domingo, 27 de marzo de 2016

REFUGIO: CAPITULO 8




Después de planchar, limpiar el salón hasta dejarlo reluciente y cambiar las sábanas por las nuevas, hizo la cena. Pedro no había vuelto y se imaginó que después había ido a trabajar sin pasar por casa. Como la pierna de cordero estaba en el horno, se duchó y se puso un vestido blanco de tirantes con flores azules con el que estaba muy cómoda. 


También se puso unas sandalias blancas con un poco de tacón, que le iban muy bien. Incluso se pintó los labios de rosa.


Cuando llegaron los chicos estaba midiendo las ventanas para saber el tamaño de las cortinas. Armando y Pedro parecían agotados y estaban llenos de polvo. Se sentaron en el sofá y ella que había pasado la aspiradora, pensó que debía poner una funda o algo así.


—Hola, nena— dijo extendiendo la mano.


Ella se acercó sonriendo y le dio la mano. Tiró de ella, pero Paula no se movió del sitio— Cielo, ¿qué tal si te duchas?


Pedro la miró sorprendido y Armando se echó a reír. Ella se agachó y le dio un suave beso en los labios— Hala, a ducharse. — dijo ella sonriendo. Se alejaba cuando Pedro le dio una palmada en el trasero sobresaltándola.


Los chicos se fueron duchando y Pedro fue el primero en llegar, acorralándola en la cocina. Cuando la besó en el cuello se echó a reír —Ahora hueles mucho mejor.


La abrazó por la cintura—¿Qué te parece si después de cenar damos una vuelta?


Los perros empezaron a ladrar como locos — ¡Pedro! —gritó Armando.


Pedro se separó de ella a toda prisa. Paula se volvió para verle coger lo que parecía una metralleta de debajo del sofá. 


Atónita vio como corría hacia la puerta y abrirla con cuidado— Nena, agáchate y no te muevas de ahí.


Asustada se sentó en el suelo y escuchó chirriar la puerta. 


Los perros no dejaban de ladrar y muy nerviosa vio que el abuelo se colocaba detrás de la puerta con una escopeta.


—Oh, Dios mío. — susurró apretándose las rodillas muerta de miedo. Si les pasaba algo nunca se lo perdonaría. 


Escuchó dos disparos y Paula se sobresaltó gimiendo — ¡Son coyotes! —gritó Pedro desde fuera.


El abuelo sonrió, pero Paula siguió allí sentada apretando las rodillas. La puerta chirrió y Pedro apretó los labios mirándola— Nena, no pasa nada. Son coyotes, pero se han ido. —se acercó acuclillándose ante ella y le apartó un rizo de la frente— Venga, vamos a cenar. —la cogió por las manos y la levantó lentamente. Ella no le miraba y Pedro le levantó la barbilla— No ha pasado nada. Esto ocurre cada dos por tres. Los coyotes se acercan y tenemos que espantarlos. Todo va bien.


Ella forzó una sonrisa y asintió— Vale, vamos a cenar.


Colocó la comida en la mesa y los hombres la miraban como si fuera una bomba de relojería.


Pedro nos ha dicho que has elegido pintura roja para las ventanas. Quedarán muy bien. —dijo Armando sonriendo.


—Esto está buenísimo. — dijo el abuelo.


—Y va a cambiar las cortinas. — Pedro la miró revolver la comida en el plato —Come Paula, ayer tampoco cenaste.


¿Cómo sabía eso? Suspiró y pinchó algo de carne metiéndosela en la boca. La verdad es que le había salido muy bien. Los chicos se miraron impotentes, pero ella en lo único que podía pensar, era en que no podía soportar aquello.


—¿Y cuándo vas a empezar a pintar la casa? — preguntó el abuelo— Necesitarás la escalera.


—Sí. — dijo sin interés antes de beber un poco de agua.


Pedro cogió su cerveza y le dio un trago—¿Mañana vas a ir a comprar ese caballo? — le preguntó Armando a su hijo cambiando de tema.


—Sí. Los Kendall necesitan el espacio en su cuadra y he decidido comprarlo. Necesitamos más caballos. — dijo mirando de reojo a Paula que había dejado de comer. 


Suspirando, ella se levantó llevándose su plato. Abrió la nevera y sacó la tarta de manzana y crema que había preparado.


—A los chicos les pareció algo raro que les dijeras que no debían acercarse a la casa. — Paula levantó la vista de la tarta hacia la mesa y Pedro miró a su padre como si quisiera matarlo.


—Quiero tarta. — dijo el abuelo mirándola. Ella vio su plato que estaba sin terminar y supo que estaba dejando espacio para comerse dos postres.


—Abuelo, no has terminado.


El abuelo gruñó antes de meterse otro pedazo de carne en la boca y Pedro levantó una ceja divertido. Ella empezó a recoger mientras terminaban—Nena, siéntate con nosotros.


Se mordió el labio inferior y se volvió para mirarlos —Creo que me voy a ir. —los tres se quedaron con la boca abierta —No es justo lo que puede pasar y no quiero llevar eso sobre mi conciencia. Me iré por la mañana. — se volvió para seguir limpiando.


—Quiero mi postre.


