lunes, 8 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 26

 



Se sentó en su sillón y encendió el ordenador. Pedro se sentó en una esquina del escritorio, a su lado.


–¿Cuándo vas a estar en la ciudad?


–He pensado que podría quedarme unos días por aquí, en vez de volver a casa esta tarde.


Paula no pudo evitar preguntarse si aquello tendría algo que ver con ella.


No quería que tuviese problemas con su jefe por su culpa.


–¿Estás seguro de que puedes hacerlo? ¿Que no va a importarle a tu jefe?


–No le importará, confía en mí.


–Bueno, entonces, ¿qué tal el miércoles a las cinco? Es para aprovechar que tengo que ir al club de tenis para ver las mantelerías.


Pedro frunció el ceño.


–¿Quieres que quedemos en el club de tenis?


–Es donde va a celebrarse la gala. ¿Tienes algún problema con ir allí?


–No, no, ninguno –contestó Pedro con poca convicción.


Eso la confundió. Quizás estuviese preocupado con sentirse fuera de lugar en el club, dado que era un lugar muy exclusivo. Hasta ella se sentía un poco intimidada.


–¿Sabes cómo llegar?


–Seguro que lo encontraré.


–Estupendo. Pues nos veremos allí a las cinco –le dijo, cerrando el ordenador y poniéndose en pie.


–Será mejor que me marche –dijo él.


Paula lo acompañó hasta la puerta.


–Anoche lo pasé muy bien –comentó Pedro, girándose a mirarla.


–Yo también.


Mucho más que bien.


–Podríamos repetirlo alguna vez.


–¿Qué haces el viernes por la noche? –le preguntó Paula sin pensarlo.


A él pareció sorprenderle un poco la pregunta.


–Creo que nada. ¿Por qué?


–Porque podría invitarte a cenar.


–Sé que tienes mucho trabajo. ¿Estás segura de que tendrás tiempo?


Si no lo tenía, lo sacaría de donde fuera, pero estaba segura de que quería volver a verlo, quería pasar la noche con él y despertar entre sus brazos. Y aunque el viernes estaba demasiado lejos, no podía permitir que un sexo estupendo, increíble, la distrajese de lo que era importante de verdad.


–Estoy segura.


Pedro sonrió.


–Entonces, encantado.


–¿A las siete te parece bien?


–Sí –contestó, levantando la mano para acariciarle la mejilla.


A Paula le temblaron las rodillas y se dio cuenta de que Pedro no quería irse.


–Tengo que dejarte trabajar –le dijo este.


Ella se puso de puntillas y le dio un rápido beso de despedida. Bueno, iba a ser rápido, pero sus labios sabían tan bien, olía tan bien, que sin querer le puso los brazos alrededor del cuello y se apretó contra él, que estaba excitado. Ella también lo estaba.


Pasó la mano por su erección y lo oyó gemir.


Luego le mordisqueó el labio inferior antes de preguntarle:

–¿A qué hora tenías que ver a tu profesor?


–A las once.


Solo eran las diez y cuarto, así que tenían un rato para divertirse.


–No sé tú, pero yo nunca lo he hecho encima de un escritorio –le dijo.


Pedro la miró con los ojos brillantes.


–Me estás poniendo muy difícil hacer las cosas bien.


–Sí –le respondió Paula sonriendo y sacándole la camisa de los pantalones–, pero a veces ser malo sienta muy bien.





APARIENCIAS: CAPÍTULO 25

 


Por un momento, intentó imaginarse cómo sería tener un hijo con él. Cómo sería el bebé. Si tendría su pelo rubio oscuro y sus hoyuelos en las mejillas. Se preguntó qué clase de padre sería.


Entonces se dio cuenta de lo que estaba haciendo y sacudió la cabeza.


¿Tener un hijo con Pedro? ¿En qué estaba pensando? Una cosa era tener una aventura y otra muy distinta, considerar tener una relación seria con él. Eran demasiado diferentes. Y ella no estaba preparada para crear una familia.


