lunes, 13 de enero de 2020

HEREDERO OCULTO: CAPITULO FINAL





Dos años después…


Pedro recorrió la calle principal de Summerville silbando y saludando a los amigos con los que se iba cruzando. Silbando. Jamás había silbado en el pasado, pero últimamente se había sorprendido haciéndolo en varias ocasiones.


Lo que significaba que vivir en un pueblo no era tan aburrido y limitador como él había imaginado.


Aunque tampoco pensase que su felicidad tuviese tanto que ver con el lugar en el que vivía, como con cómo vivía, y con quién.


Aupó a Dany en su cadera y siguió silbando. El niño iba vestido con unos pantalones vaqueros y unas zapatillas con el logo de La Cabaña de Azúcar.


Se le había ocurrido a él, además de vender por correo pasteles, también vendían camisetas, jerséis, ropa de bebé, café y tazas, e incluso llaveros. Ya que pensaba que era la mejor publicidad que podía tener Paula, además del boca a boca.


–Vamos a ver a mamá –le dijo a Dany–. A lo mejor te da una galleta.


–¡Galleta! –exclamó el niño aplaudiendo.


Pedro se echó a reír.


Llegaron a la altura de La Cabaña de Azúcar y entraron en el local dedicado a la distribución.


Paula estaba detrás del mostrador, pero nada más verlos sonrió y salió.


Llevaba el pelo cobrizo recogido en una cola de caballo y un delantal también con el logo de la tienda de un blanco inmaculado.


–¡Galleta! –gritó Dany.


Y ella se puso de puntillas para darle un beso al niño y otro al padre.


–Tengo una sorpresa para ti –anunció Pedro mientras ella volvía detrás del mostrador.


La vio quitarse el delantal y buscar una galleta para Dany, volver a salir y dársela.


Sin el delantal se notaba más que estaba embarazada de cuatro meses. Y cada vez que veía su vientre abultado, a Pedro se le hacía un nudo en el estómago, de amor y de orgullo, y de alivio, por no haberla dejado marchar.


Se habían comprado una casa grande y muy bonita a las afueras del pueblo y se habían vuelto a casar, en esa ocasión en el ayuntamiento y con la mínima fanfarria. Solo los habían acompañado tía Helena y Dany.


Después, habían hablado de tener otro hijo. Uno con el que Pedro pudiese implicarse desde el principio.


–¿Cuál es la sorpresa? –le preguntó Paula.


Él se metió la mano en el bolsillo trasero de los chinos y sacó un catálogo que llevaba doblado. Lo abrió y se lo tendió para que lo viese.


–¡Oh, Dios mío! –gritó Paula emocionada, quitándoselo para hojearlo–. No puedo creer que esté terminado.


Era el catálogo de La Cabaña de Azúcar. Pedro también había hecho diseñar una página web y estaba buscando otros locales en alquiler para abrir más Cabañas de Azúcar en otras localidades.


–Y tengo más buenas noticias –añadió.


–¿Qué? –preguntó Paula contenta.


Pedro sonrió.


–Mi Hermano y yo hemos cerrado el trato esta mañana para abrir La Cabaña de Azúcar en el vestíbulo de Alfonso Corporation.


Paula no saltó de alegría, como él había esperado.


–¿Qué ocurre?


–Nada, es maravilloso, pero me preocupa lo que piense tu madre cuando se entere. Y si terminamos volviendo a la ciudad, como tenemos planeado…


–Ya lo sabe, se lo ha contado Adrian –le dijo él–. Sé que no será nunca la suegra ni la abuela perfecta, pero creo que, después de un tiempo sin tener noticias nuestras le ha quedado claro que siento devoción por ti. Eres mi esposa y no permitiré que nadie ni nada te haga daño ni se interponga entre nosotros. Ni siquiera mi madre.


Ella dio un paso al frente y apoyó las manos en su pecho.


–¿Lo sientes? –le preguntó en un susurro.


