jueves, 26 de mayo de 2016

DURO DE AMAR: CAPITULO 20




Pedro me levantó a su regazo, así que estaba a horcajadas sobre él, mi vestido se subió alrededor de mis piernas. 


Arrastró sus dedos a lo largo de mi muslo expuesto, trazando un patrón perezoso. — ¿Estás segura de que quieres esto? —susurró.


Mi corazón latía tan fuerte que pensé que estaba a punto de estallar a través de mi caja torácica. Podía sentir su erección presionando en el vértice de mis muslos. Quiero esto, ¿no? 


¿No era por eso que estaba aquí? Dios, estaba confundida.


—Lo dudaste —sopló sobre mi cuello antes de retroceder para mirarme a los ojos.


—Lo sé.


Enderezó el vestido a mí alrededor, asegurándose de que seguía presentable.


—Escucha, no tenemos que hacer nada que no tu no quieras —continuó seduciéndome, trazando un dedo más arriba de mi muslo, avanzando deliciosamente más cerca del borde de mis bragas.


Gemí.


—Te deseo. Como no tienes idea. Pero tú marcarás el ritmo, ¿de acuerdo?


Asentí con la cabeza. —Está bien —Al instante me sentí mejor, aliviada y segura de lo que quería y no quería—. Nada de sexo... pero ¿podemos hacer algunas, um, otras cosas?


Se echó a reír, con una risa gutural profunda retumbando en su pecho. — Todo lo que quieras, nena.


Mierda. Probablemente sonaba tan extraño. No sabía la mejor manera de abordar esto. Pero por suerte, Pedro tomó la delantera y no me hizo vocalizar lo que quería.



Su boca capturó la mía en un beso profundo, y mi lengua no tardó en seguir su ejemplo, acariciando y enredándose con la suya.


Traté de no comparar cada movimiento de Pedro a los de su video, pero era difícil. Las imágenes se repetían en mi cabeza, pero hasta ahora, este momento era únicamente nuestro. Sus dedos se deslizaron a lo largo de mis pantorrillas y subió hasta mis rodillas, separándolas ligeramente para que pudiera presionar más cerca de mí.


—¿Qué pasa con Lily? —le dije entre besos.


—Está dormida.


—¿Y si se despierta?


—La escucharemos —continuó besándome.


Supuse que tenía razón. Escucharíamos su andador moviéndose a través del piso de madera.


Él desabrochó mi vestido lentamente, tomándose su tiempo para besar y mordisquear mi labios, el cuello y la clavícula con cada botón liberado con éxito. Cuando levantó el vestido por encima de mi cabeza, subí mis brazos obedientemente, lo que le permitió llevarlo a cabo. Empujé mi amplio pecho hacia fuera para su inspección.


Sus ojos se inundaron con deseo mientras me miraba. —Maldita sea, pastelito —Miré hacia mi sujetador blanco, deseando haber escuchado los consejos de Martina en comprar ropa interior nueva, pero Pedro no parecía en lo más mínimo verse obstaculizado por mi sujetador y bragas de algodón blanco. Me alegré de haber tomado su consejo y afeitarme hoy.


Los pulgares de Pedro rozaron a través de mis pezones. 


Dejé escapar un gemido gutural. Continuó sus trazos tortuosos a lo largo de mis pechos, sus dedos se sumergieron en el corte y se deslizan través de las puntas endurecidas.


Me pregunté si me iba a quitar el sujetador, o si tal vez esperaba mi permiso.


—¿Dijiste que querías saber cómo complacerme? —Levantó barbilla para mirarlo a los ojos—. Considera esta lección la número uno. No tengas miedo de pedir lo que quieres. Escucharte decirlo me excita.


Tomé un respiro y lo contuve. De ningún modo sería buena en hablar sucio. Sería como pedirme que hable un idioma diferente. Ni siquiera podía vocalizar lo que quería en el simple español.


Sus manos cayeron de mi barbilla y apretó los dos senos, alrededor de las palmas de sus manos. —He estado soñando con tus tetas durante semanas. Verlas saltando sobre mí mientras montas mi polla.


