miércoles, 10 de junio de 2020

MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 46





Los últimos jirones de sueño que le quedaban de lo poco que había dormido, se desvanecieron cuando lo vio ante su puerta.


—¿Qué haces aquí?


—¿Siempre abres en pijama sin preguntar quién es? —gruñó Pedro.


—A esta hora —intentó no pensar en el hecho de que estaba mejor en carne y hueso que en sus fantasías— me pareció seguro asumir que las únicas personas que podían estar aporreando mi puerta serían los bomberos, que venían a evacuarme por las llamas que devoraban mi casa.


—Espero que eso no signifique que ya habías empezado a preparar el desayuno —dijo, logrando de algún modo pasar junto a ella para avanzar por el pasillo—. Porque de camino he traído algunos bollos.


—¿Por qué lo has hecho?


—Para ahorrarte tiempo. Ya sabes lo quisquilloso que es Damian con la puntualidad.


Sintiéndose como en un sueño, Paula cerró los ojos y volvió a abrirlos. Todo seguía igual.


—¿Qué pasa? Se suponía que debíamos reunirnos con Damian a las siete y media en la oficina.


—Y así es. Pero decidí que lo mejor era pasar a recogerte.


Debía estar bromeando. Vivía en la otra punta de la ciudad y a sólo veinte minutos de la oficina; desde la casa de Paula se tardaban cuarenta y cinco minutos en llegar, siempre que no hubiera atasco en Harbour Bridge.


—Pedro, ¿estás...?


—¿Dónde tienes la radio, Pau? Me gustaría escuchar las noticias mientras desayuno.


—Ponte cómodo —señaló el equipo de música, incapaz de manejar la situación hasta no haberse duchado—, pero no te molestes en prepararme nada. Sólo tomaré café.


—Debes comer, Pau.


—No, si no quiero.


—¿Dónde guardas el descafeinado? —puso dos servicios en la mesa, como si no la hubiera escuchado.


—No tengo.


—Oh... bueno, en ese caso imagino que tomaré té. Luego puedes comprar descafeinado.


—No lo haré —replicó, irritada por el modo en que se había adueñado de su cocina—. Odio el descafeinado. Ni siquiera empiezo a respirar hasta no haber tomado una taza y media de buen café negro.


—Bueno —se encogió de hombros—, a partir de ahora tendrás que practicar respirar desde el momento en que te despiertes. Pero no te preocupes, ya que no conozco a nadie que haya muerto por dejar el café.


—¿Sí? Pues la gente que ha muerto a manos de alguien desesperado por su dosis de cafeína corre el peligro inmediato de aumentar en uno —él le sonrió con expresión condescendiente al tiempo que servía unos bollos en los platos—. ¡Pedro! Te he dicho que no quiero desayunar.


—Lo sé. Pero, como decía siempre Flor, el desayuno es la comida más importante del
día. Y apuesto que un mordisco a este croissant te hará cambiar de idea. ¿Cómo quieres el té? ¿Hojitas o tienes bolsitas?


—¡Pedro! —lo agarró del brazo para llamar su atención—. ¡No quiero té, ni descafeinado, ni bollos que te alteran la mente! Sólo quiero café. C-A-F-É. ¿Vale?


—No, Pau...


—¿Qué?


—La cafeína no es buena para el bebé, así...


—¿Qué no es bue...? ¡Oh, por el amor del cielo! ¡No estoy embarazada! —rugió.


—No lo sabemos con seguridad —respondió con calma—. Y hasta entonces, lo mejor es
no correr ningún riesgo. Anoche pensé mucho en ello, y así como ambos esperamos lo
mejor, debemos estar preparados para lo peor. El hecho de que no lo planeáramos no elimina nuestras responsabilidades; razón por la que, si estás embarazada, nos casaremos de inmediato. A propósito —continuó, mientras vertía agua caliente en la tetera—, también hablé con un abogado amigo mío, y al parecer hay un período de espera entre la solicitud de una licencia y casarse. La buena noticia es que se puede evitar en ciertas condiciones, y estoy seguro de que Damian conocerá a alguien que nos acelere el proceso.


Pedro... ¿estás tomando alguna medicina?


—No, ¿por qué? —frunció el ceño—. Oh, ya entiendo. Quieres saber si existe la posibilidad de que afecte a mi esperma. Relájate, aunque si de verdad te preocupa puedo someterme a algún análisis.


No había querido volverlo loco, pero, como continuara de esa manera, quien terminaría encerrada en una celda acolchada sería ella.




MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 45




Si Pedro ofreció alguna respuesta a su «Nos vemos», Paula no la oyó por encima del caos emocional que reinaba en su interior; pero sintió sus ojos en ella todo el trayecto hasta la salida.


—¿Qué pasa? —preguntó Eugenia.


—Nada.


—Entonces, ¿qué prisa tienes y por qué me aprietas con tanta fuerza el codo, como si quisieras cortarme la circulación?


—Lo siento —la soltó.


—De acuerdo... ¿qué pasa entre Pedro y tú?


—Nada.


—Vamos, Paula. Estás hablando conmigo. Sé cuando te sientes molesta. Y la tensión que había entre ustedes dos no me la he imaginado.


—Muy bien —sonrió al tiempo que soltaba un suspiro resignado—. Tienes razón, estoy molesta... Ivan Carey estuvo alojado en la isla.


—¡Santo cielo! —Eugenia quedó boquiabierta—. Bromeas, ¿verdad?


—No. Ivan y su recién adquirida esposa estuvieron allí. A propósito, gracias por venir a recogerme. Invito yo la comida china de camino a casa.


