lunes, 5 de agosto de 2019

ENAMORADA DE MI ENEMIGO: CAPITULO 6




No obstante, sintió más curiosidad por él y hasta lástima por el niño que había sido.


Luego se dijo que lo mejor sería centrarse en los negocios y no en el exótico acento de Pedro. En el hombre y no en el niño.


–Entonces, teniendo en cuenta que es el cerebro –le dijo, rompiendo el incómodo silencio–, ¿cuáles son sus planes? 


–Había pensado en una valla publicitaria en Times Square y en una portada en la revista Look.


Paula tosió.


–¿Qué? –Conozco a la directora de la revista. Me ha pedido que consiga una imagen de alguna creación tuya que pueda ir bien con la edición de primavera, y que la utilizará para la editorial y para la portada.


–Pero eso es… mucha publicidad.


–Oui. Te dije que era bueno.


–Muy bueno –admitió Paula aturdida–. No puedo creerlo. ¿Y va a hacerlo solo porque lo conoce? 


–Le he enseñado tu trabajo por Internet y se ha quedado impresionada. Así que no va a hacer una obra de caridad.


–Pero es… 


–Te dije que podría convertir tu plan a cinco años en un plan a seis meses –le dijo Pedro en tono arrogante–. Tal vez quiera entrevistarte también.


Aquel era el tipo de publicidad con el que Paula había soñado y que temía al mismo tiempo, que podría darle el éxito que se merecía, pero que también sacaría a la luz su vida privada.


Ya se había visto en esa situación a menor escala.


Era fácil ponerse un muro delante, sonreír y reír, colocarse de tal manera que saliese la cicatriz del cuello en la fotografía. Darle a la gente lo que quería. No se molestaba en ocultar su pasado ni las marcas que este había dejado en su piel, pero no quería que saliese lo peor de él. 


Aunque pensase que ya no quedaba nada por decir que pudiese hacerle daño. Ya lo había oído todo, incluso de boca de su propia madre. Y había sobrevivido. No se había derrumbado entonces y no lo haría en esos momentos.


Iba a aprovechar la oportunidad al máximo. Si aquel hombre podía conseguirle una valla publicitaria, una portada y una entrevista, sentiría menos resentimiento por él.


–Eso sería estupendo, más que estupendo, increíble.


–Sé que te encanta la publicidad –comentó Pedro, sonriendo de medio lado.


–Me gustan las ventas que provoca la publicidad – dijo ella.


–¿Qué escogerías para la fotografía? 


Paula atravesó la habitación, agradeciendo que hubiese más distancia entre ambos. No sabía por qué, pero aquel hombre la ponía tensa.


Su aspecto, su fama, todo combinado era una mezcla muy potente. Una mezcla que le daba miedo no saber manejar. Siempre había trabajado con modelos masculinos, muchachos jóvenes, y alguna vez se había sentido atraída por alguno, pero lo había considerado normal. Al fin y al cabo, era una mujer y ellos, hombres.


Pero la sensación que le causaba Pedro solo con mirarlo era diferente. Era atracción mezclada con muchos nervios e ira.


Y él no era un muchacho que trabajase de modelo, era un hombre que, según la prensa, sabía muy bien cómo tratar a una mujer en la cama.


Paula notó que le ardían las mejillas y apartó el rostro mientras fingía estudiar algunas prendas que había colgadas en un perchero. Tenía que centrarse y dejar de fijarse en lo bien que le sentaba el traje a Pedro.


No era su tipo, su traje, sí. Y eso era todo.


No tenía tiempo ni ganas de explorar una extraña atracción por un hombre que le había hecho una OPA hostil a su vida. No tenía tiempo ni ganas de sentirse atraída por nadie, pero mucho menos por él.


Se imaginó la expresión de horror en su rostro si se le insinuase. Si viese las marcas que había en su cuerpo.


Un hombre que salía cada semana con una mujer más bella no querría saber nada de un producto defectuoso.


Y ella lo era.


–El azul, creo –dijo–. Este.


Sacó un vestido corto, de color azul, con las mangas largas, fruncidas.


–Con las botas adecuadas quedará estupendo.


Miró a Pedro y esperó ver… algo en sus ojos, pero su expresión siguió siendo neutral.


