sábado, 28 de noviembre de 2020

VENGANZA: CAPITULO 14

 


Pedro salió del club Apolo con gesto de cansancio. Había tardado un buen rato en calmar a un cliente que protestaba porque, según él, uno de los jugadores de póquer hacía trampas.


Cuando iba a tomar el ascensor que llevaba a su suite miró el reloj. Paula estaría ahora en su habitación. Sonriendo, se detuvo en recepción un momento y pidió que lo pusieran con ella. Pero no contestaba nadie.


Quizá seguía en el bar, pensó, dirigiéndose hacia allí. En cuanto entró vio su melena roja…


Y no estaba sola.


Estaba con Jean-Paul Moreau.


¿Qué demonios hacía Paula con Moreau? Le había advertido que no se acercara a él.


El vestido plateado que llevaba destacaba sus curvas y la melena roja contrastaba vívidamente con el color pálido de la tela. Sentada en un taburete, con las piernas cruzadas, era la mujer más deseable del bar.


Tres años antes no había sentido más que rabia y desprecio por Paula y apenas había vuelto a pensar en ella desde entonces. ¿Qué había cambiado? ¿Por qué no podía dejar de mirarla? Sobre todo, después de comprobar que nada había cambiado. Al fin y al cabo, seguía con Moreau.


—¡Pedro! Pensé que…


—¿Estaba ocupado? —terminó Pedro la frase por ella.


—Sí.


—Pues ya ves que no.


—¿Otro vodka? —sonrió Moreau.


¿Vodka?


—Pensé que ya no bebías alcohol.


—Paula ya es mayorcita. Puede tomar lo que quiera —intervino el francés.


—Le dije que se alejara de ella —le recordó Pedro—. No, déjelo, da igual. He cambiado de opinión. Haz lo que te dé la gana, Paula. Bebe todo lo que quieras —añadió, antes de darse la vuelta.


No había cambiado en absoluto. Y cuanto antes dejase de pensar en ella, mejor.


—¡Pedro! —lo llamó ella cuando estaba en el vestíbulo.


—¿Qué?


—Quiero explicarte por qué estaba tomando una copa con Jean-Paul.


—Puedes beber con quien te dé la gana.


—Quería averiguar algo sobre lo que pasó cuando me fui de aquí…


—Olvídate del dinero. Ha desaparecido. Tienes deudas, ¿y qué? Todo el mundo las tiene. Eres joven, podrás pagarlas —le espetó Pedro—. En la cama, si es necesario.


La expresión de Paula cambió por completo. Pedro vio un brillo de furia en sus ojos antes de que levantase la mano y tuvo tiempo de apartarse para no recibir la bofetada. Pero un grupo de clientes que esperaba en el vestíbulo los miraba, perplejos.


Para no dar un escándalo, Pedro la tomó del brazo y la metió en uno de los ascensores.


—¿Cómo te atreves a decir eso? —exclamó ella, mientras se cerraban las puertas.


—¿Cómo me atrevo? ¿Quién sabe? Quizá podrías convencerme para que volviese contigo si fueras muy, muy buena. A lo mejor yo podría ayudarte a pagar tus deudas.


—No me acostaría contigo aunque fueras…


—¿El último neandertal en la tierra? Lo has hecho antes, Paula. ¿Por qué tantos escrúpulos de repente? —Pedro la tomó por la cintura y buscó sus labios. Cuando introdujo la lengua en su boca sintió que ella se rendía y una familiar excitación empezó a recorrerlo.


¿Cómo podía haber olvidado lo suave que era su piel, lo rojo que era su pelo? ¿O los suaves gemidos que emitía cuando la besaba? No recordaba nada de eso… no recordaba que supiera tan bien.


Quizá también él sufría amnesia.


Pedro deslizó las manos por su espalda hasta agarrar sus nalgas, apretándola contra él. Y Paula no protestó; todo lo contrario. Se puso de puntillas, derritiéndose contra su torso como si se hubiera rendido.


