miércoles, 21 de octubre de 2020

EN SU CAMA: CAPÍTULO 32

 


Cuando llegó a Glendovia y descubrió quién era en realidad el príncipe Pedro Alfonso, amenazó con darse media vuelta y volver a Texas, aunque eso significara incumplir el contrato que había firmado con la casa real. Pero ahora que llevaba allí un tiempo y se había metido de lleno en el trabajo, estaba disfrutando realmente con su estancia. Disfrutando con el palacio y también con el país y su gente.


Echaba mucho de menos a su familia y tenía ganas de volver a Texas para verlos, pero ya no estaba deseando que llegara el momento de marcharse, como le ocurriera un par de semanas atrás.


—¿Crees que te dará tiempo a establecer la organización y prepararlo todo para que otros puedan retomar tu labor cuando te marches? —preguntó Pedro.


—Sí.


—¿A pesar de lo cerca que están las fiestas?


—Trabajaré durante las vacaciones navideñas. Tenía intención de hacerlo de todas formas.


Como no iba a poder compartirlas con su familia y el ejército de criados ya se había encargado de decorar el palacio de arriba abajo, sospechaba que este año el día de Navidad iba a ser como cualquier otro día del año.


Había decidido que lo pasaría sola en su habitación, en vez de entrometerse en las celebraciones que llevara a cabo la familia real. Al menos ahora, tendría un jugoso proyecto del que ocuparse que la mantendría ocupada.


Le pareció que oyó que Pedro mascullaba algo así como: «Eso ya lo veremos», pero de pronto se levantó y dijo con voz más firme: —Está bien. Hablaré con mi familia y te daré una respuesta.


Paula asintió y se levantó, mientras Pedro se dirigía a la puerta y la abría. Paula avanzó un par de pasos en su dirección y de pronto se detuvo.


—¿Querías hablar de algo más? —preguntó Pedro al verla vacilar.


Paula, que tenía los brazos estirados a lo largo de los costados, apretó los puños una vez y los soltó, removiéndose con nerviosismo mientras se debatía entre confesarle el motivo de su preocupación o no.


—Paula —murmuró él con suavidad, al tiempo que se acercaba a ella.


Paula enderezó los hombros y lo miró a los ojos, haciendo que Pedro se detuviera en seco.


—Es sobre lo que pasó anoche… —comenzó, armándose de valor para mantener una conversación que le daba verdadero pánico.


—¿Sí? —preguntó él, sin imprimir inflexión alguna a su voz.


Era evidente que no tenía intención de ponérselo fácil.


—No puede volver a ocurrir —dijo ella sin pensárselo más, como cuando tiras de una esparadrapo para que no te haga tanto daño.


—Ya —dijo él, con el mismo tono carente de emoción, aunque elevó una ceja, única muestra de que le interesaba el tema.


—No. Soy consciente de que es exactamente lo que querías conseguir, el motivo por el que me invitaste a venir desde el principio, pero ha sido un error y no volverá a ocurrir.


EN SU CAMA: CAPÍTULO 31

 

Los cálidos rayos del sol se colaban a través de las ventanas francesas, rayando el suelo enmoquetado y parte de la cama. Paula se fue despertando poco a poco.


Se estiró y bostezó mientras tendía la mano hacia un lado de la cama esperando encontrar a Pedro dormido a su lado. Al no hallar nada más que las frías sábanas, abrió los ojos y bostezó varias veces hasta que se le aclaró la vista.


Estaba desnuda y sola entre las sábanas revueltas.


Se sentó de golpe en la cama y miró a su alrededor, pero no lo vio por ninguna parte.


La decepción le revolvió un poco el estómago. Tal vez había sido demasiado optimista, al creer que despertaría entre sus brazos. Al fin y al cabo, no estaría bien que lo pillaran en la cama con una persona que trabajaba para él.


Con un suspiro salió de la cama y se cubrió con la bata. Mientras se la ataba a la cintura miró el reloj y el corazón le dio un vuelco cuando vio la hora: pasaban de las diez de la mañana.


Santo Dios, ¿cómo podía haber dormido hasta tan tarde?


Sin querer pensar en el recibimiento que le dispensaría la familia real cuando por fin bajara, Paula se duchó, se cepilló los dientes y se vistió. Optó por un sencillo vestido-camiseta, ceñido a la cintura con una cadena plateada, y sandalias blancas con plataforma. No era demasiado provocativo, pero tampoco soso.


