miércoles, 2 de diciembre de 2020

VENGANZA: CAPÍTULO 26

 


La llevó al Vellocino De Oro, un restaurante decorado con murales de Jasón y los argonautas. Aunque también había una mujer de largos cabellos que debía de ser Medea.


—Era un peligro Medea. Una bruja, una hechicera.


—Sí, bueno, pero Jasón no se portó nada bien con ella —sonrió Paula—. Medea lo ayudó a recuperar el vellocino de oro y, a cambio, él la llevó de vuelta a Corinto y se casó con ella. Pero luego decidió que era demasiado difícil estar casado con una mujer que era una bruja… y una extranjera, además. Así que decidió dejarla y casarse con otra.


—Pero Medea tenía otro plan —sonrió Pedro—. Veo que conoces bien la mitología griega.


—Mi padre es experto en los clásicos. Crecí rodeada por los antiguos mitos romanos y griegos.


Él la miró, sorprendido.


—No me lo habías contado.


—Sí, bueno, parece que no te había contado nada de mi vida.


—¿Y por qué terminaste siendo cantante?


—Mi madre toca el piano razonablemente bien, así que me enseñó a tocarlo cuando era niña. Me gustaba mucho cantar, de modo que empecé a tomar clases…


—Y lo de bailar… ¿Qué decía tu madre sobre eso?


Paula respiró profundamente. ¿Debía contárselo? Pedro estaba sonriendo de una forma tan encantadora. No, lo haría más tarde.


—En realidad, mi madre es responsable de eso también. Fue bailarina profesional de ballet y tuvo una academia durante muchos años. ¿Y tú? ¿Cuándo decidiste qué querías ser en la vida?


—Cuando cumplí trece años mi abuelo me llevó a comer y me dijo que un día heredaría su cadena de hoteles y que debía prepararme para dirigirlos. Mi primo Zaid heredaría la empresa naviera Kyriakos, y Tiziano, las refinerías de petróleo…


—No sabía que tu familia poseyera todo eso.


—¿No?


—Bueno… no me acuerdo —Paula carraspeó.


—Mi abuelo me prometió también que heredaría las tres islas que le pertenecían: Strathmos, Kalos y Dellinos. Pasé los primeros cinco años de mi vida en Strathmos, así que es la isla que mejor conozco. Intenté aprender todo lo que pude sobre el negocio…


Siguieron charlando durante la cena y, después, Pedro la acompañó a su habitación. El corazón de Paula latía dentro de su pecho.


—¿Quieres un café?


—¿Por qué no? —sonrió él. Paula se calmó un poco, pero el nerviosismo reapareció cuando Pedro volvió a mirar la fotografía de su hermana—. Sin azúcar, ¿verdad?


—Sí, gracias. ¿Cuándo piensas marcharte?


—Mañana. Pasaré un par de días en Atenas y luego tomaré un avión para Auckland.


—Es demasiado pronto, ¿no?


«Díselo. Díselo ahora».


—No voy a acostarme contigo.


—¿Quién ha dicho nada de acostarse? Es muy temprano —rió él, tomándola por la cintura—. Sólo quiero un beso.


Un beso, un beso de despedida. Paula se echó en sus brazos y fue como llegar a casa. Y eso creó en su interior una extraña mezcla de emociones: culpa, confusión, remordimiento y rabia por no haberlo conocido antes que Mariana.


—Tengo que irme a Kalos mañana —dijo Pedro entonces—. Ven conmigo. Puedes quedarte el tiempo que quieras.


—Pero…


—Quiero estar contigo… y no me refiero sólo a la cama.


Había un brillo de sorpresa en sus ojos, y Paula supo que Pedro sentía lo mismo que ella. Había un lazo entre los dos que ninguno quería romper, un lazo que la obligaba a reevaluar quién era y qué quería de la vida.


—Muy bien. Iré contigo.


Los ojos de Pedro se iluminaron.


—No lo lamentarás.


Paula lo miró, incrédula. Claro que iba a lamentarlo. Pero no podía dejar pasar la oportunidad de estar unos días más con él.




VENGANZA: CAPÍTULO 25

 


Era su última actuación, su último día en Strathmos. Paula llevaba un vestido negro de lentejuelas que hacía que su pelo pareciese más rojo que nunca. El escote revelaba un bronceado cuidadosamente conseguido, y se había tomado su tiempo con el maquillaje. Cuando terminó, sabía que estaba más guapa que nunca.


Mientras estaba en el escenario miraba de un lado a otro, pero no veía a Pedro. Por fin, dejó de buscarlo y se concentró en la canción, pero había perdido algo de lustre.


Paula salió del escenario con el corazón encogido. Su tiempo en Strathmos había terminado. Y Pedro había desaparecido.


Pero cuando entró en su camerino lo encontró esperándola, tumbado en el sofá.


—¿Qué haces aquí?


—Esperándote. Desde esta mañana ha sido imposible encontrarte. Y no pienso dejar que te escapes esta noche.


La noche anterior había sido tan especial que Paula no había querido verlo por la mañana. Necesitaba estar sola para entender lo que había pasado.


—No voy a escaparme.


Tenían que hablar. Pedro se pondría furioso con ella, pero…


—¿Quieres que cenemos juntos?


—En cualquier sitio… menos en tu suite.


No quería hacer el amor. Eso la distraería, y lo que tenía que decirle era demasiado importante.


—Endaxi —sonrió Pedro—. Muy bien.




VENGANZA: CAPÍTULO 24

 


Pedro llevó a Paula al dormitorio y la tumbó sobre la cama.


—Ahora me toca a mí.


Le quitó el tanga y empezó a acariciarla con unos dedos que parecían tener un toque mágico. Una tensión nueva empezó a crecer en el vientre de Paula. Cuando se movió, la seda de la colcha creaba una deliciosa fricción contra su espalda, contra sus muslos.


Pedro tocó el diminuto botón en el centro de su ser, y ella abrió aún más las piernas, dejando escapar un suspiro de placer. Él movía los dedos y se quedaba sin aliento. Cerrando los ojos, decidió olvidarse de todo. No existía nada más que aquella habitación, aquel hombre… aquellas caricias.


Y entonces sintió el calor de su boca, de su lengua. Pedro volvió a lamerla, y Paula tomó su cabeza entre las manos.


—Quiero más…


Él debió de haberla entendido porque un segundo después oía cómo rasgaba un paquetito que había sacado de la mesilla. Enseguida se colocó encima, el torso cubierto de sudor contra sus pechos hinchados, besándola de forma tan apasionada que Paula empezó a levantar las caderas, impaciente.


Pedro se movió. Podía sentir la punta de su erección deslizándose sobre ella. Estaba preparada.


Él empujó un poco y se deslizó en su interior por completo. Paula dejó escapar un gemido, un sonido primitivo, extraño incluso a sus oídos. Luego enredó las piernas en su cintura, apretándose contra él todo lo que le era posible.


Durante un momento, Pedro se quedó parado, llenándola por completo. Pero enseguida se apartó un poco y volvió a hundirse en ella. La fricción era intensa, el ritmo aumentaba poco a poco.


Paula cerró los ojos, concentrándose en esa fricción, la sensación viajando desde su vientre hasta sus piernas, sus pechos, su lengua…


Hubo un momento de oscuridad, el mundo se volvió negro y, de repente, estaba temblando en medio de la luz.


Pedro dejó escapar una especie de rugido, y Paula lo sintió latiendo dentro de ella.


—Nunca había sido así —dijo con voz ronca—. Nunca.


La luz desapareció, y Paula sintió un escalofrío de aprensión.