Pedro sintió la tentación de desabrochar el lazo que sujetaba el vestido y meter la mano entre sus piernas. Quería comprobar si estaba suficientemente húmeda para recibirlo, para deslizarse en su interior sin esperar más. Sólo saber que estaban en un ascensor lo detuvo.


Un ascensor. Demonios. Con lo enfadada que estaba, Paula le daría un bofetón. No, sería mejor ir despacio, se dijo.


Sin decir una palabra, deslizó las manos apasionadamente por sus costados, notando la forma de sus costillas, la tira del tanga que no podría ocultar nada. Paula dio un paso adelante, arqueándose hacia él, y Pedro aprovechó para volver a introducir la lengua en su boca mientras empujaba hacia delante para hacerla sentir su erección.


Pero el ascensor se detuvo de repente.


—Si sigues así, olvidaré mis buenas intenciones. Vamos a mi suite, Paula. Tres pasos y estaremos en el salón. Tres minutos y los dos podemos estar desnudos. ¿Eso es lo que quieres?


—No —contestó ella—. No quiero eso… ¿Qué estoy haciendo, Dios mío?


Pedro la tomó por los hombros para sacarla del ascensor.


—Lo que hemos hecho muchas otras veces. Sí, ya sé que no te acuerdas. Pero eso da igual.


—No da igual…


—Voy a decirte una cosa. Es mejor ahora que en el pasado —la interrumpió él—. Es más… no sé, no puedo explicarlo. Pero no me canso de ti. De tu sabor, de tu cuerpo apretado contra el mío. Te deseo, Paula.


—Me da igual. No puedo…


—¿Por qué? Sé que tú también me deseas.


—Qué arrogante.


Aunque era cierto. Lo deseaba. Pero le daba miedo decirle que sí.


—No puedo hacer el amor contigo hasta que recupere la memoria. ¿Quién sabe? Podría haber otro hombre en mi vida…


—¿Alguien tan importante que no te acuerdas de él? ¿Alguien como Jean-Paul Moreau?


Paula apretó los dientes.


—Buenas noches, Pedro. Me voy a la cama. Sola.



VENGANZA: CAPITULO 13

 


El bar estaba lleno de gente. Pedro se levantó y le hizo un gesto con la mano para que se acercase a su mesa. Al otro lado del cristal podía ver las luces del jardín y las de los yates anclados en el puerto.


—Siento llegar tarde. He tenido que ducharme después del espectáculo…


—No importa. ¿Qué tal ha ido?


—Bien.


—¿Quieres tomar algo?


—Un vaso de agua con gas, por favor.


—¿Estás segura? No tienes que volver a cantar hasta mañana —dijo Pedro, mirándola con cara de sorpresa.


—No me gusta mucho el alcohol.


—Ah, veo que has cambiado. Y me alegro.


Paula lo observó mientras hablaba con el camarero. ¿Cuál habría sido su relación con Mariana? Sabía que su hermana era dada a las fiestas, pero Pedro casi parecía desaprobar que bebiese alcohol. Algo que no cuadraba con su imagen de playboy.


—Qué raro que el propietario de una cadena de hoteles desee que sus clientes no tomen alcohol. Eso no puede ser bueno para el negocio.


—Tú no eres una cliente, eres una empleada. Y no eres famosa por beber agua precisamente.


—¿Qué quieres decir?


Pedro sacudió la cabeza.


—Casi es mejor que no recuerdes.


—Pero es que quiero saber.


—Lo único que debes saber es que… tenías un problema con el alcohol.


¿Un problema que él había exacerbado? ¿O sería al contrario?


«Yo lo amaba. Quería complacerlo en todo. Estaba dispuesta a hacer todo lo que él me pidiera. Siento mucho haberos fallado».


El recuerdo de las palabras de Mariana hizo que Paula tuviese que disimular una mueca de desprecio. No. Pedro Alfonso había tenido algo que ver con la muerte de su hermana. Él le había destrozado la vida.


