lunes, 7 de junio de 2021

NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 17

 


Mientras Pedro dormía a su lado, Paula lo miraba, temblando al pensar que había tenido un accidente.


Aparte del hematoma en la cara y un corte sin importancia sobre el ojo izquierdo, tenía varios moretones en el torso…


Entonces entendió por qué no había querido desnudarse en el salón, por qué había esperado para llegar a la habitación, a oscuras. Si hubiese visto esos hematomas lo habría enviado a casa a recuperarse.


Había sido un alivio tan increíble ver que se encontraba bien que había olvidado que estaban a punto de divorciarse.


Y luego Pedro la había seducido con su letal sonrisa… aunque ella no era una víctima y no podía culparlo porque había participado encantada. Lo había deseado desde que volvió a verlo.


Pedro era el hombre más sexy que había conocido nunca y no había tenido relaciones con nadie desde que se separaron.


Si lo que Pedro había dicho era cierto, también él se mantenía célibe, y ese encuentro no había sido más que una forma de satisfacer su natural deseo sexual.


Suspirando, Paula le acarició el pelo, preguntándose si podía racionalizar lo que había pasado y llegar a la conclusión de que solo era sexo. Pedro conocía su cuerpo como ningún otro hombre y sabía cómo le gustaba que la tocasen. Y siempre había sido un amante experto.


Pedro se movió entonces y Paula apartó la mano de su pelo. Pero no podía dejar de mirarlo.


Cuando oyó a Maite protestar a primera hora de la mañana, un sonido que cada día le resultaba más familiar, se puso el albornoz y miró a Pedro antes de salir de la habitación. Aún no podía creer lo que había pasado. Después de hacer el amor le había confesado que sufría una conmoción…


Nada detenía a Pedro Alfonso cuando quería algo, aunque, afortunadamente, era un hombre sano y fuerte. Aun así, Paula había estado observándolo durante toda la noche.


Una conmoción cerebral no era cosa de broma.


Maite estaba en la cuna, despertándose. Aún no había amanecido y sabía que estaría despierta durante unos minutos antes de volver a dormir un par de horas.


Paula intentaba acostumbrarse, aunque cantarle canciones o leerle cuentos a esas horas no era precisamente su actividad favorita.


–¿Cómo está mi niña esta mañana?


Maite abrió la boca para balbucear incoherencias que algún día serían auténticas palabras.


–Bueno, vamos a cambiarte el pañal.


Después de cambiarla se acercó a la ventana del salón. El sol empezaba a asomar en el horizonte y prometía ser un bonito día.


–¿Ves eso? Es el sol, Maite.


La niña sonrió, como si la entendiera.


Paula se quedó frente a la ventana unos minutos, disfrutando del paisaje, hasta que Maite empezó a moverse, incómoda. Hora del biberón. Después de sacar un biberón de la nevera, Paula se sentó con la niña en el sofá del salón.


–Vamos a desayunar.


Maite sujetó el biberón con las dos manitas pero, de repente, se apartó de la tetina y lanzó un grito… y Paula tardó unos segundos en darse cuenta de lo que pasaba.


–Ay, Dios mío. Lo siento, cariño…


Cuando se levantó estuvo a punto de tropezar con Pedro, que había salido de la habitación.


–¿Qué pasa?


–¡Se me ha olvidado calentar el biberón!


–Ve a calentarlo, yo me quedaré con la niña.


Paula vaciló durante un segundo, pero Maite, la traidora, alargó los bracitos hacia Pedro, como si estuviese enfadada con ella.


Era evidente que, a pesar de su preparación profesional, no sabía lo que estaba haciendo. No era la primera vez que olvidaba calentar un biberón. Tampoco era el fin del mundo, pero debería haberlo recordado. En fin, que fuese tan temprano era una excusa y tenía que agarrarse a algo.


Minutos después, cuando el biberón estaba a la temperatura perfecta, Paula volvió al salón. Encontró a Maite sobre las rodillas de Pedro, que jugaba al caballito, y verlos juntos, riendo, estuvo a punto de hacerla llorar.


Angustiada, se sentó en el sofá.


–No pasa nada –dijo él. –Eres nueva en esto todavía.


–Pero es muy frustrante, te lo aseguro.


–¿Crees que las madres biológicas no cometen errores? ¿Crees que lo hacen todo bien?


–No, pero…


Maite, que sujetaba el biberón con las dos manos como si le fuese la vida en ello, apartó una para tocar un piano diminuto, que era uno de sus juguetes preferidos.


–Le gusta mucho la música.


–¿Ah, sí? Entonces, algún día tocaré la guitarra para ella.


Cuando la niña terminó el biberón, apoyó la cabecita en su hombro.