Dejé escapar un quejido ante sus palabras, una inundación de calor humedeció mi sexo.


Pedro sonrió como si fuera una victoria. —Intentalo.


Mis nervios volvieron mientras trataba de pensar. Me retorcí en su regazo y sentí la carnosidad dura presionando contra mí. Antes de que me diera cuenta, lo había dicho impulsivamente. —Me encanta la sensación de tu polla dura—Dios sonó estúpido. Pero la cabeza de Pedro se dejó caer en el sofá y cerró los ojos, como saboreando mis palabras. 


Al instante me sentí orgullosa.


Me guio hasta su boca por la parte de atrás de mi cuello, enroscando sus dedos en mi cabello. —¿Quieres jugar con ella?


Asentí con la cabeza, incapaz de formar palabras.


Sonrió contra mis labios. —Buena chica. Pero todavía no. Primero necesito hacerte venir.


¿Necesita… qué? ¿Hacerme venir? Oh...


Metió la mano en torno a la parte trasera del broche de mi sujetador y lo liberó con un solo toque, y luego bajó las correas de mis hombros y lo tiró en el suelo al lado de nosotros.


Su boca se unió a sus manos en las caricias, lamiendo y chupando mis picos duros. Agarré su pelo y empujé mi pecho hacia su boca ansiosa, con ganas de más. —Oh Dios, eso se siente bien —gemí.


Antes de que tuviera tiempo para examinar lo que estaba pasando, me dio la vuelta para estar acostada de espaldas en el sofá y él estaba de rodillas en el suelo a mi lado, deslizando mis bragas por mis piernas.


—Quiero oírte gritar mi nombre... —susurró contra mi muslo interno.


Eso no iba a suceder. Estaba muy consciente de no querer despertar a Lily. Jesús. Al menos uno de nosotros pensaba con claridad.


Metió sus dedos entre mis muslos, ligeramente pasándolos a lo largo de mis pliegues. —Estás totalmente mojada, nena —su voz era áspera, apenas sin control.


Me mordí el labio y abrí los muslos más ampliamente, permitiéndole explorar, sintiendo mucho más inseguridad.


Relajó un largo dedo dentro de mí, y lo deslizó dentro y fuera con una suave presión. —¿Te gusta eso, pastelito? —Puso un suave beso justo debajo de mi ombligo.


Gemí en respuesta.


Sus ojos se quedaron fijos en los míos, y añadió un segundo dedo. —Es tan apretado, tan hermoso —murmuró.


—Más, por favor —le supliqué.


Gimió y movió sus dedos más fuerte, conduciéndolos hacia mí hasta que estuve jadeando y retorciéndome bajo su mano talentosa. Luego se acomodó hacia abajo, barriendo su lengua sobre mi sexo y se hizo añicos mi mundo. El calor húmedo de su boca estalló a mí alrededor, la sensación causo que arqueara mis caderas en el sofá. 


Pedro —jadeé. Mierda. Demasiado para no gritar. No me importaba. Levanté mis caderas para encontrarme con su boca y salí de la ola pulsante mientras un intenso orgasmo estalló a través de mi centro. Abrí los ojos y encontré los ojos de Pedro aún clavados en mí.


—Eres hermosa —susurró.


Tragué saliva y me levanté, de repente insegura acerca de mi desnudez.


Pedro estaba todavía completamente vestido.


Su mano en mi brazo me detuvo. —¿A dónde crees que vas?


Miré hacia su entrepierna y me alarmé al ver el bulto clamando su liberación. Me lamí los labios secos. —¿Puedo coger mis bragas?


Sus labios se curvaron en la más pequeña de las sonrisas, pero las recogió con cautela del piso. —Si eso te hace sentir más cómoda, pero la parte de arriba se queda así —Leyó la parte trasera de la ropa—. Domingo ¿eh?


Las arranqué de sus manos y me las puse sobre las temblorosas piernas.


—¿Vas a enseñarme… qué hacer…? —miré hacia su ingle.


