domingo, 4 de junio de 2017

LA BUSQUEDA DEL MILLONARIO: CAPITULO 8





Paula le rodeó con los brazos el cuello a Pedro y se aferró a él como si le fuera en ello la vida. El primer roce de sus labios fue una suave y tierna caricia. Se mantuvo así durante un breve momento, lo suficiente para que ella reaccionara. 


En el momento en el que ella se lanzó, el beso se hizo más fuerte y más insistente. Entonces, suspiró encantada. Se entregó a él sin dudas ni cautela.


Pedro superó la frontera de los labios y dejó que la lengua se deslizara entre ellos hasta encontrar la de Paula y estimularla de tal manera que el deseo de ella se acrecentó aún más.


El control de Pedro era exquisito, pausado. Entonces, los dientes de él se cerraron sobre el labio inferior de Paula y tiraron suavemente, lo que amenazó con volverla completamente loca.


—No te puedes imaginar el tiempo que llevo deseando hacer eso —le informó él.


Paula tardó un largo instante en poder responder.


—No tengo ni idea, pero estoy dispuesta a apostarme contigo que tú me podrías decir hasta el minuto exacto.


—Incluso los segundos.


Pedro le enmarcó el rostro entre las manos y prácticamente la aspiró. Su beso fue el más completo que ella hubiera recibido nunca.


—Dime lo que deseas y me pasaré el resto de la noche dándotelo.


Paula pudo contener muy a duras penas un gemido como respuesta.


—Esperaba que me dijeras esto.


Pedro volvió a sonreír.


—¿Quieres las luces apagadas o encendidas cuando te quite la ropa?


—Oh, sí.


—Tal vez las deje encendidas para verte completamente desnuda envuelta por el atardecer.


Eran las palabras más poéticas que él le había dicho desde que reanudaron su relación. Algo se despertó dentro de ella, calentándola por dentro y por fuera.


—En ese caso, es mejor que te des prisa porque está a punto de anochecer.


—No voy a darme prisa, y mucho menos en algo tan importante como esto.


Paula solo pudo mirarlo atentamente. Se sentía indefensa mientras el deseo la atravesaba por dentro.


—Oh, Pedro. Tenía tanto miedo…


—¿Miedo? ¿De mí?


—En cierto modo sí —respondió ella encogiéndose de hombros. Entonces, escuchó el ruido que hacían los juguetes infantiles que llevaba en su bolsa al golpearse los unos contra los otros. Aquel sonido la tranquilizó como ninguna otra cosa hubiera podido hacerlo—. De cómo estarías cuando volviera a encontrarme contigo. De si habrías cambiado. Al principio, pensaba…


—¿Que había cambiado?


—¿Cómo lo supiste?


—Parecía la conclusión lógica.


—Es cierto. Pensaba que habías cambiado —dijo ella. Se quitó la pesada bolsa del hombro y la dejó descuidadamente sobre la moqueta. Afortunadamente, el contenido permaneció en su interior—. Y has cambiado. Es natural. Supongo, dado que el cambio es inevitable por el paso del tiempo.


—Una observación muy astuta.


Paula se echó a reír.


—Sin embargo, sigues siendo el mismo. Bajo esa jerga científica que utilizas y lo distante que te muestras, sigues siendo el Pedro que yo recordaba.


—Supongo que eso es bueno.


—Es…


Por alguna razón, los ojos se le llenaron de lágrimas, por lo que se apresuró a bajarlos rezando para que él no se hubiera dado cuenta. Parecía que Paula era incapaz de contener su energía y le desabrochó uno de los botones de la camisa.


—Es fantástico —admitió ella con voz ronca.


—Veamos si no podemos conseguir que lo sea aún más…


Paula tenía que admitir que una de las cualidades que siempre había admirado de Pedro era su capacidad para centrarse con gran intensidad. No perdió más tiempo hablando, sino que aplicó toda su atención en desabrocharle los botones. Entonces, le deslizó la blusa por los hombros antes de desabrocharle el sujetador con un movimiento de dedos. Entonces, le cubrió los senos con las manos y deslizó los pulgares por los pezones. Paula se sintió sorprendida por el poder y la fuerza que emanaban de aquellas manos. No eran las manos suaves de un hombre que trabaja en un despacho, sino las de uno que trabaja con las manos. Fuera cual fuera el trabajo de ingeniería y robótica que realizaba, implicaba el uso de aquellas manos, moldeando su fuerza y su textura. Ella gimió ante la deliciosa abrasión a la que la sometían y sintió que las rodillas amenazaban con doblársele.