–¿Ves? Ya te ha perdonado.


Paula no estaba tan segura. Si tenía problemas con las cosas pequeñas, se preguntaba cómo iba a lidiar con las cosas importantes cuando llegase el momento.


Prefería soportar a un mimado actor antes que cometer más errores con Maite.


Pedro se apoyó en el respaldo del sofá y cerró los ojos.


–Estás cansado, deberías irte a la cama.


–Yo estaba pensando lo mismo de ti. ¿Tarda mucho en dormirse?


–No, unos minutos –respondió Paula, acariciando el pelito de la niña.


–Entonces, nos vemos en la cama en diez minutos.


Ella enarcó una ceja.


–¿Vuelves a esa cama?


–¿Dónde iba a ir? –preguntó Pedro, como si no entendiera.


–Deberíamos hablar de lo que pasó anoche.


Él se levantó y le dio un beso en la frente.


–Lo haremos, en la cama. Ahora voy a descansar un rato, pero no tardes.


Después de hacerle un guiño, le acarició la cabecita a Maite y desapareció en la habitación.




NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 16

 


Esta vez, Paula no discutió. La luz de la luna hacía brillar su piel, dándole una belleza etérea, y Pedro no podía dejar de mirarla mientras se sentaba en la cama para quitarse las botas. Luego sacó un preservativo del pantalón y cuando se tumbó en la cama, Paula se colocó encima, a horcajadas.


–Los llevo por si acaso –le explicó.


–¿Y cuántos por si acaso ha habido? –susurró Paula.


Pedro apretó los labios. Tenía derecho a saber la verdad, pero no quería hablar de eso en aquel momento.


–Muy bien, lo admito, lo he guardado en el bolsillo esta noche, antes de venir a verte.


–¿Por qué?


¿Porque esperaba acostarse con su mujer? ¿Porque la había deseado desde el momento que la vio bajar del taxi?


–Cuando me di cuenta de que no me había matado en el accidente, pensé en ti.


–¿Fue tu primer pensamiento?


–Sí –admitió Pedro. Y la había imaginado exactamente así.


No quería pensar en lo que eso significaba, pero en cuanto saltó el airbag y se dio cuenta de que estaba sano y salvo, la imagen de Paula había aparecido en su cerebro. Quería pensar que era debido al susto o a la confusión, pero allí estaba, desnuda y preciosa, como la había imaginado, y Pedro pensó que aquel era su día de suerte en todos los sentidos.


La vio sonreír mientras acariciaba su torso como una diablesa.


–Bueno, vaquero, ¿a qué esperas? –murmuró.


–No deberías burlarte de mí –dijo él, rasgando el sobrecito.


–No me estaba burlando.


Paula se incorporó un poco y se colocaron como habían hecho tantas veces en el pasado, dos partes de un rompecabezas uniéndose después de un largo año de separación.


Pedro entró en ella con una embestida que llevaba meses deseando, la sensación casi hizo que perdiese la cabeza. Era estrecha y húmeda y lo hacía sudar solo con mirarla.


Sujetando sus caderas, la guió arriba y abajo hasta que los dos estaban al límite. Se movían al unísono y cuando estaba a punto de terminar la besó apasionadamente antes de colocarse sobre ella. Paula era fuerte, pero Pedro apoyó una mano en el colchón por miedo a hacerle daño y, sujetándose al cabecero con la otra, sacudió la cama hasta que estuvo a punto de romperla mientras la embestía una y otra vez.


Paula se movía con él, enloqueciéndolo con sus gemidos de placer.


–Déjate ir –musitó, incrementando el ritmo.


Paula se rindió, temblando de placer, y cuando notó que llegaba al orgasmo, Pedro se dejó ir con más fuerza que nunca, liberando así su frustración y su deseo.


Su corazón latía con tal fuerza que casi lo ahogaba.


Inmóvil, intentando llevar aire a sus pulmones, miró a Paula, que estaba tirada en la cama como una muñeca roca.


–¿Estás bien?


–¿Seguro que has tenido un accidente? –bromeó ella.


Pedro sonrió mientras se tumbaba de lado.


–Tengo una conmoción cerebral que lo demuestra.


Paula dejó escapar una exclamación.


–Dime que eso no es verdad.


–Es verdad –afirmó él. –Y el médico me ha dicho que no debería estar solo esta noche.



NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 15

 


Pedro olvidó el accidente que le había destrozado la camioneta, olvidó el dolor en las costillas y en el brazo y los hematomas en la cara. Porque se había excitado en cuanto vio a su mujer con un pantalón corto y una camiseta sin sujetador. No había olvidado el cuerpo de Paula y, sin darse cuenta, clavó los ojos en sus pechos, apenas escondidos bajo la camiseta, la aureola oscura visible bajo el algodón blanco.


