martes, 7 de septiembre de 2021

NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 17

 

Pedro prestó atención a aquel comentario por la relevancia que podía tener para el caso que estaba estudiando. Se fijó con más atención en el personal. Se trataba de dos mujeres y dos hombres. Los cuatro, muy apuestos. A uno de ellos se le cayó el vaso, que se hizo añicos, y la mirada de pánico que lanzó a Paula hizo sonreír a Pedro. Era evidente que había conseguido que la temieran.


–Lo siento, Paula –balbuceó.


Paula se volvió y vio a Pedro. La sonrisa que asomaba a sus comisuras fue prueba de que contenía la risa, y él le devolvió una sonrisa de complicidad al tiempo que intentaba ignorar el placer que le producía ese pequeño gesto de intimidad. Desde que se conocían había mantenido una actitud tan hostil, que la ausencia de conflicto resultaba especialmente agradable


–No te preocupes, Camilo. No tardarás en aprender.


¿A quién intentaba engañar? Era evidente que era un torpe. Pedro se puso alerta al ver que dedicaba una luminosa sonrisa a Paula, que ésta devolvía.


–Escuchad –dijo ella, señalando a Pedro–. Éste es Pedro. Fue él quien cerró el local la semana pasada y no dudará en volver a hacerlo y dejarnos en la calle, así que más nos vale hacer un buen trabajo.


Cuatro pares de ojos lo miraron con aprensión mientras él los miraba impasible. Se había enfrentado en los tribunales a suficientes miembros de bandas callejeras como para no sentirse intimidado por cuatro camareros atractivos.


Paula continuó dando instrucciones y él aprovechó para recorrer el local y ver qué cambios había hecho. Todas las ventanas estaban abiertas y en cada alfeizar había velas con quemadores de aceites perfumados. Pedro se acercó a uno para olerlo. Olía como ella: cálido y levemente exótico.


Cuando se volvió, los demás se marchaban, evitando cruzar la mirada con él. Paula se aproximó y Pedro puso freno a sus calenturientos pensamientos.


–Gracias por la simpática presentación.


–Alguien tiene que hacer de poli malo.


–Pensaba que te gustaría desempeñar ese papel.


–¡En absoluto! Yo soy siempre buena.


Pedro lo dudaba, pero se guardó el comentario.


–¿De verdad crees que ese tipo puede hacer el trabajo? –dijo, indicando con la cabeza a Camilo, que había sido el último en marcharse tras barrer.


–Puede cargar pesos y es muy guapo.


–¿Ser guapo basta?


Paula puso los ojos en blanco.


–En parte sí. A todo el mundo le gusta ver algo bello.


–Pero no todo el mundo tiene el mismo concepto de belleza.


–No te preocupes, Camilo va a satisfacer a muchos clientes. Y sabe hacer buenos combinados –dijo ella, sonriendo de una manera que inquietó a Pedro. ¿Qué tenía aquel tipo para que se le cayera la baba?–. Los clientes tienen que entrar, y en cuanto vean que se les atiende bien, que la música y el ambiente son buenos, se quedarán y gastarán dinero.


Pedro asintió. No parecía un objetivo demasiado difícil.


–¿Qué piensas hacer con todo eso? –preguntó, indicando las bebidas de la barra–. ¿Una fiesta privada?


–A no ser que los quieras tú, se irán por el desagüe –dijo ella con gesto desafiante–. No es un desperdicio. Lo necesitaba para ver qué tal hacían las mezclas.


–No pretendía insinuar eso. ¿No quieres una copa?


–Yo no bebo.


Pedro la miró sorprendido.


–¿Nunca?


–No mientras trabajo ni en un local público. Si acaso, una copa de vino en casa, con amigos.


Pedro estaba a punto de preguntarle por qué cuando oyó pisadas de tacón alto subir las escaleras precipitadamente.


–Paula, cariño, siento llegar tarde.


Pedro se volvió y vio entrar como una exhalación a la mujer más alta que había visto en toda su vida. A la misma velocidad, Paula fue directa a ella con los brazos abiertos. Luego se separaron como para mirarse a la cara y vio que Paula le guiñaba un ojo.


Pedro, ésta es Samantha. Es la persona de la que te he hablado para la puerta.


Una mujer de portera. Vaya. Eso sí era una novedad.




NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 16

 

Siempre haces un seguimiento de la evolución de las medidas que adoptas


La oficina de Pedro tenía una vista privilegiada del centro de poder de Nueva Zelanda, el Parlamento y el Tribunal Supremo, así como de la mejor facultad de Derecho. En aquel pequeño perímetro se legislaba, se enseñaban las leyes y se aseguraba que se cumplieran. Y Pedro se sentía en su casa.


Pero aquel día estaba ansioso por ir a otra zona donde las tiendas de moda se mezclaban con los cafés y los clubes más modernos, donde pasaba su tiempo de ocio la población más cosmopolita del mundo del cine y de la moda.