Pedro, por favor…


—No me pidas que me dé prisa porque no puedo. No voy a hacerlo. Quiero disfrutar cada instante.


Pedro apartó las manos de los pechos para deslizarlas por el tembloroso abdomen. El sonido de la cremallera de los pantalones que ella llevaba puestos resonó con dureza contra la respiración de ambos. Él le quitó todas las prendas y la dejó completamente desnuda ante él.


Era el turno de Paula. No tenía la paciencia de Justice. Tiró y arrancó para quitarle pantalones, camisa, zapatos y calcetines. Mientras que la oscuridad los embargaba, ella permitió que las manos fueran sus ojos mientras se familiarizaba de nuevo con cada centímetro del cuerpo de él.


Había cambiado tanto… No solo era más alto, sino también más corpulento. Tenía unos músculos deliciosamente formados y tonificados.


Entonces, notó un abultamiento que era una larga línea que rasgaba la suave piel.


—Oh, Pedro. Veo que no estabas bromeando sobre las cicatrices, ¿verdad?


Él se tensó.


—Debería estar lo suficientemente oscuro para que no vieras nada.


—Y lo está, pero puedo tocarla.


—¿Te resulta ofensiva? ¿Preferirías dar por terminado nuestro acto sexual?


—¿Terminar con…? —repitió Paula ahogando una risa—. Sinceramente, Pedro. Eres tan divertido. Siempre sé cuándo estás disgustado. Empiezas a hablar como un empollón.


—No estoy disgustado.


—¿Entonces?


—Estoy… emocionalmente comprometido.


—Lo sorprendente sería que no lo estuvieras —afirmó ella. Pedro no respondió. Se limitó a permanecer inmóvil. ¿Acaso creía que ella se marcharía por unas cuantas cicatrices? Si pensaba eso era que ya no la conocía muy bien, pero no tardaría en volver a hacerlo—. Deja que te demuestre lo ofensivas que me resultan tus cicatrices.


Muy delicadamente, apretó los labios contra la primera, recorriéndola de principio a fin. Localizó la siguiente y la besó del mismo modo. Hizo lo mismo con todas las que fue encontrando, creando así un mapa de caricias por el cuerpo de Pedro.


—Ya no hay más —susurró él.


Entonces, la tomó en brazos y la llevó al dormitorio. Una tenue luz iluminaba el sendero a través de la oscuridad, apartando las sombras y creando un halo dorado en la cama. Se tumbó al lado de ella y la cálida luz recorrió los duros músculos y se hundió en su rostro. El dolor se reflejaba allí, un dolor que ella hubiera dado cualquier cosa por poder aliviar. Tal vez podría hacerlo.


Paula extendió las manos hacia él y lo estrechó entre sus brazos. Entonces, ajustó las curvas de su cuerpo para acomodarlas al de Pedro. No había duda de que él se había convertido en la pantera que durante mucho tiempo a ella le había recordado. Elegante y ágil, con un ápice de dureza y de peligrosa masculinidad. La piel se deslizaba bajo sus manos. Su fibroso cuerpo le resultaba profundamente atractivo a la artista que ella llevaba dentro de sí como el delicado tono dorado de su piel. Podría perderse en él. 


Entonces, ¿por qué resistirse?


En aquella ocasión, cuando ella volvió a recorrer las cicatrices, lo hizo con la luz. Deseó que sus besos tuvieran el poder de sanar, que pudiera arreglar y reconfortar todo lo que había dañado no solo su cuerpo, sino también su corazón y su alma. Acarició cada una de ellas mientras Pedro permanecía con el rostro rígido y los ojos profundamente cerrados.


Instantes después, él se incorporó con un rápido movimiento y la inmovilizó contra el colchón colocándole las manos a ambos lados de la cabeza. Se colocó encima de ella y la contempló.


—Ahora me toca a mí —dijo él.


Sin darle oportunidad de que respondiera, la besó apasionadamente. Un profundo placer se adueñó de ella y la empujó a abrazarlo de nuevo, tirando de él para que la envolviera en su interminable masculinidad. Pedro deslizó las manos entre ambos y le acarició los senos, explorando cada centímetro de ellos, moldeándolos con sus callosas manos antes de bajar la cabeza y atrapar un duro pezón entre los dientes. Ella suspiró de placer.


