viernes, 11 de junio de 2021

NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 29



La mañana llegó enseguida porque Maite la despertó a las dos de la madrugada y luego, de nuevo, a las seis. Paula se levantó de la cama para trabajar en la gala de Penny's Song antes de que la niña despertase de nuevo.


Grogui, pero eficiente, empezó a hacer planes para organizar la cena en el rancho y a las doce había encargado unos folletos en la papelería de Red Ridge e incluso había conseguido una entrevista en la emisora de radio local. Al día siguiente puliría los detalles pero, por el momento, había puesto en marcha la primera gala del rancho Penny's Song.


Esa tarde, Paula fue al rancho a buscar a Pedro. Lo encontró en el corral, hablando con tres niños que lo miraban entusiasmados.


–Hay que cepillar a los caballos todos los días. Si han corrido mucho, hay que quitarles el polvo, la piel muerta y el pelo bajo la capa de sudor. Hay que pasar el cepillo de arriba abajo con fuerza y ese masaje relaja sus músculos.


Pedro les demostró cómo cepillar a Tux.


–Cuando terminéis de cepillarlos tenéis que pasarles la manguera.


Paula estaba a dos metros, con Maite en brazos, cuando Pedro la vio y esbozó una sonrisa antes de volverse hacia los niños.


Maite, con un gorrito para evitar el sol, acababa de despertar de la siesta y miraba el caballo, fascinada. Cuando Tux relinchó, la niña lanzó un grito de alegría y Pedro se volvió, riendo. Cada vez que miraba a Maite con esa expresión, Paula sentía que se le hacía un agujero en el estómago. Aunque era lógico porque Maite era una monada, desearía no alterarse tanto cada vez que Pedro le prestaba atención a su hija.


Los niños la saludaron alegremente y ella les devolvió el saludo. Solo había pasado una semana, pero estaba claro que los niños se habían convertido en una familia.


Paula se dirigió a la tienda para ayudar a Claudio a colocar cosas en las estanterías y entretener a Maite con objetos de colores.


Veinte minutos después, la niña empezó a protestar. No quería estar en el cochecito y tampoco parecía cansada, pero cada vez que la tomaba en brazos intentaba que Paula la dejase en el suelo.


Paula intentó darle el biberón y cantarle sus canciones favoritas, pero Maite seguía llorando. Tanto que cuando Hernan, un niño de diez años, entró en la tienda, no pudo atenderlo porque los gritos de Maite eran aterradores.


–Calla, cariño –susurró, sin saber qué hacer.


El pobre Hernan se tapó las orejas con las manos, mirando a Maite como si fuera una extraterrestre.


Paula iba a dejar a la niña en el cochecito cuando Pedro entró en la tienda.


–No sé qué le pasa…


–Deja que lo intente yo.


La voz masculina le llamó la atención a Maite, que alargó los bracitos hacia él mientras hacían el intercambio.


Un segundo antes estaba dando alaridos y, de repente, apoyó la cabecita en su pecho y se quedó callada. Cien kilos de músculo en contraste con su adorable niña de casi cinco meses, que parecía hipnotizada.


Paula se dejó caer sobre un taburete.


–Vaya.


–¿Me puede dar ese camión? –preguntó Hernan.


–Claro que sí. Has trabajado mucho –dijo Pedro, alargando un brazo para tomar el camión de la estantería.


–Desde luego que sí –el chico lo miraba como si pudiese convertir la arena en oro.


–Dale tu tiquet a la señora Alfonso.


Unos segundos después, Pedro y Paula estaban solos en la tienda.


–Me siento traicionada –dijo ella. –Yo no podía hacer que dejase de llorar y entonces apareces tú…


–Se me dan bien las mujeres –replicó él, burlón.


–¿Hasta los bebés?


–Eso parece –Pedro le tapó las orejitas a la niña. –Y tengo la impresión de que anoche dejamos algo sin terminar…


La noche anterior Paula había soñado con terminar lo que habían dejado a medias en el jardín del hotel y su sueño había sido increíblemente erótico.


Pedro


–Admite que también tú lo has pensado.


Ella tragó saliva. Se estaba ablandando y era imposible no hacerlo al ver a Pedro con Maite. Pero tenía que ser sensata.


–He estado pensando en Penny's Song todo el día y he decidido que queda algo por hacer.


–¿Qué?


–Una entrevista en la radio.


Pedro hizo una mueca.


–No.


Paula había esperado esa reacción.


–Con el nombre de Pedro Alfonso detrás de Penny's Song la gente se interesará más y tú lo sabes. Piensa en el dinero que podríamos recaudar.


–Ya no soy un personaje famoso y ahora que he dejado mi carrera me gusta pasar desapercibido, tú lo sabes. Red Ridge es mi hogar y la gente de aquí respeta mi privacidad.


–Sí, lo sé…


–He terminado con esa parte de mi vida, Paula, pensé que lo habías entendido.


