martes, 15 de junio de 2021

NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 40

 


Cuando despertó a la mañana siguiente, le dolía la cabeza. Había bebido hasta caer borracho la noche anterior, pero tenía trabajo que hacer y, a juzgar por la posición del sol en el cielo, eran más de las nueve.


Cuando le sonó el móvil, se sentó en la cama y miró alrededor buscando el aparato, que estaba tirado en el suelo, entre el pantalón y los calcetines.


–¿Qué?


Pedro, soy Raul Onofre, del banco Southwest.


Raul Onofre era un amigo del colegio que lo había enseñado a tocar la guitarra. Solían tocar juntos años atrás, pero ahora Raul era el director del banco más importante de Red Ridge.


–¿Teníamos una cita esta mañana?


–No, no, pero hay una cuestión que me gustaría aclarar. He recibido una llamada de una de nuestras sucursales en Nashville y parece que tu mujer, Paula, ha pedido un préstamo para comprar una casa. No sé por qué razón el papeleo ha llegado hasta mí. Aparentemente, Paula no quiere que cuenten con tus posesiones como aval.


Pedro tardó unos segundos en procesar la noticia. Le molestaba, pero no debería sorprenderle que Paula quisiera comprar una casa en Nashville para Maite y para ella.


Pero una casa en Nashville significaba que su divorcio era definitivo, significaba que Paula iba a seguir adelante sin él.


Sabía que tenía que ser así y, sin embargo, esa realidad fue como una bofetada.


–Agradezco mucho tu llamada, Raul.


–¿Va todo bien?


–Sí, muy bien. Estoy muy ocupado organizando la gala para Penny's Song. Vas a ir, ¿no?


–Por supuesto que sí. Es lo más importante que ha pasado en Red Ridge en una década. Después de tu estelar entrevista en la radio, mi mujer me colgaría si no la llevase.


–Muy bien, entonces nos veremos allí.


Pedro cortó la comunicación y suspiró, intentando enfrentarse con la realidad:

Paula y Maite se irían de Red Ridge en tres días.



NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 39

 


Hector, Federico y Pedro jugaban al póquer por pura rivalidad fraternal. El que ganaba donaba el dinero a Penny's Song o a alguna otra organización benéfica, pero esa noche Pedro no tenía la cabeza en la partida.


Inquieto, se llevó el vaso de whisky a los labios.


A Paula le pasaba algo aquel día. Parecía diferente, como si estuviera deseando librarse de él. Usando como pretexto la organización de la gala habían pasado muchas noches juntos, pero pronto se marcharía y él se quedaría allí.


–Te toca –dijo Hector. –¿Apuestas o no?


–Espera un momento –Pedro miró sus cartas, pero no podía concentrarse.


Federico tiró las suyas sobre la mesa, mostrando dos ases.


–¿Se puede saber qué te pasa? ¿Por qué estás tan distraído?


–Tengo muchas cosas en la cabeza.


–¿Ocurre algo?


–No, nada –respondió Pedro.


Pero no era cierto. Había pensado que hacía el amor con Paula solo por deseo, que cuando se fuera a Nashville la olvidaría y seguiría adelante con su vida, pero no estaba siendo tan fácil como había pensado.


Con Paula nada era fácil.


Y Maite, la pobre Maite, ese bultito de pañales sucios, biberones, baberos y gritos aterradores había encontrado la forma de meterse en su corazón.


Cuando la imagen de Maite aparecía en su cerebro, lo único que veía era su preciosa sonrisa y decirle adiós, como decírselo a Paula, le rompería el corazón.


–Si la organiza Paula, seguro que será una gala estupenda –comentó Federico.


–Sí, desde luego.


–¿Se irá después de la gala? –le preguntó Héctor.


Pedro se tomó el resto del whisky antes de dejar el vaso sobre la mesa.


–Supongo que sí. Y entonces todo habrá terminado.


Silencio.


–Muy bien, imagino que hemos terminado de jugar por hoy. Podemos ver el final del partido –sugirió Hector. –Cecilia no volverá a casa hasta dentro de un par de horas.


–¿Cómo lo sabes? –le preguntó Pedro.


Héctor sacó el móvil del bolsillo.


–La tecnología es maravillosa… va a ver una película con Paula.


Alfonso soltó una carcajada.


–El móvil es una buena forma de tenerla controlada.


Su hermano sonrió, más contento de lo que Pedro lo había visto nunca.


–Cuéntamelo cuando tu mujer esté embarazada. Dime entonces que no querrás saber dónde está y qué hace cada minuto del día.


Federico iba a decir algo, pero pareció pensárselo mejor.