—Bueno, ¿qué quieres preguntarme?


—Tú querías saber por qué necesito dinero, ¿no? Pues además de los gastos de hospital… me gustaría saber por qué hay una deuda de treinta mil euros en mi tarjeta de crédito.


—No tengo ni idea.


—Sacaba dinero de la tarjeta y me lo gastaba en el casino, ¿es eso?


—Te gustaba jugar, no es culpa mía —Pedro se encogió de hombro—. Pero yo no diría que eras una jugadora compulsiva.


—Pero treinta mil euros es mucho más de lo que yo podía permitirme.


—Tus fichas las pagaba yo, así que jugar no te costaba nada. Debiste de acumular deudas después de dejarme.


—¿Y dónde fui cuando me marché de Strathmos?


—No lo sé.


—Y tampoco te importó, claro.


Pedro la miró, sorprendido.


—Fui muy generoso contigo, Paula. Cuando vivíamos juntos tenías una tarjeta de crédito sin límite, dinero en efectivo a todas horas… podrías haber ahorrado algo.


Ella abrió la boca para protestar, pero tenía la impresión de que estaba diciendo la verdad.


—Siento mucho que tuvieras un accidente —siguió él—. Pero eres una mujer adulta. Has trabajado en clubs en Londres, en París. Para ti, Nueva Zelanda era un agujero al que no querías volver nunca. Supuse que te habrías ido a algún sitio a buscar otro «benefactor» que pagase todos tus gastos.


Paula parpadeó. Estaba claro que disfrutaba acostándose con Mariana, pero no parecía sentir ningún respeto por ella. Pobre Mariana.


—Cuando te encontré en la cama con Moreau me dio igual lo que fuese de ti. En realidad, esperaba que te ahogases. Me habías traicionado de la peor manera posible y lo único que deseaba era perderte de vista.


Si estaba diciendo la verdad, no sabía nada sobre el paradero de Mariana desde que se marchó de Strathmos. ¿Podría significar eso que lo había juzgado mal? Quizá Pedro Alfonso no tenía nada que ver con los problemas de su hermana.


Paula contuvo un suspiro. Había esperado descubrir la verdad a través de él, pero eso no parecía posible.


—¿Me marché de la isla con Jean-Paul?


—Es posible —Pedro se encogió de hombros—. También quería perderlo de vista a él.


Quizá el francés podría ayudarla, pensó Paula entonces. En ese momento el maitre llamó a Pedro discretamente, y él hizo un gesto de disculpa.


—Lo siento, pero me necesitan en otra parte. ¿Quieres que te pida algo más?


—No, gracias. Me voy a dormir.


Él la miró un momento, en silencio.


—La verdad, aunque no quiera, sigo preocupándome por ti.


Y después de decir eso se alejó.


Pensativa, Paula tomó su bolso y se dirigió a la puerta… donde estuvo a punto de chocarse con Jean-Paul.


—Cuidado, chérie —sonrió él, tomándola del brazo—. Me alegro de verte. ¿Te apetece una copa?


Tras la advertencia de Pedro, Paula habría querido decirle que no, pero tenía que averiguar qué había pasado con su hermana. Si Mariana se había ido de Strathmos con Jean-Paul Moreau…


—Sí, muy bien.


—Vuelvo enseguida.


Jean-Paul volvió unos minutos después con dos copas en la mano.


—¿Qué es?


—No pensarás que lo he olvidado, ¿verdad, chérié? —sonrió el francés—. Tú eres la única mujer que bebe vodka doble con tónica… como si fuera agua. El secreto de tu éxito, decías. Y eso te hacía increíblemente excitante.



VENGANZA: CAPITULO 12

 


Pasaron dos días sin que viese a Pedro. El miércoles por la mañana, Paula estaba tumbada al borde de la piscina del hotel. Había oído que Pedro solía nadar allí por la mañana, antes de que empezasen a llegar los clientes.