Sonriendo se volvió para ir a recoger los platos, pero Pedro se le adelantó pasando a su lado sin mirarla y dejándolos en el fregadero. Iba a servir el postre cuando los mayores se levantaron de la mesa a toda prisa— ¿No querías el postre? — preguntó sorprendida al abuelo.


—Lo he pensado mejor y tengo que cuidar el colesterol.


Les dejaron solos y ella suspiró dejando la tarta sobre la mesa. Pedro apoyó la cadera en la encimera y se cruzó de brazos— ¿A qué ha venido eso?


Se dejó caer en la silla— Creo que es lo mejor.


—Entonces ¿para qué has venido? ¿Para qué has venido hasta aquí, Paula?


—Estaba asustada. No medí las consecuencias.


—¡Le dije a Gerardo que cuidaría de ti!


—Lo entenderá. —se levantó de la mesa y fue hasta el pasillo— Creo que es mejor que me acueste.


—No, porque creo que es mejor que te largues ahora.


Sorprendida se volvió para mirarle sintiendo un nudo en la garganta— ¿Ahora?


—Sí. ¡Quiero que te vayas ahora mismo! —dijo furioso— Ya que tienes miedo a que nos pase algo, creo que cada segundo cuenta. Recoge tus cosas y puedes coger uno de nuestros coches hasta Victoria. Armando lo recogerá mañana en la estación.


Ni siquiera se ofrecía a llevarla y Paula sintió que algo se rompía en su pecho —Bien. —le dijo casi sin voz.


Sin poder creerse que la echara de casa, fue hasta la habitación y cogió su maleta de encima del armario. La estaba bajando cuando Pedro, entró en la habitación dando un portazo tras él— ¿Qué coño te pasa? ¿Crees que voy a dejar que te vayas en un momento así? — Paula le miró sin saber qué pensar y Pedro se acercó quitándole la maleta de las manos y tirándola contra la pared. Se sobresaltó al verla abrirse del golpe y le miró con los ojos como platos —¡Escúchame bien, hasta que yo no diga que te puedes ir, no te puedes ir! ¿Me has entendido? —Paula asintió viendo como daba un paso hacia ella y le gritó a la cara— ¡A ver si te entra en tu dura cabeza! —se miraron a los ojos y él suspiró levantando la mano y acariciando su cuello —Todo va a ir bien.


—¿Tú crees? — preguntó sin creerse una palabra.


—Haz lo que te digo y todo irá perfecto.


Bajó la cabeza lentamente y besó delicadamente sus labios. 


Paula suspiró disfrutando de sus caricias y le acarició la cintura pegándose a él. Pedro profundizó el beso y Paula gimió apretando las uñas en sus costados. Se separó de ella para besar su cuello— Nena, me vas a dejar marcas.


Ni se daba cuenta de lo que le estaba diciendo mientras apartaba el tirante del vestido para besar su hombro. De repente se detuvo jurando por lo bajo— ¿Qué? — preguntó confusa al ver que la soltaba.


—Vuelvo en un segundo. — dijo a toda prisa yendo hacia la puerta— Ve desnudándote.


Paula entendió lo que había pasado. Como estaban en su habitación, no tenían preservativos. No había salido por la puerta, cuando levantó el vestido quitándoselo por la cabeza. 


Se tiró sobre la cama lanzando las sandalias hacia la pared con un golpe del pie. Se tumbó en la cama de manera sexy y frunció el ceño al mirar su sujetador blanco. Tenía que haberse puesto su conjunto nuevo. Se incorporó para quitarse el sujetador, tirándolo al suelo y se tumbó de costado con una postura sexy. Cuando se abrió la puerta, sonrió al ver que él tampoco había perdido el tiempo y se había quitado la camiseta. Al verla en la cama se detuvo en seco y cuando reaccionó, cerró lentamente la puerta sin dejar de mirar sus ojos— Joder nena, eres preciosa.


Paula se sonrojó de gusto y se sintió muy hermosa. Llevó una mano a su cadera y cogió con el pulgar la goma de sus braguitas — ¿Me las quitas tú?


Pedro se acercó a la cama desabrochándose los pantalones— Ya que estás, quítatelas tú. — respondió con voz ronca.


Se puso de espaldas sobre la cama viéndole como caer los pantalones. Se quedó sin aliento al ver su erección. Estaba duro como una piedra y Paula se lamió el labio inferior. Para sorpresa de Pedro metió la mano por sus braguitas y se acarició. Pedro perdió la paciencia y llevó las manos a sus caderas antes de bajárselas haciéndola reír.


— ¿Quieres jugar? — dijo él impaciente— No te preocupes, cielo. Jugaremos hasta que te hartes.


Se tumbó sobre ella y Paula gimió al sentir el roce de su piel sobre sus pechos —Eres tan suave. —Pedro bajó la cabeza chupando uno de sus pezones. Ella gritó porque no se lo esperaba y arqueó su cuello hacia atrás— Shuss, no querrás que el abuelo venga a ver qué ocurre, ¿verdad? — preguntó divertido.


En ese momento a ella le daba todo igual y cuando mordisqueó ligeramente su pecho, le agarró por el cabello. 


