lunes, 9 de diciembre de 2019

SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 49




-SE te ha ocurrido enviar estos dibujos a alguna editorial? -preguntó Pedro, mirando los dibujos que había hecho para los cuentos de Maia.


-No los mires, algunos están sin terminar -protestó ella-. Pero a Maia le encantan las hadas -añadió, recordando la cara de sorpresa de Pedro al ver el mural de hadas que decoraba la habitación de la niña-. No creo que le interesen a nadie más.


-Tienes un talento increíble, de verdad -insistió él-. ¿Por qué no terminaste la carrera?


-Porque me quedé embarazada y estaba hasta el cuello de deudas. A Leo, mi ex marido, le gustaba vivir por encima de sus posibilidades. Cuando se marchó, se llevó el coche, el estéreo y todo lo que no estuviera colgado a la pared. Y me dejó las facturas. 


-Menudo canalla.


-Sí, desde luego. Yo estaba tan cegada de amor... o por lo que creía amor, que no supe pararle los pies. Pero estaba embarazada y sola, mis padres tenían sus propios problemas y le agradecí que se quedara a mi lado. Eso duró unos meses. Enseguida me di cuenta de que era un mequetrefe.


-De todas formas, supongo que fue duro para tí.


-Lo fue, sí -suspiró Paula-. Pero todo fue más fácil cuando Leo se marchó. Al menos así sabía lo que me gastaba cada mes.


No quería ni recordar aquellos días trabajando en un supermercado mientras Nora cuidaba de la niña. Decidida a forjarse una vida mejor. 


Paula había hecho un curso de secretariado y se quedaba estudiando durante toda la noche, mientras la niña dormía.


-Deberías sentirse orgullosa de ti misma.


-Y lo estoy.


-Maia es una niña preciosa.- Una niña que en un solo día había despertado su instinto protector. Y algo más. Él nunca había sentido mucho interés por los hijos de sus hermanas, pero Maia era diferente. Y si quería tener una relación con Paula, debía aceptar que para ella su hija siempre sería lo primero.- ¿Tu ex marido ve mucho a Maia?


Paula se encogió de hombros.


- Visitas exporádicas cada seis meses. Él esperaba un niño... alguien a quien pudiera llevar al fútbol, pero en lugar de eso tuvimos a Maia, una niña pequeñita y frágil que no dejaba de llorar porque tenía cólicos.


-Pobre.- Sonrió Pedro.


-La novedad de tener una mujer y una hija se esfumó pronto y Leo me acusó de ser frígida... aunque si quieres que te sea sincera, lo último en lo que pensaba cuando me metía en la cama era en el sexo. Así que mi ex marido empezó a buscarlo en otro sitio.


Luego pensó en hablarle del sorprendente interés de su ex marido por ver a la niña, el cheque que le había dado por todos esos años sin pasar la pensión de manutención... pero decidió que era demasiado para el primer día.


-Te aseguro que no eres frígida -sonrió Pedro.


-Ya lo sé. Creo que eso quedó demostrado en Yorkshire.


-Definitivamente, no eres frígida.


Paula sonrió.


-La verdad es que con Leo nunca fue así. Y no me había acostado con nadie más.


-Y espero que no lo hagas ahora -sonrió Pedro.


-Por supuesto.


Evidentemente, estaban teniendo una relación. 


Pero, ¿dónde iba esa relación? Pedro no le había pedido que saliera formalmente con él, ni siquiera habían hecho planes para verse otro día. Y, sin embargo, no podía decirle que no. Además, a Maia le había caído bien. 


-¿Tienes hambre? No sé si hay algo en la nevera, pero puedes quedarte a cenar.


-Podríamos pedir comida china –sugirió él-. He visto un restaurante cuando venia hacia aca.


-Ah, buena idea. Me encanta la comida china.


Pedro se puso la chaqueta. 


-Vuelvo enseguida.


Quince minutos después Paula contestó al teléfono, segura de que sería él para comprobar si el pedido era de su gusto. Pero no era Pedro.


-Te estoy vigilando, zorra. Tu amante se ha ido, pero yo sigo aquí.


Tenía que ser Leo, pensó Paula mientras colgaba el teléfono. Había intentado disimular la voz, pero era él. Brian, el vecino, debía haberlo llamado por teléfono y seguramente estaría en su casa, pero la idea de que estuvieran vigilándola la ponía enferma.


Un golpecito en la puerta señaló el regreso de Pedro, que frunció el ceño al ver su expresión.


-¿Que ha pasado?


-Nada, nada. Es que ya no tengo hambre -contestó Paula-. Lo siento, pero estoy agotada. Si no te importa, me gustaría irme a la cama.


-¿Qué pasa, Paula?


-Nada.


El teléfono volvió a sonar y ella se sobresalto.


-¿Qué pasa?


-Nada, nada...


Cuando Paula iba a contestar, Pedro le quitó el teléfono y escuchó la retahila de insultos con total calma.


