jueves, 20 de julio de 2017

NUEVO ROSTRO: CAPITULO 6





Paula fulminó a su padre con la mirada. ¿Por qué tenía que estropearle la noche? Aunque no sabía que aquello era una cita. Debía de pensar que estaba hablando con Pedro del club.


—¿De qué tenemos que hablar, Hernan? —preguntó Pedro, sonriendo al padre de Paula afablemente.


Ella no se había dado cuenta de que aquella sonrisa era fingida hasta entonces.


De repente, se preguntó si no habría estado intentando ganársela para después vengarse por cómo lo había dejado. Aunque no podía ser. Habían pasado siglos desde el instituto y Pedro nunca le había parecido una persona vengativa.


—De tus prejuicios en contra de Chaves Construction. ¿Acaso no somos lo suficientemente buenos para ganarnos un lugar en alguno de tus proyectos? —le preguntó Hernan, tomando una silla de la mesa de al lado y sentándose con ellos—. Hola, Paula.


—Hola, papá.


—Seguro que nos habéis pedido un precio demasiado alto. Nunca doy tratos preferenciales a nadie —respondió Pedro.


—Tonterías. Tú y yo tenemos cuentas pendientes, gracias a Paula, aquí presente.


—Hernan, jamás permitiría que nada se interpusiese en mi camino a la hora de ganar dinero. Y tú deberías saberlo mejor que nadie. Seguro que vuestras ofertas eran demasiado altas. Pásate por mi despacho mañana y le echaré un vistazo a mis archivos, a ver qué encuentro.


—Allí estaré. He oído que vas a reformar el club y quiero participar en la obra.


—Papá —dijo Paula en tono exasperado.


—Paula. Déjanos esto a Pedro y a mí —respondió él.


Ella puso los ojos en blanco y volvió a meterse un mechón de pelo detrás de la oreja.


—Me encantaría, pero me estás estropeando la cena. Es la primera vez que salgo con un hombre desde hace casi tres años, así que te agradecería que te marcharas.


Su padre la miró y Paula se dio cuenta de lo que acababa de decir.


—Espera un momento. ¿Estás saliendo con un hombre?


—Sí —le respondió Paula en tono desafiante.


—¿Con Alfonso?


—Es el principal promotor inmobiliario de Texas, papá.


Pedro supo que, procediendo de una familia trabajadora, no podría estar allí sentado con la señorita Paula Chaves si no se hubiese hecho rico por sí mismo.


Hernan sacudió la cabeza.


—No sé si estoy de acuerdo.


—Papá, no digas nada más. Esto no es un debate —le replicó Paula.


—Bueno, pues ya hablaremos de ello mañana, Alfonso.


Hernan se levantó y, unos segundos después, había desaparecido.


—Lo siento —le dijo Paula a Pedro, avergonzada por el comportamiento de su padre.


Pedro se echó a reír.


—No te preocupes. Si mi empresa no está siendo imparcial con la suya, tengo que saberlo.


—Vale, pero ¿y nosotros? No quiero…


—¿Qué vuelva a ocurrir lo que ocurrió?


Él tampoco. Quería poder salir con ella y conocerla mejor sin que su padre interfiriese.


—Sí, aunque sé que no va a ocurrir. Quiero que sepas que siento mucho haber terminado contigo así —le dijo, mordiéndose el labio inferior mientras esperaba a que Pedro le respondiese.


—Yo también.


Pedro sonrió. Le gustaba mucho Paula y su sinceridad. Era refrescante, en comparación con las mujeres con las que había salido últimamente, que solo intentaban ser como pensaban que él quería que fuesen, en vez de ser ellas mismas.


Paula era diferente.


—No te preocupes —añadió—. ¿Por dónde íbamos? Creo que me estabas diciendo que me habías echado de menos.


—¿Eso he dicho? No me acuerdo. ¿Por qué iba a echarte de menos?


—Porque, en realidad, no nos dio tiempo a conocernos cuando éramos unos críos —le explicó él.


Pedro nunca había podido evitar acordarse de ella de vez en cuando. Como en otoño, cuando el suelo se cubría de jacintos cerca de su trabajo, siempre se acordaba de la primera vez que la había besado y de lo dulces e inocentes que eran sus besos.


