domingo, 6 de junio de 2021

NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 14


A Paula no le habían dado plantón desde el primer año de instituto. Pero allí estaba, esperando a un hombre que no aparecía.


Estaba segura de que habían quedado a las cuatro para hablar del divorcio, pero eran las cinco menos cuarto y no había ni rastro de Pedro.


Nerviosa, Paula paseó por la cocina, deteniéndose de vez en cuando frente a la ventana para mirar hacia el camino.


Pedro no había parecido contento cuando se lo dijo, pero después de la llamada de Susy decidió no esperar más. Además, esa era la razón por la que estaba allí. Cuando llegasen a un acuerdo se dedicaría a organizar la gala y luego se marcharía. Tenía un negocio que llevar y una hija de la que cuidar y debía encontrar la manera de hacer las dos cosas.


–¿Dónde demonios está? –le preguntó a Maite.


La niña estaba tumbada en el suelo, sobre una mantita, entreteniéndose con una caja de música que tocaba la misma canción una y otra vez y que estaba volviendo loca a Paula. Pero Maite estaba tranquila y eso era lo importante.


Al menos, Pedro podría haber llamado, pensaba. Quince minutos antes había intentado localizarlo en el móvil, pero le saltaba el buzón de voz.


Tenía que darle el biberón a Maite y no podía esperar más, de modo que empezó a prepararlo. Pero en ese momento sonó el timbre.


–Por fin. Ven conmigo, cariño –murmuró, tomando a Maite en brazos antes de abrir la puerta. –Ah, hola, Elena.


–Hola, señora Alfonso –la saludó el ama de llaves. –Pedro ha tenido un accidente de coche esta mañana…


Paula se quedó sin aliento.


–¿Cómo está?


–Bien, bien –respondió Elena. –Creo que está más enfadado que otra cosa. Alguien se saltó un semáforo en rojo y chocó contra su camioneta, pero el airbag evitó que sufriese heridas graves.


–¿Dónde está?


–En Phoenix, con su hermano Federico. Y no parece nada contento, no había oído tantas palabrotas desde que su padre le quitó el coche cuando tenía dieciséis años.


–Pero no es nada grave, ¿verdad?


Elena negó con la cabeza.


–Ha tenido suerte. No ha sido nada.


–Vaya, qué disgusto.


–La vida es así –dijo la mujer.


La tristeza que había en su tono le recordó que había perdido a su marido diez años antes en un accidente de coche, cuando un camión se quedó sin frenos. Habían muerto siete personas ese día, dejando docenas de corazones rotos.


Pedro llegará más tarde –dijo Elena entonces, mirando a la niña. –¿Cómo va todo?


–Bien, bien… ¿quieres entrar? Estaba a punto de darle el biberón.


El ama de llaves sonrió. Paula sabía que quería a los Alfonso como si fueran sus hijos, pero sobre todo a Pedro.


–Bueno, tal vez cinco minutos.


–Voy a hacer un té… o una tila, es buena para los nervios.


–No quiero molestar.


–No es ninguna molestia, te lo aseguro. Aún no he tenido tiempo de montar la trona, pero normalmente la siento en mis rodillas para darle el biberón.


–¿Puedo tomarla en brazos un momento?


–Sí, claro.


Paula se dio cuenta de que era una abuela con mucha experiencia porque Maite apoyó la cabecita en su hombro como si la conociera desde siempre.


–Es una niña muy buena –dijo, pensativa.


Se le había parado el corazón al saber lo del accidente. En ese momento habían surgido demasiados sentimientos antiguos y el peso de esos sentimientos la asustaba.


–Sí, lo es –asintió el ama de llaves.


Después de darle el biberón la pusieron en el parque, que Paula había logrado ensamblar, y entre las dos montaron la trona.


Cuando le preguntó si quería quedarse a cenar, Elena aceptó. Había hecho una ensalada de pollo con aguacate y, mientras comían, charlaron sobre cosas sin importancia. Elena era una persona generosa, aunque se había mostrado reservada con ella mientras estaba casada con Pedro. En aquel momento, sin embargo, parecía más abierta, de modo que charlaron sobre sus programas de televisión favoritos y los mejores juguetes para niños. Elena incluso le contó algunos cotilleos sobre Red Ridge. Por supuesto, no le dijo que su regreso al rancho era la comidilla de todos. Pedro era el chico de oro de Red Ridge, una estrella de la música con corazón de vaquero, y a la gente le encantaba que siguiera viviendo allí, de modo que el regreso de su esposa debía ser una gran noticia.


Eran las ocho cuando Elena se marchó. Maite estaba dormida y después de ponerle un pijamita verde con flores, Paula la colocó de lado, mirando hacia la pared, como le había indicado el pediatra.


Era asombrosa la cantidad de cosas que tenía que aprender. En esas primeras semanas había hecho docenas de llamadas al pediatra…


Suspirando, se metió en la ducha y dejó que el agua caliente la relajase durante unos minutos. Cuando salió, se puso un pantalón corto y una camiseta de algodón blanco que había visto días mejores y se sentó en el sofá para leer un libro. No había leído más de diez páginas cuando un golpecito en la puerta la interrumpió.