–Nada en absoluto. Solo me importáis Dany y tú, y este pequeño que está creciendo en tu interior –le dijo, acariciándole el vientre–. No cierro la puerta a hacer las paces con mi madre, pero no cambiaría mi vida de ahora por nada del mundo. ¿Lo entiendes?


Ella asintió despacio.


–Iré a limpiar a nuestro pequeño monstruo de las galletas mientras tú le enseñas el catálogo a tu tía. Con un poco de suerte se pondrá de buen humor y se quedará con Dany esta noche.


–¿Por qué? –le preguntó Paula.


–Porque me apetece algo dulce.


Paula inclinó la cabeza y le dedicó una seductora mirada.


–Bueno, pues estás en una panadería. Hay dulces por todas partes.


–Lo que yo quiero no está en el catálogo.


–O sea, que quieres hacer un pedido especial.


Él asintió.


–Pues tienes suerte, porque gracias a mi marido, hacemos pedidos especiales. Aunque tendrás que pagar un precio especial por el envío.


Él hizo una mueca y dijo en voz baja.


–Ningún problema. Por si no lo sabías, soy rico.


Ella sonrió y lo abrazó por el cuello.


–Yo también –murmuró.


Y ninguno de los dos hablaba de dinero.




HEREDERO OCULTO: CAPITULO 40





A Paula los segundos empezaron a parecerle horas y los minutos, años.


Y Dany cada vez le pesaba más.


–Deja que lo tome yo –le dijo Pedro al ver que hacía amago de sentarse en las escaleras.


Ella dudó un instante, pero se lo dio.


–Se está haciendo grande, ¿verdad? –añadió él sonriendo.


–Sí, está creciendo.


Iba a sugerir que fuesen a sentarse al salón a esperar a Renato, pero en ese momento oyeron un coche en la calle y un minuto después se abría la puerta.


Pedro le devolvió al niño a Paula y se giró muy serio hacia su asistente.


–Voy a hacerte unas preguntas y quiero que me respondas con sinceridad. No se te ocurra mentirme.


Renato Storch palideció.


–Sí, señor –balbució.


–¿Llamó Paula al despacho el año pasado, justo después del divorcio, para hablar conmigo?


Renato miró un instante hacia donde estaba ella con el niño.


–¿Sí o no, Renato? –inquirió Pedro.


–Sí, señor –respondió–. Es posible.


–¿Y le dijiste tú que yo no tenía nada de qué hablar con ella?


Renato abrió los ojos como platos.


–Yo… yo…


Cerró la boca, se humedeció los labios con nerviosismo y dejó caer los hombros.


–Sí, señor –admitió–. Lo hice.


–¿Por qué? –quiso saber Pedro, sorprendido.


–Porque yo le dije que lo hiciera.


La voz de Eleanora, profunda y severa, hizo que Vanessa se sobresaltase.


Dany empezó a moverse en sus brazos y ella lo balanceó y le dio un beso en la cabeza para tranquilizarlo.


–Madre –murmuró Pedro, girándose hacia ella–. ¿Qué estás diciendo?


–Que, después de tu separación, yo ordené al señor Storch que filtrase cualquier llamada de la señorita Chaves que llegase al despacho y que le dijese a esta que no querías volver a hablar con ella.


Pedro miró a su madre y a Renato con incredulidad.


Paula tenía el corazón acelerado, estaba emocionada.


–¿Por qué lo hiciste? –le preguntó a su madre.


Eleanora apretó los labios.


–Es basura, Pedro. Fue una pena que te casaras con ella y la trajeses a casa, pero no podía consentir que siguieseis en contacto cuando por fin habías tenido la sensatez de divorciarte de ella.


–Así que le ordenaste a mi asistente que no permitiese que hablase conmigo –dijo él.


–Por supuesto –respondió ella–. Haría cualquier cosa para proteger a la familia de semejante cazafortunas.


–Se llama Paula –le dijo Pedro entre dientes.


Antes de que a su madre le diese tiempo a responder, Pedro se acercó a Paula y tomó a Dany en brazos. Luego, volvió a acercarse a Renato.