Quería parecer despreocupada y segura de sí misma, cuando se encontrara con Pedro.


Acostarse con él, un príncipe, el hombre que la había contratado y el mismo que le había propuesto que se acostara con él nada más conocerla, no era lo más inteligente que había hecho en la vida. Debería haber resistido más.


Porque lo que no estaba dispuesta a hacer, era convertirse en su amante durante el resto del tiempo de estancia en Glendovia que le quedaba.


Firmemente decidida, recorrió los corredores del palacio con paso tranquilo y bajó la amplia escalinata de mármol. No se encontró con nadie, ni siquiera con un criado, y Paula se sintió aún más violenta por haberse quedado dormida.


Se dirigió al comedor, lugar en el que había coincidido con la familia real casi todo el tiempo hasta el momento, y se lo encontró vacío. Hacía tiempo que habían recogido la mesa del desayuno. Regresó entonces al vestíbulo y siguió por el corredor en dirección opuesta hacia el despacho de Pedro. No es que tuviera demasiada prisa por encontrarse con él, pero al fin y al cabo era a quien le daba cuentas de su trabajo y llegaba tarde.


La puerta estaba cerrada y llamó suavemente con los nudillos, casi con la esperanza de que no estuviera allí. Pero Pedro la invitó a entrar al primer toque.


Paula tomó aire para tranquilizarse, antes de entrar y cerró la puerta tras de sí. Pedro estaba sentado detrás de su escritorio, trabajando, pero levantó la cabeza para saludarla.


Una intimidad abrasadora brilló en sus ojos. Paula se quedó sin respiración.


—Buenos días —saludó, dejando en la mesa el bolígrafo, y se puso en pie—. Confío en que hayas dormido bien.


Lo dijo con tono formal, más de lo que habría esperado del hombre que había compartido su cama unas pocas horas antes, desprovisto de burla o doble sentido. Así y todo, su mirada la consumía, derramándose sobre ella como miel caliente, haciendo que sólo deseara dejarse llevar, rendirse en cuerpo y alma a sus deseos nuevamente.


—Muy bien, gracias —si él podía mostrarse decoroso, ella también—. Lamento haber bajado tan tarde esta mañana. Que la fiesta navideña de anoche en el hogar infantil fuera un éxito, no significa que pueda dormirme en los laureles. Hay otras muchas organizaciones benéficas que requieren mi atención.


Evitó mencionar a propósito lo que habían estado haciendo al llegar de la fiesta de Santa Claus, manteniendo en todo momento una actitud profesional. Sería lo mejor.


Pedro levantó una de las comisuras de los labios, como si le hubiera adivinado las intenciones.


—Yo no diría que quedarte dormida unas horas sea desatender tus obligaciones. Aun así, si tienes algún otro proyecto en mente, soy todo oídos.


Le hizo un gesto con la mano invitándola a sentarse, en uno de los sillones que había delante de su escritorio y, en cuanto se hubo sentado, retomó su asiento.


—Lo cierto es que sí se me ha ocurrido algo —dijo ella, notando cómo desaparecía la tensión de su cuerpo. Hablar de trabajo le resultaba mucho más fácil, que hablar de lo ocurrido la noche anterior—. No se trata de un evento para recaudar dinero propiamente, sino de. crear un organismo nuevo.


—¿De veras? —Pedro levantó ambas cejas, al tiempo que se reclinaba en el sillón y unía las yemas de los dedos de ambas manos, escuchando atentamente.


—Sí. En mi país existe una organización a nivel nacional, que se encarga de hacer realidad los deseos de niños enfermos que están en fase terminal. Me he dado cuenta de que no existe nada parecido aquí, y creo que sería fantástico que la familia real fomentara el proyecto. Os proporcionaría una prensa magnífica y al mismo tiempo harían realidad las necesidades de unos niños que están enfermos, ya sea en el hospital o en casa, y no tienen esperanza de recuperación. Había pensado que el proyecto podría llamarse Soñar es Posible.


Pedro consideró la proposición durante unos segundos y finalmente preguntó:—¿Y qué tipo de sueños podríamos hacer realidad?


