sábado, 4 de enero de 2020

HEREDERO OCULTO: CAPITULO 11




Para Paula, la «mudanza» de Pedro a Summerville fue como cuando se habían conocido.


Ella había trabajado sirviendo mesas en una cafetería cerca de la universidad mientras estudiaba. A él le había pagado la carrera su padre y se había pasado todo el tiempo libre jugando al fútbol y asistiendo a fiestas en las residencias universitarias.


Una noche, Pedro había entrado en la cafetería con un grupo de amigos.


Paula se había fijado en él, y en todos, pero no le había dado más vueltas al tema. Era un grupo de clientes más, de los que entraban y salían de la cafetería sin ninguna preocupación, mientras ella se dejaba la piel trabajando para poder seguir estudiando.


Pero Pedro había vuelto. Unas veces con amigos, otras, solo.


Le había sonreído. Le había dejado generosas propinas y había charlado de cosas sin importancia con ella. Y Paula no se había dado cuenta hasta mucho después que le había ido contando su vida por capítulos en cuestión de un par de semanas.


Por fin, le había pedido que saliese con él y ella ya estaba demasiado enamorada como para rechazarlo.


En esos momentos tenía las mismas sensaciones que entonces: sorpresa, confusión, emoción… Pedro era como una catástrofe natural: un tornado, un terremoto, un tsunami que ponía toda su vida patas arriba.


En una hora, había hablado con todo el mundo con quien tenía que hablar y había dejado claro que estaría en Summerville hasta nueva orden.


Hasta donde Paula sabía, no le había contado a nadie el motivo. Lo había oído hablar con su hermano y decirle que el negocio en el que había pensado invertir le había parecido prometedor y que tenía que quedarse para estudiar mejor la inversión.


Tal vez fuese lo más inteligente. Sin duda, si Eleanora Alfonso se enteraba de que su querido hijo tenía un bebé con su malvada exmujer, se volvería loca y se pondría inmediatamente a conspirar para conseguir que Pedro y Dany estuviesen con ella.


–Ya está.


Pedro empujó la puerta batiente de la cocina, donde tía Helena y ella estaban trabajando, se metió el teléfono móvil en el bolsillo y luego se quitó la chaqueta del traje.


–Así tendré un par de semanas de libertad antes de que envíen a un equipo de rescate a buscarme.




HEREDERO OCULTO: CAPITULO 10




Paula deseó arrebatarle a Dany y salir corriendo. Encontrar un lugar en el que esconderse con su bebé hasta que Pedro perdiese el interés por él y se marchase por donde había llegado.


Pero conocía bien a su marido y sabía que no iba a marcharse y dejar a su hijo allí.


Así que supo que tenía que enfrentarse a la realidad. De todos modos, había estado preparada para contarle a Pedro que estaba embarazada cuando lo había averiguado, y sus valores morales seguían siendo los mismos que entonces.


No obstante, eso no significaba que estuviese preparada para hacer las maletas e ir con él a Pittsburgh. Su vida estaba allí. Tenía a su familia, a sus amigos y un negocio.


La idea de que Pedro se quedase en Summerville hizo que se le acelerase el corazón, sintió pánico.


Estaba entre la espada y la pared.


–No puedo volver a Pittsburgh –espetó, fingiendo que no la desgarraba por dentro verlo con su hijo en brazos.


–Bien, en ese caso, me quedaré yo aquí.


Paula notó cómo el pánico crecía en su interior.


–Pero no puedes quedarte para siempre –le dijo–. ¿Y la empresa? ¿Y tu familia? 


¿Y mi salud mental?


–No lo haré –le respondió él.


Luego le devolvió a Dany muy a su pesar, con cuidado para que no se despertase, y se sacó un teléfono móvil del bolsillo.


–Pero si piensas que la empresa, o mi familia, son más importantes que mi hijo, es que estás loca. Puedo tomarme un par de semanas. Solo tengo que decirle a todo el mundo dónde estoy.


Y, dicho aquello, se dio la media vuelta y fue hacia las escaleras mientras marcaba un número en el teléfono.


Paula se balanceó y miró a su hijo. Notó cómo las lágrimas le inundaban los ojos.


–Oh, hijo mío –susurró, dándole un beso en la frente–. Estamos metidos en un buen lío.