Cerrando el libro, Paula miró el reloj. Eran más de las nueve y solo una persona podía ir a visitarla tan tarde.


Pero al ver a Pedro al otro lado, con un hematoma en la cara y una venda en la muñeca, se llevó una mano al corazón.


Él estaba mirándola de arriba abajo y su mirada la excitó. Ningún otro hombre podía provocar esa reacción en ella. Sus ojos eran como carbones encendidos, quemándola mientras miraba sus pechos y sus piernas desnudas.


Con el corazón acelerado, susurró:

Pedro.




NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 13

 



Pedro tomó un trago de Jack Daniel’s, intentando embotar sus sentidos, pero el alcohol le quemó la garganta. Estaba consiguiendo todo lo que quería, ¿no? El divorcio de Paula y una mujer dispuesta a casarse y tener hijos como Susy Johnson. Susy no era complicada y sabía perfectamente lo que quería: a él. No se lo había dicho claramente, pero Pedro sabía que era así. De hecho, desde que Paula se marchó le había dado a entender que quería ser algo más que una amiga.


Susy era una mujer con la que podría formar una familia. Entonces ¿qué lo retenía?


Suspirando, Pedro se sentó en los escalones del porche de Héctor, mirando el líquido de color ámbar en el vaso.


–¿Vas a decirme por qué has venido? –le preguntó Hector.


–¿No puedo visitar a mi hermano?


–Ya, claro, has decidido venir a visitarme cuando acabas de verme en Penny's Song.


–No me apetecía beber solo.


–No te has quedado mucho tiempo en el fuego del campamento.


–Fui a casa de Susy para ver a su padre. Quería hablarme del viejo toro, Razor. Bueno, en realidad creo que quería un poco de compañía masculina.


–¿Cómo está el viejo Armando?


El padre de Susy había sido el mejor amigo de Rogelio Alfonso y su compañero de aventuras. Aventuras que los habían llevado a la cárcel media docena de veces antes de que se pusieran serios con el negocio de ganado.


–Haciéndose mayor y repitiendo las viejas historias de cuando éramos niños. Pero sigue tan gruñón como siempre, de modo que no está tan mal.


–¿Susy ha hecho un pastel? –le preguntó Héctor.


–De cereza.


–Madre mía.


Todo el mundo en Red Ridge sabía que Susy hacía el mejor pastel de cereza del condado. Si tenías la suerte de probarlo, estabas enganchado. De hecho, ganaba todos los años el premio en la feria local.


–Pero no te has quedado allí mucho tiempo –siguió Hector.


Pedro miró a su hermano de soslayo antes de llevarse el vaso a los labios.


–No era lo que necesitaba en ese momento.


–Quieres decir que Susy no es Paula. Tu mujer aparece y, de repente, el pastel de cereza ya no sabe tan rico.


–Yo no he dicho eso.


–Pero estás pensando en Paula.


–Sigo casado con ella, Hector. Había pensado firmar los papeles del divorcio y seguir adelante con nuestras vidas, pero de repente aparece con una niña pequeña…


–Debió ser una sorpresa enorme.


Pedro asintió la cabeza.


–Desde luego.


–Es una niña preciosa. Cecilia no para de hablar de ella.


–Sí, es preciosa –asintió Pedro, pasándose una mano por la cara. –Y la situación no es culpa de nadie. Paula está haciendo lo que le prometió a su amiga.


–Pero estás enfadado con ella, lo veo en tus ojos.


–No sabes lo que dices.


Héctor hizo una mueca.


–No te ofendas, pero te pones insoportable cuando no te sales con la tuya. Paula fue la primera mujer que no lo dejó todo para estar contigo, hizo que te esforzases y seguramente es por eso por lo que te enamoraste de ella.


Pedro apretó los labios. Hector olvidaba que Paula lo había abandonado. Aunque nunca le había contado a sus hermanos que no confiaba en él, que creía que la engañaba con Susy.


–¿Te estás poniendo de su lado?


Hector respiró profundamente.


–No, solo intento poner las cosas en perspectiva.


–¿Crees que yo no puedo hacerlo?


–Yo solo digo…


–Déjalo, Hector.


–Sí, claro. Te dejaré en paz como tú me dejaste en paz con Cecilia.


Pedro hizo una mueca.


–Yo tenía razón sobre Cecilia.


–Sí, es cierto –asintió Hector, poniéndole una mano en el hombro. –A veces no podemos ver lo que tenemos delante.


Pedro terminó el whisky antes de entregarle el vaso.


–Gracias por el whisky y por el sermón.


–¿Ya te vas?


–Hazme un favor, vuelve con tu mujer.


–Tal vez tú deberías hacer lo mismo –sugirió Hector. Y antes de que él pudiese replicar, entró en casa a toda prisa.


Pedro murmuró una retahíla de palabrotas mientras iba hacia su camioneta. Pero al ver la sillita de seguridad en el asiento trasero se le hizo un nudo en la garganta. El dulce aroma de Maite llenaba el interior del vehículo, una mezcla de biberón y talco.