Tenía los pechos tan sensibles, que estaba al borde del orgasmo. Pedro acarició sus pechos adorándolos, pero cuando los unió con sus manos chupando un pezón con fuerza y después el otro, Paula gritó sorprendida del placer que la traspasó. Sintió que Pedro se apartaba, pero todavía estaba tan ida por lo que había sentido, que le dejó hacer. 


Cuando levantó sus caderas abriéndole las piernas, Paula sonreía como una tonta. Gritó abriendo los ojos como platos cuando le sintió dentro y Pedro gruñó, cerrando los ojos de placer— Joder, eres perfecta. — gruñó antes de moverse, provocándole sensaciones que no había tenido nunca. Paula apretó la almohada entre sus dedos, sintiendo que su cuerpo se tensaba como nunca, pero cuando Pedro aceleró el ritmo, gimió porque quería más y se lo suplicó antes de que Pedro entrara en ella con fuerza, provocando que su corazón se detuviera de éxtasis.


Él se dejó caer a su lado, haciendo chirriar la cama. 


Respirando agitadamente la cogió pegándola a él y Paula acarició su sudoroso pecho —Nena, no puedes gritar tanto. Parece que te estoy matando.


Paula que todavía no se había recuperado sonrió como una tonta— Mátame otra vez.





REFUGIO: CAPITULO 7




Se mantuvieron en silencio todo el viaje y cuando llegaron a casa, el abuelo estaba en el porche hablando con el sheriff— Vete a tu habitación. — dijo Pedro saliendo a toda prisa.


Se mordió el labio inferior y tomando aire salió de la camioneta viendo como Pedro subía los escalones del porche. Los hombres estaban en silencio —Buenas tardes, sheriff.


—Paula…—el sheriff la saludó, llevándose una mano al sombrero.


—Nena, a la habitación. — Pedro le hizo un gesto con la cabeza indicándole la puerta y el abuelo asintió dándole la razón.


Entró en la casa y cerró la puerta lentamente — ¿Qué ocurre? — preguntó Pedro después de unos segundos.


Paula se acercó a la ventana sin hacer ruido.


—¿Has leído el periódico?


—He visto el titular.


—Me ha llegado un aviso de la policía de Nueva York buscando a Elisa Winston. —a Paula se le cortó el aliento— Y no te lo vas a creer. La acusan de asesinato.


—La están buscando para ponerla de cebo y pillar a Falconi.


—Eso está claro. ¿Y adivina qué ha pasado esta mañana?
Pedro suspiró— Me lo puedo imaginar. Lorena ha ido a verte. —Paula abrió los ojos como platos.


—Sí, pero el problema es que primero ha hablado con mi ayudante. Melisa no es tonta y en cuanto hurgó un poco, supo lo que estaba pasando. He tenido que informarla de todo.


—Bueno, entonces todo va bien.


—Habla con Lorena antes de que busque más problemas. —dijo el sheriff muy serio —Está despechada y una mujer despechada es peligrosa.


—Hablaré con ella.


Pedro…— dijo el abuelo muy serio— deberías decirle que no te vas a casar con ella. Cada vez está más insoportable.


—Lorena sabe que no estaré nunca con ella. Es un capricho.


—Un capricho que ya dura demasiado tiempo. — dijo el sheriff serio — Imagínate que cuelga algo en la red. Que tú no tengas Internet, no significa que el resto del mundo viva aislado. Y el mundo ahora es mucho más pequeño.


—¡Lo solucionaré!


—Hasta que no te cases y vea que es imposible, no lo dejará. —dijo Armando. Paula no había escuchado los pasos del padre de Pedro.


—Hablaré con ella. Ayudarme a descargar para que pueda largarme. — escuchó la voz de Pedro cerca de la puerta y ella se alejó a toda prisa entrando en su habitación. Se sentó en la cama mirando a la puerta, cuando escuchó el chirrido de la puerta exterior. Los tacones de las botas de Pedro llegaron hasta su habitación. Cuando le vio aparecer vio claramente que estaba preocupado. —Voy a salir. Armando se queda contigo.


Asintió mirándole y Pedro suspiró entrando en la habitación —Lo voy a solucionar.


—¿Tienes algo con ella?


—¡Si tuviera algo con ella, no llevaría tres meses sin echar un polvo!


—¡A mí no me grites! — exaltada se levantó de la cama enfrentándolo—¡No es culpa mía que tú tengas una admiradora!


—¡No es una admiradora! ¡Es una vecina!


—¡Una vecina muy pesada y muy mona!


La miró asombrado— ¿Estás celosa?


—¿Estás loco? ¡Te conocí ayer! ¡No dejas tanta huella! — furiosa se dio la vuelta y fue hasta la cocina donde el sheriff, el abuelo y Armando escuchaban la conversación descaradamente— ¡Se va a descongelar el helado!


El abuelo salió a toda prisa. El Ryan dejó la bolsa que llevaba en los brazos— Creo que es mejor que me vaya. Voy a hacer la ruta.


—¿No quiere tomar nada, sheriff? ¡Así podrá enterarse del resto! — dijo furiosa empezando a sacar las cosas de las bolsas.


—Me enteraré otro día. —dijo divertido —Seguro que habrá más episodios.


