lunes, 3 de septiembre de 2018

PERSUASIÓN : CAPITULO 20





En el pasado, la rapidez de su lengua había salvado casi siempre a Paula de las situaciones difíciles. Ciertamente, le había servido de mucho con hombres que tomaron su firmeza como un freno a sus insinuaciones. Pero ahora, cuando realmente necesitó decir algo agudo e ingenioso a fin de salvar lo que de su orgullo todavía no estuviera en pedazos, no se le ocurrió nada. Su mente era como un vasto desierto de balbuceos inútiles.


—¿Interrumpí algo, Pedro? —preguntó la mujer, mientras su sorpresa era remplazada por el humor con que inspeccionó la persona desaliñada de Paula.


—Tú siempre me interrumpes cuando yo menos lo necesito, Bonnie. Fuiste una molestia desde que naciste y tuve que cederte mi cama.


La mujer rió y Paula la miró fijamente. Sí, podía ver el parecido. Ambos tenían las mismas facciones de corte clásico aunque en la mujer eran más suaves, más delicadas. Ambos eran altos, la mujer le llegaba a Pedro al mentón y no apenas al hombro, como Paula. Tenían el mismo color de pelo y de ojos, la misma sonrisa. Sólo que la mujer era ligeramente pecosa y su cabello mostraba reflejos más claros.


—Lo siento —dijo la mujer, sin sentirse molesta por la acusación del hermano.


—Mentirosa. Estás disfrutando cada minuto. Lo hacías hasta cuando yo entraba en tu habitación y sacudía tu cama tratando de hacerte caer al suelo. Tú reías muy divertida.


—Los hombres hacen muchas tonterías y empiezan a edad muy temprana.


Pedro empezó a reír y acarició la mano que seguía apoyada en su antebrazo.


La mujer se lo permitió y después posó la mirada en Paula, quien durante todo ese diálogo había permanecido exactamente en el mismo lugar.


—Bueno, ¿no vas a presentarnos? —le dijo la mujer a su hermano.


La sonrisa de Pedro se acentuó y sus ojos se posaron en Paula, quien seguía inmóvil.


—Desde luego.


Pedro se apartó de su hermana, se acercó a Paula, la tomó de la mano y la condujo al centro de la habitación.


Paula parecía incapaz de controlar sus propios pies. Quería dar media vuelta, regresar a su habitación, encerrarse en el cuarto de baño, huir al bosque... ¡a cualquier parte menos estar aquí!


—Paula, esta es Verónica, mi hermana —dijo él sin necesidad—. Y, Verónica, esta es Paula, mi... hum... ah... secretaria. 


Con esas palabras y sabiendo cómo se veía de desaliñada ante la prolija Verónica, Paula hubiera querido meterse en el agujero más cercano. En cambio, dijo "hola" con voz ahogada que hubiera podido surgir de una lámpara por la respuesta que obtuvo.


Verónica la miró muy divertida desde el desordenado pelo oscuro hasta los pies descalzos —en su apuro Paula había olvidado sus zapatos— y de su garganta brotó una suave risita.


—Será mejor que te cuides, hermano mío, o esos ojillos y esas orejitas que no pueden esperar leer tus próximas palabras, por no hablar de los padres, podrían enterarse de lo libertino que eres.


—Lo que esas orejillas no sepan, no puede hacerles daño —respondió Pedro, y sonriendo diabólicamente, apretó la mano de Paula.


Paula retiró violentamente la mano y le lanzó una mirada glacial. Nuevamente la energía fue desperdiciada. Pedro la sorprendió aún más cuando continuó hablando:
—En realidad nos has sorprendido en un secreto, Bonnie, uno que todavía no queríamos decir a nadie... Pero puesto que se trata de ti... —puso un largo brazo sobre los hombros de Paula— te diré que vamos a casarnos.


Paula apenas podía creer a sus oídos. Volvió bruscamente la cabeza y lo miró con la incredulidad pintada en el rostro. La hermana de él hizo lo mismo.


—¿No vas a felicitarnos?—preguntó Pedro con una amplia sonrisa. 


Cuando Verónica permaneció callada, atónita, Paula abrió la boca para formular una acalorada protesta:
—¡Pero no estamos comprometidos! Nosotros no...