Tal vez aquella aventura no fuese tan buena idea. Tal vez fuese mejor ponerle fin en ese momento, antes de que las cosas se le fuesen de las manos.


Pero entonces Pedro empezó a besarla otra vez y a acariciarla, y se derritió. Decidió que volvería a hacer el amor con él solo una vez, pero luego lo hicieron no una, sino dos veces más, y cuando terminaron estaba tan cansada que no tenía la energía necesaria para echarlo de la cama. Además, Pedro era muy cariñoso y hacía mucho tiempo que nadie la mimaba, así que se durmió entre sus brazos y a la mañana siguiente, cuando despertó, lo encontró a su lado, sonriendo y despeinado.


–Deberíamos levantarnos. He quedado con mi profesor a las once.


Ella se alisó el pelo con la esperanza de no parecer una loca.


–¿Y qué hora es?


–Las nueve y diez.


¿Las nueve y diez? Miró el reloj para asegurarse de que era esa hora. Ella nunca se levantaba más tarde de las seis de la mañana. Nunca. Y llevaba dos días haciéndolo. Aunque tampoco solía pasarle la noche con un hombre en la cama. Pero eso se había terminado y tenía que decírselo a Pedro lo antes posible.


–Tengo que irme al despacho.


–¿Qué tal si nos damos una ducha?


–Ve tú primero.


Él sonrió con malicia.


–Estaba pensando que, si queremos ser responsables con el medio ambiente y ahorrar agua deberíamos ducharnos juntos.


Su sonrisa era contagiosa. Tal vez pudiesen aplazar la conversación una hora más o menos.


–Totalmente de acuerdo.


–Con un poco de suerte –le dijo Pedro, tomando otro preservativo antes de ir hacia el baño–, hasta te frotaré la espalda.


El coche de Paula seguía aparcado en el trabajo, así que Pedro tuvo que llevarla.


Se habían entretenido frotándose la espalda el uno al otro, así que no llegaron hasta después de las diez. Y como Paula no había logrado decirle que debían terminar con aquello inmediatamente, decidió que tal vez continuar con su aventura unos días no fuese tan mala idea. Una semana o dos más. O tres.


Un mes como mucho.


–¿Por qué no entras conmigo y fijamos un día para hablar de todo lo relativo a la gala? –le sugirió.


–Claro.


Pedro apagó el motor y salieron de la camioneta. La siguió hasta la puerta y esperó a que la abriese.


Ella entró, encendió las luces y pensó que aquello era surrealista. Solo hacía dos días que había conocido a Pedro, en aquella misma habitación.


Desde entonces, toda su vida se había visto alterada. Tenía la sensación de haber cambiado para siempre.


O tal vez le estuviese dando demasiada importancia a aquello. Tal vez, cuando lo suyo hubiese terminado, las cosas volverían a la normalidad y pensaría en Pedro como en cualquier otro de los hombres con los que había salido.


Aunque, sin saber por qué, lo dudaba.




APARIENCIAS: CAPÍTULO 24

 


Pedro pensó que era como si hubiese dado rienda suelta a un animal salvaje. Aquella no era la misma mujer a la que le había tenido que insistir para que se tomase una copa con él, ni a la que había tenido que llevar casi a rastras a la pista de baile. Aquella mujer era un ser puramente sexual. Una gata salvaje.


Respondía de tal manera a sus caricias, era tan fácil de excitar, que a Pedro le entraron ganas de golpearse el pecho con los puños cerrados y rugir.


Se colocó entre sus muslos y entonces le preocupó hacerle daño, porque era muy menuda, pero, a juzgar por su manera de gemir y moverse, estaba preparada para recibirlo.


Pensó en penetrarla despacio para darle tiempo a acostumbrarse a su erección, pero en cuanto empezó a entrar ella arqueó la espalda y se apretó contra él, rodeándolo con su calor. Entonces, abrió mucho los ojos y le clavó las uñas en la espalda.


