miércoles, 14 de abril de 2021

NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 3

 


Era incluso peor de lo que la había imaginado.


Sentado frente a ella, Pedro observó a su nueva rival, la mujer que se las había arreglado para cautivar a su padre solo ocho semanas después de la muerte de la reina.


Al principio, cuando su padre se lo había contado, Pedro había creído que había perdido la cabeza. Era demasiado joven y apenas la conocía. Pero ahora, viéndola cara a cara, no había duda de por qué el rey estaba tan fascinado con ella. Tenía el pelo de un rubio natural, la figura de una modelo y un rostro que podría haber inspirado a Leonardo da Vinci o a Tiziano.


Al verla salir del avión, con la mirada confusa y un bebé contra el pecho, había albergado la esperanza de que tuviera el cerebro tan hueco como algunas de esas rubias que aparecían en los realities estadounidenses, pero entonces la había mirado a los ojos y había visto la indudable inteligencia que había en ellos. Inteligencia y cierta desesperación.


Tenía un aspecto tan desaliñado y exhausto que, muy a su pesar, no pudo evitar sentir lástima por ella. Pero eso no cambiaba el hecho de que fuera el enemigo.


La niña siguió sollozando en su sillita y luego soltó un chillido tan agudo que hizo que le pitaran los oídos.


–Tranquila, mi amor –le dijo agarrando la manita a su hija, y luego miró a Pedro–. Lo siento mucho. Normalmente es muy tranquila.


Siempre le habían gustado los niños. Algún día tendría hijos puesto que, como único heredero, era responsabilidad suya perpetuar el legado de la familia Alfonso.


Claro que eso podría cambiar. Con una mujer tan joven, su padre podría tener más hijos.


La idea de que su padre tuviese hijos con otra mujer era como una patada en la boca del estómago.


La señorita Chaves se agachó para sacar de una de sus bolsas un biberón con algo que parecía zumo y se lo dio a su hija. La pequeña se lo metió en la boca, lo chupó unos segundos, luego hizo un mohín y lo tiró, el biberón le dio a Pedro en el pie.


–Lo siento –volvió a decir mientras su hija se echaba a llorar de nuevo.


Él agarró el biberón y se lo dio.


Entonces ella sacó un juguete con el que tratar de entretenerla, pero después de mirarlo un rato, la niña lo tiró también y esa vez le dio a Pedro en la pierna. Tampoco funcionó un segundo juguete.


–Lo siento –repitió ella.


Pedro le dio los dos juguetes, tras lo cual se quedaron en silencio durante unos incómodos minutos, hasta que ella le dijo:

–¿Siempre es usted tan hablador?


No tenía nada que decirle a aquella mujer, pero, en cualquier caso, habría tenido que decírselo a gritos para que pudiera oírlo con los chillidos de su hija.


Al ver que él no respondía, ella siguió hablando con evidente nerviosismo.


–No sabe lo impaciente que estaba por llegar y poder conocerlo. Gabriel me ha hablado mucho de usted y de Varieo.


Pedro no compartía tal entusiasmo y no tenía intención de fingir que era así. Tampoco creía que ella fuese sincera. No hacía falta ser un genio para darse cuenta de por qué estaba allí, que lo que le había atraído de su padre era su dinero y su posición social.


Volvió a intentarlo con el biberón y esa vez la niña lo agarró, bebió durante un rato y entonces empezaron a cerrársele los ojos.


–No ha dormido bien durante el vuelo –le explicó, como si a él pudiera importarle–. Además todo esto es nuevo para ella. Supongo que va a necesitar un poco de tiempo para acostumbrarse a vivir en otra parte.


–¿El padre de la niña no ha puesto ninguna objeción a que usted se la llevara a otro país? –no pudo evitar preguntarle.


–Su padre me dejó cuando se enteró de que estaba embarazada y no he sabido nada de él desde entonces.


–¿Está usted divorciada?


Ella negó con la cabeza.


–No estábamos casados.


Estupendo. Otro punto negativo en su contra. Por si el divorcio no fuera lo bastante malo, su padre se había buscado una mujer que había tenido una hija sin estar casada. ¿En qué demonios estaba pensando? ¿Realmente creía que Pedro daría su aprobación a que entrara en la familia alguien así?


Se le debió de reflejar la desaprobación en la cara porque Paula lo miró a los ojos y le dijo:

–Alteza, yo no me avergüenzo de mi pasado. Aunque puede que las circunstancias no fueran ideales, Mia es lo mejor que me ha pasado nunca y por eso no me arrepiento de nada.



NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 2

 


Según su padre, Paula había transformado en arte la costumbre de cometer errores y tomar decisiones equivocadas, pero ahora todo era distinto. Ella era distinta, y todo gracias a su hija. Había sido duro enfrentarse sola a ocho meses de embarazo, durante los que le había aterrado la idea de traer al mundo a alguien que iba a depender completamente de ella. Había habido momentos en los que no había estado segura de poder hacerlo o de estar preparada para semejante responsabilidad, pero en cuanto había visto a Mia y la había tenido en sus brazos después de veintiséis horas de parto, se había enamorado locamente. Por primera vez en su vida, Paula había sentido que tenía una misión: debía cuidar de su hija y procurarle una existencia feliz. Esa era ahora su máxima prioridad.