Pedro la hizo callar tomándola del mentón y aplicándole un beso en la boca.


Cuando él la soltó, Paula empezó a protestar pero fue interrumpida por la ronca voz de Pedro:
—Yo ya lo he propuesto...


—¡Pero yo no acepté! —replicó ella.


—Un pequeño detalle que no va a detenerme.


Su tono provocativo fue la perdición de Paula. 


Se libró de las manos de él y se volvió para enfrentarlo, con las manos apoyadas furiosamente en las caderas. Fue todo lo que pudo hacer para no clavarle las uñas en las bronceadas mejillas. Y pensar que hacía unos pocos minutos había estado en la cama de él, deseándolo... deseando que él la poseyera... permitiéndole que la poseyera.


Una oleada de encendida vergüenza inundó la piel de Paula, haciendo que Verónica enarcara una ceja en expresión inquisitiva. Paula vio esa expresión por el rabillo del ojo pero la ignoró.


—Esta vez te detendré —dijo con los dientes apretados.


Pedro se rascó pensativo la piel del mentón.


—No, no lo creo —dijo.


—¡Yo sí!


Otra voz intervino en la conversación.


—Yo no —dijo Verónica—. Mi hermano tiene razón. La palabra "no" nunca se interpuso en su camino cuando él quiso algo. Tiene que ser uno de los hombres más empecinados, y también más pacientes que he tenido la desgracia de conocer... lo cual es una combinación terrible, especialmente para las mujeres que entran en su vida.


Paula permaneció inmóvil, contando con el silencio como su mejor aliado. Dos contra una no era una posición muy conveniente.


Al observar la actitud empecinada del mentón de Paula, Verónica se dirigió a su hermano pasándole un mensaje sin palabras. Después cambió completamente su tema.


—¿Qué piensas, entonces? Y si la idea te gusta, ¿ayudarás?


—No lo sé.


Los ojos divertidos de Pedro se posaron nuevamente en Paula. Ella alzó el mentón, aumentando la diversión de él.


—¡Bueno, tenemos que hacer algo! Mamá se pasa horas vagando por su casa como una especie de espectro viviente y pasa horas sentada en el viejo estudio de papá. Está decayendo, Pedro. Si no la hacemos reaccionar pronto, bueno …


La expresión divertida desapareció instantáneamente de la cara de Pedro, quien dirigió toda su atención a su hermana.


—No estoy seguro de sí una fiesta ayudaría.


—¡Claro que ayudaría! —insistió Verónica—. Apartará su mente del hecho de que será su primer aniversario de casamiento sin papá.


—¿Pero una fiesta?


—Sería absolutamente lo mejor. Reunir a toda la familia, rodearla de cariño. Sé que nosotros jamás podremos remplazar a papá, pero no podemos dejarla que siga así. Han pasado seis meses. ¡Por favor, Pedro!


En la frente de Pedro apareció una arruga de preocupación.


—Quizá tengas razón. En realidad, debe de haber decaído mucho desde la última vez que la vi.


—Y no va a mejorar a menos que hagamos algo.


—Nuevamente, es probable que tengas razón.


Verónica lanzó una sonrisa radiante.


—Me alegro de tener una testigo. Mi hermano por fin ha admitido que dentro de mi cabeza tengo un cerebro, o dos.


—No te entusiasmes demasiado. Yo he dicho "quizá".


—Ah, pero eso es una concesión gigantesca.


Pedro la miró con una expresión de superioridad que hizo que Verónica sonriera feliz. Pero en seguida, su expresión se volvió pensativa.


—Tenemos que trabajar de prisa... el aniversario es el domingo que viene.


—No digas "tenemos".


—¡Pero Pedro, yo no puedo hacer todo sola!


—¿Desde cuándo? —replicó él con firmeza, pero el brillo de sus ojos lo delató.


—¡Oh, Pedro!


—A mí no me digas "Oh, Pedro". Sé que eres una dínamo... y que adoras organizar fiestas. Yo sólo te estorbaría, por no mencionar que tengo bastante trabajo que hacer aquí. Paula y yo tenemos trabajo que hacer.


Al oír eso, Paula, que se creía olvidada, se puso rígida.