—Buen intento, pero olvida la comida —dijo Eugenia—. Sólo quiero que me cuentes lo que
sucedió en Illusion. Todo. Repito... ¿qué pasa entre Pedro y tú?


—Ya te lo he dicho... nada.


—Exacto. Así que empieza a contarme algo.


—Euge, no hay nada que contar. De verdad. Ningún drama; la situación se hizo un poco
incómoda cuando apareció Ivan.


—¿Por qué?


—¿Por qué, qué? ¿Por qué fue Ivan allí?


—¿Por qué la incomodidad?


—¡Dios, Euge! ¿Tú por qué crees? —espetó, decidiendo que hacerse la ofendida era lo mejor en vista de su tenaz curiosidad—. No resultó muy fácil estar en la misma isla en esas circunstancias. Y, si no lo has olvidado, Pedro no se alegró mucho cuando le conté lo que sentía por Ivan. Al tenerlos en la isla, no dejó de recordarme que estaban casados y que yo había ido a trabajar. Imagino que si percibiste tensión entre nosotros es porque me molestó que me tratara como a una especie de muñeca poco seria —Paula se felicitó por su respuesta sincera, pero ambigua, aunque cuando la expresión de Euge sugirió que no estaba del todo convencida, añadió—: Y tampoco ayudó que la última esposa de sir Frank haya sido una antigua amante de Pedro.


—¡Qué me aspen!


—¡Sí! Estábamos todos. Te lo aseguro, Euge, Pedro y yo no hemos hecho otra cosa que andar de puntillas; ¿es de extrañar que estemos un poco tensos? No resultó fácil concentrarse en las negociaciones cuando ambos nos veíamos constantemente enfrentados con nuestro pasado emocional.


—Cielos, Paula, no me sorprende que tengas ojeras. Apuesto que te alegra que todo haya terminado.


—Sí... —ahí se acabó ceñirse a la verdad.




MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 44




Cuando el avión aterrizó en Sydney, Paula prácticamente corrió a la cinta para recoger el equipaje.


—¿Qué? —espetó sin mirarlo.


—¿Qué te parece si vamos a comer algo antes de irnos a casa?


—Gracias, pero no tengo hambre.


—Si no has comido en todo el día.


—Habrá sido porque no tenía hambre —lo miró—. Cuando eso cambie, comeré. Y ahora deja que busque mis maletas.


—Mira, Pau—suspiró y se mesó el pelo—, sé que lo que sucedió la noche pasada te molestó... ¡demonios, a mí también! Pero hemos de decidir a dónde iremos a partir de aquí...


—Yo me voy a casa —indicó sin apartar la vista de la maleta que había divisado en la cinta—. Tú puedes hacer lo que más te plazca.


—No me refería a eso. No podemos fingir que no ha sucedido nada —alargó la mano en el instante en que ella iba a recoger la maleta, descubriendo que aunque lo estaba volviendo loco, tocarla conseguía que incluso olvidara su nombre—. Pau...


—¿Qué?


—Mírame.


Antes de alzar la cabeza se tomó unos momentos para sosegarse. Fue inútil; una mirada a esos ojos negros como el carbón hizo que sintiera calor en sitios que sólo quería que tocara Pedro. Incapaz de mantener la mirada y la dignidad al mismo tiempo, giró la cabeza y el azar hizo que apareciera la distracción perfecta.


—Mira, Pedro, ahí está tu maleta.


—¡Olvida la maldita maleta! —la aferró de los hombros y la plantó delante de él—. No podemos evitar hablar de lo que pasó en la isla.


—Bueno, claro que no —dijo, maravillada por el tono tranquilo de su voz—. Damian esperará un informe detallado de la transacción. Mañana a primera hora es perfecto para mí...


—¡Deja de ser obtusa, maldita sea! —espetó—. ¡Hablo de haber dormido juntos! —la frustración hizo que elevara la voz, provocando que algunas cabezas giraran en su dirección.


—Cielos, Pedro, ¿por qué no pides que lo anuncien por los altavoces del aeropuerto?
—siseó con la cara roja y furiosa.


—Lo haré, si con ello consigo que dejes de tratar de evitar la situación. No hay na... ¡Maldición! ¿Qué hace ella aquí?


Paula siguió su mirada indignada hacia las puertas de cristal de la terminal nacional, y al ver a Eugenia se sintió aliviada.


—¡Eugenia! —gritó, aunque no pudo agitar la mano porque Pedro se la sujetó.


—Yo te habría dejado en casa —dijo con frialdad.


—No seas ridículo —se soltó—. Vives en la otra punta de la ciudad. La tarifa del taxi habría sido exorbitante.


—¿Cuándo ha empezado a preocuparte una tarifa de taxi? Desde que te robaron el coche tú has gastado más que nadie en taxis.


—Punto que nunca has dejado de recordarme —replicó—. No hay modo de complacerte,
¿verdad?


—Eso no es cierto, Paula. La otra noche lo conseguiste... varias veces.


—No estoy interesada en hablar de lo sucedido esa noche. Nunca.


—Es una pena, porque dentro de unos meses quizá tengamos que hablar de técnicas de parto.


—No estoy embarazada.


—Eso esperamos. Por desgracia, la esperanza no es una medida fiable para evitarlo.


—¡Hola, chicos! —para Paula, la llegada de Eugenia no podría haber estado mejor sincronizada. No sólo le evitó tener que responder, sino que coincidió con la desaparición por segunda vez en las entrañas del edificio de las maletas de él—. ¿Cómo fue el viaje, Pedro?


—Fructífero —repuso ella, decidida a abortar cualquier conversación—. Toma —adelantó el carrito con su equipaje y agarró a Eugenia por el codo—. Muy bien, vámonos. ¿Dónde has aparcado?