—Tal vez tengas razón. Por aquel entonces estabas muy metido en el equipo de fútbol —le dijo ella—. Lo recuerdo porque fue así como me fijé en ti, jugando al fútbol. Me diste un motivo por el que gritar de alegría.


—Me acuerdo de cómo me animabas.


—Por supuesto. Mi equipo era el mejor… Pero de eso hace mucho tiempo.


Entonces pensaba que Royal era el centro del universo.


—¿Te llegaste a marchar de aquí? —le preguntó Pedro, dándose cuenta de que, aparte del accidente, no sabía mucho más de la «nueva» Paula.


—No. Me gusta estar aquí. Supongo que, en el fondo, me gusta vivir en una ciudad pequeña del Texas profundo. Imagino que te pareceré poco sofisticada, en comparación con la gente de la gran ciudad.


—Nadie podría decir que no eres sofisticada —respondió él.


Pensaba que si Paula no se había marchado de Royal era porque no lo había necesitado. Siempre había formado parte de la flor y nata de la ciudad y había tenido más oportunidades que él.


—Bueno, la verdad es que leo revistas de moda —comentó ella ruborizándose un poco.


—¿Y compras en grandes almacenes? —le preguntó Pedro.


—Últimamente no. Lo cierto es que… no he salido mucho de casa —le contó, levantando una mano para que la dejase hablar al ver que iba a interrumpirla—. No lo digo para que sientas lástima por mí.


Él alargó la mano y tomó la suya. Se la acarició con el dedo pulgar, emocionado.


Paula no estaba poniendo ninguna barrera entre ambos. Le estaba dejando ver a la mujer que era realmente y eso hacía que desease protegerla. Quería asegurarse de que aquella mujer tan vulnerable, que estaba volviendo a descubrirse poco a poco, tuviese la oportunidad de crecer. Y sabía que tendría que tener cuidado con Hernan si no quería que este se interpusiese entre su hija y él, como había sucedido en el pasado.


—Seguro que, después de hoy, ya no vas a tener ese problema —le dijo.


—Ojalá… ojalá fuese tan sencillo, Pedro, pero tengo que confesarte que a una parte de mí todavía le da miedo ver las cicatrices cuando me miro al espejo. Todavía no me creo que el reflejo que veo pueda ser real.


Él le acarició la mejilla, no podía ir más lejos estando en público. Había algo frágil en Paula y supo que, aunque en el pasado le hubiese roto el corazón, ya no era la misma mujer.


—Deja que te diga yo lo que veo.


Ella asintió y contuvo la respiración. Se mordisqueó el labio inferior con los blancos dientes y esperó.


Pedro se preguntó cómo habrían sido las cicatrices antes de la cirugía plástica.


Trazó la curva de su mejilla con el dedo.


—Veo una piel que parece mármol, bonita y suave.


Luego le llevó el dedo a los labios. Gruesos, sonrosados.


Estaba deseando besarlos.


—Veo una boca rosada y deliciosa. Tanto, que estoy teniendo que hacer un enorme esfuerzo para no besarte.


Pasó el dedo por su barbilla.


—Este fuerte mentón me dice que, en el fondo, sigues siendo tan testaruda como siempre.


Paula sonrió de medio lado. Él llevó el dedo primero a una ceja, después a la otra.


—Estos bonitos ojos verdes me miran con una mezcla de cautela y curiosidad. No quiero decepcionarte.


Ella le agarró la mano y se la llevó a la mejilla.


—Gracias, Pedro.


Y él supo que, ocurriese lo que ocurriese entre ambos, no se marcharía de Royal hasta que Paula no volviese a ser la de antes, una mujer segura de sí misma, capaz de cautivar a cualquier hombre del lugar, en especial, a él.






NUEVO ROSTRO: CAPITULO 5





Pedro se pasó la noche recordando por qué se había enamorado de Paula en el instituto. Era divertida, alegre y tenía un ingenio que siempre lo hacía reír. Además, era muy inteligente y un poquito tímida. La timidez era nueva. La chica de antes no era tímida.


Esa debía de ser la diferencia, que Paula ya no era una chica, sino una mujer, y que la vida le había dado más de una sorpresa. Le dio miedo confiar en ella esa noche. Ya le había hecho daño en una ocasión.