En el centro de la piscina había un grupo escultórico: cuatro caballos alados rodeando una fuente de la que manaba un chorro de agua que casi llegaba al techo.


Con los ojos medio cerrados, Paula casi podía imaginar las míticas bestias galopando por el cielo, conducidas por el dios del sol.


Un camarero acababa de llevarle una copa con una sombrillita rosa cuando oyó una voz familiar:

—Así que es aquí donde te escondes.


De repente, Paula deseó llevar algo más que aquel diminuto bikini.


—¿No tienes nada que hacer? Podrías trabajar en lugar de buscarme por todas partes.


Pedro hizo un gesto con la mano.


—Me dijiste que necesitabas dinero, ¿no?


—Sí…


—Pues acabo de descubrir que este contrato te parecía tan interesante que aceptaste un recorte en tu salario habitual. Y me gustaría saber por qué. ¿Cómo puedes permitírtelo cuando, supuestamente, tienes que pagar tantos gastos de hospital?


—Necesitaba urgentemente el dinero, por eso acepté un recorte en mis honorarios. No he trabajado mucho últimamente…


—Una vez me dijiste que lo mejor de ser bailarina exótica era que siempre tenías trabajo. Si necesitabas dinero, ¿por qué no has vuelto a bailar?


—Ya no hago eso. Me gusta cantar. Además, me pagan mejor —contestó Paula.


—¿Qué es esto? —preguntó Pedro entonces.


Ella levantó la mirada y vio que estaba señalando la copa.


—¿Es que no lo ves?


—No puedes beber nada antes de cantar.


—¿Ni siquiera un zumo de fruta? —preguntó Paula, irónica—. No contiene alcohol. Puedes olerlo si quieres.


—Muy lista. Como tu bebida preferida es el vodka, olerlo no serviría de nada.


Claro. Mariana siempre tomaba vodka…


—Mi único vicio —mintió Paula.


—¿Tu único vicio? —sonrió Pedro, irónico.


Los vibrantes ojos de color turquesa estaban rodeados por largas pestañas oscuras. Desde luego, Pedro Alfonso era el hombre más guapo que había visto nunca. Una pena que no fuera su tipo.


—Es el único que se me ocurre. Pero si lo pienso un rato, seguro que descubro alguno más.


—Inténtalo. Seguro que encuentras más vicios de los que recuerdas ahora. Como mentir, por ejemplo.


—¿Por qué dices eso?


—No estoy seguro… pero cuando descubrí que habías aceptado un recorte en tu salario pensé que me habías mentido.


—Ya ves que no.


Pedro la miró, en silencio.


—No me mientas nunca, Paula.


—No te he mentido. Necesito el dinero.


—¿Demasiadas compras, demasiadas fiestas?


Si él supiera… Mientras Mariana era de las que iban de fiesta en fiesta, Paula prefería pasar el tiempo al aire libre. Paseando, haciendo windsurf. O, sencillamente, asistiendo a un concierto en el parque. Placeres sencillos, no las fiestas sofisticadas a las que sus amantes querrían acudir.


¿Cómo podía averiguar dónde había ido a parar el dinero que su hermana había sacado de su tarjeta de crédito?


—Hace tres años no tenías deudas —dijo Pedro entonces—. Y poseías algunas joyas caras —añadió, mirando el anillo que Mariana le había regalado antes de morir y que él decía haberle comprado en Mónaco.


—No sé qué ha sido del dinero.


—¿No te acuerdas?


—No.


—Yo fui más que generoso contigo. Te compré ropa hasta que ya no te cabía en los armarios. Si te hubieras portado como una persona sensata, no tendrías estos problemas.


—¿Quieres decir si siguiera siendo tu amante? Si estuviera dispuesta a soportar tus exigencias…


—Pensé que lo habías olvidado todo. ¿Cómo es que recuerdas lo exigente que soy?


