sábado, 29 de octubre de 2016

PELIGROSO CASAMIENTO: CAPITULO 14




Pau quería morirse.


¿Cómo podía haber hecho algo tan estúpido?


Le había pedido a Pedro Alfonso que mantuviera relaciones sexuales con ella. Sintió que las mejillas se le sonrojaban.


Estaba claro que la explosión le había afectado al cerebro.


No podía escaparse escaleras abajo. Así que se dio la vuelta y volvió sobre sus pasos. Se quedaría allí de pie hasta el fin de los días. De ningún modo pensaba volver a enfrentarse a él. La tarde se había convertido en noche y todo seguía sin resolverse.


Toda su vida estaba fuera de control. El tío Roberto estaba muerto.


El doctor Kessler estaba muerto.


¿Seguiría su padre a salvo? ¿Estaría vivo al menos?


La preocupación cayó sobre ella como una manta húmeda. 


Tenía que encontrar el modo de demostrar que ella era Paula Chaves. Tenía que acabar con David. Con aquel malnacido.


Pau se dirigió caminando hacia el otro extremo de la habitación. Aquél era el único modo de regresar al lado de su padre. ¿Habría empeorado todavía más? ¿Sería demasiado tarde ya?


Sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. No quería llorar. Lo único que quería era hacer algo.


Debería bajar a hablar con Pedro. Pero le resultaba imposible.


¿Cómo había sido capaz de decirle aquello?


Pau exhaló un gruñido de frustración y dio la vuelta para seguir paseando por la habitación. Nunca se había comportado de aquel modo. Apenas había permitido que David la besara, y eso que era su prometido. Quería permanecer virgen hasta la noche de bodas. Total para nada, ya que seguramente moriría como Roberto y como Kessler.


Y nunca sabría lo que era compartir su cuerpo con un hombre. Hacer el amor.


Qué absurdo. Su sitio estaba en un laboratorio, mirando a través de un microscopio. Ése era su mundo, y no aquella locura. Y desde luego le importaba un comino Pedro Alfonso. El era sólo... sólo...


-Nadie -murmuró.


Apenas conocía a aquel hombre. Aunque le hubiera salvado la vida dos veces en las últimas veinticuatro horas. Ése era su trabajo. No era ningún héroe, sólo ayuda contratada.


Pau pensó que necesitaba distraerse. Y no con Pedro Alfonso. Entonces alzó la vista y atisbó un reproductor de CDs en la estantería que había al lado del armario. ¿Por qué no lo habría visto antes? Muy sencillo, pensó acercándose a él. Porque había estado demasiado ocupada recibiendo disparos y saltando por los aires. Pero eso no le había impedido fijarse en el modo en que él se movía.


Pau se quedó muy quieta y dejó descansar los dedos sobre la pila de CDs que había al lado del reproductor. Había algo en el modo que tenía de moverse, tanto cuando caminaba como cuando la levantaba en brazos. Algo sexual. 


Predatorio. Y sin embargo encantador. Tras la segunda explosión se había arrodillado a su lado, gritando su nombre.


Al principio no lo había oído, pero se lo leyó en los labios. 


Había tenido que transcurrir al menos una hora antes de poder volver a escuchar con normalidad, pero podía sentir. 


Pedro había recorrido todos los rincones de su cuerpo con las manos para buscar cualquier herida, cualquier hueso roto que pudiera existir. Le había tomado el rostro con aquellas manos tan grandes y le había prometido que todo saldría bien.


Y entonces, tras asegurarse de que podía trasladarla, la apoyó contra su pecho, acurrucándola allí como si fuera su hogar. Su cuerpo se había adaptado perfectamente a la poderosa musculatura de su torso. Y lo bien que olía... Pau aspiró con fuerza el aire y cerró los ojos para recrearse en el recuerdo. A pesar del olor a humo y a explosivo de su ropa, desprendía un aroma inconfundiblemente masculino. Una esencia sensual y primitiva que la hacía estremecerse. 


Ningún hombre la había abrazado así jamás. Incluso al recordarlo sentía una oleada de calor.


Pau sacudió la cabeza y se dispuso a buscar entre los CDs. 


Tenía que encontrar la manera de dejar de pensar en su padre y en David Crane. Y en Pedro Alfonso. Sólo se le ocurría una cosa. Su gran pasión aparte de la investigación médica. El baile.