—Yo pensé que quizá Paula... —empezó Verónica.


—No. Paula se queda acá. Ella es de veras mi secretaria, tú lo sabes.


Verónica suspiró.


—Oh, está bien. Supongo que puedo hacerlo todo yo sola.


—¿Por qué no llamas a Bárbara? Probablemente le gustará darte una mano.


—¡Darme órdenes, quieres decir! No, lo haré yo sola.


—¿Ves lo que quiero decir? —le susurró Pedro a Paula.


Verónica le lanzó una mirada significativa.


—Me pregunto cómo se podría cambiar a un pariente... si hubiese alguien que se encargue de eso.


—Sabes que jamás lo harías. Yo soy demasiado adorable.


—Y muy humilde.


—Eso también.


Verónica se echó a reír.


—Renuncio. Tengo que darme prisa. Teo tiene que llegar al aeropuerto a media noche y debo ir a buscarlo.


—De modo que pensaste venir por un momento y...


—Si tuvieses instalado un teléfono en esta tierra de nadie yo no habría tenido necesidad de venir hasta aquí.


—Como siempre llena de quejas, ¿verdad?


—La única queja que formularé será si no apareces el lunes.


—No te preocupes, allí estaré. —Miró a Paula y se corrigió.— Allí estaremos.


Paula no pudo seguir callándose.


— ¡Oh, no, nosotros no!


—Oh, sí, nosotros sí.


Paula miró furiosa a Pedro. Esta era la oportunidad que había estado esperando.


PERSUASIÓN : CAPITULO 19




Paula permaneció tendida donde él la dejó, con sus ojos violetas encandilados y su mente repasando cada una de las acciones de los últimos quince minutos. ¡No podía creer que hubiera sucedido! ¡No podía creer que hubiera sido tan irresponsable! Gimió, volvió la cara a la pared, flexionó las rodillas y las abrazó con sus brazos desnudos.


Entonces el sonido de la voz femenina se oyó más cerca. ¡Pedro la había dejado entrar!


El miedo galvanizó el cuerpo de Paula. ¡No podía permitir que la sorprendieran así! ¡Sobre la cama de Pedro, completamente desnuda! Se puso su vestido casi tan rápidamente como Pedro se había puesto sus vaqueros y con dedos temblorosos trató de ordenarse un poco el pelo.


Pero la mujer no se acercó más; permaneció en la sala de estar y Paula exhaló una bocanada de aire. No podía entender las palabras que se decían, pero en el aire flotó una risa suave y tintineante.


La risa sólo acentuó la desazón de Paula. 


¿Cómo pudo permitir que sucediera semejante cosa? ¡Era una idiota! ¡Una tonta! Pedro no la apreciaba ni estimaba, y ciertamente, ella no quería saber nada de él. ¿Entonces cómo las cosas habían podido salirse de control en esa forma? Especialmente del control de ella. Paula se mordió con fuerza el labio inferior.


No le gustaba pensar que era una mujer hambrienta de sexo, pero había actuado como si lo fuera. ¿Le había causado, de alguna manera esa impresión a Pedro? ¿Había vibrado inconscientemente en una especie de código? 


No...eso era improbable. Nunca había dejado que las cosas llegaran tan lejos con un hombre, desde la ruptura de su matrimonio. Y la introducción al sexo que le había hecho David no le había dejado motivos para echarlo de menos; en realidad, no era para tanto. Una ola de calor le calentó la piel de la cabeza a los pies. 


Por lo menos, ella había creído que no era para tanto, se corrigió.


Pero, era difícil creer lo ocurrido. Fue hasta el tocador sobre el cual había un pequeño espejo, y con una mano algo renuente lo tomó para acercarlo lo suficiente y estudiar su imagen reflejada en la plateada superficie.


Oscuras manchas de púrpura la miraron, portales de una mente que se rebelaba contra una debilidad desconocida, pero que al mismo tiempo se veía obligada a aceptarla a causa de la evidencia que ahora se presentaba. Tenía el pelo en desorden, las mejillas encendidas, los labios rojos, la expresión confundida, los ojos misteriosos con un conocimiento vuelto a aprender y, en el proceso, sumándose a la imagen... en el fondo la cama deshecha.