HEREDERO OCULTO: CAPITULO 9




Pedro se apretó los ojos, se le estaba empezando a formar un fuerte dolor de cabeza. No era la primera vez que la veía tan frustrada y descontenta.


–¿Vamos a empezar otra vez con eso? –inquirió.


–No –respondió ella enseguida–. Es lo bueno de estar divorciados, que no tenemos que hacerlo.


–¿Por eso me ocultaste que estabas embarazada? ¿Porque no te presté la suficiente atención?


Paula frunció el ceño. El bebé seguía mamando de su pecho, a juzgar por los sonidos, porque Pedro no podía verle la boca.


–No seas tan obtuso –replicó ella–. No te ocultaría algo así solo porque estuviese enfadada contigo. No sé si recuerdas que no nos separamos precisamente de manera amistosa, y que fuiste tú quien se negó a hablar conmigo.


–Pues tenías que haber insistido.


Ella lo fulminó con sus ojos azules.


–Lo mismo podría decir yo de ti.


Pedro suspiró. Sabía que no iba a conseguir nada discutiendo con Paula.


Así que intentó calmarse y ser diplomático.


–Supongo que en eso podemos estar o no de acuerdo, pero, en cualquier caso, creo que me merezco algunas respuestas, ¿no?


La vio darle vueltas al tema, preguntarse por dónde empezar y qué contarle.


–De acuerdo –dijo por fin, aunque no parecía contenta con la idea.


Mientras él sopesaba sus opciones, la vio cambiar al niño de postura y abrocharse la blusa.


El bebé estaba profundamente dormido. Y Pedro supo de repente qué era lo primero que necesitaba saber.


–¿Es niño o niña? –preguntó, con un nudo de emoción en la garganta.


–Niño. Se llama Dany.


Dany. Daniel.


Su hijo.


Pedro le costó respirar y se alegró ver que Paula se levantaba del sofá y se giraba para dejar la manta en el respaldo de este, porque así no pudo ver cómo se le humedecían los ojos.


«Soy padre», pensó, mientras intentaba tomar aire y recuperar el equilibrio.


Habían hablado de tener hijos nada más casarse. Él había esperado que ocurriese pronto, se había sentido preparado. No obstante, como el bebé no había llegado el primer año, ni el segundo, la idea había ido apagándose poco a poco en su mente.


Y no había pasado nada. Él se había sentido decepcionado, y probablemente Paula también, pero habían seguido siendo felices juntos,
optimistas acerca de su futuro. Pedro estaba seguro de que si no habían conseguido tener un hijo del modo divertido, tradicional, más adelante habrían hablado de adoptar, hacerse una fecundación in vitro o acoger un niño.


Al parecer, nada de eso había hecho falta. No, Paula ya estaba embarazada antes de firmar los papeles del divorcio.


–¿Cuándo te enteraste? –le preguntó, siguiendo sus movimientos con la mirada.


Paula tenía al bebé apoyado en el hombro y le daba golpecitos en la espalda mientras se balanceaba suavemente.


–Más o menos un mes después de firmar el divorcio.


–Por eso te fuiste –dijo él en voz baja–. Pensé que te quedarías en Pittsburgh después de la ruptura. Luego me enteré de que te habías marchado, pero no supe adónde.


Aunque en realidad tampoco había intentado averiguarlo, aunque sí que había mantenido los oídos abiertos, por si se enteraba de algo.


Ella se encogió de hombros.


–Tenía que hacer algo. No había nada que me atase a Pittsburgh y pronto iba a tener un hijo al que mantener.


–Habrías podido acudir a mí –le dijo él, intentando contener la ira y la decepción–. Habría cuidado de ti y de mi hijo, y tú lo sabes.


Paula se quedó mirándolo un segundo, pero con la mirada en blanco.


–No quería que tú te ocupases de nosotros. No por pena ni por responsabilidad. Estábamos divorciados. Ya nos habíamos dicho todo lo que nos teníamos que decir y cada uno había seguido su camino. No iba a ponernos a ambos en una situación en la que no queríamos estar solo porque me hubiese quedado embarazada en tan mal momento.


–Así que viniste aquí.


Paula asintió.