Rió y se sentó a mi lado en el sofá, entrelazando sus dedos en la nuca. — Todo tuyo, querida.


Desabroché el cinturón con torpeza y luego el botón y la cremallera. Una sonrisa apareció en mi boca ante la pequeña victoria y Pedro se inclinó a besarme.


Alzó las caderas mientras tiraba de sus pantalones y calzoncillos. Su grueso y rígido pene se liberó y me saludó, inhalé profundamente. —Aún estás afeitado —murmuré. Me pregunté si protagonizaría otro video próximamente.


La idea me excitaba al mismo tiempo que me molestaba.


Una sonrisa cruzó sus labios. —Dime algo… viste el video, ¿cierto?


Bajé la mirada.


—Respóndeme —Levantó mi cabeza, recorriendo con sus dedos mi garganta.


Asentí.


—¿Cuántas veces? —Su voz era baja y áspera.


Me estremecí. Aun cuando pudiera encontrar mi voz, no sabía la respuesta a esa pregunta. Eran demasiadas para contarlas.


—¿Te tocaste?


Asentí nuevamente.


—Mierda, eso es sexi —su voz áspera envió una corriente húmeda a mis bragas—. Muéstrame —ordenó.


Reuniendo todo mi coraje, me quité las bragas y llevé una mano entre mis piernas, apretando su muslo con mi otra mano ya que aún estaba sobre mis rodillas. Pedro mantuvo sus ojos en los míos antes de bajarlos hacia donde estaba mi mano, frotando círculos sobre mi clítoris. Aspiró y contuvo el aliento.


—Maldición nena, eso es lo más hermoso que he visto antes.


Le dirigí una sonrisa torcida y dejé caer la mano, de pronto sintiéndome insegura. Algunas cosas se hacían solamente en privado. —Se siente mejor cuando lo haces tú —admití.


Se inclinó hacia adelante y me besó, su mano se movió con naturalidad entre mis piernas. —¿Sí? —su dedo anular se deslizó con facilidad dentro de mí.


—Seh… —gruñí ante la repentina plenitud.


Lo movió a lo largo de mi muro interior y casi me derrumbé sobre el suelo. Agarré sus piernas y me mantuve recta. —Mis dedos son más largos — susurró—. Puedo alcanzar tu punto G —Mordisqueó mis labios con un beso rápido, masajeando el punto una y otra vez. Clavé las uñas en sus piernas—. Solo espera a que esté dentro de ti —susurró.


Gemí.


—Esta noche no, pastelito.


Me quejé. —Pedro.


—Shh —Su dedo continuó la tortura—. No te voy a follar esta noche.


Me estremecí con el término. —Quieres decir ¿hacer el amor?


Su dedo se detuvo en mi interior. —No, quiero decir follar. Si quieres hacer el amor, ve a ver a tu chico del club de campo, si quieres que te follen apropiadamente, vienes a mí —Su voz era ruda—. Pero no hasta que estés lista. No hasta que me lo pidas.


Asentí, sabiendo que tenía razón. No estaba lista, pero eso no quería decir que quisiera que él se detuviera, especialmente cuando estaba tan cerca otra vez.


Pedro comenzó a trabajar su dedo nuevamente contra el punto sensible.


Sujeté sus piernas y apreté los ojos mientras una presión intensa crecía en mi interior, floreciendo eventualmente en un orgasmo digno de un terremoto. Dejó escapar un torturado gruñido por lo bajo, observándome con el deseo quemando sus ojos. Los míos se cerraron en puro éxtasis mientras remontaba las sensaciones.


De pronto no podía esperar más para tocarlo. Me incliné hacia adelante y recorrí un camino de besos húmedos a lo largo de su asta. Su esencia almizclada era decididamente masculina y quería más. Lo deseaba de una manera totalmente primitiva y era completamente nuevo para mí.


Puse la cabeza en mi boca y probé la suave piel. Dejó escapar el aliento siseando entre los dientes. Mis manos se sumaron a la diversión, moviéndose arriba y abajo mientras devoraba su longitud.