Cuando quería perderse, dejar el trabajo a un lado, se ponía música y dejaba que todo fluyera. Además, necesitaba ejercitar los músculos. Habían recibido una buena tunda aquel día. Unos buenos estiramientos y después un baño caliente aminorarían las agujetas.


El bueno de Max tenía una estupenda colección de música. 


Pau escogió uno de los discos, subió el volumen y cerró los ojos para dejarse llevar por las notas. En cuestión de segundos su cuerpo se movía al ritmo lento y marcado. Sin abrir los ojos, se anudó la camiseta a la cintura sin perder ni un instante el compás.


Cuando tenía doce años se había planteado la posibilidad de dedicarse profesionalmente a la danza en un futuro. Cada momento que tenía libre lo dedicaba a ver vídeos de bailarinas profesionales.


Nada la hacía sentirse tan libre ni tan viva. Excepto desarrollar algún fármaco que pudiera salvar vidas.


Cuando era pequeña tomó lecciones de danza: Ballet, claqué... Todo le gustaba. Pero cuando tenía siete años y su madre murió, todo cambió. Su padre la introdujo en su mundo. Y había llegado a gustarle. En el laboratorio se sentía segura, a salvo. Pero todavía llevaba la música en la sangre.


Arqueó la espalda y comenzó a moverse al ritmo de la música con movimientos felinos. Luego dio varios giros y se dejó caer haciendo una floritura justo cuando se escuchaban las últimas notas.


El sonido de un aplauso entusiasta la obligó a levantar la cabeza.


Alfonso.


Maldición. Pau sintió que se sonrojaba hasta las orejas. Se puso de pie a toda prisa y apagó el reproductor de CDs.


-¿Por qué me estás espiando? -le preguntó.


Él se encogió de hombros y sonrió misteriosamente.


-No te estaba espiando. Tenías la música tan alta que no me oías. Te he llamado un par de veces.


-¿Y qué es lo que quieres? -dijo Pau sin terminar de creerse aquello.


-Pensé que tal vez tendrías hambre -respondió el detective recorriéndole el cuerpo con sus ojos oscuros y deteniéndose en su vientre, donde tenía la camiseta anudada-. Yo estoy hambriento.


-Espero que seas mejor cocinero que investigador -contestó ella deshaciendo el nudo-Todavía no estamos cerca de resolver este rompecabezas.


Para su disgusto, Pedro continuó recorriéndole el cuerpo con la mirada.


-No sabía que te gustara bailar -dijo él cambiando de tema.


-Hay muchas cosas de mí que no sabes -aseguró Pau pasando por delante de él-. Disculpa.


-¿Te sorprendería saber que a mí también me gusta bailar? -le preguntó el detective con voz misteriosa cuando alcanzaron la escalera.


-¿De veras?


Pau no se lo creía. Seguro que lo había dicho por charlar de algo, por ponerla de nuevo de su parte. Bien, pues ya podía ir olvidándose.


Tuvo su oportunidad y la había dejado escapar.


Lo único que en aquellos momentos quería de él era que hiciera su trabajo.


-Se me da especialmente bien bailar en la oscuridad -aseguró Pedro con voz sensual cuando bajó el último escalón-. Tal vez te lo demuestre cuando seas mayor.







PELIGROSO CASAMIENTO: CAPITULO 13





-Se pondrá bien. Sólo está un poco aturdida.


-Bien -dijo Pedro sintiendo una oleada de profundo alivio-. Gracias por venir hasta aquí, doctor.


El doctor Kyle Pendelton sonrió y le ofreció la mano.


-No ha sido ninguna molestia. ¿Seguro que tú estás bien?


-Perfectamente -respondió apretando la mano del médico-. Victoria le agradecerá que haya venido.


Aunque hubiera llevado a Paula al hospital si hubiera sido necesario, se alegraba de no haber tenido que hacerlo. No quería verse en la tesitura de responder a preguntas que sin duda hubieran surgido. Sin duda, Crane tendría a alguien vigilando los hospitales si sospechaba que Paula estaba viva.


Pedro lamentaba profundamente no haber podido hacer nada por Kessler. Pero ya estaba casi muerto cuando lo sacó del laboratorio en llamas. Murió unos minutos más tarde.