–Estás despedido –le dijo–. Vuelve al despacho y recoge tus cosas.


–Sí, señor –respondió él.


–Y tú –continuó Pedro, girándose para fulminar a su madre con la mirada–. Siempre pensé que Paula exageraba cuando me contaba lo mal que te habías portado con ella a mis espaldas, pero ahora veo que tenía razón.


Pedro hizo una pausa y luego añadió:
–No volverás a vernos jamás. Vendrán por mis pertenencias y a por cualquier cosa que quede de Paula. La empresa es mía. Mía y de mi hermano. A partir de ahora ya no formas parte de la junta directiva y tu nombre no volverá a figurar en nada relacionado con la corporación.


–No puedes hacer eso –protestó Eleanora.


–Verás como sí.


Y, dicho aquello, Pedro abrió la puerta y salió por ella con Paula al lado.


–Dejad todas las cosas de Paula en mi coche –les dijo a las sirvientas.


Luego se acercó al taxi para pagarle.


–¿Qué vamos a hacer? –le preguntó Paula, todavía sin poder creer lo que acababa de ocurrir.


Él levantó una mano para tocarle la cara.


–Nos marchamos. Nos quedaremos en un hotel hasta que lo arregle todo en el trabajo, luego, volveremos a Summerville.


–Pero…


–No hay peros que valgan –le respondió él, suavizando el tono–. Lo siento, Paula. No lo veía. No te creía porque no quería admitir que mi familia no era perfecta ni que pudiese tratar a mi esposa de otro modo que no fuese con cariño y con respeto.


Le acarició la mejilla y Paula notó que se derretía.


–Si lo hubiese sabido, si hubiese entendido lo que estabas pasando, lo habría parado. Jamás habría permitido que lo nuestro se estropease.


Ella no podía hablar, pero lo creía.


–Te quiero, Paula. Siempre te he querido y siento haber malgastado tanto tiempo.


Ella notó cómo las lágrimas, lágrimas de felicidad, le inundaban los ojos.


Pedro se inclinó y apoyó la frente en la de ella.


–Si pudiese volver atrás y hacer las cosas de otra manera, jamás te dejaría marchar.


–Yo también te quiero –le dijo ella–. Y jamás quise marcharme, pero no podía continuar viviendo así.


–Lo sé.


–Y no quise mantener en secreto mi embarazo. Intenté contártelo, pero cuando Renato se negó a pasarte la llamada, me sentí tan dolida y enfadada…


–Lo entiendo. Ambos hemos cometido errores, pero no volveremos a hacerlo, ¿verdad?


Paula negó con la cabeza e hizo un esfuerzo por contener las lágrimas.


Él tomó su rostro con ambas manos y le dio un suave beso.


–Te quiero de verdad, Pau. Para siempre.


–Yo también te quiero –intentó decirle ella, pero Pedro ya la estaba besando con toda la pasión que había surgido entre ambos desde el momento en que se habían conocido.




HEREDERO OCULTO: CAPITULO 39






Pedro detuvo el Mercedes delante de la casa y apagó el motor.


Normalmente lo dejaba en el garaje, pero en esa ocasión solo iba a estar unos minutos. Se le habían olvidado unos documentos en el escritorio de su habitación y quería recogerlos y volver al trabajo lo antes posible, para que le diese tiempo a hacerlo todo y estar libre para la hora de la cena.


Normalmente se saltaba la cena en familia, pero en esa ocasión tenía ganas de estar allí, en casa, con Paula y con Dany.


Sonrió solo de pensar en ellos y se miró el reloj para ver cuánto tiempo podría entretenerse.


Delante de él había aparcado un taxi y se preguntó qué haría allí. Tal vez su madre tuviese visita.


Subió las escaleras, abrió la puerta y se detuvo de golpe al ver una pila de maletas y de cosas de bebé en el recibidor.


–¿Qué demonios está pasando aquí? –murmuró para sí mismo.


