sábado, 28 de agosto de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 55

 

Después de dejarle un mensaje en el buzón de voz a Pau pidiéndole que lo llamara cuando le fuera posible, Pedro se fue a casa y se preparó un plato precocinado en el microondas.


Al sentarse con los pies sobre la mesita de centro para ver el partido, pensó que quizá debería comprarse un perro. Tal vez Pau y él pudieran elegir uno más adelante, cuando no fuera a estar solo tanto tiempo. Se preguntó qué clase de perro le gustaría a ella.


Inquieto, vio el partido. ¿Cuánto tiempo necesitaban dos mujeres para compartir una cena y charlar un poco? Mientras debatía para sus adentros si volvía a llamarla, sonó su teléfono. Era Pau.


—Hola, ¿te lo has pasado bien? —le preguntó Pedro después de quitarle el sonido al televisor.


Ya había decidido no pedirle que fuera a su casa, puesto que se había mostrado reacia a quedarse la noche anterior y a él le esperaban un montón de reuniones al día siguiente. La primera vez que viera su casa quería causarle una impresión favorable.


—La comida en The Rib Shack es francamente buena —indicó ella—. ¿Qué tal tú?


Pedro sintió un aguijonazo de celos al preguntarse a quién habría podido ver en el restaurante. ¿A Damian? ¿A algún antiguo novio?


—Recibí tu mensaje antes —añadió ella—. Tenía el teléfono apagado. ¿Era por algo de trabajo?


Se sintió levemente decepcionado de que primero pensara en el negocio, a pesar de que él mismo lo había antepuesto a cualquier otra cosa durante años.


—Sólo quería decirte que te echaba de menos —manifestó, deseando que estuviera con él para poder besarla y abrazarla. Tenía ganas de que pasaran una noche entera juntos para poder hacerle el amor nada más despertar abrazados—. Supongo que te veré por la mañana.


—Yo también te echo de menos —musitó ella—. Buenas noches.


Él cortó, sintiéndose vagamente insatisfecho, pero sin saber muy bien por qué. Quizá porque la llamada había resultado algo incómoda.


A pesar de la intimidad que habían compartido en Billings, de lo que habían progresado juntos, no se conocían muy bien en un montón de pequeñas cosas. Los deseos y expectativas personales. ¿Qué se ponía Pau para acostarse? Quizá se lo preguntara al día siguiente en el trabajo, sólo para ver cómo se ruborizaba.


Volvió a darle volumen a la retransmisión y trató de concentrarse en el partido, aunque con limitado éxito, ya que la imagen de ella no desapareció de su mente.


QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 54

 

Pau se sentó frente a Karen en The Rib Shack.


—Lamento llegar tarde —se disculpó—. Tuve que llevar algo de ropa a la tintorería y había cola.


—No pasa nada —Karen sonrió—. Yo acabo de llegar —ir a cenar a aquel restaurante había sido idea suya.


Pau no podía culpar a su amiga por querer probar el nuevo restaurante del Thunder Canyon. Las críticas habían sido sobresalientes y el breve compromiso de ella con el hermano del dueño no era razón para evitarlo.


Miró alrededor, pero no vio a Darío. Lo más probable era que Ailín y él siguieran de luna de miel.


Durante un momento, las dos estudiaron el menú en silencio.


—Mmmm, me parece que voy a pedir las costillas tiernas —indicó Karen—. ¿Y tú?


Paula cerró el menú y lo dejó a un lado.


—Medio pollo asado, patatas fritas y ensalada de col. Anoche no me dio tiempo a prepararme el almuerzo para el trabajo y estoy muerta de hambre.


—¿Cómo ha ido el viaje? —preguntó Karen—. Por ese brillo nuevo que veo en tus ojos, apostaría que te lo has pasado bien.


Paula se preguntó si Karen decía la verdad o aventuraba un farol. Ya le había reconocido que se sentía atraída por su nuevo jefe, pero que no planeaba hacer nada al respecto. Por lo general, las dos se confiaban sus cosas íntimas, pero Paula no le había mencionado que Pedro la había besado y, desde luego, no iba a contarle nada acerca de lo sucedido en Billings.