–Si piensas que funcionará.


–¿No quiere opinar? –le preguntó, sorprendida y aliviada al mismo tiempo.


–¿Por qué? 


–Porque… ¿acaso no es por eso por lo que está aquí? 


Pedro se acercó a ella con la vista clavada en el vestido. Levantó la mano, tocó la fina tela, y Paula se sintió como si estuviese tocándola a ella de nuevo.


Como si volviese a tocarle la cicatriz. Nadie lo hacía. Ese era otro motivo por el que dejaba algunas de sus cicatrices a la vista, porque hacían que la gente mantuviese las distancias.


Al parecer, Pedro, no.


Paula se tocó el dorso de la mano, se lo frotó para dejar de sentir aquel cosquilleo.


–No me preocupa demasiado la moda. Así que te dejo a ti este tipo de decisiones.


–Entonces, ¿tengo poder de decisión? 


Él la miró con intensidad.


–Yo no sería capaz de hacer nada con esas máquinas de coser, así que te dejo decidir a ti, que eres la experta. Cuando el experto sea yo, decidiré yo.


Paula no había esperado tanto de él, pero, aun así, no se sintió bien. Había subestimado su propio poder en la situación. Y tenía que sacar el máximo partido de él.


–Entonces, ¿no pretende vestir a mis modelos? –le preguntó en tono frío.


–Jamás he hablado de eso.


–Pero de todos es conocida su reputación –comentó Paula–. Pensé que estaba tratando con un pirata. Con una persona que se gana la vida lucrándose a costa de los demás.


Él rio. Fue un sonido casi oxidado, como si no estuviese acostumbrado a hacerlo.


–Veo que has leído muchas historias acerca de mí.


–¿No son ciertas? –preguntó ella, con la esperanza de que fuesen mentira.


–Sí –respondió él, mirándola a los ojos–. Todas son verdad. Las decisiones que tomo, las tomo para sacar algún beneficio. No hago obras de caridad. Si te ayudo, es para conseguir lo mejor para la empresa y lo mejor para mi cartera. Eso es todo.


No lo dijo en tono amenazador, sino con más suavidad que nunca. Solo le estaba informando acerca de cómo eran las cosas.


La esperanza de Paula se transformó en un enorme peso en el estómago.


–Bueno, supongo que tendré que sacar el máximo partido posible –comentó, nerviosa.


Era una sensación que no le gustaba. Estaba acostumbrada a tener siempre el control de la situación.


Pero en presencia de aquel hombre no parecía tenerlo. Ni siquiera estaba segura de poder controlar su cuerpo. La asustaba y eso la enfadaba. Era atractivo y cuando la miraba fijamente hacía que se le encogiese el estómago. Y eso la confundía.


Respiró hondo para intentar tranquilizarse. 


Siempre la había ayudado en momentos difíciles, cuando alguien había intentado herirla.


No estaba consiguiendo protegerse de él, de las cosas que le hacía sentir. La miraba como si pudiese ver en su interior y la hacía sentirse desnuda.


–¿Tienes alguna fotografía de ese vestido? –le preguntó Pedro, sacándola de sus pensamientos.


–Hago fotografías de todos.


–Excelente. Envíamelas por correo electrónico y yo se las mandaré a Karen, de Look.


–Por supuesto.


Pedro se giró para marcharse. Sin tan siquiera despedirse, como si su salida fuese suficiente. 


Paula estaba en su propio estudio, pero se sentía como si aquel hombre acabase de decirle que podía retirarse.


Apretó los dientes para contener la ira, la ira y algo más, que le hacía sentir calor.


Volvió a abrir el ordenador y se dispuso a enviarle el correo a Pedro utilizando la dirección que aparecía en los documentos que este le había entregado. En los documentos que tanto poder le daban.


Poder sobre ella. Paula odiaba aquella situación. 


Y también lo odiaba a él un poco. Se suponía que aquello tenía que ser mérito suyo, no de Pedro.


Adjuntó la fotografía y dejó el cuerpo del mensaje en blanco. No tenía nada que decirle. 


Trabajaría con él, haría lo que fuese necesario para mantener su negocio.