—¿Por qué me miras así? —le preguntó ella, dándole un sorbo a su copa de vino.


—Porque no eres como esperaba —confesó Pedro, optando por decir la verdad, como hacía siempre.


—¿Qué quieres decir? —quiso saber Paula, inclinándose hacia delante como si le interesase mucho la respuesta.


—Bueno, la verdad es que, después de que me dejases, deseé que los años te tratasen mal y te pusieses gorda y fea.


—¿Y te sientes decepcionado al ver que no ha sido así? —preguntó ella riendo.


Tenía una risa efervescente que hizo que Pedro sonriese. Se sentía bien solo con oírla reír aunque, al mismo tiempo, tuvo la sensación de que hacía mucho tiempo que no reía.


Él negó con la cabeza. ¿Cómo no iba a desear que siguiese tan guapa y sexy como siempre? A pesar del calor que hacía en Royal en agosto, seguía pareciéndole fría e intocable.


—En absoluto, pero ese no es el motivo por el que te estaba mirando. Cuando éramos adolescentes, parecía que ibas a ser una chica con una vida de cuento, y no me parece que te hayas amargado porque no haya sido así.


Ella se encogió de hombros y un mechón rubio le cayó hacia delante. No tardó en metérselo detrás de la oreja.


—No puedo cambiar lo que ocurrió, así que no merece la pena lamentarse, ¿no?


—No todo el mundo lo vería así.


Al parecer, Paula no era consciente de lo especial que era, pero nada de lo que dijese lo convencería de que su actitud no era heroica. Le gustaba la manera en la que parecía haberse adaptado a los cambios de su vida y se alegraba de ser el primer hombre que la había invitado a salir después de su última operación.


—Ahora soy así. Además, si no hubiese sido por el accidente, no habría empezado a trabajar en la unidad de quemados del hospital.


—Ah, sí, ya lo has dicho antes. ¿Ahora te dedicas a la medicina?


—No, pero soy la administradora de la Fundación Chaves.


—¿Qué fundación es esa?


—Es una organización benéfica que creó mi padre después de la muerte de mi madre. Da dinero a diferentes organizaciones, algunas relacionadas con la investigación y con la atención a personas desfavorecidas. Comencé a trabajar en ella cuando terminé la universidad. Después de empezar como voluntaria en la unidad de quemados, la metí también en la fundación. Además, soy analista financiera en la empresa de mi padre.


—Parece que estás muy ocupada. ¿Te gusta tu trabajo?


—Sí. ¿Y tú? ¿Cómo se siente uno siendo un importante promotor inmobiliario?


—Trabajo bastante por todo el estado.


—Más que bastante. Cada vez que abro las páginas de negocios del periódico está tu empresa con un proyecto nuevo.


—¿Y piensas en mí cuando lo ves?


—Tal vez.


—No imaginaste que me iría tan bien, ¿verdad?


Había pasado más de una noche en vela a lo largo de los años pensando en Paula y en lo que esta pensaría de su éxito.


—Era joven, Pedro. La verdad es que no pensaba mucho en nosotros, ni en el futuro.


—Los dos éramos jóvenes.


—No estaba lo suficientemente segura de mí misma para plantar cara a mi padre, aunque en el instituto pareciese lo contrario.


Él le dio otro trago a su cerveza. Prefería no hacer ningún comentario al respecto. A pesar de su juventud, él sí que había estado enamorado de Paula.


—¿Y ahora?


—No lo sé. Solo estoy empezando a darme cuenta de quién soy… El accidente ha hecho que tenga que revaluar mi vida.


—Ya lo veo. Y ahora eres una de las alborotadoras que quiere que el club admita a mujeres.


—Sí, lo soy. Creo que ya va siendo hora de que las cosas empiecen a cambiar en Texas.


Pedro se echó a reír por la manera en que Paula dijo aquello. Su empresa tenía la sede en Dallas, que no se parecía nada a aquella parte de Texas.


Allí, las cosas cambiaban más lentamente y los hombres seguían siendo hombres.


—Será interesante ver qué ocurre —comentó.