—He aprendido mucho en la conferencia —respondió entusiasmada—. También he conocido a gente que vendía de todo, desde semen de toro hasta excavadoras de agujeros para postes. Pedro prácticamente conocía a todo el mundo, así que fue divertido.


Una camarera se presentó para tomarles el pedido. Cuando volvieron a quedarse solas, Karen inclinó el torso sobre la mesa.


—¿Te acostaste con él?


—¿Qué? —Pau intentó parecer atónita por la pregunta, pero debió de fracasar escandalosamente.


—¡Lo hiciste! —exclamó Karen con un susurro, juntando las manos—. ¡Desvergonzada, te has acostado con tu jefe!


Rápidamente, Pau miró alrededor, pero nadie sentado cerca les prestaba la más mínima atención, y sin duda la música protegería su conversación.


—¡En ningún momento he dicho eso! —contradijo.


Karen se echó para atrás con una amplia sonrisa en la cara.


—Oh, vamos. Estás hablando conmigo. Hace tiempo que no se te ve tan feliz.


Mientras Karen bebía un sorbo de agua, Paula consideró ese último comentario. ¿Estaba feliz por la dirección que Pedro y ella parecían tomar? ¿Cómo no estarlo, dados los sentimientos que él le inspiraba?


—¿Dime cómo es? —insistió Karen—. Siempre son los tranquilos los que se convierten en tigres en la cama, o al menos es lo que he oído —movió los ojos—. No es que yo haya tenido una experiencia personal en ese campo —añadió con una risita.


—Claro que no —acordó Paula—. Y, sí, es mucho mejor que bueno —no pudo resistir agregar—. Pero eso es lo único que voy a hablar del tema —no podía imaginarse compartiendo los detalles íntimos con su mejor amiga. Algunas cosas eran privadas.


Karen pareció decepcionada.


—Como no estoy saliendo con nadie ahora, al menos podrías dejar que lo viviera a través de ti.


—Ni lo sueñes —Pau negó con un movimiento de la cabeza—. Tendrás que recurrir a tu imaginación.


—¡Eres egoísta! —Karen hizo una mueca mientras la camarera les servía sus platos.


—Que lo disfruten —dijo y se marchó con una sonrisa.


—Bueno, ¿y qué pasa ahora? —preguntó Karen mientras untaba mantequilla en un trozo de pan de maíz—. ¿Te irás a vivir con él? ¿Cómo es su casa? Apuesto que es preciosa.


—No lo sé, no la he visto —repuso, desplegando su servilleta—. Es complicado, ya que trabajamos juntos, pero no pienso meterme en nada que haga peligrar mi trabajo en Alfonso International. Quiero ir despacio y ver cómo se desarrollan las cosas.


Seguro que Pedro le daba algún indicio de cómo quería llevar su relación en la oficina. Todo era diferente en ese momento, aunque ese día apenas habían podido hablar. Había esperado que pudiera llamarla esa noche, pero había apagado el móvil durante la cena, ya que sería una grosería aceptar una llamada mientras estaba con su amiga.




QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 53

 


Mientras al día siguiente, Pedro trabajaba en el ordenador en su taller privado, estaba entusiasmado. Las ventas habían subido en el último trimestre, la producción marchaba a la perfección y su relación con Pau empezaba a convertirse en algo más de que lo que se atrevía a esperar.


Hasta el momento, parecían compatibles en todos los aspectos. El sexo era estupendo, su sentido del humor lo hacía reír y su alegría lo tenía asombrado.


Tenía la certeza de que encajaría bien con su familia una vez que la conocieran.


Tenía ganas de que pasaran las fiestas juntos, tal vez ponerle un regalo muy especial debajo del árbol. Podía imaginar la sonrisa de su madre ante la idea de planificar dos bodas y tener más posibles nietos a los que mimar. Lo mejor de todo era que podía imaginar a Pau mirándolo con amor en los ojos mientras decía: «Sí, quiero».


Al pensar en la ducha que habían compartido en el hotel, su cuerpo reaccionó como si hubiera pasado un mes desde la última vez que había estado con ella. En un esfuerzo por mantener su cordura, se centró en la cena en el asador, seguida de la relajada vuelta a casa.