—Maldición, nena —gruñó, dejando caer la cabeza hacia atrás contra el sofá.



No tenía idea de que esto podía ser tan placentero, pero me encontré perdiéndome en el ritmo, chupando, lamiendo y recorriendo mis manos por su miembro.


—Justo así, ángel. Acarícialo —Observó mis manos trabajarlo y emitió un profundo gruñido. Mi corazón saltó. Escuchar esos sonidos salir de él era tan sexi—. Me voy a correr —jadeó.


Segundos después, calientes chorros de semen explotaron en mi garganta Pedro dejó escapar un gruñido final.


Una sonrisa de satisfacción cruzó sus labios y me miró maravillado. — Maldición nena, no tenías que tragártelo —Acarició mi mandíbula con el pulgar, estudiándome detenidamente.


No era como que tuviera un plan bien definido. Solo había hecho lo que necesitaba hacer. No iba a correr al baño, con mi trasero moviéndose en su rostro mientras trotaba alejándome. No, gracias. Además, no había sido tan malo.


Sonrió soñoliento. —En caso de que te preguntes… eso se sintió jodidamente increíble.


Dejé de darle vueltas a su manera demasiado entusiasta de usar la palabra “J”, solo lo hacía más especial para mí. Pedro era un hombre. No había cambios para él ni modo de atenuar sus costumbres. Tal vez era mi estricta crianza, pero algo en mi interior envidiaba eso.


Una calidez inundó mis mejillas con su cumplido y alcé la barbilla para encontrar sus ojos. Continuó trazando círculos perezosos a lo largo de mi mejilla, trabajando su mano en mi cabello para masajear mi nuca, sin molestarse en guardar su pene de vuelta en sus pantalones. Ya que no le importaba nuestro estado semi desnudo, me relajé en sus caricias, descansando la cabeza en su muslo.


—¿Eso se siente bien, pastelito? —susurró.


—Mmmm —murmuré, ladeando la cabeza para darle un mejor acceso.


Sus dedos alcanzaron casi todo el trayecto alrededor de mi cuello y empleó una relajante pero fuerte presión. Se lo haría cada día si eso significaba obtener un masaje como este después. Me relajé en el sofá y desfruté de la tierna atención.


Varios minutos después, en el límite de caer dormida, me levanté y me vestí. Pedro enderezó sus ropas, presionó un rápido beso en mis labios y se fue por el corredor, asumí que a chequear a Lily. Por encima de todo, era un buen hermano mayor y eso era todo lo que realmente importaba.


Insegura de qué hacer conmigo misma, recogí las botellas de cerveza vacías y las llevé a la cocina. Las puse en el mostrador del fregadero, preguntándome dónde tenía la papelera de reciclaje, o si tenía siquiera una.


Pedro entró a la cocina detrás de mí.


—Sólo déjalo. Limpiaré en la mañana —Presionó un beso en mi nuca y me volví para abrazarlo, reconfortada por su cálido abrazo—. Déjame acompañarte. Quiero asegurarme de que llegues sana y salva a tu coche.


No hice comentario alguno de que mi auto se encontraba a diez metros de distancia, simplemente asentí. Lo dejé poner su mano en la parte baja de mi espalda y me escoltó hacia la puerta. Tal vez tenía algo que ver con nosotros y eso de compartir alitas de pollo, fútbol y sexo oral. Lo que fuera que sacó su vena protectora, no me iba a quejar. Era agradable.




DURO DE AMAR: CAPITULO 19





legué a casa del trabajo minutos antes de las seis. La hermana pequeña de Liam, Sofia, que tenía 19 y estaba tomando clases en la escuela comunitaria cercana, generalmente cuidaba a Lily por mí y había estado allí desde las 3 para verla bajarse del autobús.


Entré y encontré a Lily comiendo la cena en la mesa, y a Sofia sentada con ella, limándose las uñas.


—¡Pedro! —Lily dejó caer el tenedor y estuvo en mis brazos en segundos.