–Pues claro que lo entiendo –dijo ella. –Y por eso no he pedido una entrevista en una emisora importante. Es una emisora local, pero cuanta más gente nos escuche más fácil será recaudar dinero para el proyecto.


Maite apartó la cabecita para mirar a Pedro a los ojos y esbozó una sonrisa sin dientes. Fue un momento especial entre ellos, niña y hombre, que hizo sentir a Paula una punzada de celos.


–No quiero hacerlo –insistió Pedro.


–Pero lo harás –dijo Paula.


Él tuvo que reír.


–Me irrita cuando tienes razón.


–Debes llegar a la emisora mañana a las ocho. Te llamaré luego para darte los detalles.


–Será mejor que me vaya antes de que me convenzas para que dé un concierto –Pedro besó la cabecita de Maite como si fuera algo que hiciese todos los días ates de devolvérsela a Paula. –Ten cuidado con ella, es muy manipuladora –le advirtió a la niña.




NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 28

 


Paula se bajó el vestido y Pedro se subió la cremallera del pantalón a toda prisa.


–No pasa nada. Solo estaba enseñándole el hotel a mi mujer.


Un hombre mayor con uniforme azul apareció entonces.


–¿Y qué estaba enseñándole aquí, donde no hay luz?


Pedro tuvo que sonreír.


–Se sorprendería.


El vigilante sacudió la cabeza.


–Pensé que eran un par de críos haciendo lo que no deberían. ¿Son ustedes clientes del hotel?


–No –respondió Pedro. –Pero acabamos de cenar con Bruno Williams, el gerente.


–¿Ah, sí? –el hombre lo miró, escéptico. Pero entonces pareció reconocerlo. –¿No es usted un cantante famoso?


–Sí, lo era.


Pedro Alfonso, ¿no?


–El mismo.


–Entonces vive por aquí.


–Cerca de aquí, en el rancho Alfonso.


–Bueno, sigan con lo suyo, yo tengo un café esperándome en la garita.


–Sí, claro –Pedro le tomó la mano a Paula para ir prácticamente corriendo al aparcamiento. Pero en cuanto cerró la puerta y se miraron, los dos soltaron una carcajada.


–Seguro que no se te había ocurrido que pudieran meternos en la cárcel –bromeó Pedro, apoyándose en la puerta de la casa de invitados.


–Ha sido una noche increíble –asintió Paula.


Él levantó una mano para acariciarle el pelo.


–Sí, es verdad.


Paula suspiró. La noche no tenía por qué terminar. Pedro estaba esperando que dijera eso y le gustaría tanto. Podrían pasar otra maravillosa noche juntos.


–Es tarde y mañana tengo muchas cosas que hacer –dijo, sin embargo.


A veces le gustaría soltarse el pelo, olvidarse de todo y no ser tan racional. ¿Por qué no podía invitarlo a entrar y olvidarse de las consecuencias?


Porque ella no era así.


Y debía pensar en Maite, eso era lo más importante. La niña necesitaba estabilidad.


–Debería decirle a Elena que ya estoy en casa –siguió, nerviosa. –Ha sido un detalle por su parte…


Pedro la interrumpió, tomándola entre sus brazos para besarla. Era un beso menos urgente que los anteriores, menos erótico, pero el sabor de sus labios era adictivo y Paula se lo devolvió durante unos segundos.


Estaba a punto de dar marcha atrás cuando Pedro la sorprendió apartándose primero.


–Dile a Elena que la llevaré a casa –murmuró, mirándola a los ojos. –La espero en el coche.


Paula abrió la boca para decir algo, pero Pedro ya se había dado la vuelta para subir al coche.


–Vaya –murmuró para sí misma.


Desconcertada, entró en la casa con el estómago encogido y el cerebro abrumado de imágenes. Intentaba encontrar sentido a lo que estaba pasando entre su marido y ella, pero no lograba hacerlo.


Elena se levantó al oírla entrar.


–¿Lo han pasado bien?


–Sí, muy bien.


–Ya lo veo.


–¡Elena!


¿Tan evidente era? Colorada, Paula decidió aclarar las cosas.


–No es nada de eso. Hemos estado hablando de Penny's Song.


–Uno no suele acabar despeinado y con ese brillo en los ojos solo por hablar… y tampoco desaparece un pendiente.


Paula se llevó las manos a las orejas. Le faltaba uno de sus pendientes.


–Son mis favoritos –murmuró, más avergonzada que antes.


¿Los habría perdido cuando Pedro la tomó entre sus brazos en la oscuridad? ¿O tal vez cuando fueron corriendo hasta el aparcamiento? Paula no pudo evitar una sonrisa y Elena asintió con la cabeza, como diciendo «ya lo sabía yo».


Lo mejor sería cambiar de tema, decidió Paula.


–¿Cómo está Maite?


–Durmiendo como un angelito. Despertó una vez, pero le di el biberón y volvió a quedarse dormida.


–Me alegro de que no le haya dado problemas –Paula se dirigió a la habitación y apoyó las dos manos en la cuna para mirar a Maite, la lucecita de seguridad en forma de Cenicienta le iluminaba la carita. –Es tan preciosa.