Lo único que habría podido mejorar la velada habría sido que Pau pasara la noche con él, pero había aducido que tenía muchas cosas que hacer. Ese día había estado ocupada con los últimos retoques para la foto de empresa y esa noche había quedado a cenar con una amiga, por lo que él había decidido quedarse a trabajar hasta tarde.


—Karen y yo hicimos planes hace una semana —le había explicado con expresión de pesar al pasar por su escritorio después de un almuerzo en la Cámara de Comercio—. Pero te echaré de menos.


Miró la hora y pensó en llamarla al móvil, pero resistió la tentación. Sin duda podía sobrevivir una noche sin ella. Catorce horas hasta que fuera a trabajar a la mañana siguiente.



QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 52

 

—Supongo que eso es todo —dijo Pau después de que Pedro terminara de asegurar la loneta sobre el «ladeavacas». Se asomó por la ventanilla tintada del taxi monovolumen, pero no vio su equipaje—. ¿Estás seguro de que no olvidaste algo cuando dejaste las habitaciones? —le preguntó. Había insistido en bajar todo de las habitaciones mientras ella se adelantaba hacia la zona de la convención.


Con un rápido vistazo alrededor del aparcamiento vacío, se inclinó para mordisquearle los labios.


—¿Quién dijo que las dejé? —replicó con una sonrisa burlona—. ¿Tienes tanta prisa por volver a casa que no puedes dedicarme unos momentos?


Ella resistió la tentación de volver a bajarle la cabeza y demostrarle lo mucho que lo había echado de menos.


—No lo entiendo —dijo—. ¿A qué te refieres?


Pedro sacó la llave de su habitación del bolsillo y la agitó ante ella.


Al darse cuenta de lo que había hecho, la recorrió una oleada renovada de deseo.


—Supongo que ya hemos resuelto el misterio del equipaje desaparecido —comentó, tratando de mantener un tono ligero.


Pedro le pasó un brazo por los hombros.


—¿Cómo podía hallarse desaparecido cuando en todo momento yo he sabido dónde estaba? —murmuró él mientras la conducía por una puerta lateral de vuelta al hotel.


Tuvieron el ascensor para ellos solos, de modo que dedicó la breve subida a probar la piel sensible que tenía debajo del lóbulo de la oreja. Cuando llegaron a la habitación, ella ardía de deseo.


La primera vez que se acoplaron, seguían parcialmente vestidos.


—No puedo esperar —gimió él, acercándola.


—Sí, sí, por favor —instó ella mientras la llenaba.


Pedro tembló, sus músculos rígidos, luego embistió otra vez. El mundo de Pau estalló y él emitió un sonido entrecortado mientras se unía a ella.


—Vaya —musitó Paula cuando él se desplomó inerte a su lado. Nunca en la vida se había entregado a un deseo tan devastador y descarnado—. Ha sido algo estupendo.


—Sí —jadeó él, poniéndose boca arriba—. La próxima vez… será mejor.


Laxa por la satisfacción, ella rió débilmente.


Él se apoyó en un codo.


—¿Qué es tan gracioso?


Ella estaba extendida sobre la cama, con los brazos y las piernas como una muñeca de trapo.


—¿Por qué me odias?


—¡Odiarte! —exclamó Pedro con expresión de horror—. ¡Lo siento! ¿Te he hecho daño?


—Mejor, más largo… intentas matarme —explicó ella con una sonrisa.


Pedro volvió a tumbarse con una mano en el pecho.


—Espero que sepas que has estado a punto de pararme el corazón con ese comentario.


Después de unos momentos de silencio, él volvió a sentarse y se quitó la camisa que ella antes había desabotonado en parte. Se estiró para desprenderse de los calcetines mientras Pau admiraba el ancho de sus hombros y la línea de su espalda.


—Tú también —dijo él, mirándola con expresión significativa.


Gimiendo, Pau se dio la vuelta aún con el sujetador y la camisa puestos.


—Ésa sí que es una postura que vendería lo que quisiéramos —comentó Pedro.


—Muy gracioso.