No podía imaginarse el Club de Ganaderos de Texas lleno de mujeres. El respeto por las tradiciones era uno de los motivos por el que era un lugar tan exclusivo.


—Yo creo que vamos a ganar —le dijo Paula—. Las mujeres siempre hemos tenido ciertas ventajas al negociar con los hombres —añadió, guiñándole un ojo.


Paula siempre había sabido cómo salirse con la suya. Ese debía de ser el motivo por el que él había terminado saliendo con ella, pero había madurado, era más sensato.


No obstante, seguía sintiéndose atraído por aquella mujer.


Y sabía que podría manipularlo sin mucho esfuerzo si se lo proponía.


—Es cierto. Y las mujeres de Royal saben muy bien cómo sacarles partido.


Él mismo había sufrido su poder de persuasión en el instituto, cuando no había sido capaz de negarle nada. Incluso cuando había roto con él, Pedro había tenido la
sensación de que todo había sido culpa suya.


—Lo dices como si fuese algo malo —comentó Paula.


—No.


Desde el inicio de los tiempos, las mujeres siempre habían sabido qué hacer para conseguir que los hombres hiciesen lo que ellas querían.


—Siempre me gustó verte sonreír, así que supongo que estaría dispuesto a hacer lo que fuese necesario para que sonrías —le dijo.


Hasta se había alejado de ella por su bien, para que su padre dejase de hacerle la vida imposible.


—¿Todavía te gusta mi sonrisa? —le preguntó Paula—. Me han hecho un blanqueamiento dental y una ortodoncia y papá siempre ha dicho que podría conseguir cualquier cosa con esta sonrisa.


Pedro se inclinó hacia delante y le puso la mano debajo de la barbilla, le hizo girar la cabeza de un lado a otro y estudió su bonita boca.


—¿Puedes fruncir el ceño?


Paula se echó a reír y luego hizo un puchero. Él le pasó el dedo pulgar por el labio inferior.


—Ahora, sonríe.


Ella sonrió y Pedro se sintió como si le acabasen de dar una patada en el estómago. Se le había olvidado lo mucho que le afectaba una sonrisa de Paula. Y aquella era una sonrisa de verdad.


—Sí. Me parece que sigues teniendo cierto poder sobre mí con esa sonrisa.


A pesar de que había pasado mucho tiempo, ninguna otra mujer le había gustado tanto como ella. Aunque no quisiese admitirlo, se había acordado mucho de Paula a lo largo de los años y le satisfacía estar en su compañía esa noche.


—Lo recordaré. ¿Cuánto tiempo vas a quedarte en la ciudad, Pedro?


—Al menos todo lo que queda del mes de agosto. Tengo que supervisar un proyecto en Dallas, así que tendré que volver allí en septiembre. ¿Por qué, ya tienes ganas de que me marche?


—En absoluto —respondió ella, inclinándose hacia delante y pasando el dedo índice por sus nudillos.


Sus miradas se cruzaron y Pedro sintió que el resto de la gente que los rodeaba desaparecía, que estaban los dos solos.


—Te echaría de menos si te marchases hoy —le dijo Paula—. Siento que no siguiésemos en contacto cuando te marchaste de Royal. Creo que me da pena no haberte visto madurar y convertirte en el hombre que eres hoy.


—A mí también me habría gustado verte antes del accidente, para poder decirte que ahora estás mucho más guapa.


Levantó la mano y pasó el dorso por sus labios. Sabía que estando en un lugar tan conservador era la única muestra de cariño que podía tener con Paula, aunque le apetecía hacer mucho más y, en esa ocasión, no iba a marcharse sin conseguir lo que quería.


—Tú y yo tenemos que hablar, Alfonso —le dijo Hernan Chaves, sacándolo de su ensimismamiento.


Era un hombre alto y corpulento, que calzaba botas de novecientos dólares y siempre llevaba un sombrero Stetson en la cabeza. Si había alguien que encajaba bien en aquel club, ese era Hernan.


Pedro se apartó de Paula. Al parecer, había más de una cosa que no había cambiado con el paso del tiempo. Se preguntó si alguna vez tendría el dinero suficiente para que Hernan lo aceptase. Porque era evidente que seguía pensando que no era lo suficientemente bueno para su hija.