El detective había salido entonces a toda prisa de casa de Kessler no sin antes llamar a urgencias para contarles la explosión. Sabía que aquella llamada le crearía problemas más adelante, pero no podía dejar de hacerla. Ya se preocuparía más tarde de responder a las preguntas que las autoridades le hicieran. Victoria los mantendría a raya hasta que aquel caso estuviera bajo control. Pedro llamó después al doctor Pendelton, el médico de la Agencia, para que acudiera a la cabaña de Max.


Tras despedirse de él en la puerta, Pedro miró en dirección a las escaleras. Sus pensamientos volvieron a la mujer que descansaba sobre la cama. Sintió un nudo en la garganta. 


Había estado a punto de morir porque él la había enviado a hacer la llamada de emergencia a la casa. El detective no podía imaginar que hubiera otra bomba en la casa, pero seguía siendo culpa suya de todos modos. Ella estaba bajo su protección. Tal vez nada de aquello hubiera ocurrido si la hubiera creído desde el principio. Incluso podía ser que Kessler siguiera vivo. Estaba claro que Crane había tenido a sus hombres observando los dominios del científico. Al estar los tres allí había tenido la oportunidad de acabar de una sola jugada con ellos. Pedro se preguntó que habría salido mal. ¿Por qué no habían explosionado el laboratorio y la casa al mismo tiempo? ¿A qué se habría debido el retraso? 


El error de alguien era lo único que les había salvado la vida.


Ahora estaban de regreso en el punto de partida. Con el laboratorio destrozado, Paula seguía sin tener nada que mostrar a las autoridades como prueba. Pero ahora Pedro sabía la verdad. Y, por desgracia para David Crane, aquello era lo único que el detective necesitaba. No descansaría hasta detener a aquel hombre. Daba igual lo que hubiera ocurrido en el pasado: Acabaría con Crane a toda costa.


Pedro apretó la mandíbula. La idea de que aquel hombre se hubiera aprovechado de Paula, que hubiera intentado matarla, lo enfurecía. Ella era tan joven, tan inocente...


Antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, subió los escalones de dos en dos. Necesitaba comprobar por sí mismo que estaba descansando. Tenía que haberla creído desde el principio.


Paula estaba en medio de la cama con las sábanas enredadas alrededor del cuerpo y los ojos cerrados. El cabello, largo y rubio, le caía por los hombros. Pedro sintió un deseo familiar abriéndose paso por su cuerpo. Se maldijo a sí mismo por permitirlo. No era más que una niña, lo reconociera o no. Debería bajar y no arriesgarse a molestarla. Pero ella abrió los ojos, como si hubiera presentido su aparición.


-Estoy despierta -dijo con voz algo temblorosa.


-No quería molestarte -murmuró él tragando saliva-. ¿Necesitas que te traiga algo?


Ella trató de incorporarse y al hacerlo compuso una mueca de dolor.


-No intentes levantarte -dijo Pedro tomando asiento en una esquina de la cama-. El médico dijo que debías descansar.


-Necesitamos un plan -le informó ella ignorando por completo sus palabras anteriores-. Nos estamos quedando sin tiempo. Tenemos que detener a David antes de que utilice el fármaco.


-No te preocupes -la tranquilizó el detective posándole las manos sobre los hombros-. Yo lo detendré. Tú lo que tienes que hacer es descansar.


Al sentir su piel en las palmas de las manos fue como si recibiera una descarga eléctrica. Hasta aquel momento no se había dado cuenta de que no llevaba nada encima. Se le secó la boca.


-¿Te importaría pasarme esa camiseta? -le preguntó Pau señalándole la silla que había al lado de la cama mientras se cubría con la sábanas a la altura del pecho.


-Claro.


Pedro buscó la prenda. Tendría que haber supuesto que Pendelton necesitaría explorarla. Le pasó la camiseta sin mirarla, pero le pareció atisbar de reojo un pecho, uno pequeño y firme que apuntaba hacia arriba, como si reclamara su atención. Todos los músculos del cuerpo de Pedro se tensaron. No podía perder la concentración. Era demasiado joven para él, por no añadir que además era su cliente.


-Ya que las pruebas de Kessler han sido destruidas no veo otro recurso. Voy a tener que enfrentarme a David. Soy la vicepresidenta primera. Tendrán que escucharme - anunció.