—Cualquier cosa que se les ocurra. Su deseo más íntimo, siempre y cuando sea factible. En mi país, esta organización se ocupa, por ejemplo, de hacer que los niños conozcan a su personaje famoso favorito, o de que pasen un día entero en un parque de atracciones, alquilado sólo para ellos y sus amigos, paseos en globo o aprender a pilotar un avión. Cosas que los niños siempre han querido hacer, pero que nunca podrán debido a su enfermedad.


Pedro le sonrió.


—Supongo que podría ocuparme de ello.


—Entonces ¿lo tomarás en consideración? —Paula se inclinó hacia delante entusiasmada—. Se trata de algo más complejo que la simple organización de un acto para recaudar fondos. Se necesitará una oficina desde la que trabajar, empleados, enormes inversiones en publicidad a nivel nacional y posiblemente internacional, y hasta es posible que ruedas de prensa. Y la organización requerirá un soporte continuado, cuando yo regrese a Estados Unidos.


Le pareció ver algo en el rostro de Pedro que delataba cierto malestar, al mencionar su partida de Glendovia, pero fue sólo un instante.


—Es un esfuerzo muy loable —dijo él, cambiando levemente de postura, de manera que pudiera apoyar nuevamente los codos en la mesa—. Una buena causa y algo que reforzaría la reputación de Glendovia y la estima de sus habitantes. Tendré que someterlo a la opinión del resto de la familia, por supuesto, pero yo estoy a favor de emprender el proyecto.


—Excelente —dijo ella, sonriendo ampliamente, complacida de haber encontrado en Pedro un aliado en un proyecto, con el que había empezado a apasionarse.


—Sólo falta poco más de una semana para que te vayas —observó él, de manera cortante.


Apretó los labios formando una delgada línea, como si le resultara un hecho particularmente desagradable. Aquello le provocó a Paula una sensación de malestar en el estómago, prueba de que a ella tampoco le gustaba la idea.




EN SU CAMA: CAPÍTULO 30

 


—Y ahora dime cómo has llegado a los veintinueve años, con la virginidad intacta —exigió saber Pedro.


Se había hecho tarde, el cielo estaba más oscuro que antes. Estaban en la cama, medio dormidos después de hacerlo apasionadamente por segunda vez.


Él había argumentado que dos veces en una noche sería demasiado para ella, y que tendría molestias a la mañana siguiente. Pero ella no había hecho caso y había procedido a convencerlo de otra manera.


Ahora que conocía los placeres del sexo, no tenía intención de dormir. De hecho, tenía la sensación de que la tercera vez iba a ser especialmente agradable.


Sin embargo, de momento se contentaba con estar en sus brazos, saciada y envuelta entre las sábanas de raso.


—¿No te parece suficiente mi altura moral? —respondió ella, adormilada.


—Tal vez, si no fueras más hermosa que una supermodelo, y no te hubieran acusado públicamente de tener una aventura con un hombre casado.


Con un suspiro, Paula se irguió apoyándose en un brazo mientras se sujetaba las sábanas contra el pecho con la otra mano. Ya que no parecía que Pedro tuviera intención de dejar el tema, decidió que sería mejor contárselo todo y quitarse el tema de encima.


—Que quede claro que no fue una aventura. Bueno, tal vez sí en la mente de Bruno. Bruno Winters —aclaró—. Así se llama. Lo conocí hace casi dos años en una gala benéfica. Era atractivo y encantador, y admito que me sentí atraída. Empezó a llamarme y a enviarme flores y regalos. Salimos un par de veces, y fue muy amable, pero a mí no me pareció que congeniáramos tan bien como, al parecer, pensó él. Y yo no sabía que estaba casado y que tenía hijos —dijo esto último con gran énfasis, encontrando finalmente el valor de mirarlo a los ojos—. Decidí que no quería verle más, pero él no me dejaba en paz. Seguía llamándome y enviándome cosas. Asistía a los actos que yo organizaba y hacía todo lo posible por que nos quedáramos a solas. Cuando su interés en mí empezó a rozar el acoso, dejó de llamarme.


Se removió incómoda y se recolocó la sábana que le cubría el torso, mientras miraba a cualquier parte menos a los ojos de Pedro.


—Pensé que se había terminado, pero entonces aparecieron las fotografías en la prensa. Probablemente las sacaran en alguno de los actos benéficos, pero eran lo bastante sugerentes, como para que la gente empezara a murmurar, sobre todo cuando una supuesta «fuente» filtró la información de que habíamos mantenido una relación íntima. Yo creo que fue el propio Bruno. Creo que quería que la gente creyera que estábamos teniendo una aventura, puede que hasta creyera, de una forma un tanto morbosa, que así me atraería hacia él.