El abuelo entró en casa con una bolsa y sacó la caja de preservativos mirándola para saber qué era, sonrojándolos a Pedro y a ella —Es un alivio ver que estáis preparados. — dijo el sheriff divertido — Os llamaré.


—Dame eso. — dijo Pedro arrebatándole la caja al abuelo que sonreía divertido, mostrando todas sus arrugas.


Armando se echó a reír a carcajadas mientras Paula no sabía dónde meterse de la vergüenza, así que abrió la puerta de la nevera para guardar los productos, casi metiéndose dentro.


—Tengo hambre. — dijo el abuelo haciéndola sonreír y salir de su escondite — Quiero un sándwich.


Pedro levantó los brazos tirando la caja sobre la mesa— Me largo.


—¿Y? — preguntó ella levantando la barbilla.


—Pues que me voy.


—Pues adiós.


Exasperado se acercó cogiéndola por la cintura y sacándola de la cocina. El abuelo y Armando sonrieron divertidos, mientras que Pedro la apoyaba en la pared del pasillo mirándola a los ojos— Me voy.


—Vale—dijo sin aliento mirándolo a los ojos.


—Ahora dame un beso de despedida.


Ella acarició su cuello y sus ojos bajaron hasta sus labios. Él abrió los labios con la respiración entrecortada— Joder, Paula. — dijo antes de atrapar su boca besándola intensamente. Gimió en su boca despeinando su cabello desesperada por más y una de sus piernas rodeó su cadera apretando su pelvis contra él. Pedro gimió llevando sus manos a su trasero.


— ¡Tengo hambre! — gritó el abuelo.


Pedro separó su boca lentamente y descansando su frente en la suya suspiró— Mierda, tengo que irme.


—Sí— susurró sin separarse.


—Nena, vuelvo enseguida.


—Sí. —apretó su cadera a él sintiendo su excitación— No tardes.


—¡Quiero un sándwich!


Puso los ojos en blanco y Pedro sonrió soltándola. Cuando llegaron a la cocina Armandoy el abuelo estaban sentados en la mesa de la cocina tomando una cerveza que debía estar caliente.


—Ya voy.


—Besuquearos fuera de la hora de las comidas. —refunfuñó el abuelo antes de beber de su lata.


—¿Habéis sacado todo del coche? — preguntó cogiendo el pan de sándwich— Yo aquí no veo ni la mitad.


Resignados se levantaron saliendo de la casa mientras Pedro les seguía divertido— Se está volviendo una mandona. — dijo el abuelo.


—Pues acaba de llegar. — dijo Armando irónico.


Paula sonrió sacando la mayonesa y les hizo unos clubs sándwich. Cuando volvieron ya los tenían sobre la mesa y abrieron los ojos como platos al ver sus sándwiches triples.


— Bueno, podemos dejarla mandar un poco. —dijo el abuelo divertido.


—Claro que sí. Podemos hacer que la escuchamos como hacíamos con mamá.


—Increíble. — dijo Paula para sí guardando el brócoli.






REFUGIO: CAPITULO 6





Estaba tendiendo otra lavadora, cuando escuchó el chirrido de la puerta principal. ¿Ya eran las diez? A toda prisa entró en la casa con la ropa seca en una cesta y al llegar al salón, se detuvo en seco al ver una chica más joven que ella, con el pelo rubio en una trenza, mirando a su alrededor con los ojos entrecerrados. Cuando la miró los entrecerró todavía más — ¿Quién eres tú? — preguntó groseramente.


—Paula ¿y tú?


—¿Qué haces aquí?


—Trabajar. —respondió atónita por su grosería —Perdona, ¿me repites tu nombre y qué haces aquí? Es que estoy un poco sorda.


—Soy Lorena Spencer, vecina de los Alfonso.


—Ah. —dejó la cesta sobre el sofá y alargó la mano, que aquella ricura ignoró totalmente — No hay nadie. — dijo dejando caer la mano.


—Eso ya lo veo. Como también veo que has estado limpiando. — dijo mirando la repisa de la chimenea donde había limpiado el día anterior.


—Todavía tengo mucho que hacer. ¿Quieres un café?


Paula levantó una de sus finas cejas y le recordó a un gesto que hacía Pedro. Estaba claro que creía que le pisaba el terreno —¿Y dónde te ha encontrado Armando?


Pedro. Me encontró Pedro.


Lorena apretó los labios— ¿Pues dónde te encontró?


—¿Por qué no le preguntas a él? — ya estaba harta de esa niñata. Fue hasta la cesta y la cogió otra vez para colocarla sobre la mesa de la cocina. Abrió el armarito de la tabla de planchar que había visto el día anterior y descolgó la tabla ignorándola.


Volvió al cuarto de la lavadora y cogió la plancha que afortunadamente era moderna. Cuando volvió al salón, no vio a Lorena y al no haber escuchado la puerta delantera, miró hacia atrás entrando otra vez en el pasillo. Se encontró a Lorena hurgando en su bolso y mirando la documentación 


— ¿Qué coño haces? — preguntó acercándose y quitándole su cartera de las manos.


—¡Ahí dice que te llamas Elisa Winston!