Estaba saliendo de la cama. Pedro la detuvo. La rodeó con sus brazos y la obligó suavemente a volver a sentarse.


-¿Y cómo te propones hacerlo?


Nunca dejaba de asombrarlo, pero aquello era ya demasiado.


-Entraré allí sin más y les contaré lo que Kessler dijo. El hecho de que tú estés de mi lado y que Kessler esté muerto debería servir de algo.


-Pau-le dijo con dulzura-. Si fuera tan fácil no me habrías necesitado a mí. Crane te matará.


-Pero tú me protegerás.


Ella alzó la mirada para clavarle aquellos ojos azules. No se le pasó el respeto que reflejaban. Se lo agradecía, pero lo que le inquietaba fue el otro matiz que observó. La misma atracción que sentía él.


-Sí -dijo con voz tensa-. Lo haré. Pero primero tenemos que demostrar que eres quien dices ser.


Aquella observación cayó sobre la joven como un hachazo. 


Se había olvidado por completo de aquella otra mujer que en aquel momento vivía su vida.


-Oh, Dios. ¿Cómo voy a ser capaz de hacerlo? Es exacta a mí. Y está claro que todo el mundo en los laboratorios la ha aceptado. El mundo entero creé que soy yo.


-Necesitamos sus huellas dactilares -dijo Pedro sopesando las opciones.


-Y su ADN -se apresuró a añadir Paula con emoción.


-Pero eso no demostrará nada si no hay con qué compararlo. Necesitamos varias cosas.


Ella se llevó las rodillas al pecho y lo observó con esperanza renovada.


-Sin problema. Yo estaré encantada de proporcionar mi ADN.


-Esa es una posibilidad -reconoció el detective-. Pero lo que realmente nos hace falta es algún documento oficial anterior con tus huellas, o mejor con tu ADN en el que figure el nombre de Paula Chaves.


Ella se mordió el labio inferior con un gesto inconscientemente sensual. Pedro tuvo que apartar la vista.


-Los archivos de seguridad de Cphar tendrán mis huellas -dijo Pau con los ojos súbitamente iluminados-. Si es que David no los ha manipulado -concluyó ensombreciendo de nuevo la expresión.


-Seguramente no se habrá molestado en cambiar más que los archivos recientes. Cualquier cosa almacenada o antigua seguirá igual que antes.


-¡Eso es! -exclamó ella poniéndose de rodillas-. ¡Los archivos antiguos!


-Tienes que tomártelo con calma -le pidió el detective sujetándola de nuevo por los hombros, esta vez cubiertos por la camiseta.


-Escúchame -le dijo Pau-, hace cuatro años participé en un estudio en el que utilizaron mi secuencia de ADN. Tiene que estar allí. David no sabe que ese archivo existe. La prueba se realizó antes de que él aterrizara en Cphar.


-Pau, ahora mismo nada de eso importa -insistió Pedro tratando de recostarla-. Lo que tienes que hacer es descansar. Ya se me ocurrirá algo. Te lo prometo.


Ella lo miró como si quisiera adivinar su pensamiento.


-Pau -le advirtió el detective-. Tienes que...


“Tienes que dejar de mirarme así”, quiso decirle. Pero perdió el hilo de sus pensamientos mientras sus ojos recorrían por propia iniciativa el hermoso rostro que tenía delante. Tenía un rasguño en la mejilla derecha. Pedro trató de no mirarla de aquel modo, sabía que no era una buena idea. Pero ya era demasiado tarde, la había mirado y no podía detenerse. 


Aquella naricita tan graciosa... Aquellos labios carnosos... 


Labios completamente besables. La columna delicada de su cuello. El cuerpo de Pedro reaccionó.


Ella se inclinó hacia delante. El cabello rubio que le caía como una cascada de seda acarició las manos del detective, que todavía la tenía sujeta por los hombros. Pedro contuvo la respiración cuando los labios de la joven se posaron sobre los suyos. Sintió el deseo hacer erupción dentro de su cuerpo como si fuera el hongo de humo de una bomba atómica. Apretó los dedos sobre su piel. El deseo de estrecharla entre sus brazos con más fuerza era evidente, pero se resistió y la apartó de sí.


-Pau... -murmuró con sus labios todavía pegados a los suyos, besándolos con una ingenuidad que lo enternecía.


Aquello no podía estar ocurriendo. No podía permitirlo. 