—He leído los cotilleos de las revistas. ¿Cómo crees que me enteré de que habíamos tenido una aventura?


—Entonces, no has venido sólo para ganar dinero. Quieres averiguar algo sobre nosotros.


Paula tragó saliva.


—Sé exactamente la clase de hombre que eres.


—¿De verdad? —murmuró él, mirándola a los ojos.


Demasiado cerca. Demasiado masculino. Demasiado… todo.


—No recuerdo nada —dijo Paula—. Pero sé lo que siento por ti.


—¿Y qué sientes? —preguntó Pedro, inclinando la cabeza…


—Me repugnas —contestó ella.


—Ah, me estás provocando —sonrió el magnate—. Quieres que te demuestre que estás mintiendo.


Ella lo pensó un momento. Quizá estaba utilizando una estrategia equivocada…


—La verdad es que no he sido sincera contigo.


—¿Ah, no? Qué sorpresa.


—No. Vine aquí para pedirte ayuda. Desperté sola en un hospital de Londres sin recordar cómo había llegado allí, con quién estaba o qué había pasado…


—¿La gente que presenció el accidente no te contó nada?


—Nadie sabía nada sobre mí. La única pista que tenía era una nómina de un sitio llamado el Palacio de Poseidón. Más tarde me enteré de que había trabajado allí… y de que había tenido una aventura contigo.


Más mentiras. Mariana le había enviado un correo electrónico desde Strathmos contándole que había conocido a un millonario que le daba todos los caprichos.


—Por eso estoy aquí. Pensé que… si volvía… si hablaba contigo, podría recordar algo de mi pasado.


—¿Y está funcionando?


—No —contestó Paula—. Pero quizá tú podrías ayudarme. Si me dejaras hacerte algunas preguntas…, eso me haría recordar.


Paula esperó conteniendo el aliento. No quería delatarse y esperaba que Pedro cayese en la trampa.


—Muy bien. Pero si eso no funciona, se acabó. Te irás en cuanto haya cumplido tu contrato.


—De acuerdo.


—Empezaremos esta noche, después del espectáculo.


—Prefiero que hablemos por la mañana.


—Yo soy un hombre muy ocupado, Paula. Si quieres mi ayuda, tendrá que ser esta noche. En mi suite.


—No —dijo ella a toda prisa. Lo último que deseaba era estar a solas con aquel hombre. La atracción que sentía por Pedro Alfonso le daba miedo. Aunque necesitaba saber qué le había pasado a su hermana gemela, no pensaba dejar que él la destrozase—. Te veré después del espectáculo en el bar Dionisio.


Pedro pareció pensarlo un momento.


—Muy bien, como quieras.




VENGANZA: CAPITULO 11

 


Una vez en la playa Paula saltó de la tabla a toda prisa, sabiendo que Pedro no dejaba de mirarla.


Con las zapatillas llenas de agua, corrió hacia donde había dejado la toalla y se dejó caer sobre ella con el corazón latiendo a toda velocidad.


Pedro se acercó un minuto después.


—No me habías dicho que hicieras windsurf.


Cuando se bajó la cremallera del traje de neopreno el sonido pareció un estruendo en medio de aquel silencio. Debajo llevaba un bañador oscuro, y Paula intentó no fijarse en su estómago plano, en los músculos bien definidos de un hombre que parecía hacer ejercicio a menudo.


—No sé por que no te lo dije.


¿Por qué no se lo habría contado Mariana? Especialmente sabiendo que Pedro también hacía windsurf. Sus padres habían pagado a un profesor para que les diera clases en Buckland's Beach, cerca de su casa. Mariana estaba más interesada en tontear con los chicos que en aprender, pero al final se convirtió en una experta.


—¿Cuándo te marchas? —preguntó Pedro.


—No me voy —contestó ella.


—Anoche dijiste que te ibas. ¿Por qué has cambiado de opinión?


—Porque si rompiera mi contrato, mi reputación quedaría empañada y podría tener problemas para encontrar trabajo.