Paula dejó el espejo donde estaba. ¡Maldito! ¡Maldito Pedro Alfonso! ¿Por qué tuvo él que nacer?


Otra risa femenina acompañada de una risita masculina arrancó a Paula de sus cavilaciones.


¡No podía permanecer aquí!


Con decisión en cada paso, Paula salió del dormitorio de Pedro con la intención de encerrarse en su habitación. Pero cuando llegó el momento de cruzar el umbral que se abría hacia la sala de estar, algo que había que hacer al fin de alcanzar la seguridad de su propio cuarto, se detuvo. No podía pasar; la verían. Y sobre todas las cosas ella no quería eso cuando tenía el aspecto exactamente de lo que era: una mujer que acababa de participar de un acto de amor profundamente satisfactorio, por lo menos en el momento, o mejor dicho, de sexo, lisa y llanamente. A Paula se le contrajo el estómago cuando enfrentó la verdad, aunque su espíritu rechazó las palabras.


Trató de volverse invisible contra la pared, esperando, calculando. Le llevaría nada más que un segundo, como máximo, pasar rápidamente. Y si calculaba perfectamente el tiempo.


Con el corazón latiéndole con fuerza en los oídos, y conteniendo la respiración para que no la delatara, Paula se inclinó hacia adelante para espiar cuidadosamente más allá del marco de madera.


Pedro estaba de pie delante del hogar apagado y frente a él había una mujer delgada cuyo largo cabello rojizo le caía casi hasta la cintura en ondas suaves y flojas. La mujer tenía una mano apoyada familiarmente en el brazo de Pedro


Ninguno hablaba en ese momento. En cambio, Pedro miraba a la mujer con una expresión tierna y ella lo miraba a él. De modo que como ambos parecían tan abstraídos...


Paula dio un paso, preparada para cruzar rápidamente el espacio vacío. Sin embargo, no había pensado en Príncipe. El gran perro ya estaba alerta, observando a Pedro y la mujer. El leve movimiento en el vano de la puerta atrajo su atención.


¡Oh, Dios, no! gimió silenciosamente Paula cuando vio la expresión vigilante del animal. ¡Por favor, no permitas que ladre!


Pero Príncipe tenía otra cosa en la cabeza. 


Puesto que ahora estaba completamente despierto, y como también el resto de los habitantes parecían estarlo, y dado que ella había sido parte de esos habitantes casi dos días, para su cerebro ahora era la oportunidad de hacer buenas migas con esa extraña.


Paula observó horrorizada y fascinada cómo el perro empezaba a agitar su gruesa y pesada cola en expresión de amistad. En seguida, el animal se puso de pie y empezó a caminar lentamente hacia donde ella estaba. 


¡Vuelve! ¡Regresa! quiso gritar Paula, pero permaneció muda. Quizá si desaparecía otra vez, el perro daría media vuelta. Con esa esperanza, volvió a ocultarse detrás del marco de la puerta.


Príncipe era obstinado. Una pequeña exhibición de timidez por parte de su objetivo no lo detuvo. 


Siguió caminando y se detuvo al llegar al lado de Paula. Entonces, con un leve resoplido que le levantó las cortinas de pelo a cada lado de su boca, se echó atrás, y dentro del mejor estilo mastín, se irguió y apoyó sus patas delanteras en los hombros de Paula. Paula se bamboleó hacia atrás y adelante bajo el inesperado peso.


No es menester decir que esta conmoción atrajo la atención de las dos personas que estaban en la sala de estar. Se volvieron a tiempo de ver la cara de Paula que era vigorosamente limpiada por la lengua enorme de Príncipe. Desesperada, pues se sentía como si estuvieran limpiándola con una manguera de incendios, Paula lanzó un grito tratando de hacer que el perro se detuviera.


Príncipe dio varios lengüetazos más antes de quedar satisfecho. Entonces, con inesperada gracia, apoyó sus patas delanteras en el suelo y se quedó esperando la aprobación de Pedro.


Los ojos renuentes de Paula siguieron la dirección de la mirada del perro, y encontró dos pares de ojos color canela, unos dilatados por la sorpresa y los otros brillantes de regocijo.