Tendría que apartarla todavía más, pero sus brazos no parecían capaces de hacer el movimiento necesario.


Ella se apartó.


-¿Por qué no me besas? -le preguntó buscando la respuesta en su mirada.


-Va contra las normas -respondió Pedro parpadeando para disimular sus sentimientos-. Eres mi cliente. Tener una relación sería un error por varias razones.


-Hay algo más que eso -aventuró Paula sabiamente.


Tenía razón. Pedro apartó por fin las manos de ella y se puso de pie para poner tierra de por medio entre ellos.


-Tal vez, pero en cualquier caso va contra las normas -repitió.


Pau se levantó de la cama. El detective trató de no fijarse en la camiseta, que le cubría hasta la altura de los muslos.


-Bien, déjame decirte algo sobre las normas -dijo ella furiosa avanzando en su dirección.


Pedro dio un paso atrás.


-En la última semana me han dejado colgada en el altar, el hombre con el que en teoría iba a casarme ha ordenado que me asesinen, me han disparado y ahora casi salgo disparada por los aires.


Pau se puso las manos en jarras y siguió avanzando hacia él.


-Por no mencionar que una mujer a la que no he visto nunca se ha apoderado de mi vida. ¡Todo se escapa a mi control!


-Tienes razón -reconoció Pedro alzando las manos con la esperanza de detener su avance-. Has pasado por un infierno y en situaciones así la gente... la gente se confunde. Sientes la necesidad de demostrarte que todavía sigues viva, que todavía eres deseable. Créeme, no tiene nada que ver conmigo. Más adelante te arrepentirías.


-No estoy confundida -aseguró ella alzando una ceja y deteniéndose justo delante del detective-. Sé perfectamente lo que tengo en la cabeza. Tú no lo entiendes. Después de todo lo que me ha ocurrido, lo único que ahora controlo es el aquí y el ahora.


Pedro se cruzó de brazos. Tenía un mal presentimiento.


-Y no tengo ninguna intención de morir virgen. Así que supéralo, Alfonso. Tengo veintidós años y sé lo que quiero. 
Y ahora mismo, lo que quiero es a ti.





PELIGROSO CASAMIENTO: CAPITULO 12




-La siguiente a la derecha.


Pedro giró y miró de reojo a su copiloto. Había permanecido callada la mayor parte del viaje. Eso le preocupaba. Si no hablaba significaba que estaba pensando. Y viniendo de ella aquello era sinónimo de problemas.


Los segundos que había mirado por los prismáticos aquella mañana cuando la otra mujer salió de casa de los Chaves se repitieron de nuevo en su mente. Aquella mujer se parecía a Paula Chaves: Era su copia exacta, al menos en apariencia. El peso, la altura, incluso los gestos eran los mismos. Era como mirar a una gemela idéntica. Pero Paula Chaves no tenía hermanas ni era adoptada. Aquella mujer tendría que haber pasado por un quirófano para parecerse a la auténtica Paula. Podría haber visto vídeos o incluso observado a la joven para copiarle los gestos. Un tinte de pelo y lentillas de color azul explicarían el resto.


Pero eso supondría dar por hecho que la mujer que estaba sentada a su lado en el coche era la auténtica Paula Chaves.


-Aquí es -anunció ella con entusiasmo-. Ahí está su coche -dijo señalando un sedán gris aparcado a la entrada-. Sólo espero que quiera hablar con nosotros.


Pedro aparcó a unos metros del otro vehículo. No habían considerado la posibilidad de que Kessler se mostrara violento.


-Voy a acercarme yo primero a la puerta para comprobar que todo está bien. Tú quédate.


Ella hizo amago de protestar, como parecía ser su naturaleza. Pero se lo pensó mejor al sentir la mirada glacial que le dedicó el detective.


-¿Sabes si tiene armas de fuego en casa? -preguntó Pedro mientras se bajaba.


-Que yo sepa no -respondió Pau encogiéndose de hombros-. Ni siquiera creo que supiera cómo utilizarlas.


Aquella afirmación no le sirvió de consuelo a Pedro. El hombre podía haber cambiado mucho el último año, sobre todo teniendo en cuenta su polémica con Cphar.