Después de quitarse el resto de la ropa, él apartó las mantas y la tumbó.


Con infinita paciencia, en esa ocasión hizo que fuera tan romántica como una unión frenética de lujuria había sido la anterior. Cuando al fin él se deslizó en el calor que lo esperaba, Pau supo sin ninguna duda que había encontrado a su otra mitad.


—¿Tienes hambre? —preguntó Pedro cuando ella estaba a punto de quedarse adormilada, acurrucada contra su cuerpo, con la cabeza apoyada en su hombro y una pierna cruzada sobre la suya para tenerlo bien cerca.


La pregunta hizo que se diera cuenta de que estaba famélica.


—Podría comer algo —murmuró, indecisa entre los pensamientos de comida y quedarse donde estaba.


—Démonos una ducha —sugirió con voz ronca cerca de su oído—. Luego dejaremos la habitación y te llevaré al asador de enfrente para cenar antes de irnos de la ciudad. ¿Trato hecho?


La única idea mejor que ésa era quedarse en la habitación un mes entero, pero no se lo dijo.


—Trato hecho —aceptó, sentándose y destapándose.


—Es una pena que no puedas quedarse así —aprobó Pedro—. Me encanta mirarte.


Ella miró por encima del hombro a tiempo de verlo ponerse de pie y estirarse.


—Lo mismo digo —murmuró.


Verlo vestido con uno de sus trajes a medida en el trabajo iba a resultar un poco raro después de eso.


Cuando la sorprendió mirándolo fijamente, la estudió de arriba abajo.


—Quizá sea mejor que me dé una ducha fría o terminaremos quedándonos en la habitación una noche más —dijo—. O una semana más.


Alejarse de él fue más difícil de lo que Pau había pensado. Se preguntó en que se estaba metiendo.


QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 51

 


Al día siguiente, después de desayunar, fueron al salón a instalarse en su stand. El resto del día fue un torbellino de actividad.


Pau sonrió y habló, estrechó manos y estudió caras. Entregó folletos, tarjetas y bolígrafos de regalo. Cuando Pedro se hallaba fuera mostrando el «ladeavacas», ella se ocupaba sola del puesto.


Se saltaron los talleres y las presentaciones, pero juntos fueron a mirar los otros puestos, que abarcaban desde tractores hasta recortadores de pezuñas y cascos, DVD acerca de cómo criar cabras y libros para curar los cólicos. Los agentes de seguros y los consejeros financieros buscaban sus servicios. Las mujeres vendían hamacas hechas a mano y helados caseros.


Entre visitantes, Pau trató de no pensar en la noche anterior ni en lo maravillosa que sería la siguiente. No lo consiguió.


En una ocasión, Pedro regresó con un café con leche bien caliente para ella, en otra con tres claveles amarillos que le puso en el cabello recogido. Durante un breve momento, su mano grande y cálida reposó de forma posesiva en su nuca y las miradas se encontraron.


—Arrebatadora —murmuró.


Comieron en el mismo salón en que habían cenado la noche anterior, sentándose con un grupo diferente a una mesa redonda. Por la tarde, cada vez que lo veía observándola, sentía un destello de renovado placer. Ya eran un equipo. Podía verlo en la cara de Pedro cuando la miraba con gesto de aprobación y posesión.


Sin saberlo Pau, Pedro había conservado su habitación aquella mañana mientras ella dejaba la que le habían asignado. Enviándola a hacer un recado, había dejado la bolsa de ella en su habitación en vez de llevarla a la camioneta.


Ese día había representado una larga prueba de resistencia mientras intentaba centrarse en el trabajo, cuando lo único que quería era echársela al hombro y regresar arriba con ella.


Había tenido razón al pensar en que era perfecta para él en todos los sentidos. ¿Cuánto debería esperar antes de pedirle que se fuera a vivir con él? Podrían ir juntos al trabajo, intercambiar ideas. Hasta que dieran el siguiente paso, no creía en esconder su relación, pero tampoco en hacer ostentación de ella. Sabía que Paula podía hacerlo feliz en todos los aspectos y tenía la intención de devolverle plenamente el favor. Podía permitirse el lujo de complacerla y así lo haría.