-No sé si sabes que la compañía de teléfonos está vigilando esta línea, amigo. Y esta llamada ha sido grabada. Estás hablando con el representante legal de Paula Chaves. Nos veremos en los tribunales -dijo antes de colgar.


-Qué horror...


-No es la primera vez que pasa, ¿verdad?


-No, no es la primera vez -suspiró ella dejándose caer sobre el sofá.


-¿Y quién crees que es, tu ex marido?


-No lo sé. Sí, bueno, yo creo que es Leo. Pero ahora has empeorado las cosas.


-¿Yo?


-Sé que intentas ayudarme, pero Leo se pondrá furioso y eso siempre es malo para mi hija... Hay que usar el sentido común con los psicópatas y mi ex marido lo es.


-Mañana a primera hora tienes que llamar a la compañía de teléfonos para que cambien tu número. Y luego yo llamaré a la policía. Cariño, hay leyes que impiden que un canalla como tu ex marido siga asustándote.


-No lo entiendes. Leo es muy listo. Seguramente le dirá a la policía que yo estoy loca o algo así. Les dirá que soy una mala madre para Maia. Haría lo que fuera para quitarmela.


-¿Quiere quitarte la custodia de la niña?


-No estaba interesado hasta que conoció a esa mujer... no puede tener hijos y, como tiene dinero, Leo ha decidido que van a formar una familia.


-Pero ningún juez le daría la custodia. Tú tienes trabajo, puedes mantener a tu hija y lo has hecho desde que nació... no te preocupes, se esta tirando un farol. Tengo amigos especializados en derecho de familia y te aseguro que tendrás él mejor abogado.





SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 48




-Así que ya está.- le dijo a Chris una hora después-. Vio a Maia y se marchó a toda velocidad.


-Supongo que se ha llevado una sorpresa.


-No le has visto la cara. Miraba a Maia como si fuera la hija de Frankenstein, Chris. Por alguna razón, odia a los niños. No puedo seguir trabajando para él, claro, pero dentro de dos semanas es Navidad... ¿Qué voy a hacer?


Entonces sonó el timbre y mientras Chris iba a abrir, Maia se subió a un taburete y miró a su madre solemnemente.


-¿Pedro es un hombre bueno, mamá?


-No, es arrogante, impaciente, irritante...


-Gracias por la descripción.-oyó una voz a su lado-. Pero seguro que se te ocurrirán adjetivos mejores.


-… Fisgón, engreido… - siguio Paula, sin asustarse. Aunque mentalmente admitía también «guapísimo» y «sexy». Su presencia en la cocina la dejaba reducida al tamaño de una casita de muñecas y era tan inesperada que tuvo que tragar saliva-. ¿Que haces aquí? Pensé que odiabas a los niños.


-¿Y de dónde has sacado esa idea?


-Margarita me dijo durante la entrevista que no querías contratar a nadie que tuviera hijos o que pensara quedarse embarazada. Yo estaba desesperada por conseguir un trabajo y...


-Y mentiste.


-A veces hay que mentir cuando uno necesita algo -replicó Paula-. Y, por lo visto, tú te niegas a contratar a mujeres con hijos...


-No me niego...


-Me pregunto qué habría pensado tu madre si se hubiera visto obligada a trabajar para sacar adelante a su familia.


Pedro se pasó una mano por el pelo.


-Mira, no es que no me gusten los niños. La verdad es que nunca he tenido mucho contacto con ellos. Pero Maia... es preciosa. ¿Ha heredado tu mal carácter?


-No, Maia es más tranquila que yo.


-Deberías haberme advertido el primer día que mi vida no volvería a ser la misma después de conocerte -dijo Pedro entonces. 


Desde el salon, Paula podía oír a Chris leyendole un cuento a su hija. Era la hora del almuerzo y había muchas cosas que hacer, pero se sentía como anclada al suelo, incapaz de moverse.


- Vas a casarte con Celina.


-No, rompí el compromiso en cuanto volví de Yorkshire.


-¡Oh, no! Pedro, no puedes... Celina debe de haberse quedado destrozada.


-¿Y qué esperabas que hiciera? ¿Cómo voy a casarme con Celina si le he sido infiel incluso antes de pasar por el altar? Está dolida y furiosa, claro, pero eso es mi problema, Paula. Mi responsabilidad. Tú no puedes hacer nada al respecto.


-Entonces, ¿qué pasa ahora? Lo que ocurrió entre nosotros fue un error. Yo no estoy dispuesta a acostarme contigo cada vez que tengamos que salir de viaje.


-Muy bien -dijo él-. Porque no quiero esperar a un viaje para acostarme contigo otra vez.


-Pedro, yo tengo a Maia, una hipoteca, responsabilidades... No puedo tener una aventura contigo.


-¿Puedes negar que hay algo entre nosotros. Dime que no sientes nada por mí, que la noche que pasamos juntos fue sólo sexo y te prometo que me marcharé.