Mientras avanzaba lentamente hacia la puerta de entrada, Pedro observó la parcela vacía en busca de algún rastro de un inesperado comité de bienvenida. Nada. La casa estaba bastante alejada del camino de entrada. Era una construcción clásica de dos plantas pintada de blanco con las contraventanas verdes. Había un garaje adyacente de aspecto más moderno y otra construcción más grande y todavía más reciente que el garaje. Dado que Kessler era un científico, Pedro supuso que se trataría de su laboratorio. 


Una idea que se veía reforzada por el panel de seguridad de alta tecnología que tenía en la pared y del que carecía la casa. También era significativa la ausencia de ventanas.


El sol de mediodía calentaba con inusual fuerza. Pedro sintió que la frente se le perlaba de sudor. La gravilla crujía bajo las suelas de sus botas. Cuando alcanzó los escalones de madera que llevaban al porche, se detuvo y escuchó atentamente los sonidos que pudieran proceder del interior de la casa. La puerta delantera estaba abierta y resguardada únicamente por una tela metálica oscura que daba a entender que su dueño se había tomado la molestia de preservar su intimidad.


Cuando Pedro levantó el pie derecho para subir el primer escalón, sintió el inconfundible sonido del seguro de una pistola al desengancharse. El detective se quedó paralizado.


-Esto es propiedad privada.


Pedro miró a través de la tela metálica pero sólo pudo percibir una vaga sombra detrás de ella. La voz que había escuchado era inconfundiblemente masculina y pertenecería seguramente a un hombre mayor. Con un poco de suerte, se trataría de Kessler.


-Me llamo Pedro Alfonso. Trabajo para la Agencia Colby. Me gustaría hablar con usted. Es importante.


-Saque su identificación y manténgala abierta de modo que yo pueda verla. Luego quiero que levante las manos.


-La tengo dentro de la chaqueta. Tengo que...


-¡Quítese la chaqueta!


Pedro percibió la ansiedad en el tono de voz del hombre. Lo que menos le apetecía del mundo era tener a un científico asustado apuntándole a la cabeza con una pistola.


-No hay problema -lo tranquilizó el detective-. Pero primero tengo que saber si es usted Lawrence Kessler.


-Eso depende.


Pedro se lo tomó como un sí. Se quitó despacio la chaqueta y la colocó en los escalones. Luego rebuscó en el bolsillo interior y sacó la identificación.


-Sé que tiene un arma -señaló Kessler-. Déjela también donde yo pueda verla.


-Claro. Tranquilo, amigo -respondió el detective sacándose la pistola de la cintura y colocándola sobre la cazadora.


Tenía la esperanza de que el anciano no fuera lo suficientemente avispado como para pensar en la funda de pistola que llevaba en el bolsillo.


-¿Está todo bien ya?


En aquel momento se abrió la tela metálica y un hombre mayor salió al porche con una pistola del calibre doce en la mano. Miró el carné de Pedro sin levantar la vista hacia su rostro.


-¿Qué quiere de mí la Agencia Colby? -preguntó Kessler malhumorado.


-Sólo quiero hacerle un par de preguntas -se explicó Pedro-. No se preocupe, no trabajo para Cphar.


Sobresaltado al escuchar aquel nombre, Kessler pareció todavía menos convencido de considerar al detective un amigo.


-Tiene un minuto para convencerme de que no le dispare -le advirtió el anciano. Antes de que Pedro pudiera darle más explicaciones, se abrió la puerta de su coche y Kessler miró hacia allí. Paula se dirigía hacia la casa.


Pedro maldijo entre dientes.


-Así que no trabaja para Cphar, ¿verdad? -gruñó el anciano-. ¡No se acerque ni un milímetro más! -le advirtió a la joven-. No tengo nada que decirle.


-Mire. Dénos una oportunidad de explicarnos -le pidió Pedro con voz pausada.


-¡He dicho que no se acerque más! -le gritó el científico a Paula.


-Haz lo que te dije -gruño Pedro.


Para su alivio, la joven se detuvo... Para hacer algo todavía peor.


-Doctor Kessler, sé que hay un problema con el Cellneu. Necesito que me diga de qué se trata -le gritó en tono casi acusador.


Pedro volvió a maldecir. Sería un milagro que no los mataran a los dos por culpa de ella.


-No fue culpa mía -gritó Kessler con un nuevo tono de tensión en la voz-. Intenté decírselo, pero ellos no me escucharon. Chaves decidió creer a Crane antes que a mí. Se merece lo que le pase, sea lo que sea.