—¿Hiciste tus ejercicios? —Le besé la parte superior de la cabeza.


—No aún. Sofia y yo estábamos jugando.


Le fruncí el ceño a Sofia. Ella se encogió de hombros y murmuró una disculpa, levantándose para saludarme con un abrazo.


—Mmm, alguien huele bien. —Enterró la nariz en mi cuello.


—No. Tengo... una cita viniendo para acá. —Luego del trabajo, me había metido en un rápido entrenamiento con Ian y me duché en el gimnasio antes de venir a casa.


—¿Tú? ¿Una cita? —Sofia entrecerró los ojos con incredulidad—. Tú no sales. Dios sabe que he intentado que me invites a salir por años.


—Sofia... —Suavemente la alejé de allí por los hombros, añadiendo más distancia entre nosotros—. Sabes que Ian me cortaría las pelotas si te pusiera un dedo encima.—Lo cual era enteramente verdad, pero era más que eso. Sofia se había convertido en una hermosa joven, el problema era que cuando la miraba, aún veía a la larguirucha chica de 10 años cuyas muñecas Barbie regularmente se volvían prisioneras de guerra de Ian y yo.


—Podríamos evitar eso, y lo sabes. Ian no es mi jefe. —Sofia sonrió, bateando sus pestañas, apoyando una mano en mi antebrazo. Oh, definitivamente sabía por seguro que ella estaría más que feliz de cabrearlo.


Ha intentado por meses hacer que la notara, limpiando mi casa en sus pequeños shorts, y ofreciéndose a cuidar de Lily por mí en cualquier momento del día o de la noche. Y a pesar de que sabía sus motivos, dejé que lo hiciera. Si eso me hacía un imbécil, entonces que así fuera. No iba a rechazar su ayuda.


Ambos sabíamos que la necesitaba, a pesar de que estaba seguro de que ella se aferraba a la esperanza de que yo cambiara de opinión sobre ella. Sobre nosotros.


—Termina la cena, Lily. Tengo compañía que vendrá esta noche.


—¿Va a volver Pau? —El rostro de Lily estalló en una sonrisa cuando asentí.


—¿Quién es Paula?


¿Quién era Paula? Esa era una muy buena pregunta. Una chica fuera de mi liga. Una chica que tenía el rostro de un ángel y el cuerpo para competir con cualquier estrella porno. 


Alguien dulce con mi hermana y probablemente capaz de destruir mi corazón en el proceso.


—Sólo una amiga —dije.


Sofia rodó los ojos.


—Ajá, amiga mi culo —Llevó una mano a su boca—. Quiero decir, mi trasero —Bajó la mirada a Lily que ahora estaba riendo—. Limpiaré un poco para ti. Ve a prepararte para tu cita, semental. —Me dio una palmada en el trasero.


—Gracias, Sofi—Arrastré los pies al cuarto de lavado, dejando caer mi ropa húmeda de gimnasio en la lavadora—. ¿Recogiste la ropa de tu habitación, Lils? —le pregunté desde el pasillo. Intentaba tanto como podía tratarla como una niña normal. Quería que creciera independiente y auto-suficiente, sin que pensara que era diferente a otros, o incapaz de cuidar de sí misma. Después de todo, llegaría el día que yo no estaría allí para ayudarla. Y eso era algo en lo que ni siquiera quería pensar.


La oí corretear a su cuarto y sonreí para mí mismo mientras iniciaba la lavadora.


Cuando entré a la sala de estar, Sofia había levantado su cabello en una cola de caballo y se había sacado su holgada sudadero, quedándose en una ceñida camiseta y un par de jeans. Estaba revoloteando alrededor de la casa, quitando el polvo de la sala, levantando elementos dispersos y generalmente haciendo que la casa estuviera presentable.


Tenía la sensación de que sólo se estaba quedando para evaluar a la chica con la que supuestamente tenía una cita. 


Ni siquiera estaba seguro de que esto fuera una cita. No sabía qué me había llevado a decir eso. Tal vez porque sabía que Paula no era el tipo de chica con la que follabas casualmente.