–Mi tía Helena llevaba ya un par de años viviendo aquí. Se había mudado con su hermana cuando tía Clara había enfermado. Después de su muerte, Helena me dijo que la casa era demasiado grande para ella sola y que le vendría bien tener compañía. Cuando llegué, intentó solucionar, o al menos aliviar mis problemas dándome de comer. Y un día se me ocurrió la brillante idea de abrir una panadería juntas. Sus recetas son increíbles y a mí siempre se me había dado bien la cocina.


–Bien hecho –le dijo Pedro.


Con toda sinceridad. Le dolió no haber sabido nunca que Paula tenía la habilidad de cocinar, y que había preferido mudarse con su tía antes de acudir a él al darse cuenta de que estaba embarazada.


Él tenía medios más que suficientes para mantenerla a ella y a su hijo.


Aunque no se hubiesen reconciliado, le habría puesto un apartamento en algún lugar donde pudiese ir a verlos y pasar así el máximo tiempo posible con el niño.


Pero eso Paula ya lo sabía, así que si había decidido marcharse y mantenerse sola, había sido porque había querido. Jamás la había impresionado su dinero.


Nada más casarse, no había querido ir a vivir a la enorme mansión de su familia, y Pedro se preguntó en esos momentos qué habría ocurrido si le hubiese hecho caso.


Paula dejó de dar golpecitos al bebé en la espalda y Pedro le preguntó:
–¿Puedo tomarlo en brazos?


Ella miró al niño, que dormía en sus brazos, con indecisión.


–Si no va a despertarse –añadió Pedro.


Paula levantó la cabeza y lo miró a los ojos. Lo que la hacía dudar no era el miedo a que el bebé se despertase, sino a que Pedro se acercase a su hijo, o a tener que compartirlo, ya que hasta entonces había sido solo suyo.


Luego suspiró.


–Por supuesto –le dijo, acercándose a darle el bebé.


El último niño al que Pedro había tenido en brazos había sido su sobrina, que ya había cumplido tres años, pero por adorables que fuesen los hijos de su hermano, por mucho que los quisiera, tenerlos en brazos no había sido comparable a tener a su propio hijo pegado al pecho.


Era tan pequeño, tan guapo, transmitía tanta paz dormido.


Intentó imaginárselo recién nacido, nada más salir del hospital… pero no pudo, porque no había estado allí para verlo.


Frunció el ceño y supo que no podría marcharse de Summerville sin su hijo, sin haber pasado más tiempo con él y sin enterarse de todos los detalles que se había perdido desde el nacimiento del niño.


–Creo que tenemos un pequeño problema –le dijo a Paula–. He estado al margen de esto y tengo que recuperar el tiempo perdido, así que voy a darte dos opciones.


Antes de que a Paula le diese tiempo a interrumpirlo, continuó:
–O preparas la maleta y Dany y tú venís a Pittsburgh conmigo, o me das una excusa para que me quede yo aquí. En cualquier caso, voy a estar con mi hijo.





HEREDERO OCULTO: CAPITULO 8





Pedro no supo si sorprenderse o enfurecerse. 


Tal vez lo que sentía era una mezcla de ambas cosas.


En primer lugar, Paula le había mentido. El espacio que había encima de la panadería no era un almacén, ni el lugar donde descansaba su octogenaria tía, sino un apartamento en toda regla, con una mesa, sillas, un sofá, una televisión… una cuna en un rincón y una manta amarilla llena de juguetes en medio del suelo.


En segundo lugar, Paula tenía un hijo. No estaba cuidando el de una amiga; ni lo había adoptado después de su separación. Aunque no lo hubiese estado amamantando cuando él había entrado, habría sabido que era suyo por el protector brillo de sus ojos y la expresión asustada de su rostro.


Y, para terminar, aquel niño era suyo. Estaba seguro. Podía sentirlo. Paula no habría intentado ocultarle que era madre si no hubiese sido suyo.


Además, sabía sumar dos más dos. Paula tenía que haberse quedado embarazada antes de su divorcio, o haberlo engañado con otro hombre. Y a pesar de las diferencias que los habían separado, la infidelidad nunca había sido una de ellas.


–¿Me quieres explicar qué está pasando aquí? –inquirió Pedro, metiéndose las manos en los bolsillos de los pantalones.