La expresión de Paula debía ser un reflejo de la suya: pura frustración sexual. No era el único que estaba lamentando el celibato.


«No ha habido nadie más».


Paula nunca sabría cuánto había agradecido esas palabras.


–¿Cómo estás? –le preguntó ella por fin, mordiéndose los labios. Había un brillo de miedo en sus ojos, pero no era miedo de él sino miedo a lo inevitable. –Estaba a punto de irme a la cama.


Sin decir nada, Pedro pasó a su lado y se volvió mientras ella cerraba la puerta. Los pantalones que llevaba eran cortísimos, marcando sus perfectas nalgas de tal forma que tuvo que hacer un esfuerzo para controlarse. Su mujer era una fantasía hecha realidad.


Paula se volvió para mirarlo, su bonito rostro sin una gota de maquillaje, sus ojos más azules que nunca.


–Ven aquí.


Ella cerró los ojos, negando con la cabeza.


–Ven –insistió Pedro.


Paula abrió los ojos y dio un paso adelante.


–No creo que sea buena idea.


Cuando llegó a su lado, Pedro la envolvió en sus brazos, olvidándose del dolor en las costillas magulladas porque el dolor que sentía bajo la cintura era más urgente.


–Cuando se te ocurra una mejor, dímelo –murmuró, levantando su barbilla con un dedo para rozar sus labios; el beso fue una invitación a la que Paula respondió sin oponer resistencia.


Dulce como el azúcar y familiar como el café de la mañana, Pedro no podía olvidar su sabor.


Paula se apartó ligeramente para mirar su cara magullada.


–Estás herido –murmuró.


–Sobreviviré, no te preocupes.


–Pero tú…


Pedro la interrumpió con un beso y perdió el control cuando ella dejó escapar un gemido. La besó con urgencia, con pasión, abriendo sus labios con la lengua mientras Paula le echaba los brazos al cuello, apretándose contra su pecho. La deseaba tanto…


–Vuelve a gemir –le advirtió, con voz ronca– y te juro que esto terminará antes de que haya empezado.


Paula sonrió, sus ojos brillaban de deseo mientras levantaba una tentadora ceja. Impaciente, Pedro tiró hacia arriba de su camiseta para quitársela y tuvo que contener el aliento al ver sus pechos perfectos, las dos rosadas órbitas endurecidas.


–Maldita sea –murmuró. Estaban a un metro de la puerta y lo tenía tan excitado que no podía pensar. –Quítate el pantalón.


–Quítate tú la camisa –replicó ella, sin aliento.


Pero Pedro no quería quitarse la camisa hasta que estuvieran en el dormitorio, con la luz apagada. No quería que viese sus costillas magulladas porque si las viera lo enviaría a casa. Y eso era lo último que deseaba hacer.


–Da igual, tengo una idea mejor –Pedro le dio la vuelta, abrazándola por detrás para acariciarle los pechos, tan firmes y sensibles como siempre. El deseo se intensificó, su erección apenas contenida por los vaqueros. –Tengo buenas ideas, admítelo –murmuró, besándole la nuca y los hombros.


–Umm…


Pedro cerró los ojos, dejándose llevar por el placer mientras acariciaba sus pechos como si fueran un instrumento. Paula gemía con cada roce y dejó escapar un grito cuando apretó un pezón entre el pulgar y el índice.


Deseaba estar dentro de ella, notar su calor rodeándolo, sentir que los dos se deshacían en un poderoso clímax.


Sujetando su brazo con una mano, deslizó la otra bajo el pantalón para acariciar los rizos que la protegían, apartando a un lado las braguitas, tentándola con los dedos hasta que estuvo húmeda. Paula arqueó las caderas mientras apoyaba la cabeza en su hombro, invitándolo a seguir.


–Cariño, ya estás húmeda para mí.


Ella dejó escapar un gemido y Pedro intentó encontrar paciencia mientras seguía acariciándola.


–Por favor, Pedro –murmuró Paula. –Necesito…


Él deslizó los dedos una vez más, con más propósito. Sabía cómo le gustaba y pronto la oyó jadear mientras movía las caderas hacia él, temblando. El clímax llegó enseguida y tuvo que sujetarla cuando se le doblaron las rodillas.


–Tienes buenas ideas –murmuró ella por fin. Los ojos de Pedro seguían ardiendo y Paula contestó a su pregunta antes de que la formulase. –Maite está en la cuna.


Pedro le tomó de la mano para llevarla a la otra habitación y se detuvo al lado de la cama, apretándola contra su torso.


–Desnúdate.