Todo lo que Paula pudo hacer en ese momento fue sonreír débilmente y tratar de salir lo mejor posible de una situación horriblemente embarazosa.



PERSUASIÓN : CAPITULO 18




En un momento posterior Paula podría tratar de convencerse de que Pedro se había aprovechado de ella, que había capitalizado su miedo y la había hecho responder mientras ella se encontraba en un estado particularmente vulnerable. Pero por más que luego podría negarlo, en ese momento ella sabía exactamente qué estaba sucediendo. Y recibía de buena gana lo que estaba ocurriendo.


Allí, en la noche, en el medio de un bosque, con un hombre al que detestaba intensamente, se sintió transitada de un torrente de deseo al que no pudo dejar de responder.


Era algo como estar atrapada en una avalancha. 


Por más que quisiera resistirse, la fuerza de la furia de la naturaleza la arrastraba y estaba completamente imposibilitada de evitar el desenlace.


Muchos años había estado negándose a sí misma, negando la naturaleza apasionada que todavía existía sepultada muy profundamente en su interior. Y ahora, como un explosivo embotellado, la pasión volvía con fuerza arrolladora.


La presión de los besos de Pedro se incrementó y él sintió que ella se rendía, se derretía complaciente entre sus brazos que la estrechaban cada vez más.


Un calor ardiente empezó a irradiar desde el cuerpo de Paula, clamando, exigiendo una respuesta igualmente cálida. Sus pechos parecían hechos de fuego cuando se apretaban contra el pecho desnudo de él, y las puntas de sus dedos curvados sentían la suavidad de la piel ajena pero atractiva.


Con creciente deseo las manos de Pedro se movieron sobre la espalda de Paula, acariciándole la fina línea de su cintura y la suave saliente de sus caderas, donde se detuvieron para estrecharla contra él, haciéndola sentir claramente el deseo completamente erecto de su virilidad.


Paula soltó un leve gemido cuando un ansia que recordaba empezó a crecer... una urgencia arrolladora que exigía ser satisfecha.


Pedro apartó un poco su boca para trazar un reguero de besos en el costado de su cuello, respirando agitadamente, mientras el fuego que circulaba por las venas de ella hallaba un eco igualmente apasionado en las venas de él.


Cuando levantó la cara un poco más, Paula cerró los ojos contra el cielo nublado y se entregó, se dedicó a absorber solamente las sensaciones.


Los labios de Pedro llegaron a su oído donde murmuraron suavemente su nombre, lanzando a través de ella un torrente de trémulas emociones. Paula levantó los brazos para rodearle el cuello y con los dedos buscó y encontró el pelo espeso de él.


Cuando él se movió una vez más para besarla en los labios, fue Paula quien atrajo hacia ella la cabeza de él. Y fue ella quien dio el primer paso hacia una mayor intimidad cuando pasó la punta de su lengua siguiendo los labios perfectamente curvados de Pedro, gozando del suave, sensual estremecimiento que había estado ausente tanto tiempo de su vida. 


Después, con audacia creciente, metió su lengua todavía más profundamente, invadiendo la humedad de la boca de él, rozándole la punta de la lengua.


La respuesta de Pedro a esta acción fue un salvaje estremecimiento de deseo que rompió los límites del poco control que todavía le quedaba.


La estrechó aún más y con una mano empezó a acariciarle la redondeada curva de un pecho.


Cautiva de la excitación que estaba sintiendo, 


Paula no se opuso cundo él, con súbita decisión, la levantó del suelo, pasándole un brazo por abajo de las rodillas. Ni una palabra de protesta salió de labios de Paula cuando él empezó a llevarla hacia la cabaña.


¡A Paula la tuvo sin cuidado! ¡Quería exactamente lo mismo que él! Si esto era una avalancha, ella se dejaba llevar... y se dejaría llevar hasta el final. Si había peligro, lo enfrentaría cuando llegara el momento. Ahora, importaba solamente una cosa.


Solamente una cosa.


Cuando entraron en la cabaña, Pedro se detuvo nada más que para cerrar la puerta, ignoró a Príncipe que meneó soñoliento el rabo e hizo un intento de levantarse, y fue directamente a su habitación, con los ojos castaños brillando ardientemente por el deseo a duras penas contenido.


