo contener la emoción. Nadie pudo hacerlo. Lorenzo y Edmundo parpadeaban furiosamente, Juliana lloraba tanto como ella y Celeste no dejaba de secarse los ojos con un delicado pañuelo de seda.


Mira, cariño, te recuerda —había dicho Pedro—. Sebastian conoce a su mamá.


Después de mirar por última vez el cielo cubierto de estrellas, dándole silenciosamente las gracias, Paula volvió a entrar en la habitación para mirar a su hijo, dormido en la cuna. Estaba tumbado de espaldas, con los bracitos levantados...


Es perfecto, ¿verdad? —murmuró Pedro, pasándole un brazo por la cintura.


—Es perfecto, sí —asintió ella, inclinándose para besar la regordeta mejilla de Sebastian—. Lo quiero tanto.


Y yo te quiero a ti —Pedro buscó sus labios en un beso lleno de ternura—. Vamos a la cama, cariño. Voy a demostrarte cuánto te quiero.


Estaba en casa por fin y las dos personas más importantes del mundo estaban con ella.


Pedro la quería. Sebastian la quería.


Ella los quería a los dos.


Era suficiente, lo tenía todo.


Paula sintió entonces que su corazón se llenaba de una felicidad que duraría para siempre.




RECUERDAME: CAPITULO 42




Pedro llevaba dos horas paseando de un lado a otro. No debería haberla dejado ir sola, pensaba. 


Él quería a su madre, pero la conocía bien y sabía que podía ser muy orgullosa. Y aunque Paula parecía segura de sí misma, él sabía también que aún era una mujer frágil, vulnerable.


Pero cuando por fin volvió al ático, lo único que dijo fue que se lo contaría todo más tarde porque tenían que irse al aeropuerto lo antes posible.


Una vez en el coche, Paula se dejó caer sobre el asiento, estirándose primorosamente la falda.


—¿No vas a contármelo?


No —contestó ella—. Lo único que quiero es llegar a Pantelleria lo antes posible para ver a mi niño.


—Por lo menos dime que no ha sido horrible.


Paula le dio un golpecito en la pierna.


—¿Tú ves sangre en alguna parte?


No, pero no lo esperaba. Mi madre no necesita infligir heridas, puede partir a una persona por la mitad con una sola mirada.


Pero yo aprendí hace,muchos años a soportar ese tipo de miradas, cariño —rió ella—. Y tú deberías saberlo.


Estoy empezando a pensar que no sé nada de ti. ¿Desde cuándo mi dulce esposa se ha convertido en una guerrera?


Paula se inclinó hacia delante para darle un beso en la mejilla.


—Desde que su marido le dijo que la quería.


—¿Cómo no voy a quererte? —murmuró él, emocionado—. Me abrumas, querida Paula. No conozco a nadie con un corazón tan grande y, gracias a Dios, me lo has dado a mí. Aunque al principio estaba demasiado ciego como para ver lo afortunado que era.


—No es cómo se empieza sino cómo se acaba —dijo ella sabiamente—. Estamos juntos y pronto estaremos de nuevo con nuestro hijo. Para mí, eso es lo único importante. Háblame de él, Pedro. ¿Cómo está ahora? ¿Sigue teniendo tanto pelo?


Ha crecido, como puedes imaginar, y ya tiene dos dientes...


—¿Dos dientes?


Y ya empieza a gatear. Pero sus ojos siguen siendo tan azules como los tuyos y su pelo es tan oscuro y tan rizado como siempre.


—Estoy deseando verlo —murmuró Paula, llevándose una mano al corazón—. ¿Crees que me reconocerá?


—Pronto lo descubriremos, amore —sonrió él, cuando el coche llegaba al aeropuerto—. Tardaremos poco en llegar a Pantelleria.


Pero cuando subió al jet se llevó la sorpresa de su vida. Porque sus padres estaban allí, tomando una copa de champán.


—Pero bueno...


—Ah, por cierto —lo interrumpió Paula—. He invitado a tus padres a cenar con nosotros en la isla.


Pensé que ibais a quedaros en Milán unos días.