—Yo me encargaría de que eso no ocurriera.


—No puedo irme. Necesito el dinero.


—¿Es ahora cuando se supone que debo ofrecerte dinero para que no te vayas? —preguntó Pedro, irónico.


—¡No! Tengo un contrato y pienso cumplirlo. Necesito el dinero, ya te lo he dicho.


—¿Para qué lo necesitas?


—Para pagar los gastos de hospital.


—¿Gastos de hospital?


—Por… el accidente.


—¿Eso es lo que provocó la amnesia? ¿Un accidente de coche?


—Los testigos dijeron que la persona que me atropello se dio a la fuga —mintió Paula—. Afortunadamente, cuando llegué al hospital recordé quién era. Pero no recuerdo nada sobre ti, sobre Strathmos… o lo que pasó cuando me marché de aquí.


—¿Sufriste alguna otra lesión?


—No, tuve suerte. Sólo un golpe en la cabeza.


—No creo que eso fuera una suerte. ¿La policía detuvo al conductor?


—No —contestó Paula, cruzándose de brazos. Detestaba mentir, pero no tenía más remedio—. ¿Entiendes ahora por qué necesito el dinero?


—¿Qué vas a hacer cuando termine tu contrato aquí?


—Mi representante está buscando algo.


—Muy bien. Pero tu contrato en Strathmos no será renovado. No te quiero aquí.


Paula tragó saliva. De modo que tenía menos de dos semanas para averiguar lo que había pasado…


—De acuerdo.



VENGANZA: CAPITULO 10

 


Paula estuvo dando vueltas en la cama durante gran parte de la noche. En sus sueños se mezclaba lo que le había pasado a su hermana con la extraña pasión que había nacido entre Pedro y ella. Pero poco antes de amanecer, el insistente golpeteo de la lluvia en los cristales logró que, por fin, se quedase dormida.


Por la mañana, saltó de la cama y abrió las cortinas. El sol no asomaba por entre las nubes y los árboles se balanceaban con el viento, pero al menos había dejado de llover. Como no tenía que trabajar hasta la noche, Paula decidió bajar a la playa para hacer windsurf. Eso la haría olvidar a Mariana, a Jean-Paul y… a Pedro.


Después de ponerse el traje de neopreno, llamó a recepción para comprobar que no habría tormenta y, tomando un par de plátanos, una botella de agua y una toalla, salió de su habitación.


La playa estaba desierta, y Paula eligió una tabla de entre un grupo que el hotel dejaba allí para los clientes. Llevándola hasta el agua, apoyó las dos manos en ella, esperando… Cuando llegó el primer golpe de viento, levantó el mástil y subió a la tabla de un salto. Colocando los pies, Paula ajustó la vela y dirigió la tabla mar adentro.


Sus preocupaciones se evaporaron mientras volaba sobre las olas.


Un par de horas después, Paula se percató de que había otra persona haciendo windsurf. Y se dirigía hacia ella.


Una rápida mirada al reloj le dijo que aún quedaba mucho tiempo antes del ensayo. Y no tenía el mar para ella sola a menudo. No iba a marcharse sólo porque hubiera otra persona en el agua. Tenían todo el mar Egeo para los dos. Si se alejaba un poco, quizá el desconocido la dejaría en paz.


Pero la vela blanca y negra seguía acercándose…


Era Pedro.


Por un momento pensó que iban a chocar, pero movió la vela en contra del viento y éste la alejó de la otra tabla. Paula se volvió después, mirándolo por encima del hombro.


Pedro seguía luchando contra el viento para acercarse a ella. Nunca la había deseado como en aquel momento.


Un segundo después, el viento amainó y las dos tablas perdieron velocidad. Pedro soltó una palabrota mientras se inclinaba para sujetar la vela. Cuando volvió a levantar la cabeza, vio que Paula se había tumbado sobre su tabla y estaba nadando hacia la playa. Sin mirarlo siquiera.