–¿Te he hecho daño? –le preguntó Pedro, parando.


Ella negó con la cabeza y le dijo con voz entrecortada, pero firme.


–No pares.


Pedro le agarró las manos a Paula y se las sujetó a ambos lados de la cabeza antes de penetrarla profundamente. Ella dio un grito ahogado al notar como una descarga eléctrica nacía en su vientre y se le extendía por el resto del cuerpo.


Él retrocedió con la mirada clavada en la suya y volvió a penetrarla. La sensación era tan intensa que Paula se estremeció. Quería tenerlo más cerca, quería acariciarlo, pero Pedro no la soltaba y lo cierto era que el hecho de estar inmovilizada también la excitaba.


Pedro volvió a salir y a entrar, con más fuerza en esa ocasión. Ella gritó y arqueó la espalda.


–¿Te he hecho daño? –volvió a preguntarle él.


Paula negó y lo abrazó con las piernas por la cintura. Pedro le soltó las manos, pero ella lo agarró para que siguiese sujetándoselas.


–Me gusta –le dijo.


Y la idea de que le gustase estar inmovilizada debió de excitarlo, porque a partir de ese momento ambos perdieron el control. Paula intentó aguantar, intentó que durase más, cosa que siempre había conseguido hacer con otros hombres, pero algo en la manera de moverse de Pedro, en el roce de su piel, en la fricción que habían creado… lo hizo imposible.


–Paula, mírame –le pidió él–. Quiero ver tus ojos cuando llegues al orgasmo.


Ella lo miró y el éxtasis, la emoción de sus profundos ojos azules terminó con ella. Su cuerpo empezó a sacudirse, presa del placer. Y fuese lo que fuese lo que Pedro vio en sus ojos hizo que él llegase al clímax también. Paula lo oyó gemir y se dio cuenta, por primera vez en su vida, de lo que era realmente hacer el amor. Lo que era conectar con un hombre del modo más íntimo posible. Y entonces, en vez de notar que el placer se iba calmando, este volvió a crecer por segunda vez, con más intensidad que la primera. Fue tan sobrecogedor que, durante un minuto, Paula se perdió por completo. No podía ver, ni oír, ni pensar.


Solo podía sentir.


Debió de cerrar los ojos en algún momento porque, cuando los abrió, Pedro le estaba sonriendo.


–¿Acabas de tener un orgasmo múltiple?


Ella asintió mientras recuperaba la respiración.


–¿Te pasa mucho?


Paula negó.


–Es la primera vez.


Él sonrió todavía más.


–¿No lo estarás diciendo para levantarme el ego?


–No creo que tu ego lo necesite.


Pedro la besó y luego se sentó al borde de la cama. Paula lo oyó jurar entre diente varias veces.


–¿Qué ocurre?


–Tenemos un problema.


–¿Qué problema?


–Se ha roto el preservativo.


A Paula se le detuvo el corazón. Y luego volvió a latirle a toda velocidad.


–¿Cómo es posible?


Pedro se encogió de hombros y se giró a mirarla.


–Son cosas que pasan. ¿Es mal momento para ti?


–¿Mal momento? –repitió ella, sin entender la pregunta.


–¿Estás en la época fértil de tu ciclo menstrual?


–No lo sé.


–¿Cuándo has tenido el último periodo? –le preguntó él.


Y ella debió de mirarlo con sorpresa, porque Pedro añadió:

–Después de lo que acabamos de hacer, creo que podemos ahorrarnos los eufemismos.


Tenía razón.


–Fue… hace más o menos una semana.


–Entonces, no debería haber problema –dijo él, bastante tranquilo.


–Sí, pero ¿cómo es que sabes tanto de este tema?


–Porque soy ranchero. Me dedico a criar animales.


–Pero estás… demasiado tranquilo.


–¿De qué serviría disgustarse? ¿Para qué perder el tiempo preocupándose antes de saber si tenemos algún motivo?


Paula pensó que tenía razón, y que Pedro era un hombre único.