—¡Largo de mi habitación!


—¡Voy a hablar con Pedro para advertirle de ti! —gritó yendo hacia la puerta — ¡Ya verás cuando se entere de que le has mentido! ¡Te va a echar a patadas! 


Indignada la siguió— ¿Quién eres tú para meterte donde no te llama nadie?


—¡Te vas a enterar enseguida de quién soy! — le gritó furiosa chocándose con Pedro de la que salía del pasillo.


—¿Qué pasa aquí? — la pregunta fue hecha mirando a Paula a los ojos.


—Ha entrado en mi habitación y ha visto mis documentos. — dijo nerviosa por lo que eso implicaba.


Pedro apretó los labios antes de mirar a Lorena— ¿Qué excusa tienes para entrar en el dormitorio de otra persona y registrar sus cosas?


—No me fío de ella. — dijo mirándola de reojo— ¡Oculta algo! ¿La has visto? ¿Una mujer así se pone a limpiar un rancho?


—¡Esta es mi casa! — le gritó provocando que Lorena se sonrojara— ¡En tu casa haz lo que quieras, pero en la mía se respeta a mis invitados!


—¡Te digo que busca algo! — gritó sin bajarse de la burra — ¡En sus documentos pone que se llama Elisa Winston!


—Repito que no es tu problema y como me causes problemas, hablaré con tu padre.


Lorena entrecerró los ojos— ¿Qué pasa? ¿Te gusta? ¿Por eso la has traído?


Esa chica era idiota. Cualquiera podía ver que Pedro se estaba cabreando por momentos— Repito, no es asunto tuyo. Vete a casa.


Lorena jadeó asombrada— ¿Me estás echando?


—¡Sí! — le gritó a la cara haciéndola palidecer— ¡Y hasta que no aprendas a comportarte, no vuelvas por aquí!


Furiosa fue hasta la puerta y salió dando un portazo.


Con la plancha en la mano miró a Pedro. Aquello no iba bien. —No te preocupes, no dirá nada— dijo Pedro intentando calmarla.


—Me odia. Lo he visto en su cara. Esto no se va a quedar así.


—Esta tarde iré a hablar con ella y se lo explicaré todo. —dijo volviéndose y entrando en la cocina. Abrió la nevera, pero al ver que estaba vacía la cerró y se pasó la mano por su pelo negro —Vamos a comprar de una vez.


Ella dejó la plancha y asintió —Sí, estoy lista.


Pedro se acercó y la cogió por la barbilla para que le mirara


— No quiero que te preocupes por Lorena. Aquí estás segura. Nadie puede encontrarte en el rancho y nadie te relacionará conmigo.


Se miraron a los ojos y susurró— ¿Estás seguro de que quieres seguir con esto? Estoy poniendo a tu familia en peligro.


—Sabía a lo que me exponía cuando dije que sí. Y cuando me comprometo a algo, lo cumplo. Además, mi familia sabe defenderse sola. — la mano de su barbilla llegó hasta su nuca y la acarició cortándole el aliento.


Pedro bajó la cabeza lentamente mientras Paula sentía que se le volvía el estómago del revés. Cerró los ojos cuando sintió su aliento sobre sus labios cuando escucharon el chirrido de la puerta y se separaron de golpe mirando hacia allí. El abuelo les miraba con los ojos entrecerrados — ¿No ibais a comprar?


—Sí— dijo Pedro con voz grave yendo hacia la puerta— ¡Vamos, Paula!


Todavía con la respiración agitada fue tras él. El abuelo le dijo al pasar— Mi beicon.


—Sí, abuelo— no pudo evitar sonreír y le dio un beso en la mejilla— Y salchichas.


—Eso. Y compra chocolate. Y pilas para mi radio.


—¿Algo más?


—El Playboy.


—¡Abuelo! —gritó Pedro desde fuera. —¡Deja de entretenerla!


—¡Tú sí que la estabas entreteniendo!


Paula se puso como un tomate y salió de la casa. El abuelo los siguió hasta el porche y Pedro se subió a la camioneta de malos modos— ¡Compra condones!


—¡Abuelo! — exclamó Paula con los ojos como platos.


— ¡Si son para vosotros!


—Serás…— abrió la puerta de la camioneta y le dijo— ¡Te has quedado sin el Playboy!


El abuelo se echó a reír mientras se subía y cerraba la puerta. Miró a Pedro sonrojada y este levantó una ceja acelerando para salir de la finca —¿Iba en serio lo del Playboy?


Pedro sonrió de medio lado — ¿Has visto alguno por la casa?


—Se estaba quedando conmigo, ¿no?


—¿Tú qué crees?


Tomó aire mirando la carretera. Nerviosa se apretó las manos — ¿Y tienes condones? ¿O los pongo en la lista?


Pedro la miró de reojo— ¿Crees que los necesito?


—No sé. ¿Los necesitas?


Pedro detuvo la camioneta al borde de la carretera y Paula le miró sorprendida.


—Vamos a dejar algo claro.


—Estoy impaciente por oírlo.


Entrecerró los ojos —No voy a ocultar que me atraes sexualmente.


—Vaya, gracias. — dijo irónica — Lo dices como si fuera un delito.