–Sí, lo es –asintió el ama de llaves.


–Gracias por quedarte con ella esta noche. Yo sabía que estaba en buenas manos.


–No me importa quedarme con Maite de vez en cuando.


Volvieron al salón y Elena tomó su bolso.


–Ah, casi se me olvida. Ha llamado un tal Jonathan Stevenson –le dijo, tomando una nota de la mesa. –Su ayudante le ha dado este número. He anotado aquí el mensaje.


–Muy bien, gracias. Pedro está esperando en el coche para llevarte a casa.


–¿Por qué no ha entrado?


–No lo he invitado a entrar –respondió Paula para que el ama de llaves no se hiciese una idea equivocada.


Una aventura antes del divorcio no arreglaba un matrimonio.


Cuando la acompañó a la puerta se vio abrumada por el deseo de abrazarla por ser tan buena con Maite y Elena le devolvió el abrazo con una sonrisa.


Después, Paula leyó la nota de la agencia inmobiliaria de Nashville:

La casa que quería está en venta. ¿Sigue interesada?


 


La casa, a las afueras de Nashville, tenía tres dormitorios y un bonito jardín. Era una casa perfecta para una familia. Había pensado comprarla incluso antes de que Maite apareciese en su vida y solía pasar por delante todos los días, antes de ir a la oficina.


Pero no podía tomar la decisión esa noche porque estaba pensando en Pedro y en una docena de cosas más.


–Mañana –murmuró, convencida de que tendría la cabeza más despejada después de una buena noche de sueño.




NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 27

 


Paula lo siguió, sorprendida, mientras la sacaba del restaurante. Ninguno de los dos dijo una palabra mientras iban hacia el jardín, el único sonido que se escuchaba era el del agua de la piscina cayendo por la cascada artificial.


–Me vuelves loco –murmuró él unos segundos después, bajando la manguita del vestido para besarle los hombros.


–No sé qué he hecho –susurró Paula, sin aliento.


No mucho, debía admitir Pedro. Paula nunca había tenido que hacer mucho para excitarlo. Y ahora que la había saboreado de nuevo, quería más.


–Esos suspiros mientras probabas el pastel… me han hecho desear que me probases a mí.


–¡Pedro!


Él buscó sus labios urgentemente y la besó hasta dejarla sin aliento, haciéndola suspirar una y otra vez. Enredando los dedos en su pelo, tiró de su cabeza suavemente…


Era tan preciosa, pensaba. No se cansaba de ella.


La sujetaba firmemente con una mano mientras con la otra le acariciaba los pechos por encima del vestido. Los sensible pezones respondieron de inmediato y jugó con ellos para darle placer, reemplazando la mano pon la boca hasta que Paula le pidió más. Con el corazón desbocado, chupó por encima de la tela, deseando más de lo que el decoro y el momento podían ofrecerles. Sin embargo, siguió haciéndolo sin pensar, perdido en las caricias.


Paula arqueó la espalda, acercándose más, tan enloquecida como él mientras seguía con el sensual asalto.


–Por favor… –susurró.


–Espera, cariño –Pedro estaba deseando terminar, pero Paula era lo primero. La había llevado hasta allí y la satisfaría allí mismo.


Sin decir una palabra, le dio la vuelta, acariciándola mientras sentía su trasero entre las piernas… pero en el último momento se contuvo. No podía hacerle el amor allí, en el jardín del hotel.


Pedro


Lo necesitaba tanto como ella y, aunque le hubiera gustado estar en la cama, no pensaba dejar que se fuera a casa insatisfecha.


–Paula… –susurró, levantándole el vestido para acariciarle el centro por encima de las bragas. Estaba húmeda y sabía que sería rápido. Su pasión lo excitaba de una forma increíble.


Cuando apartó las braguitas a un lado para acariciarla con los dedos, la sintió temblar entre sus brazos.


–Lo sé –le dijo al oído.


–¿Vamos a hacerlo de verdad? –la oyó susurrar, con tono incrédulo.


La respuesta de Pedro fue introducir un dedo en su interior hasta que la vio morderse los labios para no gritar de placer. Sus espasmos lo hacían sudar, pero la llevó hasta el final tapándole la boca con una mano para evitar que los oyeran.


Cuando terminó, se volvió para mirarlo, sus preciosos ojos azules brillaban a la luz de la luna.


–Nunca he sido una amante egoísta –le dijo, bajando una mano para acariciarle la erección por encima de los pantalones.


–No empieces algo que no puedes terminar –le advirtió él.


Paula se mordió los labios.


–Dime que esto es solo sexo.


Tenía que saber que era solo un momento de locura antes del divorcio. No la había perdonado y ella no lo había perdonado a él.


–Solo es sexo –murmuró Pedro.


Paula empezó a desabrochar su cinturón…


–¿Qué hacéis ahí? –escucharon una voz a lo lejos. –Seguridad del hotel, salid para que pueda veros.