Pedro —dijo, casi gritando su nombre—, vuelve a hacer eso…


La última vez que había estado entre los brazos de Pedro, la última vez que él la había poseído, todo había sido suave y tierno. Experimental. Habían sido prácticamente unos niños, llenos de una insaciable curiosidad y ansia de lo físico, pero cautos al mismo tiempo en su exploración.


En la presente ocasión, su conocimiento era más profundo y su deseo más coordinado. Distaban mucho de ser niños. Sin embargo, en los años que habían separado ambos encuentros, una cosa no había cambiado. La magia seguía existiendo.


La mano de Pedro se separó de los pechos y siguió bajando hasta que encontró la calidez de la entrepierna de Paula. Se hundió en ella, sin dejar de acariciarla, separándole las piernas hasta que ella estuvo completamente extendida debajo de él, expuesta por completo a su mirada. Los músculos del vientre y de los muslos se contraían de placer, sensación que se intensificaba con cada lento movimiento de los dedos de él. Pedro se tomó su tiempo, volviéndola loca de placer.


—Por favor, Pedro. No puedo soportarlo más.


—Pues espero que sí, dado que tengo mucho que darte. Deja que te lo dé todo, Paula…


Ella escuchó cómo se abría uno de los cajones de la mesilla de noche y oyó cómo se rasgaba un envoltorio. Con un rápido movimiento, Pedro se colocó un preservativo.


El cuerpo de ella se tensó con un deseo intenso. Pedro se colocó encima y, tras colocarle las manos en el trasero, la levantó ligeramente. Entonces, se hundió en ella con un lento movimiento, llenándola por completo. Paula lo estrechó con brazos y piernas y levantó las caderas para que el contacto fuera más completo. Quería que aquella sensaciones duraran para siempre, ansiaba poder aferrarse a aquel instante y gozar siempre con él. Jamás había experimentado algo como aquello y tan solo con él. No lo comprendía ni necesitaba entenderlo. Simplemente lo aceptaba y gozaba con ello.


De repente no pudo pensar. Se limitó a moverse con él, fragmentándose en miles de trozos cuando las sensaciones explotaron dentro de ella. Con cada movimiento, Pedro la empujaba un poco más hacia el éxtasis, cada vez más alto y más lejos de lo que nunca había conseguido llegar antes.


Fue un instante trascendente que solo había experimentado en una ocasión y tan solo con un hombre. Con aquel hombre. Con aquellos brazos. Era la misma unión, aunque separada por varios años. ¿Lo sentía él? ¿Sentía la conexión que habían vuelto a forjar? ¿Comprendía él lo que comprendía ella? Paula había pensado que pasando aquella noche juntos, podría desprenderse por fin de los recuerdos del pasado. Sin embargo, había descubierto algo muy diferente.


A pesar de todo lo que tenían en contra, se habían convertido en uno y ya no había vuelta atrás. A partir de aquel momento, Pedro le pertenecía igual que ella le pertenecía a él. Para siempre.





LA BUSQUEDA DEL MILLONARIO: CAPITULO 7




Paula observó a Pedro. Sentía que el corazón amenazaba con rompérsele. ¿Qué había ocurrido en todos aquellos años que habían estado separados que lo habían llevado a no sentir esperanza alguna? Le agarró la camisa y tiró de ella para acercarlo un poco más.


—Llévame a tu habitación, Pedro.


Después de todo, ¿qué importaba si le hacía el amor entonces o más tarde? Desde el momento en el que se cruzaron sus miradas había sabido que llegaría aquel instante.


Lo deseaba. Siempre lo había deseado y él la deseaba también. Se dio la vuelta y, sin soltarle de la camisa, tiró de él hacia los ascensores.


—Supongo que esto significa que nos vamos —preguntó él con voz seca.


—Sí, así es.


—Está bien, pero, para que lo sepas, los ascensores están en la dirección opuesta.



Paula no aminoró el paso sino que, simplemente, cambió de dirección. Llegaron a los ascensores y entraron en uno. 


Guardaron silencio durante todo el trayecto. No obstante, Paula sentía cómo la tensión se iba acrecentando entre ellos, provocando una tensión que, tarde o temprano, terminaría por explotar.


Las puertas se abrieron por fin. Pedro señaló hacia la derecha.


—Doscientas cincuenta y uno.


Paula esperó hasta que él abriera la puerta con la tarjeta.



*****


—Dime una cosa, Pedro. Ahora que me tienes aquí, ¿qué es lo que vas a hacer conmigo?