Sacudió la cabeza y tomó aire profundamente, apartando los malos recuerdos y cualquier resquicio de la vergüenza que había sentido cuando la historia saltó a la prensa, por falsa que fuera.


Se le erizó el pelo en la nuca cuando Pedro tendió una mano y le acarició el brazo desnudo. Sintió la aspereza de sus nudillos contra la piel, lo que le puso la carne de gallina allí donde la acariciaba.


—Pobre Paula, esforzándose siempre tanto por ocuparse de los demás y sin nadie que la defienda cuando más lo necesita.


Sus palabras, y también el tono empleado, la sorprendieron, y por un momento se permitió creerlas. Pero segundos después, la autocompasión dio paso a esa independencia que la caracterizaba y dejó escapar un soplido de impaciencia muy poco femenino.


—Claro que tuve mucha gente que me defendió —le dijo—. Desafortunadamente, mi familia no fue suficiente contra toda la alta sociedad de Texas. En situaciones como ésa, lo mejor que puedes hacer es ocultarte y tratar de no llamar la atención hasta que pase la tormenta.


Pedro pasó a acariciarle la espalda. La leve caricia la calmó y le hizo desear acurrucarse contra él de nuevo.


—¿Por eso viniste a Glendovia? —le preguntó él con suavidad—. ¿Para ocultarte?


Ella se acurrucó contra él, abrazándose cómodamente a su fibroso cuerpo. Posó la cabeza en la curva que formaba el hombro de Pedro y le preguntó:—¿Crees que aquí contigo estaré bien oculta?


Pedro se rió suavemente y a continuación se removió un poco, de forma que pudiera estrecharla aún más fuerte entre sus brazos, recolocando las sábanas de manera que los dos quedaron cubiertos de cintura para abajo.


El silencio se hizo sobre ellos, hondo pero cómodo. Paula escuchó la respiración de Pedro y el latido rítmico de su corazón.


—Eso explica el escándalo —dijo Pedro finalmente, dibujando círculos al azar en la parte superior del cuerpo de Paula—. Sin embargo, no explica cómo te las has arreglado para mantenerte virgen hasta ahora.


Ella torció la boca con ironía, aunque sabía que él no podía verle la cara.


—Soy una buena chica, ¿no crees?


—Creo que eres muy buena chica —murmuró él, queriendo decir otra cosa claramente—. Pero mirándote nadie se creería jamás que fueras virgen.


Ella echó la cabeza hacia atrás y lo miró con el ceño fruncido.


—¿Por qué? ¿Porque se me olvidó ponerme mi jersey con una enorme V roja delante?


—No —respondió él con calma—. Porque eres una de las mujeres más hermosas que he conocido en mi vida, y emanas sexualidad por todos los poros de tu piel. Ningún hombre heterosexual podría estar en la misma habitación que tú y no desearte, y me cuesta creer que ninguno lograra convencerte para que te acostaras con él hasta ahora.


Paula suspiró y se acomodó nuevamente contra Pedro.


—No sé cómo explicarlo. Sólo puedo decir que ningún hombre me había atraído lo suficiente. He salido con muchos, cierto. Hombres ricos y atractivos. Y he estado a punto de hacerlo muchas veces, algunas llegué a creer que me había enamorado. Pero siempre había algo que me detenía.


—Hasta ahora.


Paula tenía la cabeza sobre el pecho de Pedro y le pareció notar que el corazón de éste daba un salto y redoblaba la intensidad de sus latidos. Paula cerró por completo los párpados ya entornados y dejó que el pulso de Pedro actuara como una nana.


—Hasta ahora —convino ella, con un hilo de voz conforme se dejaba llevar por el sueño—. Supongo que se podría decir que tu invitación ha sido muy beneficiosa. Por muchas razones.


—Una de ellas es que me ha dado la oportunidad de tenerte donde quería —dijo él, levantándola con uno de sus fibrosos brazos por la cintura de manera que pudiera verle la cara, lo cual la espabiló por completo.


Paula podría rebatirle el tema o reprenderse a sí misma por haber caído en la trampa con tanta facilidad, pero en esos momentos, en las horas centrales de la noche, pegada a aquel cuerpo cálido y sólido, no fue capaz de enfadarse.


Tal vez más tarde.