—Eres lo opuesto a lo que busco. —ella levantó una ceja— Estás buena, pero hablas por los codos, eres una entrometida y sólo llevas veinticuatro horas en casa cambiándolo todo.


—Solo he limpiado. — replico enfadándose.


—¡Ya has metido a Armando y al abuelo en nuestras discusiones!


—¡Te fastidia porque me han dado la razón!


—¡Sólo porque les has hecho tarta de chocolate! —le gritó cerca de su cara.


—¡Es que me sale buenísima! — dijo antes de tirarse sobre él besándolo en la boca. Pedro la abrazó por la cintura pegándola a él, tomando el control del beso y Paula se aferró a su cuello, participando ansiosa buscando su lengua. 


Gimió al sentir como una de sus manos bajaba hasta su trasero por dentro de sus pantalones y dejaron de besarse mirándose a los ojos. La mano de Pedro acarició su nalga —Nena, tenemos que dejarlo. — dijo con voz ronca, aunque su mano seguía acariciándola. Ella cerró los ojos disfrutando de su tacto y Pedro gimió soltándola de golpe. Carraspeó mientras Paula lo miraba sorprendida—¡No me mires así! ¡No te voy a hacer el amor en el coche!


—¿Y por qué no?


Él gruñó arrancando la camioneta. Frustrada volvió a su sitio, cruzándose de brazos — Esto es increíble. ¿Ahora te enfadas?


—¡Esto es culpa tuya! ¡Si no me hubieras dicho lo de las bragas ayer, ni me hubiera fijado en ti!


—¡Serás mentirosa! ¡Me miraste como si quisieras comerme en la estación!


—Dejemos el tema ¿quieres? — preguntó entre dientes. 


Minutos después le miró de reojo— ¿Entonces vas a comprar los malditos condones?


—¡Claro que sí!


Ella sonrió mirando al frente. —Vale.


Pedro suspiró de alivio en cuanto llegaron a la ciudad. Fueron a un centro comercial y cogieron un carrito— Coge tu otro. — le dijo a Pedro —Lo necesitaremos.


—Nena, ¿cuánto piensas comprar?


—No hay de nada. — dijo ella ignorándole después para empezar a meter cosas.


Pedro la seguía resignado y cuando llegaron a la sección de bebidas, le dijo señalando las cervezas — Escoge la marca que os gusta mientras voy a por zumo. — dijo empujando el carrito hasta el final de las estanterías donde estaban los zumos. Paula estaba mirando las marcas y los precios cuando alguien le dijo tras ella — Este es el mejor. —una mano señaló uno de los envases.


Se volvió sorprendida para ver a un hombre rubio de unos treinta años, mirándola como si le gustara. Demasiado cerca para su gusto—Gracias. — respondió sonriendo dando un paso atrás.


—¿Eres de aquí? — la miró de arriba abajo como si quisiera devorarla — Si te hubiera visto antes, no te olvidaría.


—Pues no. No soy de aquí, pero voy a quedarme una temporada. —miró de reojo a Pedro que se estaba acercando empujando el carro lleno de cerveza.


—¿Si? Pues podríamos quedar. ¿Qué tal si salimos a cenar esta noche?


—¿Nos invitas a cenar, Luciano?


Sorprendido se volvió a mirar a Pedro que sonreía, pero no parecía nada contento. —¿Está contigo, Pedro? — preguntó alejándose de ella.


—Pues sí, está conmigo. Vive en mi casa y está conmigo. — la frase insinuaba que eran amantes y Paula se sonrojó.


Luciano la miró como si hubiera perdido la oportunidad de su vida —Bueno, no se puede ganar siempre. — pasó ante ella y de la que iba, dio una palmada en la espalda de Pedro— Que suerte tienes, cabrón.


Asombrada vio como Pedro sonreía. ¿Pero qué estaba haciendo? Cuando el tipo se fue, la miró como si tal cosa — ¿Seguimos?


—¿Qué estás haciendo?


—Comprar. — respondió como si fuera tonta.


—Le acabas de insinuar que había algo entre nosotros.


Él entrecerró los ojos —Me parece que cuando hace un momento querías hacerlo en la camioneta, sí que había algo entre nosotros.


Se puso como un tomate y le replicó— Fuiste tú el que decías que no era lo que buscabas.


Pedro se enderezó— ¿Crees que quiero que pasen por mi rancho todos los solteros de la ciudad para tener una cita contigo en la situación en que te encuentras? —ella entrecerró los ojos— Pues entonces lo mejor es que piensen que tenemos algo. ¿Continuamos?


La adelantó con el carrito y a pasar a su lado le susurró— Y tenemos algo, nena. Porque estás loca de ganas por correrte conmigo.


Paula jadeó indignada mirándolo darle la espalda y continuar con la compra— ¿Serás creído?


Pedro se echó a reír y ella empujó el carrito queriendo atropellarlo. Pasaron por la sección de sábanas y ella se detuvo. Pedro gimió— Paula, ¿quieres darte prisa?


—Pues tendrás que esperar porque queda mucha compra. — respondió distraída mirando de qué estaban hechas. 


Chasqueó la lengua al ver que eran de poliéster y las dejó en su sitio.