Hemos cambiado de planes a última hora —sonrió su madre.


—He organizado una cena para seis tus padres, Juliana y Lorenzo, que ya están en Pantelleria, y nosotros —sonrió Paula—. Llamé a Antonia esta mañana para avisarla. Yo creo que toda la familia debería reunirse para celebrar esta ocasión, ¿no te parece?


¿Una copa de champán, hijo? —sonrió su padre.


—Me parece que necesito algo más fuerte —rió Pedro—. Prefiero un whisky.




RECUERDAME: CAPITULO 41




—Gracias por recibirme, signora Alfonso —dijo Paula, intentando armarse de valor—. Sé que mi visita es una sorpresa para usted.


—Desde luego que sí —Celeste Alfonso la llevó a un salón tan magníficamente decorado que casi daba miedo y le hizo un gesto para que se sentara en un sofá de terciopelo blanco.


¿Cómo lo hacía?, se preguntó Paula. ¿Cómo podía tener ese aspecto inmaculado? ¿Nunca se le salía un pelo del moño? ¿Nunca se le corría la máscara de pestañas o se le rompía un tacón del zapato?


Celeste cruzó elegantemente las piernas, puso las manos sobre el regazo y esperó, levantando un poco sus bien depiladas cejas.


No iba a ponérselo fácil, estaba claro.


—Primero, debo decirle que he recuperado la memoria —empezó Paula—. Recuerdo todo lo que ocurrió el año pasado, incluso el accidente. Y, por supuesto, a mi hijo.


—Entonces, supongo que debería felicitarte.


—Entiendo que tenga reservas sobre mí, signora Alfonso, porque, como ha dicho en más de una ocasión, yo no soy nadie y Pedro es un hombre muy rico.


—¿Dónde quieres llegar, Paula? ¿Estás pidiendo que perdone tus errores?


—No —contestó ella—. Yo no he hecho nada que requiera su perdón.


—¿Entonces por qué has venido?


—Para dejar las cosas claras de una vez por todas sobre mí yo no he tenido la suerte de vivir en un mundo privilegiado ni tengo grandes títulos académicos, pero soy una persona inteligente y no me avergüenzo de mis padres porque ellos me enseñaron la diferencia entre el bien y el mal. Mis padres no eran ricos, pero sí eran personas justas.


—¿Y por qué vienes a desnudarme tu alma ahora?


—Porque lo crea usted o no, entre Yves Gauthier y yo no hubo nada más que una buena amistad. Los dos éramos canadienses y ésa era nuestra única conexión. Estoy enamorada de Pedro, lo he estado desde el día que lo conocí y siempre lo estaré. Nuestro matrimonio no ha sido fácil y tampoco esos últimos meses, pero somos un equipo —Paula tragó saliva—. Y no voy a dejar que nada se interponga entre nosotros. Ni otro hombre ni un accidente que pudo costarme la vida... ni usted, signora Alfonso.


La madre de Pedro asintió con la cabeza.


—Ya veo. ¿Eso es todo?


¿Era un brillo de respeto lo que veía en sus ojos?, se preguntó Paula. Animada por esa posibilidad, siguió:
—No, no es todo. Si algún día mi hijo me dijera que va a casarse con una mujer porque la ha dejado embarazada, mi reacción inicial sería de preocupación. Podría pensar que la chica había querido atraparlo, que había querido entrar en su círculo social...


Ah, veo que tenemos algo en común después de todo.


Lo que tenemos en común, signora Alfonsoo, es que las dos queremos a Pedro y a Sebastian. No estoy pidiéndole que me quiera a mí también, pero ¿no podemos olvidar nuestras diferencias y tener una relación más cercana basada, si no en el afecto, sí en el mutuo respeto?


—No lo creo —contestó Celeste. Esa respuesta, pronunciada con lo que parecía total convicción, desanimó a Paula—. No creo que sea posible —añadió la madre de Pedro, con una sombra de sonrisa—si insistes en llamarme signora
Alfonso.


—¿Qué?


Mamá sería un poco prematuro, por supuesto. ¿Pero no crees que podrías llamarme Celeste?