-Dentro de dos semanas comenzarán a probarlo con grupos humanos -le dijo Paula con voz temblorosa-. Está previsto que el Ministerio de Sanidad apruebe el Cellneu antes de fin de año.


-Están locos -murmuró Kessler-. Yo ya no soy el responsable. Hice todo lo que pude para detener esto. Tengo una hija en Colorado. No arriesgaré su vida ni la de su familia. No me pidan que haga eso.


-¿Le ha amenazado alguien, doctor Kessler? -le preguntó Pedro.


-No, claramente no -contestó el anciano soltando una carcajada amarga sin asomo de humor-. Pero he entendido perfectamente el mensaje.


-Necesito su ayuda, doctor Kessler -le pidió Paula, que para entonces se había colocado al lado de Pedro-. Sé que mi padre cometió un error. Ahora me pregunto si no habrá sido debido a su enfermedad. Su salud se ha deteriorado muy deprisa el último año. Todavía no sabemos exactamente de qué se trata, pero puede haber afectado a su juicio. Tal ver por eso tomó partido por David en lugar de por usted.


Kessler sopesó sus palabras. Entonces bajó el arma que sujetaba con tanta fuerza.


-La gente morirá si siguen adelante con el Cellneu.


-Díganos cómo detenerlos -le urgió Paula.


-Tenemos que tener pruebas -intervino Pedro-. Si detenemos al responsable de esto su familia estará a salvo. Ahora mismo no lo están, ni tampoco usted.


-El responsable es Crane -aseguró el científico-. No lo dude. Está hambriento de dinero y de poder. Lo demás no le importa. Es un codicioso malnacido.


Pedro sintió una punzada de culpabilidad.


-Te lo dije -se apresuró a señalar Paula mirándolo-. ¿Cuándo empezarás a creerme?


-Si pudiéramos entrar un instante para hablar del asunto -dijo el detective girándose hacia Kessler-, su ayuda podría ser fundamental para resolver el caso.


-De acuerdo -cedió el anciano exhalando un suspiro y sujetando la tela metálica-. Entren.


Pedro siguió a Paula por el salón en penumbra. Las cortinas estaban completamente echadas. Kessler dejó la pistola en un rincón y encendió la lámpara que había sobre una mesita. Después les hizo un gesto con la mano indicándoles el sofá para que se sentaran.


-El Cellneu parece completamente seguro al principio -dijo sin más preámbulos-. Y los resultados son impresionantes. Pero provoca cambios irreversibles en ciertas células.


-Alteraciones genéticas -murmuró Paula con gesto grave-. Cielos, ¿cómo no nos dimos cuenta?


-En un principio pasa desapercibido -explicó Kessler negando con la cabeza-. Las células mutadas permanecen dormidas durante meses. Por eso se nos pasó. Cuando yo lo descubrí intenté detener el proyecto, pero nadie quiso escucharme. Crane insistió en que la incidencia sería mínima. Que lo bueno superaría con creces la parte negativa.


-¿Qué ocurre cuando esas células se despiertan? -preguntó Pedro mirando alternativamente a ambos científicos.


-Que destruyen todo a su paso -respondió Kessler-. La muerte es inevitable.


-Si David se sale con la suya, el medicamento se pondrá a disposición de miles de personas -dijo Paula dirigiéndose directamente a Pedro-. Imagina cuántas morirán.


-¿Es posible que Crane tenga razón respecto a la baja incidencia? -reflexionó el detective.


Tenía que asegurarse. Los cargos contra Crane eran muy graves. El hombre al que Pedro recordaba soñaba con salvar el mundo. Había compartido con él aquel sueño durante aquellas setenta y dos horas de infierno.


-La incidencia de muertes será mucho mayor que la de supervivientes. Crane lo sabe.


Algo en los ojos del anciano le hizo ver a Pedro que estaba diciendo la verdad. El detective sintió un nudo en la garganta y posó la vista sobre Paula. Los ojos de la joven reflejaban la misma tristeza que los de Kessler.


¿Habría ordenado Crane con tanta crueldad la muerte de la mujer a la que supuestamente amaba y con la que se iba a casar? ¿Una mujer tan joven y tan ingenua, tan poco habituada al mundo real? La habían protegido durante toda su vida, y todo para recibir un despertar que nadie merecía.