Lo que más deseaba en el mundo era que Mia tuviese un hogar estable, con un padre y una madre, y casándose con Gabriel podría garantizarle a su hija oportunidades con las que ella jamás habría soñado. ¿No era motivo más que suficiente para casarse con un hombre que no… no la volvía loca? ¿No eran más importante el respeto y la amistad?


Al mirar por la ventana vio una limusina que acababa de detenerse a unos cien metros del avión.


Gabriel, pensó con una mezcla de alivio y emoción. Había ido a recibirla tal como le había prometido.


Agarró el bolso y a Mia y la azafata se hizo cargo de todo lo demás.


Allí estaba, empezando una nueva vida. Otra vez.


El piloto abrió la puerta del avión, dejando que entrara una bocanada de aire caliente cargado de olor a mar.


Salió del avión, el sol de la mañana brillaba con fuerza y el asfalto del suelo desprendía un calor asfixiante.


Se abrió la puerta de la limusina y a Paula se le aceleró el pulso al ver que asomaba un carísimo zapato, seguramente italiano, contuvo la respiración hasta ver al propietario de dicho calzado… momento en el que soltó el aire con profunda decepción. Aquel hombre tenía los mismos rasgos marcados, los mismos ojos de mirada profunda y expresiva que Gabriel, pero no era Gabriel.


Aunque no hubiese pasado horas leyendo cosas sobre el país, habría sabido instintivamente que el guapísimo caballero que iba en ese momento hacia ella era el príncipe Pedro Alfonso, el hijo de Gabriel. Era exacto a las fotos que había visto de él: oscuramente intenso y demasiado serio para tener solo veintiocho años. Vestido con unos pantalones grises y una camisa blanca que resaltaba el tono aceitunado de su piel y el negro de su cabello ondulado, parecía más un modelo que un heredero al trono.


Paula miró al interior del vehículo con la esperanza de ver alguien más, pero estaba vacío. Gabriel había prometido que iría a buscarla, pero no lo había hecho.


Se le llenaron los ojos de lágrimas. Necesitaba a Gabriel. Él tenía la habilidad de hacerle sentir que todo iba a ir bien.


«Nunca muestres debilidad». Eso era lo que le había repetido su padre desde que Paula tenía uso de razón. Así pues, respiró hondo, cuadró los hombros y saludó al príncipe con una sonrisa en los labios y una inclinación de cabeza.


–Señorita Chaves –le dijo él al tiempo que le tendía la mano para saludarla.


Paula se cambió de lado a Mia, que sollozaba suavemente, para poder darle la mano a Pedro.


–Alteza, es un placer conocerlo por fin –dijo–. He oído hablar mucho de usted.


Pedro le estrechó la mano con firmeza y mirándola a los ojos fijamente. Estuvo tanto tiempo mirándola y con tal intensidad, que Paula empezó a preguntarse si pretendía retarla a un pulso, a un duelo o a algo parecido. Tuvo que resistirse al impulso de retirar la mano mientras empezaba a sudar bajo la blusa y cuando por fin la soltó, Paula notó un extraño hormigueo en la piel que él le había tocado.


«Es el calor», pensó. ¿Cómo podía tener ese aspecto tan pulcro y fresco mientras ella se derretía?


–Mi padre le envía sus más sinceras disculpas –la informó con una voz profunda y suave que se parecía mucho a la de su padre–. Ha tenido que salir del país inesperadamente. Por un asunto familiar.


¿Salir del país? Se le cayó el alma a los pies.


–¿Ha dicho cuándo vuelve?


–No, pero me pidió que le dijera que la llamaría.


¿Cómo había podido dejarla sola en un palacio lleno de desconocidos? Tenía un nudo en la garganta y unas ganas tremendas de llorar.


Si hubiese tenido pañales y leche suficientes para hacer el viaje de regreso a Estados Unidos, seguramente se habría planteado la posibilidad de volver a subirse al avión y volver a casa.


Mia se echó a llorar y Pedro enarcó una ceja.


–Esta es Mia, mi hija.


Al oír su nombre, la pequeña levantó la cabeza del hombro de Paula y miró a Pedro con unos enormes ojos azules llenos de curiosidad, y el cabello rubio pegado a las mejillas por culpa de las lágrimas. Normalmente tenía cierto miedo a los desconocidos, por lo que Paula se preparó para los gritos, pero en lugar de estallar de nuevo, le dedicó a Pedro una enorme sonrisa que dejó ver sus dos únicos dientes y con la que podría haberle derretido el corazón hasta al más impasible. Quizá como se parecía tanto a Gabriel, al que Mia adoraba, la niña confiaba en él de manera instintiva.