Sin embargo, antes de poder marcharse tuvo que atender una serie de interminables reuniones y resolver problemas inesperados, y era ya tarde cuando finalmente fue al bar. Aunque en la puerta estaba puesto el cartel de cerrado, ésta estaba abierta de par en par. Mientras subía las escaleras, oyó la voz de Paula, y ascendió lentamente para poder oír lo que decía.


–Quiero profesionalidad. Sé que las cosas no han ido bien desde que Lara se ha marchado, pero desde ahora eso va a cambiar. Ya habéis visto lo que le ha pasado al encargado esta semana. Pues si no arrimáis el hombro, vosotros seréis los siguientes. Quiero que uséis el negro como uniforme. Elegid entre vuestro vestuario lo más favorecedor, pero que sea sutil; no somos un club de strippers. Quiero elegancia y discreción. En cuanto al comportamiento, recordad que los clientes han de estar contentos, así que no quiero malas caras ni gestos contrariados. Es preferible un cierto grado de coquetería. Recordad que esto es un bar y que la gente viene a pasarlo bien en un ambiente exclusivo. Para hacerlos felices tenemos que proporcionarles su bebida con prontitud y cortesía, pero la palabra clave es «prontitud». Después de todo, lo que queremos es ganar dinero.


Pedro sonrió al oír el comentario de «malas caras», y se preguntó qué pensarían si la hubieran visto aquella mañana en la piscina. Al llegar a lo alto de la escalera vio a cuatro trabajadores tras la barra y una selección de bebidas sobre ésta. Pedro registró todo en una fracción de segundo y luego le clavó la mirada a Paula. Ésta estaba al otro lado de la barra, una vez más en vaqueros, con las piernas entreabiertas y el peso repartido entre ambas. O estaba dándoles una lección en combinados o se disponían a emborracharse.


–Último ejemplo –dijo ella–. Algo para los conductores: limón, lima y bitter.


Los cuatro se movieron al unísono, mezclando las bebidas en un vaso.


Los vaqueros que llevaba debían estar prohibidos por ley. La forma en que se ajustaban a sus caderas, cómo enfatizaban sus largas piernas eran una tortura para Pedro, que sólo podía pensar en quitárselos y enlazar aquellas piernas a su cintura.


–Preguntad siempre si prefieren beber en vaso o directamente de la botella.


NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 15

 

Paula lo sorprendió tardando sólo un cuarto de hora. Llevaba el cabello, todavía mojado, suelto, y las ondas caían por su espalda como una cascada. Pedro había dicho que prefería el cabello peinado, pero mentía. Sus dedos ardían por acariciárselo y por enredarse en su densa mata y que ésta acariciara su cara.


Trasmitía un aire más calmado, con una expresión que parecía retarlo a provocarla. Pedro estaba dispuesto a hacerlo. Había disfrutado mucho con los combates verbales que había disputado el día anterior.


Alzando la barbilla, Paula arqueó las cejas en un gesto interrogativo. Él aceptó el reto, dio media vuelta y fue hacia la puerta confiando en que ella lo siguiera. Como así fue, sintió que la adrenalina le corría por las venas.


Caminó a largas zancadas.


–¿Voy demasiado deprisa? –preguntó, mirando de soslayo el sensual vaivén de las caderas de Paula.


–Me suele gustar tomarme las cosas con más calma, pero no importa –dijo ella, mirándolo a los ojos–. Sé que estás muy ocupado.


Pedro contestó como si no hubiera captado su tono sarcástico.


–El tiempo es muy valioso. Normalmente llevo conmigo un dictáfono y trabajo mientras camino.


–Me lo imagino. Eres increíble. 


Él sonrió.


–Tengo muchos talentos ocultos.


–No lo dudo.


Sujetó la puerta de la cafetería para que Paula entrara.


–¿Quieres café?


–Sí. Solo, doble, con tres azucarillos.


Pedro fue a la barra mientras ella se sentaba en una mesa junto a la ventana. Cuando él se aproximó percibió la tensión en sus hombros y la fuerza con la que entrelazó los dedos, se dio cuenta de que no miraba por la ventana, sino al reflejo de Pedro en el cristal. Sus ojos verdes se encontraron con los de él, que aminoró el paso; se observaron y la temperatura aumentó. El instante se quebró cuando dejó las tazas en la mesa. Paula lo miró y compuso una fría y educada sonrisa, como si la ardiente mirada no se hubiera producido.


Pedro se sentó frente a ella.


–¿Qué quieres saber? –preguntó Paula.


–¿Vas a poder sacar adelante el bar?


–Sí. Hoy por la mañana voy a hablar con los proveedores y he convocado al personal para una reunión. Después localizaré al DJ. Lo que queda de la limpieza puede hacerlo el equipo. En cuanto tengamos los suministros, podremos abrir, y sólo hará falta que hagamos un poco de propaganda.


–Pero si apenas hay tiempo…


–Lo más importante es hacer correr la voz. Si puedo avisar a la gente adecuada, no habrá ningún problema.


–¿Y vas a poder?


Paula sonrió con aplomo.


–Seguro que sí.