Su vida no estaba resultando como él había esperado. Debería tener dos sillas de seguridad en el coche, una casa llena de niños y a su mujer a su lado. Ya no era el deseo de su padre sino el suyo propio… y era hora de que hiciese algo al respecto.


Un hombre podía hacer algo mucho peor que casarse con una mujer simpática que hacía pasteles de cereza. Paula tenía razón, era hora de finalizar el divorcio y empezar de nuevo, tener hijos, formar una familia.


Era hora de vivir otra vez.




NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 12

 


Mientras visitaban el rancho, Pedro había ido explicándole que todo funcionaba gracias a voluntarios y consejeros, en muchos casos universitarios que ofrecían su tiempo libre para ayudar a los niños. Visitaron los establos, donde había caballos donados por ganaderos de la zona, saltaron la cerca del corral para ver a Héctor enseñando a montar a los niños y Pedro la llevó luego a ver la casa donde dormían.


Esa noche harían un fuego de campamento y cantarían canciones…


Paula tenía un trabajo que hacer allí: organizar una gala de inauguración para recaudar fondos. Era su contribución a la causa ahora que el rancho estaba terminado.


–Funciona como una máquina bien engrasada, ¿no?


–Todavía hay que solucionar algunas cosas, pero sí, todo va bien.


Paula giró deliberadamente la cabeza para no mirar a su marido. El encanto de Pedro Alfonso no tenía rival y estar solos cuando empezaba a anochecer era un peligro.


–El tiempo lo arreglará todo.


–¿A qué te refieres?


–Te ha costado dejar que Cecilia se llevase a Maite, ¿verdad?


No era una acusación, era una afirmación, y Paula sabía que era cierto. Durante el tiempo que Cecilia había estado dando una vuelta con la niña, Paula miraba por encima de su hombro continuamente para ver si estaban bien.


–No nos hemos separado en varios meses.


–Cecilia es de fiar.


–Ya lo sé –dijo Paula. –No es eso.


La niña iba dormida en la silla de seguridad, sus mejillas rojas, los rizos brillando bajo los últimos rayos del sol.


–Debería meterla en la cuna.


–¿Se despertará si la sacamos de la silla?


–No lo sé –respondió Paula. –Maite siempre me sorprende. A veces se despierta por el sonido de una bocina, otras veces duerme aunque haya un estruendo a su alrededor.


–No debe haber sido fácil tener que hacerte cargo de una niña tan pequeña –comentó Pedro.


–No, no lo fue. Estaba trabajando en la campaña de un cliente y, de repente, me convertí en madre. Tuve que aprender a toda prisa y aún no estoy a la altura.


Él respiró profundamente.


–La ironía es…


–No lo digas –lo interrumpió Paula. Maite era su prioridad y eso significaba dejar atrás el pasado, aunque el pasado fuese un marido guapísimo que la excitaba como nadie.


El móvil de Pedro sonó en ese momento y él respondió hablando en voz baja para no despertar a la niña. Paula escuchó la voz de una mujer al otro lado…


–Muy bien, gracias. Pasaré por allí más tarde.


Paula no le preguntó quién era y él no dijo nada, pero apostaría cualquier cosa a que Susy Johnson aparecía en el rancho esa noche.


Mientras ella llevaba a Maite a la cuna, Pedro sacó del maletero el parque y la trona que Cecilia le había prestado.


–¿Necesitas ayuda?


–No, gracias.


–Esto me vendrá muy bien –dijo Paula. –Mientras yo estoy trabajando, Maite tendrá un sitio para jugar.


–Pensé que te habías tomado unos días libres.


–Siempre hay algún problema de última hora que solucionar. Afortunadamente, Jorgelina sabe evitar los desastres.


Su ayudante hacía que siguiera cuerda. Jorgelina, que había tenido que criar sola a su hijo, era una persona fuerte y valiente que no se amedrentaba por nada. Vivía para las visitas de su hijo, que ya era un adulto, y desde que Maite apareció en su vida, Paula se preguntaba si algún día acabaría siendo como ella.


–Jorgelina, ¿eh? Nunca le caí bien.


–Eso no es verdad. Tú caes bien a todo el mundo.


–Me parece que sobrestimas mis encantos –bromeó Pedro, mientras llevaba la trona a la cocina. –¿Necesitas ayuda para montar esto?


–Pues… –Paula iba a decir que sí, pero al recordar que Susy acababa de llamarlo, su buen humor desapareció. Además, siempre había cuidado de sí misma, no necesitaba ayuda. –No, gracias. Lo haré más tarde. Estaba pensando que tal vez deberíamos hablar del divorcio.


Pedro la miró a los ojos, como si acabara de recordar la razón por la que había ido al rancho.


–¿Te parece bien mañana?


–Sí, muy bien.


–Vendré a las cuatro.


Después de decir eso salió de la casa y Paula se quedó inmóvil, escuchando el ruido de la camioneta con el estómago encogido.


Y una pregunta apareció entonces en su cabeza: ¿Había cometido un error al marcharse del rancho Alfonso?