Paula enfrentó esa mirada y la retribuyó con igual apasionamiento. Ambos estaban atrapados por el deseo.


Cuando Pedro la depositó sobre la manta a cuadros que cubría su cama, Paula se apoyó en un brazo y quedó tendida sobre su costado Le sostuvo la mirada a él; no podía apartar los ojos. 


Y observó cuando él, en vez de tenderse a su lado, se sentó sobre el borde de la cama.


—Eres una mujer hermosa, Paula —dijo Pedro roncamente—. Pero serás todavía más hermosa sin esto.


Pasó un dedo por la suave tela del vestido rosado y ella tembló incontrolablemente cuando el cierre de cremallera de la espalda fue abierto con suavidad. Pedro pasó sus dedos por la piel sedosa y se detuvo cuando encontró el obstáculo del sostén. Diestramente, también lo desabrochó. Después, con gentileza infinita, apartó la superflua tela y dejó expuestos los pechos pequeños, perfectamente formados.


Por un momento, Paula tuvo deseos de volver a cubrirse con el vestido; David siempre se había quejado de que ella tenía pechos demasiado planos, que casi parecía un muchacho. Pero Pedro no parecía descontento, y detuvo, el movimiento instintivo de ella.


—Hermosa —murmuró, y siguió esa acción con los labios.


Mientras la boca de él pasaba lentamente de un sensible pezón al otro. Paula se reclinó lentamente contra el colchón. Pedro descendió con ella, tendiéndose sobre la cama y poniendo sus muslos largos y musculosos paralelos a los de ella.


Deliciosas oleadas de sensaciones avivaron el fuego que ardía apasionadamente en el alma de Paula cuando la lengua de Pedro jugueteó con sus pezones erectos. Sin percatarse de lo que hacía, cuando se arqueó hacia arriba gritó el nombre de él.


Pedro alzó la cabeza y una sonrisa de satisfacción tironeó de los ángulos de su boca. 


Después dirigió su atención al bollo de tela alrededor de la cintura de ella. A Paula, presa de impaciencia, le pareció que él duraba una eternidad para quitarle completamente la ropa... la mano de él pasaba con admiración sobre la suave curva de las caderas, a lo largo de sus muslos firmes, haciéndole cosquillas en la sensible región detrás de la rodilla, hasta que por fin los pies de ella quedaron libres...


Cuando lo hubo hecho, Pedro pasó a lo largo de ella la mirada de sus ojos color canela, y con un propósito definido dejó que su mano se deslizara por la sedosa textura de la piel de la cara interior de los muslos de ella.


Nuevamente un estremecimiento incontrolable pasó sobre Paula que lanzó un gemido suave y ronco.


¡Era una locura! Una locura completa, total. 


¡Paula lo deseaba como no había deseado a ningún hombre en su vida! Y estaba decidida a poner fin a esta exquisita tortura. Ella tenía que tenerlo a él... ¡y tenía que ser ahora!


Con un brusco movimiento, Paula se sentó cuando Pedro le apoyó una mano sobre el vientre plano. Con impaciencia, ella apartó esa mano.


Cuando él la miró sorprendido, ella le sonrió y se inclinó para besarlo en la piel suave y bronceada del hombro.


Pedro se relajó... y esperó lo que ella haría a continuación.


Como los vaqueros eran la única prenda exterior que llevaba él, Paula tuvo pocas dificultades.


Ella también tenía experiencia acerca de cómo había que desvestir a un hombre... aunque David nunca había pensado en permitirle que se lo hiciera a él. El acto sexual era lo único que a él le interesaba, y lo que sucedía antes y después debía ser realizado lo más rápidamente posible.


Pero a Pedro no pareció importante eso. Paula se puso de rodillas y con tentadora lentitud desabrochó y abrió el cierre de cremallera de la prenda de color azul desteñido.


Entonces, como si casi no pudiera seguir soportando la espera, Pedro hizo el resto. Fue sólo cuestión de segundos y estuvo nuevamente junto a él, haciéndola acostarse en la cama y pasando una de sus piernas sobre las de ella.


—Tengo que poseerte, Paula —dijo con voz ronca y entrecortada por el deseo.