Él no respondió inmediatamente. En vez de eso, estudió el rostro de Paula con intensidad. ¿Había tenido su rostro una expresión tan grave? Siempre había sido un muchacho muy callado en su adolescencia, estudioso y centrado. Sin embargo, también había tenido la capacidad de reír. ¿Dónde había ido esa capacidad? ¿Cómo podría Paula volver a encontrarla de nuevo?


Pedro debía de haber decidido lo que quería hacer con ella porque dio un paso más hacia ella. Le enganchó el dedo en el profundo escote de la blusa y tiró de ella para tomarla en brazos.


—Creo que voy a quitarte la ropa y a hacerte el amor —le informó él muy seriamente.


Entonces, la besó.






LA BUSQUEDA DEL MILLONARIO: CAPITULO 6





Para que ninguno de los asistentes a la conferencia pudiera molestarles, Pedro le pidió a la camarera que les llevara a una de las mesas más alejadas de todo el café.


Paula se sentó frente a Pedro. Él aprovechó la oportunidad para estudiarla. Era una verdadera belleza.


El cabello le caía liso sobre los hombros. Tenía los ojos verdes. La expresión de su rostro era tan abierta e ingenua como la de una niña. Tenía la nariz recta y delgada. Los pómulos altos y ligeramente prominentes, lo que añadía enteros a la elegancia de su rostro. En cuando a la boca… 


Allí era donde la mirada de Pedro se detenía. Era el único rasgo de su rostro que la apartaba de la belleza clásica, de labios gruesos y rosados. Por alguna extraña razón, su forma y su color hacía que él deseara morderlos…


Se aclaró la garganta.


—Bueno, ¿me vas a dar una pista?


—Supongo que te refieres a una pista sobre el lugar en el que nos conocimos —respondió Paula con una seductora sonrisa—. Dale tiempo. Ya lo recordarás.


—Podría ser que no. Tuve un accidente hace seis meses. Algunas veces, me cuesta recordar nombres y ciertos hechos de mi pasado.


Ella lo miró fijamente muy sorprendida.


—Oh, Pedro. Lo siento mucho. No tenía ni idea.


—No veo la razón por la que deberías saberlo dado que me he esforzado mucho para evitar que el público en general se enterara —dijo.


Paula le tomó la mano y se la apretó con fuerza.


Pedrose dio cuenta de que ella era la clase de mujer sensible que goza con el contacto físico. Poco usual en un ingeniero, pero podría vivir con ello. ¿Vivir con ello? Se acostumbraría muy rápido.


Se encogió de hombros.


—Es una de esas cosas que uno aprende a aceptar. Como las cicatrices.


Le sorprendió ver que los ojos de Paula se habían llenado de lágrimas.


—¿Cicatrices? Esas tampoco importan. Lo único que significan es que eres un superviviente.


—Tenemos la opción de hacer el amor en la oscuridad si crees que las cicatrices podrían tener un impacto adverso en tu libido.


Para su sorpresa, ella se echó a reír.


—Oh, gracias a Dios. Me temía que hubieras cambiado. Aún tienes ese maravilloso sentido del humor.


¿Acaso ella había creído que estaba bromeando? Había estado hablando completamente en serio.


—¿Significa eso que no te interesa hacer el amor? —le preguntó. Tal vez debería haber abordado el asunto gradualmente, pero le parecía la progresión lógica, lo que tocaba entre invitarle a tomar un café y pedirle que fuera su ayudante/esposa—. No hay prisa. Tenemos sesenta y una horas y treinta y cuatro minutos.


Paula se echó a reír de nuevo. El sonido de su risa fue algo ligero, libre, que llegó directamente al gélido centro de su ser y se lo desheló ligeramente. Por primera vez en años, sintió esperanza. Tal vez no era un caso perdido. Tal vez Paula podría llevarle a los cálidos brazos de la primavera.


—Me interesa mucho hacer el amor contigo —le informó ella—. Hace tanto tiempo, Pedro. Ojalá se me hubiera ocurrido buscarte mucho antes.


—No me habrías encontrado. Pascual nos tiene muy bien ocultos.


—¿Pascual?


—Mi tío. Es experto en informática, lo que me viene bien dado que me ayuda a mantener el anonimato.


—Ah… —dijo ella mirándolo con sus encantadores ojos. Pedro descubrió que le gustaba ser el centro de su universo. Le gustaba mucho—. No sabía que tenías familia. Al menos, jamás me lo mencionaste.