Un golpeteo en la puerta principal envió un escalofrío a través de la parte trasera de mi cuello, erizando el vello de allí y encendiendo todos mis sentidos en anticipación.


Sofia trotó hacia la puerta, pero la detuve antes de abrirla.


—Déjame a mí.


Ella dio un paso atrás y posó sus manos en las caderas.


—Por supuesto.


Sacudí la cabeza y respiré hondo, luego abrí la puerta. Paula se veía impresionante. Llevaba un vestido de mangas cortas color azul marino que abrazaba sus curvas, y caían justo encima de sus rodillas. Sus piernas estaban bronceadas y tonificadas, y terminaban en unos sexis pies envueltos en un par de sandalias plateadas. Se veía sexi e inocente a la vez.


—Pasa. —Di un paso atrás para dejarla entrar. Sofia se aclaró la garganta detrás de mí, y aparté la mirada de Paula.


—Esta es Sofia una amiga mía y de Lily.—Hice un gesto hacia la joven.


No se me escapó que ella y Paula estaban teniendo una extraña competencia de miradas, evaluándose la una a la otra. —Sofia ya se iba. Gracias por hoy, Sofi.


Una sonrisa asomó de sus labios, una mirada satisfecha en su rostro.


—¿A la misma hora mañana?


—No, lo tengo cubierto. Además, no me gusta que te pierdas las clases para cuidar de Lily por mí.


Agarró su bolso y su sudadera del sofá y aseguró su bolsa a través de su cuerpo.


Pedro Alfonso, sabes que haría cualquier cosa por ti. —Me sonrió con malicia. No se me había escapado lo que ella intetaba dar a entender, por el bien de Paula, que había algo más en nuestra amistad. No lo había. Jamás lo había habido, jamás lo habría, a pesar de lo mucho que ella intentara tentarme.


Una vez que Sofia se fue, Paula se removió nerviosamente en la entrada, jugando con la correa de su bolso. La tomé por los hombros.


—Oye, es la hermana pequeña de mi mejor amigo. Eso es todo. ¿De acuerdo?


Ella asintió obedientemente, su voz apenas un susurro:—De acuerdo.— Salió de sus tacones de tiras, dejándola varios centímetros más baja que yo y me siguió adentro.


Lily entró ruidosamente por el pasillo justo entonces y Paula se dejó caer a sus rodillas para envolverla en un abrazo gigante. Lily parloteaba sobre su día y Paula asentía y reía, deteniéndose para hacer preguntas. Era sorprendente ver lo mucho que Lily ya admiraba a Paula. Era dulce y a la vez preocupante. Si Paula no se quedaba por mucho, sabía que tendría una niña con el corazón roto en mis manos.


Le pregunté a Paula si estaba bien si dejábamos a Lily con nosotros para la noche, y ella asintió y luego fue a ayudar a Lily con sus estiramientos. Paula se sentó en el suelo con Lily, mostrándole un par de nuevas manera para estirar la espalda y las piernas. La emoción de ver a Paula fue como una lenta tortura, las miradas persistentes, los ocasionales toques contra su piel, y finalmente metimos a Lily en la cama.


Paula me siguió por el pasillo hacia la sala de estar. La observé dar un paso tentativo hacia donde yo estaba sentado en el sofá. Todo el oxígeno desapareció de la habitación, el aire cargado de tensión, ahora que nuestra diminuta acompañante estaba profundamente dormida.


Tenerla aquí conmigo —con Lily— estaba jodiendo mi cabeza. Ni siquiera podía comenzar a entender sus motivos.


Paula se removió en la puerta, como si hiciera una pausa para mi inspección. Su vestido terminaba justo por encima de las rodillas, y mi mirada bajo arriba y abajo de sus piernas desnudas.


—Te ves bien—Mi voz era ronca.


—Tuve una cita.


¿Tuvo una cita hoy y el imbécil le había dejado irse? ¿Vestida así? Sus piernas desnudas eran entornadas y bronceadas, las uñas de los pies pintadas de un rosa pálido. 