Y, en cuanto pudiese, le devolvería el dinero que le debía y volvería a tomar las riendas. A su manera.


Miró el reloj del ordenador y juró entre dientes.


Estaba invitada a un cumpleaños de alguien de la alta sociedad parisina y tenía que ir. Tal vez Pedro no lo considerase una forma de marketing eficaz, pero ella no estaba de acuerdo.


Quizás fuese el dueño de su negocio, pero no era el dueño de su vida.


E iba a ir a la fiesta.



OPA OFERTA PUBLICA DE ADQUISICIÓN

ENAMORADA DE MI ENEMIGO: CAPITULO 5




Intentó concentrarse en la pantalla del ordenador y se aclaró la garganta. Abrió la carpeta en la que tenía toda la información y giró el ordenador hacia Pedro.


Este recorrió varias páginas con la mirada sin cambiar de expresión. Era como un trozo de madera de caoba. Duro e implacable. Bello también, pero eso no cambiaba el hecho de que un choque con él sería devastador.


–Te va bastante bien –comentó, cerrando el ordenador.


Paula expiró sin darse cuenta. Le gustase o no, su alianza era lo mejor para el futuro de su empresa.


–Sí. Es una tienda pequeña, pero está muy bien situada.


–Y, aun así, tienes muy pocos beneficios.


–Casi ninguno –admitió ella–. Es un negocio caro. Y ahora que hay más trabajo, he tenido que contratar a varios empleados.


Por mucho éxito que consiguiese, el negocio siempre le exigiría más. Más tiempo, más dinero, más mano de obra, y cuanto más aumentasen los ingresos, más aumentarían los gastos. Era casi imposible avanzar y, sobre todo, imposible conseguir el nivel al que parecía aspirar Pedro.


–Me gusta lo que he visto. Quiero invertir más.


A Paula le entraron náuseas al oír la cifra.


Lo dijo con toda naturalidad, como si no fuese nada.


Aunque, para un multimillonario, no debía de significar nada. Sin embargo, para una mujer que tenía que cenar sopa de sobre casi todas las noches, era mucho.


Manejaba importantes cifras de dinero, pero no le duraban nada en la cuenta corriente. Y jamás había soñado con una cantidad igual.


–Eso es… mucho dinero –comentó.


–Lo es, pero no me gusta hacer las cosas a medias. Quiero que la empresa tenga éxito y eso implica invertir lo que sea necesario para conseguirlo.


Era un terreno muy resbaladizo. No era un préstamo, sino una inversión en la que él ganaba poder y ella se endeudaba todavía más.


¿Pero acaso tenía elección? Si no aceptaba y continuaba a su paso, Pedro se impacientaría. Y allí se terminaría todo.


Nada de aquello le había importado tres días antes, cuando Pedro Alfonso había sido solo otro nombre más en los periódicos, pero en esos momentos era la fuerza motriz de la marca Paula Chaves. Qué irónico, que hasta fuese el dueño de su nombre. Paula tenía la sensación de que la poseía a ella.


Pero no le quedaba otra opción más que aceptar que estaría en deuda con él hasta que pudiese comprar su libertad. Porque tenía la esperanza de poder hacerlo algún día.


El dinero no le importaba, solo quería tener éxito.


–En ese caso, ambos queremos lo mismo –le dijo, sabiendo que era mentira.


Él sí que quería dinero.


Lo vio sonreír y se le aceleró el corazón sin saber por qué. Su sonrisa no era una expresión de felicidad, sino más bien el gesto de un depredador satisfecho al saber que estaba acorralando a su presa.


Y Paula se sentía como una gacela delante de una pantera. A Pedro no le asustaba la sangre. 


Era un hombre que conseguía sus metas se interpusiese quien se interpusiese en su camino.


–Más o menos –dijo él muy despacio.


–En lo relativo al método, es posible que menos que más.


–Sí, es posible.


–¿De dónde es? –le preguntó Paula, sintiéndose tonta nada más hacer la pregunta.


La había hecho por su acento, y porque este hacía que se le encogiese el estómago, pero en realidad no quería saberlo.


No quería que Pedro pensase que nada de él le interesaba.