La manera en la que ella hablaba sugería que habían compartido cierta intimidad. Entornó la mirada y maldijo el accidente. ¿Cómo era posible que se hubiera olvidado de alguien como ella?


—¿Cómo te conocí?


Paula sonrió.


—Te daré una pista. Mi aspecto ha cambiado bastante desde la última vez que nos vimos.


—¿En qué, por ejemplo?


—Mi cabello.


—¿Más largo? ¿Más corto?


Ella negó con la cabeza.


—Más claro. Era mucho más oscuro antes.


Un profundo alivio se apoderó de él. Eso lo explicaba todo. 


Sin duda, el programa de ordenador la había descartado por aquel detalle.


—Yo podría vivir con una mujer de cabello oscuro —dijo. En especial si Paula accedía a ser su ayudante-esposa.


—¿De verdad? —preguntó ella. Le había asombrado aquella respuesta.


Tal vez aquella frase había sonado algo extraña. ¿Acaso no le había advertido Pascual sobre el hecho de invitar a una mujer a tomar una taza de café para luego pedirle en matrimonio? Había llegado el momento de tomarse las cosas con más calma.


—¿Nos conocimos en alguna otra conferencia de ingeniería? —le preguntó.


—Oh, yo no…


En aquel momento, la camarera regresó y les ofreció una amplia sonrisa.


—Buenas tardes. Me llamo Anita y voy a ser su camarera —dijo afirmando lo evidente—. ¿Qué les apetece tomar?


—Yo tomaré un té helado con mucho limón, por favor —dijo Paula.


Pedro experimentó una sensación de familiaridad. Se le pasó enseguida. Aquella sensación le había ocurrido demasiado frecuentemente y en ocasiones no podía recordar de qué se trataba por mucho que se esforzara. Se sentía como si estuviera en medio de un monumental atasco mental, incapaz de maniobrar las coordenadas que contenían aquel recuerdo en particular.


Aceptó el fracaso con su habitual estoicismo y miró a la camarera.


—Café. Solo.


—Volveré enseguida —anunció Anita.


En el momento en el que la camarera se marchó, Pedro se centró de nuevo en Paula.


—¿Me vas a dar otra pista?


—Se me ocurre algo mejor. ¿Por qué no me dices qué es lo que has estado haciendo en estos últimos años? Después de todo, tú eres el mejor en lo que se refiere a sensores robóticos.


—Así es.


—Veo que no necesitas abuela.


—¿Y por qué iba a necesitarla? —preguntó él. 


Evidentemente, no había comprendido el doble sentido.


—Me dejas muerta —comentó ella, riendo—. Sigues siendo tan lógico como siempre.


—No, por supuesto que no. Mientras sigas recordando cómo sentir.


¿Sentir? Pedro no sabía cómo responder a aquello. Buscó a Rumi, pero se dio cuenta de que se había dejado la esfera en la suite. Comprendió en aquel momento lo mucho que dependía de su creación cuando se encontraba en una situación que no sabía cómo resolver.


Con la mayoría de los ingenieros, sabía exactamente lo que esperar y cómo hablarles, pero con aquella mujer… Paula le despertaba sentimientos que creía muertos hacía ya mucho tiempo, un deseo que eclipsaba todo lo demás. En aquellos momentos, sentado frente a ella, le importaba un comino la conferencia o el trabajo que no había podido completar durante el año anterior o incluso hacer las preguntas necesarias para asegurase de que había encontrado la perfecta ayudante/esposa. Lo único que le importaba era permitir que la primavera deshiciera el hielo que rodeaba su corazón. Que le calentara la sangre que le fluía por las venas. Que le ayudara a encontrar al hombre perdido en aquel interminable invierno para que pudiera respirar plenamente en su nueva vida.


Aquella mujer era la respuesta a su problema.


Paula esperó pacientemente a que él volviera a hablar. 


Estaba cómoda con el silencio. A Pedro le parecía un atributo poco usual en una persona, fuera cual fuera su género. Mientras esperaba, ella sonreía y se agarraba la barbilla con la mano. Pedro se dio cuenta de que tenía unas manos muy bonitas, con dedos largos.


Evocó una imagen de las manos de Paula sobre su cuerpo… Dios Santo, ¿de dónde había salido aquello? Normalmente, él no era una persona muy imaginativa y, sin embargo, aquella asombrosa imagen le había provocado una inconfundible reacción fisiológica que le resultaba imposible controlar. Sin duda, llevaba demasiado tiempo sin estar con una mujer.