Ella era impresionante.


—Ven aquí. —Instruí.


Ella obedeció, cruzando la sala para estar de pie delante de mí, con los ojos muy abiertos lanzados a encontrarse con los míos. Pase la yema del dedo por la parte posterior de su pierna desnuda, y la sentí estremecerse bajo mi tacto.


—Cuéntame sobre esa cita que tuviste. —Seguí acariciando con pereza la carne suave detrás de la rodilla.


Ella tragó saliva y respiró hondo. —Él me llevó al club de campo de tenis y luego a comer en la terraza.


—¿Y ahora estas pasando tiempo conmigo? —Sentí sus rodillas bloquearse para mantenerse estable—. Yo no hago rosas y velas y clubes de campos. Citas conmigo no implicarían tenis. —No estaba seguro de porque la estaba alejando, solo que deseaba su honestidad, entonces le suministré del mismo tratamiento.


—¿No?—desafío, encontrando su voz, aunque débil.


—No, pastelito. Soy más del tipo de una cerveza, alitas de pollo calientes y sexo en la cabina de mi camión —Contuvo el aliento y le temblaron sus rodillas. Envolví las manos alrededor de la parte posterior de sus piernas para evitar que colapsaran—. Pero por ti probablemente podría hacer una excepción. —Su mirada sostuvo la mía y el aire se espesó a nuestro alrededor.


—¿Pero qué si me gusta la idea de cerveza y de alitas calientes?— arremetió.


Noté que ella convenientemente omitió la parte del sexo, y yo sabía que no debí decirlo, pero maldita sea, yo quería ver su reacción. —Me refiero a que la excepción seria que en vez de mi camión, te extiendes en mi cama donde yo pueda follarte correctamente.


Ella dejó escapar un gemido suave y sus piernas cedieron
completamente. La arrastré en mi regazo, en lugar de permitir que se derrumbara en un ovillo en el suelo.


—Te tengo. —Respiré contra su pelo. Su corazón golpeteaba jodidamente fuerte y pude ver su pulso zumbando contra su cuello. Fue un giro importante.


Levanté su barbilla, tirando de ella hasta que sus labios se encontraron con los míos, y la besé suavemente—. Dime lo que quieres, Paula.


—No puedo.


Fruncí el ceño. —¿No puedes o no quieres? —Tragó saliva y bajó la mirada. Íbamos a tener que trabajar en eso. Pero primero lo primero—. Vamos a comer algo —La moví de mi regazo, entonces se sentó a mi lado en el sofá—. Podemos quedarnos o podemos llamar e intentar encontrar una niñera para que venga.


—Quedémonos aquí.


—Por lo general ordenó comida después de que pongo a Lily en la cama. ¿Qué te gustaría?


—Lo que hagas usualmente está bien.


—Bueno, siempre hay cervezas y alitas de pollo… —Sonrió y levantó una ceja. Ella definitivamente no era del tipo de chica de cerveza y alitas.


Pero sin perder el ritmo, ella sonrió y asintió con la cabeza. 


—Suena bien para mí.


—¿Estás bien con un poco de picor?


Asintió con la cabeza, ignorando la insinuación. —Siempre y cuando no sea demasiado picante.


—Creo que puedes manejarlo. —Me encontré con sus ojos y sostuve la mirada. Sus grandes ojos azules se ampliaron y se encontró con los míos. Ella no dio marcha atrás y su sincera curiosidad acerca de lo que había entre nosotros agitó algo dentro de mí.


Saqué mi teléfono para ordenar. —Hola, Billy. Seh, en realidad que sean dos órdenes de lo de siempre —Me puse de pie y crucé la habitación—. ¿Estás bien si me esperas aquí mientras yo voy a recoger la comida? Solo tomará unos
minutos.


—Seguro.


Cuando volví con un paquete de seis de cerveza y las cajas de comida, Paula había juntado servilletas y platos de la cocina. Nos acomodamos de nuevo en el sofá para comer.