En vez de responderle con palabras, ella le dijo, con sus manos, sus labios y su suave aliento, que lo deseaba tanto como él parecía desearla. 


Le pasó los labios por el pecho y dejó una huella de besos ardientes sobre el abdomen de él. Sus manos trataban de aprender cada centímetro de él, acariciando los fuertes músculos de los hombros y nuevamente sus muslos duros y musculosos. Para ella él era hermoso y la estremecían los roncos gemidos de placer que le arrancaba, la forma en que él repetía su nombre en una voz cargada de creciente pasión. 


Por fin, las manos de él la sujetaron y la hicieron levantarse, para rodearla él una vez más con los brazos y envolverla en su calidez.


Cuando ella lo miró a la cara, sus ojos violetas brillaron anticipando el placer y con un hambre que no podía seguir sin ser satisfecha, Pedro le hizo el amor en una forma maravillosamente excitante, llena de ternura y sensibilidad. En los brazos de él, Paula se sintió completamente realizada y feliz.


Pedro inclinó la cabeza para besarla y Paula le respondió con ardor. Los labios de Pedro parecieron quemarla, marcarla a fuego cuando la cubrió con su cuerpo.


Había desaparecido todo el resentimiento que había sentido porque él la engañó para venir aquí, y porque le impidió que se marchara.


En ese momento, él era todo lo que ella quería en el mundo.


Cuando Pedro la penetró hubo un momento de incomodidad. Ella no era virgen... pero hacía tanto tiempo... Pero cuando Pedro empezó a moverse con un movimiento lento de vaivén que llevó a Paula al éxtasis, el pasado dejó lugar al presente y desapareció de su mente.


Aun en su estado de excitación Pedro no dejó de tener consideración para con ella. Las señales que ella envió fueron respondidas con profunda sensibilidad hacia las necesidades de ella; él le dio tanto placer como el que ella le dio a él. Y cuando juntos alcanzaron el pináculo, Paula experimentó una abrumadora sensación de placer indescriptible... un goce sensual, y profundo que nunca había sentido antes y que la hizo estremecerse y gritar el nombre de él.


Mientras los corazones de ambos latían al unísono, con Pedro tendido pesadamente sobre ella, él llevó sus labios al oído de ella.


—Eres maravillosa —susurró.


Todavía atrapada por las densas brumas de la pasión, Paula experimentó una creciente presión para confiarse a él, para admitir la innegable atracción que sentía hacia él.


—¿Qué sucede, cariño? —preguntó Pedro, poniéndose de costado y atrayéndola hacia él. Su voz estaba llena de ternura y preocupación—, ¿Es algo...?


Pero mientras él hablaba, un súbito golpe en la puerta delantera de la cabaña hizo ladrar a Príncipe.


El cuerpo de Pedro se puso tenso por la sorpresa, sus dedos se hundieron sin querer en la blanda carne de los hombros de Paula y una arruga vertical se formó en su entrecejo.


Los golpes sonaron otra vez, y los ladridos de Príncipe fueron más furiosos.


De golpe Paula volvió a la realidad y como resultado, un frío helado la hizo ponerse rígida. 


Santo Dios, ¿qué había hecho? Miró horrorizada a Pedro.


Pedro le sostuvo la mirada.


—¿Paula? —preguntó, pero no pudo decir más pues se lo impidió el sonido de una voz femenina.


—¡Pedro, ven! ¡No dispongo de toda la noche!


La mirada de Paula se ensombreció aún más.


—Será mejor que vayas —dijo roncamente. 


El ceño de Pedro se acentuó.


—¡Pedro! —repitió la voz femenina—. Sé que estás ahí, Pedro.


Una áspera imprecación salió de los labios fuertemente apretados de Pedro cuando se levantó rápidamente de la cama. Mientras se ponía sus vaqueros desteñidos, su mirada se posó sobre Paula. Si antes esos ojos estaban llenos de deseo y de cálidas promesas, ahora expresaban varias emociones, siendo la más notable la irritación, junto con desconcierto y remordimientos.


Los golpes volvieron a sonar, y con otra maldición entre dientes, Pedro se dirigió hacia la puerta y su silueta musculosa y atlética se recortó contra el suave fulgor de la lámpara que llegaba desde la sala de estar al pasillo.