Algo debió delatarle. Paula se irguió inmediatamente en la silla.


—Pedro, ¿qué te ocurre?


—Vas a tener que perdonarme. Esto no me ha ocurrido desde que era un adolescente, pero tal vez por mi reciente aislamiento, estoy recibiendo una inusual cantidad de estímulos visuales que están teniendo una reacción adversa en mi sistema nervioso central. Si pudieras tratar de ser menos estimulante visualmente, mi cuerpo soltaría una cantidad apropiada de óxido nítrico en los cuerpos cavernosos que debería hacer que mis músculos se relajaran…


Ella lo miró perpleja.


—¿Cómo has dicho?


—Me has provocado una erección.


La camarera eligió aquel instante para regresar con lo que habían pedido.


—¿Desean algo más? —les preguntó Anita tratando de mantener una expresión impasible en el rostro.


Pedro no lo dudó.


—No. La cuenta, por favor. ¿Nos vamos?


—Sí.


—Está bien.


Ella se puso de pie y se colgó la bolsa en el hombro pero, antes de que pudieran dar más de dos pasos, un caballero de cierta edad les cortó el paso.


—Excelente discurso, señor Alfonso. Me han gustado mucho sus predicciones sobre robótica futura y su interrelación con los humanos.


Pedro se detuvo y estrechó la mano del hombre.


—Gracias. Ahora, si nos perdona…


Pedro sabía lo que ocurriría si no se marchaba de allí pronto. Se pasarían la noche entera hablando. En cualquier otro momento, no le habría importado hacerlo, pero no en aquel instante. No aquella noche, cuando esperaba pasársela conociendo mejor a la mujer con la que tenía intención de casarse.


—Tengo una reunión dentro de tres minutos y cuarenta y dos segundos exactamente y me va a llevar precisamente ese tiempo llegar allí —respondió—. Ahora, si nos disculpa…


—Cómo no.


Pedro le colocó la mano en la espalda a Paula y la hizo avanzar entre las personas que se les habían ido acercando hacia la salida. En el momento en el que salieron del café, Paula se volvió para mirarlo. Le colocó una mano en el centro del pecho y le impidió seguir avanzando.


—¿Qué es lo que está pasando? —le preguntó.


—Pensaba que esa parte la entendías. ¿Acaso ha habido un error de comunicación?


—Podríamos decir que sí.


—¿Preferirías que fuera más directo?


—No, creo que ya lo has sido lo suficiente. Pensaba que me habías invitado a tomar café. ¿Qué es lo que ha cambiado?


Pedro suspiró.


—Supongo que debería haber permitido que te tomaras tu té helado antes de dar el siguiente paso.


—Por lo menos un sorbo —bromeó ella. Entonces, dejó de apretarle la mano contra el pecho y comenzó a volverlo loco al empezar a trazar pequeños círculos.


Pedro tenía la sensación de que, si ella no paraba, y pronto, su cuerpo terminaría rápidamente con los depósitos de óxido nítrico.


—Sé que nos sentimos atraídos el uno por el otro. Siempre lo hemos estado.


—¿Has cambiado de opinión?


—¿Sobre lo de hacer el amor contigo? —preguntó ella. Entonces, negó con la cabeza—. Solo creo que nos lo deberíamos tomar con más calma.


Vaya. El indicador de las reservas de óxido nítrico estaba empezando a indicar la V de vacío.


—No sé si voy a poder…. —confesó él.


Los ojos de Paula se oscurecieron.


—Yo puedo vivir sin té. ¿Cuánto tiempo dijiste que nos quedaba hasta tu próxima cita?


—Noventa y cuatro segundos, pero mentí sobre lo de esa cita.


—Sí, lo sé. Se llama «broma» —dijo ella—. Un sustantivo. Significa «algo que provoca risa o diversión con los actos o las palabras de una persona».


—A mí no me provoca risa o diversión.


—No. ¿Y qué es lo que sientes?


¿Sentir? Pedro cerró los ojos. Sentía que la adrenalina le recorría el cuerpo. Que Dios lo ayudara, ella tenía razón. 


Después de tanto tiempo, por fin estaba sintiendo. Trató de identificar aquella sensación en particular.


—Esperanza —susurró con voz ronca—. Significa «la anticipación, creencia o confianza en que algo que se desea mucho puede por fin estar a punto de ocurrir».