La espantosa realidad atravesó la mente de Pedro como si fuera un jet cruzando la barrera del sonido.


Aquel parecido... ¿De dónde la habría sacado Crane? ¿Cuánto tiempo llevaba planeándolo? Por lo que Pedro sabía, Crane pretendía casarse con Paula Chaves. El súbito cambio de actitud de Roberto Gardner o su descubrimiento había sido lo único que se lo impidió. La doble debía ser una alternativa, el plan B para el caso de que las cosas se torcieran. Y sin embargo...


-Necesitamos una prueba -les recordó el detective a ambos científicos.


-¿Cómo puedes seguir sin estar convencido? -exclamó Paula mirándolo con desolación-. ¿Acaso no has oído suficiente? La gente morirá.


-Si no hay pruebas tenemos las manos atadas -respondió Pedro sosteniéndole la mirada-. Lo sabes tan bien como yo. No se puede acabar con un tipo como Crane sólo por un rumor. Sobre todo si procede de un antiguo empleado que tal vez sólo quiera venganza.


-De acuerdo -murmuró la joven con rabia-. ¿Conserva algún archivo de sus investigaciones? -preguntó girándose hacia Kessler.


-Siempre he creído en las ventajas de cubrirse las espaldas -respondió el anciano sonriendo-. Lo tengo todo escondido en el laboratorio. Les traeré el archivo. Esperen aquí. No permito visitas en mi laboratorio.


-Gracias por ayudarnos, doctor Kessler - dijo Paula acercándose a él.


El anciano asintió con la cabeza y salió por la puerta.


-Supongo que ahora me crees -le dijo la joven al detective antes de recorrer nerviosa el salón.


Pedro también se puso de pie. Había algo que lo inquietaba. 


Algo que no sabía definir. No dudaba de la palabra de Kessler. Qué demonios, a aquellas alturas tampoco dudaba de la de su cliente. Pero algo no encajaba. Se trataba de aquella sensación extraña que siempre lo invadía cuando las cosas se iban a poner todavía peor.


En aquel momento, el sonido de una explosión lo arrancó de sus pensamientos.


-¿Qué ha sido eso?


Paula se agarró a él como una lapa. Estaba aterrorizada.


-Quédate detrás de mí -exclamó Pedro dirigiéndose a la puerta.


Por primera vez desde que la encontró en aquella sórdida habitación de motel, ella le obedeció sin rechistar. Se le colgó del brazo y, a juzgar por la fuerza con que lo agarraba, parecía decidida a no soltarlo. Fuera olía a desastre. El laboratorio estaba envuelto en llamas y humo.


-¡Entra en el coche! -le ordenó Pedro.


Tenía que intentar salvar a Kessler. Ella estaría más segura en el coche.


Salió corriendo hacia el edificio en llamas. Paula se quedó paralizada, incapaz de moverse mientras lo veía golpear con el hombro la que parecía ser la única entrada al laboratorio. 


Estaba tratando de abrirse camino... al interior de un edificio que ya estaba perdido. Si entraba...


Pedro! -gritó corriendo hacia él.


La puerta había cedido. Pedro estaba dentro. Ella sintió que el corazón le latía a toda prisa.


Pedro! volvió a gritar.


No veía nada. Una gruesa capa de humo lo cubría todo. 


Tenía que hacer algo. ¿Y si se intoxicaba con el humo? ¿Y si no conseguía encontrarlo antes de que fuera demasiado tarde? Tenía que entrar. No podía seguir esperando.


Cuando se disponía a entrar en el laboratorio, Pedro salió por la puerta con el doctor Kessler al hombro.


-¿Está vivo? -preguntó ayudándole a dejarlo en el suelo.


-Casi. ¡Entra y llama a urgencias!


Pedro tenía el rostro y las ropas negros por el humo. 


Respiraba con dificultad y no paraba de toser. Paula sintió un nudo en el estómago. Él también necesitaría asistencia médica.


Ayuda. Tenía que conseguir ayuda. Cuando estaba a medio camino de la casa otra explosión provocó que la tierra temblara bajo sus pies. Una fuerza invisible la tiró hacia atrás. El rostro de Pedro flotaba delante de sus ojos.


Trató de hablar, pero la oscuridad la engulló.