–Te creo.


–Me alegro –Héctor le dio una palmadita en la espalda. –Oye, Pedro, escuché tu entrevista en la radio el otro día. Estuvo bien, aunque parecías un poco oxidado.


Tenía razón, pensó él, estaba oxidado.


Pero no echaba de menos ser una celebridad. Volver al rancho de su familia había sido la mejor decisión de su vida.


–No quería dar la entrevista, pero Paula me convenció. Es bueno para Penny's Song.


Sus hermanos asintieron con la cabeza.


Pedro se levantó entonces porque no estaba de humor para jugar al póquer o ver un partido de béisbol.


–Me marcho, gracias por la partida.


Hector se levantó también.


–Espera un momento –¿Por qué? ¿Qué ocurre?


Su hermano sirvió whisky en los tres vasos y levantó el suyo para decir:

–Quiero brindar por mi hijo. Vamos a tener un niño y se llamará Hector Rodrigo Alfonso.


–Enhorabuena –lo felicitó Federico.


–Es una gran noticia –dijo Pedro. –Papá se sentiría muy orgulloso.


–Sí, es verdad.


Pedro volvió a sentarse porque necesitaba un trago. Aunque no le dolía la felicidad de su hermano, al contrario. Hector lo había pasado muy mal cuando su primera esposa murió y por fin tenía la vida que merecía. Pero eso no evitaba que se le encogiera el corazón.


Él le había fallado a su padre, el hombre al que había admirado y querido siempre. No iba a poder cumplir la promesa que le hizo en su lecho de muerte.


Cuando Pedro hacía una promesa intentaba cumplirla y aquella había sido la más importante de su vida. Había culpado a Paula por ello, pero su mujer había sido una cabeza de turco, la única persona a la que podía acusar. Y no la había perdonado.


«Pero a ella le hiciste otra promesa, imbécil, una igualmente importante».


Y no la había cumplido.


¿También le había fallado a Paula? Se había casado con ella prometiendo amarla durante toda la vida. Siempre la había culpado a ella por lo que fallaba en su matrimonio, pero decidió admitir su parte de culpa en la ruptura…


¿Por qué ahora? ¿Por qué admitía por fin que también había sido culpa suya?


No lo sabía y volvió a casa sintiéndose peor que nunca.


Una vez allí, tomó una botella de whisky del bar y subió a su dormitorio. Aceptar la verdad no era tarea fácil y Pedro decidió no pensar en ello esa noche. Con la cabeza embotada por el alcohol, cayó en un profundo sueño…




NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 38

 

A medio camino, Pedro señaló a Maite y Paula vio que estaba profundamente dormida, con la cabecita inclinada a un lado, la mano de Pedro debajo a modo de almohada.


–¿Quieres que volvamos?


–Sí, deberíamos volver.


Una vez en los establos, Pedro desmontó, sujetando a Maite con una mano. Paula desmontó también y sujetó las riendas de los dos caballos hasta que llegó Tobias, el mozo.


–Si no te importa encargarte de ellos… tengo que llevar a Maite a casa.


–No se preocupe, señora Alfonso. Yo me encargo de todo.


Uno minutos después, Pedro había colocado a Maite en la sillita de seguridad.


–Nos vemos esta noche.


–Esta noche no puedo. He quedado a cenar con Cecilia–dijo Paula.


Él frunció el ceño.


–¿Vais a salir?


–Sí, las tres solas. Maite, Cecilia y yo –Paula estaba bromeando, pero en realidad se alegraba de poner un poco de espacio entre los dos. Se habían acercado mucho durante esas semanas y, sin embargo, ni Pedro ni ella habían hablado de sentimientos.


–Muy bien –asintió Pedro. –Nos veremos mañana.


Paula lo vio alejarse, pensativa. Era una estrella, un hombre cómodo en su propia piel, alguien que tenía el mundo a sus pies. Había conseguido todo lo que buscaba en la vida salvo una cosa: Pedro quería tener hijos y ella se los había negado. Y también había cuestionado su honor…


En resumen, había sido un bache en su vida.


Susy Johnson salió de la enfermería para saludarlo y puso una mano en su brazo, riendo.


Una vez que se fuera del rancho, Susy ocuparía su sitio en la vida de Pedro, dándole todo lo que quería.


Paula sintió una punzada de celos y, sin poder evitarlo, los ojos se le llenaron de lágrimas. Ver a Susy con Pedro le ofrecía una triste imagen de su futuro y se le encogió el corazón cuando por fin admitió la verdad.


Aquel no era su sitio.


Nunca lo había sido.