Oyó un ruido en lo alto de las escaleras y levantó la cabeza. Paula bajaba con Dany en brazos, con dos de las sirvientas de su madre detrás, cargadas de cosas.


–Gracias por vuestra ayuda –les estaba diciendo Paula–. Os lo agradezco mucho.


–¿Qué ocurre? –preguntó él en voz alta.


Paula levantó la cara al oírlo.


Pedro –susurró–. No esperaba que volvieses tan pronto.


–Es obvio –respondió con el ceño fruncido–. ¿Ibas a escabullirte otra vez? –la acusó.


–No –respondió ella, humedeciéndose los labios con nerviosismo–. Quiero decir, que sí, que me marcho, pero que no estaba intentando escabullirme. Te he dejado una nota arriba… detrás de la que me has dejado tú a mí esta mañana.


Él pensó, con cierto sarcasmo, que aquello era diferente.


–¿Y con una nota me compensas por marcharte mientras yo estoy trabajando? –inquirió Pedro–. ¿Con mi hijo?


–Por supuesto que no. Aunque, cuando leas mi nota verás que te explicaba que no nos marchamos. Solo vamos a trasladarnos de la mansión a un hotel en el centro. Iba a quedarme allí hasta que tuviese la oportunidad de hablar contigo.


–¿De qué?


Paula tragó saliva.


–Tu madre me ha pedido que me marche.


Él abrió mucho los ojos, sorprendido.


–¿Por qué?


–Por el mismo motivo que la última vez, porque me odia. O, al menos, no le parezco bien. Nunca he sido lo suficientemente buena para ti y jamás lo seré. Aunque en esta ocasión ha sido más rotunda que nunca a la hora de echarme porque la he retado.


–La has retado –murmuró él, intentando procesarlo, pero cada vez más confundido–. ¿Y por qué lo has hecho?


–Porque me niego a que me siga mangoneando. Me niego a que me haga sentir inferior solo porque siempre me considerará una camarera que no merece el cariño de su hijo.


Pedro sacudió la cabeza y avanzó hacia ella.


–Seguro que ha sido un malentendido. Mi madre puede ser distante, pero sé que está emocionada con Dany y seguro que también se alegra de tenerte a ti de vuelta en casa.


Alargó la mano para tocarla, pero Paula retrocedió.


–No, no es un malentendido, Pedro–le respondió en tono implacable–. Sé que quieres a tu madre y jamás te pediré que no lo hagas. Nunca intentaría distanciarte de tu familia, pero, a pesar de quererte mucho, no puedo quedarme aquí ni un minuto más.


Pedro se le encogió el corazón en el pecho al oír aquello. Lo quería…


–Me quieres –repitió–. Vale. Me quieres, pero te marchas. Otra vez. ¿Y Dany? ¿Has pensado en él? ¿Y el niño del que tal vez estés embarazada? Mi futuro hijo.


–No es justo que me hables así, Pedro –le dijo ella en voz baja.


–La verdad duele, ¿no? Con divorcio o sin divorcio, sabías que estabas embarazada y ni siquiera te molestaste en contármelo.


–No te atrevas a echarme eso en cara. Mantuve a Dany en secreto, sí, pero solo porque tú te negaste a hablar conmigo. Intenté contártelo, pero no te molestaste en escucharme.


–¿De qué estás hablando? –preguntó él con cautela.


–Te llamé en cuanto supe que estaba embarazada, pero tú habías dicho que no tenías nada de qué hablar conmigo.


–Yo nunca he dicho eso –murmuró Pedro.


–Sí, ese fue el mensaje que me dio Renato cuando le pedí que te pasase la llamada.


–Renato.


–Sí.


Pedro se sacó el teléfono del bolsillo y llamó a su asistente.


–Sí, señor –respondió el joven enseguida.


–Estoy en mi casa y quiero que vengas aquí en menos de quince minutos.


–Sí, señor –respondió Renato.


Pedro miró a Paula a los ojos mientras cerraba el teléfono.


–No tardará en llegar y vamos a llegar al fondo de este asunto de una vez por todas.