-No, no puedo decir eso.


-Yo te he deseado desde que caíste en mis brazos aquél día, durante la tormenta. Te miré a los ojos y supe que estaba perdido. Y luego, cuando te vi en mi despacho supe que quería algo mas que una relación Jefe-secretaria. Pero entonces me dijiste que estabas casada...


-Sí, bueno, lo que pasó en el parque me dejo un poco asustada y pensé que lo mejor sería decirte que estaba casada para que no pensaras que intentaba cazarte o algo así. Margarita me había advertido que habíais despedído a una secretaría porque queria ligar contigo...
Ahora todo suena absolutamente absurdo, pero en ese momento me pareció lo mejor. Aunque lo siento.


-¿Cuánto lo sientes? ¿Tanto como para darme un beso?


Pedro la tomó entre sus brazos y buscó su boca con ansiedad. Era como volver a casa después de una larga ausencia, pensó Paula, enredando los brazos en su cuello.


-Mami, tengo hambre.


Paula se apartó de un salto. 


-Ahora mismo, cariño. Pedro, yo...


-No te preocupes. Iremos paso a paso -sonrió él, dándole un beso en la nariz-. Eso es todo lo que te pido. Descubrir que tenías una hija ha sido una sorpresa, desde luego. Y no sé dónde va esto, cariño... Si alguien me hubiera dicho que iba a estar así hace un par de meses me habría reído. Pero aquí estoy, pidiéndote una oportunidad para tener un sitio en tu vida y en la de tu hija.


-Paula, he Puesto un DVD para Maia.- la llamo su hermano desde el salón-. Voy a tomar una cerveza al pub. ¿Te parece bien?


-Sí, claro.


-Puedo quedarme si quieres.


-No, no hace falta -le aseguró ella, divertida al ver como Pedro y su hermano se miraban-. Pedro se queda a comer.


Paula metió un par de pizzas en el horno y preparó una ensalada mientras escuchaba las voces en el salón: una masculina, la otra una voz de niña, su niña.


Pedro había sido sincero al admitir que no sabía dónde iba aquella relación, pero estaba segura de que no le haría daño a Maia.


Y sólo podía rezar para que no le hiciera daño a ella.





SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 47





Pedro no volvió a la oficina durante toda la semana y Paula se dijo a sí misma que así al menos podría trabajar tranquila. No habría forma de escapar de la conversación que tenían pendiente, desde luego, y había decidido que no habría más secretos entre ellos. Le contaría todo, incluida la existencia de su hija.


Su relación con Pedro Alfonso no había empezado con buen pie y, por supuesto, tampoco iba a acabar bien. De modo que debería ir buscando otro trabajo.


El Sábado amaneció frío pero con sol y Paula aprovechó el buen tiempo para barrer las hojas del jardín, mientras Maia trotaba tras ella con su carretilla de juguete.


Esa era su vida, se recordó a sí misma mientras observaba a la niña correr entre las hojas. Su hija era lo mas importante del mundo para ella, pero no podía contener el dolor que sentía cada vez que pensaba en Pedro. Un dolor que la hacía sentir como si sólo estuviera viva a medias.


Lo echaba tanto de menos, que le dolía. Si cerraba los ojos podía ver su cara... ¿Como iba a olvidarlo?


Aunque encontrase un trabajo nuevo al día siguiente y no volviera a verlo nunca, jamas podría olvidarse de él. Pedro Alfonso era su otra mitad y sin el se sentía incompleta, pero no era suyo. Pedro amaba a otra mujer e iba a casarse con ella. De modo que tendría que aprender a vivir sin él.



*****

Pedro aparcó el coche y se miró un momento en el espejo retrovisor, maldiciendo en voz baja al ver el corte que se había hecho en la barbilla mientras se afeitaba por la mañana. 


Mientras apretaba el timbre de Paula, se pasó una mano por el pelo, revelando el gesto una tensión que intentaba disimular.


Volvió a llamar al timbre, pero aparentemente Paula no estaba en casa... Entonces oyó una vocecita en el jardín y bajó los escalones para echar un vistazo.


-Tú no eres el lechero- le dijo una niña con el pelo del mismo color que el de Paula-. Ni el cartero. ¿Quien eres, Santa Claus?.


Pedro trago saliva.


- No, me temo que no. Soy Pedro. ¿Quien eres tú?


-Maia Juana Chaves.- contestó la niña-. Vivo en el numero sesenta y tres de la calle Cedar y mi conejo se llama Borrón.


-¿Maia? ¿Con quién estas hablando? - Paula apareció de repente y se quedó parada-. ¡Pedro!


Él parecía horrorizado, no había otra forma de describir su expresión.


-Ésta es mi hija, Maia.


-Lo sé, acabamos de presentarnos. Muy bien, bueno, yo me voy...


Pedro, espera!


Pero él no esperó y Paula lo vio alejarse en su coche. No había querido que se enterase de esa forma, pero... quizá era lo mejor.