Como si fuera algo contagioso, Pedro no pudo resistirse a dedicarle una sonrisa. Paula sintió ese placentero vértigo que notaba una mujer cuando se sentía atraída por alguien. Algo que, lógicamente, la horrorizó e hizo que se sintiera culpable. ¿Qué clase de depravada se sentía atraída por su futuro hijo político?


Debía de estar más cansada de lo que pensaba porque estaba claro que no pensaba con claridad.


Al volver a mirarla a ella, Pedro dejó de sonreír.


–¿Vamos?


Paula asintió al tiempo que se aseguraba a sí misma que todo iba a ir bien, pero al entrar a la limusina, no pudo evitar preguntarse si no se estaría metiendo en algo que quizá no pudiera controlar.



NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 1

 


Desde el avión, la costa de Varieo, con su mar azul y sus playas de arena blanca, parecía el paraíso.


A sus veinticuatro años, Paula Chaves había vivido en más continentes y en más ciudades de los que visitaba la mayoría de la gente en toda su vida; era lo normal, siendo hija de un militar. Pero esperaba que aquel pequeño principado de la costa mediterránea se convirtiese en su hogar para siempre.


–Ya estamos aquí, Mia –le susurró a su hija de seis meses, que después de pasar la mayor parte del larguísimo viaje entre sueños inquietos y gritos de pavor, había sucumbido por fin al agotamiento y dormía plácidamente en la silla de seguridad.


El avión descendió por fin hacia la pista privada donde los recibiría Gabriel, su… Resultaba un poco infantil llamarlo novio, teniendo en cuenta que tenía cincuenta y seis años, pero tampoco era exactamente su prometido. Por lo menos por el momento. Al preguntarle si quería casarse con él, ella no había dicho que sí, pero tampoco había dicho que no. Eso era lo que debía determinar aquella visita, si quería casarse con un hombre que no solo era treinta y dos años mayor que ella y vivía en la otra punta del mundo, sino que además era rey.


Miró por la ventana y, a medida que se acercaban, se ponía más nerviosa.


«Paula, ¿en qué te has metido esta vez?«.


Su padre le habría dicho que estaba cometiendo otro gran error. Su mejor amiga, Jessica, también había cuestionado su decisión.


Paula era perfectamente consciente de que estaba corriendo un riesgo. Esa clase de riesgos ya le había salido mal otras veces, pero Gabriel era todo un caballero y realmente se preocupaba por ella. Él jamás le robaría el coche y la dejaría abandonada en una cafetería en medio del desierto de Arizona. Nunca solicitaría una tarjeta de crédito a su nombre y se gastaría todo el dinero. No fingiría que sentía algo por ella solo para que le escribiera el trabajo de final de curso de Historia de los Estados Unidos y luego la dejaría por una animadora. Y desde luego, jamás desaparecería después de dejarla embarazada y sola.


Las ruedas del avión tocaron el suelo y Paula sintió que el corazón se le subía a la garganta. Sentía nervios, impaciencia, alivio y, por lo menos, una docena más de emociones.


El avión recorría la pista camino a la pequeña terminal privada propiedad de la familia real.


Gabriel no la veía como una mujer florero. Se habían hecho buenos amigos, confidentes. Él la amaba y ella no tenía la menor duda de que era un hombre de palabra. Solo había un pequeño problema, aunque lo respetaba profundamente y lo quería mucho como amigo, no podía decir que estuviese enamorada de él. Gabriel era consciente de ello, pero estaba seguro de que con el tiempo, las seis semanas que iba a durar aquella visita, Paula acabaría amándolo. No tenía ninguna duda de que juntos serían felices para siempre y no era un hombre que se tomara a la ligera la sagrada institución del matrimonio.


Había estado casado durante tres décadas con su primera mujer y, según decía, habrían seguido juntos otras tres si no se la hubiese llevado un cáncer hacía ocho meses.


En cuanto se detuvo el avión, Paula encendió el teléfono y le envió un mensaje a Jessica para que supiera que habían llegado bien. Después, desabrochó los cierres de seguridad de la sillita que le había comprado Gabriel a Mia y la abrazó con fuerza, sumergiéndose en su dulce aroma de bebé.


–Ya hemos llegado, Mia. Aquí empieza nuestra nueva vida.



NO DEBO ENAMORARME: SINOPSIS

 

No podía amarla, pero tampoco podía dejar de hacerlo


Se suponía que solo debía disuadir a Paula Chaves de seguir adelante con sus planes de convertirse en reina. Quizá aquella bella madre soltera pensaba que iba a casarse con el padre de Pedro Alfonso, pero el príncipe Pedro iba a hacer todo lo posible para evitarlo.


Sin embargo, en cuanto conoció mejor a la encantadora estadounidense y a su pequeña, Pedro se vio inmerso en un mar de dudas. Aquella mujer no era ninguna cazafortunas y empezaba a creer que su hija y ella podrían hacerlo feliz. Para ello debía impedir que se marchase de su lado, aunque eso supusiera poner en peligro la relación con su padre.