Abrí los contenedores de las alas y los palitos de apio, colocándolos sobre la mesa de café. —Toma tanto como quieras.


—Gracias —Miró con recelo la comida antes de colocar delicadamente una servilleta sobre su regazo—. En realidad nunca he comido alas de pollo antes. —admitió.


— ¿Nunca?


Negó con la cabeza.


Maldición. Esta chica realmente estaba un una liga completamente diferente. Probablemente nunca comía nada que no necesitara de utensilios.


Quería decirle que no se preocupara de no ensuciarse delante de mí, pero me sorprendió cuando metió la mano, levantando un ala de pollo del recipiente y curiosamente mirándolo como si se preguntara como empezar.


Observé mientras ella cuidadosamente mordisqueaba la carne, manchándose de salsa en su labio inferior y en las puntas de sus dedos. — Mmm. Está bueno. —Parecía sorprendida. Verla lamer la salsa de sus dedos provocó cosas malas a mi ingle.


—Bien —Empujé las servilletas hacia ella—. Ahora come.


Ella siguió robándome miradas desde el rabillo de su ojo, pero comimos en relativo silencio. Saqué una cerveza del paquete de seis y se la ofrecí. — ¿Quieres una?


Asintió. Giré la parte superior y le entregué la botella abierta. 


De inmediato la llevó a sus labios, probablemente para quitar el picor de la comida.


Las alas estaban más picantes de lo habitual, pero ella no se quejo.


—¿Te importa si pongo el juego? —Pregunté, tratando de alcanzar el control remoto.


Ella ya iba por otra ala y medio asintió con la cabeza.


Le bajé el volumen al juego, mas por el ruido de fondo que por otra cosa.


Paula se inclinó hacia adelante en su asiento. — ¿Cuál es la puntuación?


—¿Te gusta el futbol?—No pude evitar que la sorpresa forzara mi voz.


Asintió. —Me encanta los Bears. Ver fútbol era lo único normal que hice con mi papá. —Sonrió.


Oh. Una chica a la que le gusta las alitas de pollo y la cerveza, y ahora me dice que es fanática de los Bears también. Señor, ten piedad. Mi decisión de estar lejos de ella solo se hacía más difícil.


Terminamos de comer y quité la comida, pero Paula me indicó que dejara la cerveza. Parecía que los dos teníamos calor, y el hecho de que ella se apoyara en el sofá, metiéndose contra mi lado, era un indicador de eso.


Estaba más entretenida con el juego, gritándole libremente al televisor cada vez que el árbitro tomaba una mala decisión. 


Vi la forma en que inclinó la botella a sus labios y bebió un largo trago, el movimiento grácil de su cuello mientras tragaba. Deslizó sus pies en la cabecera del sofá, y yo los puse en mi regazo. El contacto le llamó la atención, y se movió para enfrentarme.


—¿Pedro? —susurró en la sala tenuemente iluminada.


—Has comido. Ahora llegó el momento tener nuestra conversación, pastelito —Empecé a frotar suavemente sus pies—. Dime lo que quieres.


Ella se inclinó y puso su botella de cerveza en la mesa de café antes de volver a mirarme a la cara. Se mordió el labio como si no estuviera segura de sí misma, y miró en todas partes menos a mí.


—Esto. Tú. Quiero que tú también… me enseñes. —Tragó saliva, su lengua lanzándose a saborear su labio inferior.


¿Era consciente de lo que me pedía? ¿Podría posiblemente entender? — ¿Enseñarte qué?


—Como… Por favor…


Agarré suavemente su barbilla con mis dedos y le levanté la cara para encontrarme con sus ojos.


—¿Cómo hacerte venir?


—Ss-Sí. —Gimió.


Se inclinó hacia adelante y me dio un dulce beso en la boca y mi polla saltó a la vida en mis pantalones vaqueros. Quería entender como complacer a un hombre, pero su sexy inocencia garantizaba que no iba a tener que esforzarse mucho. Necesitaba mantener mi control antes de que le rompiera sus bragas y le mostrara exactamente qué hacer.