Cogió otro paquete con el diseño que le gustaba para el abuelo. Azules de cuadros. Al ver que tenían algodón las metió en el carro y escogió otro diseño para Armando con otros colores. Entrecerró los ojos al elegir las de Pedro y él la miró exasperado.


— ¿Te gustan estas? — preguntó cogiendo un paquete con dinosaurios. Pedro la miró como si estuviera mal de la cabeza y ella se echó a reír — ¿No?


—No, yo prefiero estas. — dijo siguiéndole el juego cogiendo un paquete de coches de carreras. Miró a su alrededor y cogió unas con princesitas— Y tú estas.


—No, a mí me gustan más estas. — cogió una con corazoncitos rojos.


Pedro dejó los paquetes y se acercó a ella cogiéndola por la cintura pegándola a el— Ni hablar.


—Son para mi cama. Puedo elegir lo que quiera. —Pedro alargó el brazo y cogió unas beige enseñándoselo— Perfecto. — se miraron a los ojos. Aquello era cada vez más íntimo. Parecían una pareja eligiendo las cosas para su casa y a Paula le encantó. —Escogeré las mismas para mí.


Él gruñó besándola y apartándose a toda prisa — ¿Queda mucho?


—Toallas.


Para que cada uno tuviera su juego, al abuelo azules oscuro, a Armando granates, Pedro beige y por supuesto a Paula rosa — ¿Contenta? — preguntó mirando los carros a rebosar.


—No. Falta la pintura.


—Nena, no nos cabe. Vendremos la semana que viene.


—Pero es que quiero empezar ya. — dijo mirando una camiseta que le gustaba. Hizo una mueca dejándola en el perchero porque no tenía allí dinero. Pedro entrecerró los ojos y cogió la camiseta metiéndola en el carro— ¿Qué haces?


—Si necesitas algo, cógelo. Ya que trabajas, es lo menos que puedo hacer.


—No tienes por qué hacerlo. — dijo intentando coger la camiseta para colocarla en su sitio.


Él la miró enfadado cogiéndola por la muñeca — Como me entere de que te falta algo y por vergüenza no lo compras, me voy a enfadar mucho.


—Ah. Pues…


Pedro puso los ojos en blanco cuando fue a la sección de sujetadores. Pedro miraba a su alrededor como si le diera vergüenza que le vieran allí —¿Qué te parece este? — preguntó enseñándole uno violeta.


Él la miró y entrecerró los ojos — ¿Lleva las braguitas a juego?


Ella sonrió— Tanga.


Gruñó, haciéndola reír y lo metió en el carro. Pasaron por la sección de bricolaje y vieron las pinturas— Al parecer su mujer va a reformar toda la casa. — dijo el dependiente viendo los carros.


—Sí, mi mujercita no se puede quedar quieta ni un segundo. — respondió con ironía.


Paula le ignoró—¿Tenemos de esto? — preguntó enseñándole un rascador de pintura.


—No.


Ella lo tiró en el carro y miró al encargado con una sonrisa— Bien, ahora quiero pintura blanca de exterior y rojo oscuro para las ventanas.


—¿Rojo? — preguntaron los dos a la vez. Por la cara de Pedro parecía que no le gustaba.


—¿No te gusta rojo, cariñito? — puso morritos y Pedro la miró como si quisiera matarla — La casa va a quedar preciosa. Hazme caso.


—Hágale caso. — dijo el dependiente ya convencido —¿De cuántos metros estamos hablando?


Los hombres se pusieron a hablar y ella aprovechó para mirar las cortinas. Se vendían ya hechas, que eran mucho más baratas. Además, eran largas hasta el suelo y ella no las quería así. Pero podía hacer cuatro cortinas pequeñas con un juego de aquellos, así que buscó las que más le gustaban. — ¿Nos vamos ya?


—¿Te gustan más estas o estas? — le enseñó las que más le gustaban.


La miró como si estuviera mal de la cabeza— Vale, estas. — dijo decidiéndose.


Tuvieron que ayudarles dos empleados a llevarlo todo al coche y meterlo en la caja de la camioneta. Cuando entraron, Pedro suspiró metiendo la llave en el contacto— ¿Has cogido los condones? —Pedro dejó caer los hombros —¿Te has olvidado? — preguntó asombrada.


—No parabas de distraerme moviendo el culito de un lado a otro del supermercado. — dijo antes de sacar la llave y bajarse de la camioneta —Espérame aquí.


Sonriendo le vio ir hacia el supermercado otra vez —Está loco por ti. — dijo para sí mirando a su alrededor. Había un expendedor de periódicos ante la puerta y vio la portada del periódico local. Se le cortó el aliento al ver el titular “Terminator vuelve a actuar”


Se bajó del coche a toda prisa y se acercó al expendedor. 


Frustrada metió las manos en los bolsillos de los pantalones cortos, pero no tenía monedas. Miró a su alrededor a la gente que entraba y salía sin mirarla y tiró de la puerta que para su sorpresa estaba abierta. Cogió un periódico a toda prisa sin pagarlo y miró la portada abriéndolo a la página dos, que era donde estaba el reportaje.