Lo hizo para evitar estrangular a alguien, en concreto, a ella.


Por el rabillo del ojo vio moverse una sombra y tía Helena apareció con una manta para tapar el pecho desnudo de Paula y la cabeza del bebé.


–Estaré abajo –murmuró Helena a su sobrina antes de fulminar a Pedro con la mirada–. Grita si me necesitas.


Pedro no supo qué era lo que disgustaba tanto a tía Helena, cuando allí la única víctima era él. A él le habían ocultado que era padre. No sabía cuánto tiempo tendría el bebé, pero teniendo en cuenta el tiempo que llevaban divorciados y el que duraba un embarazo, debía de tener entre cuatro y seis meses.


La tía Helena y Paula eran las malas de aquella película. Le habían mentido. Le habían ocultado aquello durante todo un año.


Pedro miró por encima de su hombro para comprobar que se habían quedado solos y dio otro amenazador paso al frente.


–¿Y bien?


Paula no respondió inmediatamente, se tomó el tiempo de colocar la manta para que le tapase el pecho, pero no el rostro del bebé. Luego suspiró y levantó el rostro para mirarlo a los ojos.


–¿Qué quieres que te diga? –le preguntó en voz baja.


Pedro apretó los dientes y cerró los puños con fuerza.


–Estaría bien que me dieses una explicación.


–Por entonces no lo sabía, pero me quedé embarazada antes de que firmásemos el divorcio. Nuestra relación no era precisamente cordial, así que no supe cómo decírtelo y, si te soy sincera, no pensé que te importase.


Aquello enfureció a Pedro.


–¿No pensaste que me importaría mi hijo? –rugió–. ¿Que iba a ser padre?


¿Qué clase de hombre creía que era? ¿Y si tan malo pensaba que era, por qué se había casado con él?


–¿Cómo sabes que es tuyo? –le preguntó Paula en voz baja.


Pedro rio con amargura.


–Buen intento, Paula, pero te conozco demasiado bien. No habrías roto los votos del matrimonio por tener una sórdida aventura. Y si hubieses conocido a alguien que te interesase de verdad mientras estábamos casados… 


Pedro se quedó callado de repente.


–¿Es por eso por lo que me pediste el divorcio? –le preguntó–. ¿Porque habías conocido a otro?


Sabía que Paula jamás le habría sido físicamente infiel, pero, emocionalmente, era otro tema.


Pedro había trabajado y viajado mucho durante su matrimonio y Paula se había quejado de que se sentía sola y de que la trataban como a una extraña en su propia casa, cosa que él podía entender, dado el carácter frío de su madre y que nunca le había importado la mujer con la que él se había casado.


¿Acaso no se lo había dejado claro desde que había llevado a Paula a casa y le había anunciado su compromiso?


No obstante, en esos momentos sabía que, a pesar de haber oído las quejas de Paula, no las había escuchado. Se había desentendido de su infelicidad y se había dejado consumir por el trabajo, diciéndose que era solo una fase, y
que Paula la superaría. Hasta recordaba haberle sugerido que se buscase algún pasatiempo con el que distraerse.


No era de extrañar que lo hubiese dejado, después de que el hombre que se suponía que debía amarla y mimarla más que nadie en el mundo, la hubiese tratado así. Pedro fue consciente de que lo había hecho muy mal.


Y eso significaba que, si Paula había conocido a otro, no podía culparla, ya que solo había intentado ser más feliz de lo que lo era con él.


La idea de que otro hombre la hubiese acariciado hizo que a Pedro se le nublase la vista, pero seguía sin poder culparla.


–¿Es eso? –volvió a preguntar.


De repente, necesitaba saberlo, aunque ya diese igual.


–No –respondió Paula en voz baja–. No hubo nadie más, al menos, en mi caso.


Él arqueó una ceja.


–¿Qué significa eso? ¿Piensas que yo te fui infiel?


–No lo sé, Pedro. Dímelo tú. Eso explicaría que pasases tanto tiempo supuestamente trabajando.


–Acababa de asumir el mando de la empresa, Paula. Había muchas cosas que requerían mi atención.


–Y, al parecer, yo no era una de ellas –murmuró Paula en tono amargo.