–De Francia. Mi padre es un importante hombre de negocios francés, pero pasé parte de mi niñez en Malawi, con mi madre.


–¿Por qué no vivía en París? 


Él se encogió de hombros.


–Mis padres se divorciaron y ella quiso volver a su país natal –le contó él sin ninguna emoción, en el mismo tono plano en el que hablaba siempre.


Y ella se preguntó si de verdad le habría resultado tan fácil marcharse de París a Malawi y separarse de su padre.


Aunque sabía que, en ocasiones, no estaba tan mal cortar los vínculos con la familia.




ENAMORADA DE MI ENEMIGO: CAPITULO 4



-AQUÍ es.


Paula abrió la puerta de su taller y entró delante de Pedro. Habían pasado un par de días desde su primer encuentro en la boutique.


Él había tenido tiempo de valorar algunas de las otras empresas de las que era acreedor y de asegurarse que quería centrarse en la de Paula. 


Cuanto más se había informado al respecto, más se había convencido de que era la que más potencial tenía.


Esa mañana, cuando la había llamado y le había pedido ver el taller, ella se había molestado. Incluso en esos momentos evitaba mirarlo. A Pedro le resultaba divertido.


El taller era espacioso y tenía el mismo estilo que su dueña. El techo era negro y las vigas de acero que lo recorrían eran de colores brillantes. 


Le recordaba al modo en que iba vestida Paula.


En esa ocasión se había puesto unos leggings negros y una camisa larga con un cinturón. Y a Pedro le costó trabajo apartar la mirada de su redondeado trasero.


–Aquí tengo todas las muestras y los patrones –le explicó esta, llevándolo hacia la pared del fondo, en la que había rollos de tela de muchos colores.


–Tienes una gran colección.


Ella puso los brazos en jarras y expiró.


–Sí, pero es un trabajo caro. Tengo un par de inversores, pero solo para empezar necesité mucho dinero y los desfiles son… bueno, que no puedo permitírmelos.


Pedro bajó la vista a sus labios, pintados de nuevo de rosa. No pudo evitar preguntarse si sabrían a chicle. O si sabían solo a mujer, dulce y terrenal al mismo tiempo.


Su cuerpo respondió ante la idea y tuvo que apretar los dientes para contener la atracción.


–Me gustaría ver detenidamente los registros de ventas de la boutique –le pidió, acercándose a las telas y fingiendo que las estudiaba.


–De acuerdo –respondió Paula a regañadientes.


Se giró hacia ella, la agarró de la barbilla y la obligó a mirarlo. Era la primera vez que bajaba la guardia delante de él. Y solo duró un momento.


–¿Necesitabas algo? 


–Solo los registros de ventas. Forma parte del negocio, Paula. Necesito saber con qué estoy trabajando.


–Lo siento –respondió ella, retrocediendo–. No estoy acostumbrada a que nadie husmee entre mis cosas.


Sacó un ordenador portátil del enorme bolso que llevaba colgado del hombro y lo dejó en una de las mesas de trabajo. Lo encendió y se inclinó hacia delante.


–Te prometo que seré rápido e indoloro.


Paula arqueó una ceja y lo miró de reojo.


–¿Eso les dices a tus citas? –le preguntó.


Y se arrepintió al instante. Sobre todo, al ver que él sonreía y le brillaban los ojos. Se acercó a ella con la mirada clavada en la suya.


–Mis citas no necesitan que las tranquilice – respondió en voz baja, acercando su rostro al de Paula–. Saben lo que quieren y saben que voy a dárselo.


Esta estuvo a punto de replicarle, pero se contuvo.


Pedro tenía un prestigio, y no era el único.


A ella también se la conocía en la industria por su atrevimiento, excesivo en ocasiones, pero era solo una manera de actuar, un muro que se había puesto para separarse del mundo. Para proteger a la mujer que había dentro de ella. Y en el contexto de las pequeñas fiestas y de los desfiles, funcionaba bien.


Pero allí, con Pedro, la situación era demasiado complicada para poderla manejar.


Estaban solos y lo tenía tan cerca que, solo con que él moviese la cabeza un poco, le tocaría la mejilla con los labios. La idea hizo que a Paula se le secase la garganta y se le encogiese el estómago.