— ¿Sabe? ¡Aquí pagamos el periódico antes de leerlo! — se volvió sorprendida y un guardia de seguridad, que debía pesar cien kilos, la miraba con el ceño fruncido.


—Oh, lo siento. — se puso como un tomate —Es que no tengo monedas…


—Pues no debería cogerlo si no puede pagarlo. — la cogió por el brazo.


—¿A dónde me lleva? Mi novio viene ahora y lo pagará.


—Sí, claro. Estoy harto de que la gente se aproveche. ¿Creía que no me iba a dar cuenta? Yo me doy cuenta de todo.


Asombrada vio como dos chicos estaban forzando un expendedor de chocolatinas. —¡Esos están robando! — les señaló y el guardia los miró, llevándose la mano a la pistolera.


Entrecerró los ojos— Espere aquí.


—Sí, claro. Aquí mismo le espero, no se preocupe.


El hombre gritó— ¡Eh, vosotros…


Los chicos se echaron a reír y salieron corriendo mientras el guardia de seguridad los seguía. En cuanto torcieron la esquina, ella corrió hacia la camioneta. Subiéndose y cerrando la puerta. Al ver que el guardia volvía mirando a su alrededor, se agachó tumbándose sobre el asiento. Cuando se abrió la puerta del conductor, se sobresaltó levantando la cabeza. Pedro le dijo—¿Te estás echando la siesta?


—Entra de una vez. — susurró levantando la cabeza para mirar la entrada del supermercado. El guardia de seguridad seguía mirando el aparcamiento con el ceño fruncido— ¡Sube! — dijo agachándose otra vez.


Pedro la miró divertido— ¿Qué has hecho?


—Robar un periódico. ¡Parece que he atracado un banco! — dijo indignada haciéndolo reír.


Se subió a la camioneta y ella le dejó espacio colocando la cabeza sobre sus piernas —Nena, ¿no crees que exageras? — preguntó con voz ronca.


—Serás pervertido. —le pellizcó en el costado haciéndolo saltar sobre el asiento— ¿Quieres arrancar de una vez?


—Es que me lo estoy pasando tan bien…—le acarició sus rizos rojos y ella le dio una palmada en la mano riéndose —Vamos nena, ¿me haces un favor?


—Claro. — recostó su cabeza en su muslo y le miró a los ojos— Muerdo de miedo. ¿Quieres comprobarlo?


Pedro gruñó dando el contacto— Por un momento me hice ilusiones.


—De ilusiones vive el tonto de los cojo…


—¡Paula! — Pedro se echó a reír y ella miró por la ventanilla. Suspiró de alivio cuando salieron del aparcamiento.


Se levantó mirando a Pedro con los ojos entrecerrados— Muy gracioso.


—¿Quién te ha dicho que estaba bromeando?


—Sigue soñando. — cogió el periódico y lo abrió a toda prisa.Pedro le arrebató el periódico —¿Qué haces?


—No vas a leer esto.


—Han matado a otra chica en Houston. Aquí al lado.


—Déjalo. No tiene que ver contigo.


—¿Cómo puedes decir eso? ¡Me buscan a mí! Lo que no entiendo es porqué.


—¿Quieres saber por qué? Porque Falconi ha muerto en la cárcel y su padre busca venganza.


A Paula se le cortó el aliento— Hablas en serio, ¿verdad?


—El que le mató en la cárcel, apareció destripado y colgado en su celda al día siguiente. — dijo Pedro mirándola de reojo mientras Paula palidecía— Y dos semanas después empezaron a aparecer muertas esas chicas. Sólo tienes que unir los puntos.


—Dios mío. — se pasó una mano por la nuca —Voy a morir.


—¡Eso no va a pasar porque no saben dónde estás!


—¡Pero lo averiguarán!


—¡No saben nada! ¡Están matando a esas chicas únicamente para que des un paso en falso, porque no saben tu identidad! ¡Sólo quieren asustarte!


—Entonces debería seguir usando mi nombre falso, ¿no? Lorena sabe mi nombre.


—Lorena no dirá nada. — dijo con voz grave apretando el volante —Ni se le pasaría por la cabeza.


—El sheriff…


—¡Escúchame! ¡El sheriff es el único que lo sabe y confío en él! ¡No se lo dirá a nadie, así que deja de ponerte histérica! ¡Sólo mi familia sabe cómo te llamas y Lorena no dirá nada!


—Deberías llamarme Elisa. ¡Me has llamado Paula veinte veces en el supermercado!


La miró a los ojos—¡Te voy a seguir llamando por tu nombre! ¡Sino me voy a volver loco!


Asustada miró por su ventanilla —Debería irme.


—¡No te vas a ir a ningún sitio! ¡Deja de decir tonterías! ¿A dónde ibas a ir? ¡Estás sola, Paula!


Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas porque era verdad. Estaba sola. Llevaba casi tres años huyendo y estaba harta. Se apretó las manos mientras una lágrima caía por su mejilla. La mano de Pedro apareció entre las suyas separándolas —Aquí estás segura. — entrelazó sus largos dedos entre los suyos y le apretó la mano. Ella le miró y forzó una sonrisa. Pedro apretó los labios y apartó la mano para seguir conduciendo.