jueves, 2 de agosto de 2018

¿PRÍNCIPE AZUL? : CAPITULO 20




Un leve suspiro escapó de los labios de Paula mientras observaba a Pedro abandonar la habitación. No podía creerlo: Pedro había reservado un par de habitaciones en aquella maravillosa posada. ¿Cómo había podido encontrarla?


Y el hecho de que estuviera avergonzado por su propio gesto no podía menos que conmoverla. 


Era un romántico, después de todo. Tomó un sorbo de té, sintiendo una calidez que no se debía únicamente al líquido caliente. Pedro pensaba que no creía en el romanticismo porque nunca antes había estado enamorado. Y ahora lo estaba.


Pedro estaba enamorado de ella.


La explicación era tan sencilla, que no podía entender por qué no se había dado cuenta antes. ¿No había pensado siempre que el amor podía estallar de repente en una persona, como una bomba? Eso era lo que le había sucedido a Pedro. No había manera de que un hombre pudiera besar a una mujer como lo había hecho Pedro, sin que estuviera total y absolutamente enamorado. Aquel beso había sido un verdadero homenaje al amor.


Suspiró de nuevo. Aquel lugar era tan romántico y Pedro se estaba comportando de una manera tan dulce... Pero, por supuesto, se sentía violento. ¡Todavía no sabía lo que sentía ella! 


Porque ella se sentía... encantada. Era lo suficientemente sincera como para reconocer que aún no estaba enamorada de Pedro.


Pero, tal y como se estaban desarrollando las cosas, estaba muy satisfecha.




¿PRÍNCIPE AZUL? : CAPITULO 19




Pedro sabía que iba a haber problemas tan pronto como llegaran a la posada Charlotte. El enorme caserón de estilo victoriano se encontraba al final de una carretera particular, justo encima del lago. Aquel lugar clamaba a gritos una escapada romántica de un fin de semana. Y se había encargado de instalar al equipo en un barato motel de carretera... pero provisto de televisión por cable.


Paula y él estarían allí solos. Ella pensaría que la había llevado a aquel nido de amor con un propósito. Y si el equipo lo descubría, los rumores ya habrían llegado al estudio para cuando volvieran a la semana siguiente.


La crisis del día anterior había sido como un divino regalo destinado a devolverle la cordura.


Besarla había sido algo completamente inapropiado, muy a su pesar.


Paula Chaves era una compañera de trabajo. 


Era una persona abierta y amigable, y él se había aprovechado de la situación. Había estado dispuesto a disculparse y se sentía agradecido de que, aparentemente, Paula hubiera atribuido su aberrante comportamiento a una especie de locura transitoria que había desaparecido con la luz del día.


Era una verdadera lección de humildad darse cuenta de la facilidad con que Paula podía pasar por alto algo que a él le había afectado tan profundamente, pero sabía que así era mejor.


Y ahora aquello... No la culparía si se le ocurría abofetearlo. Todavía no se decidía a explicarle que el equipo había se había quedado con la única habitación disponible del motel debido a que disponía de televisión por cable. La miró de reojo, indeciso; Paula estaba contemplando boquiabierta la posada de Charlotte.


Pedro —susurró—. Es preciosa —se volvió para mirarlo—. ¿Cómo te las arreglado para encontrar un lugar así?


—Parece bastante grande, ¿eh? —repuso, recriminándose mentalmente y obligándose a sonreír; esperaba que se diera cuenta de que él no había podido imaginarse el aspecto de aquel lugar cuando reservó por teléfono las habitaciones—. Justo el lugar adecuado para que te tomes tu taza de té — «y yo un buen copazo de whisky», añadió para sí.


Aparcó el coche y entraron en el caserón; Paula no cesaba de admirarlo todo a cada paso.


—Oh, qué bien, han llegado a tiempo para el té.


Una mujer de cabello gris, elegantemente vestida, los llevó a un salón con un servicio de té colocado sobre una mesa baja, cerca de la chimenea. Negros nubarrones habían oscurecido la tarde y había empezado a caer una fina lluvia.


Mientras él miraba por la ventana, consternado por la situación, Paula se acercó a la mesa del té. A su espalda, Pedro podía escuchar a la señora de cabello gris saludando a los otros tres huéspedes de la pensión.


Pedro, ¿quieres que te sirva una taza de té? —le preguntó Paula, sonriendo de oreja a oreja.



—Más tarde —intentó corresponder a su sonrisa—. Voy a meter el equipaje antes de que empiece a llover más.



¿PRÍNCIPE AZUL? : CAPITULO 18




Hartson Flowers era probablemente lo mejor que le había sucedido a Roperville, Texas, pensaba Paula mientras esperaba la seña de Julian. Se encontraban en la marina del pueblo, donde Pedro estaba gestionando los permisos y Paula se disponía a hacer su presentación. Julian le hizo una seña para que comenzara.


—Estamos aquí, en el este de Texas, para nuestra tercera petición de matrimonio —esbozó una mueca—. Lo siento. No sabemos en qué orden las vamos a mostrar. Empezaré de nuevo —se irguió, miró a la cámara y volvió a sonreír—. Estamos aquí, en el precioso pueblo de Roperville, al este de Texas, famoso por tener uno de los mejores lagos de pesca de todo el estado. Detrás de mí pueden ver el lago Roper, donde nuestro futuro novio, Leonardo Baker, pretende declararse a Debbie Silsby a bordo de un velero.


Paula continuó presentando a la pareja, hasta que le dijo a Julian que cortara.


—¡Me estoy helando! —miró el cielo oscuro y las aguas agitadas del lago—. Deberíamos repetir esta introducción cuando el tiempo mejore —tuvo que levantar la voz para hacerse oír por encima del fuerte viento.


Corrió hacia el refugio de la marina, encontrándose con Pedro cuando éste salía.


—¿Está todo listo? —le preguntó ella.


—Sí —levantó la mirada al cielo, pero no dijo nada. Tampoco tenía necesidad.


—Vámonos al hotel. Llevamos horas aquí y me estoy muriendo de hambre —y corrió hacia el coche.


—También tienes frío. ¿Por qué no te has puesto un impermeable? —le preguntó Pedro mientras le abría la puerta del vehículo.


—Porque no queda bien frente a la cámara —Paula se acomodó en el interior, abrazándose.


Pedro cerró la puerta, y se detuvo a hablar con el equipo antes de reunirse con ella en el coche.


—No vamos a quedarnos en el mismo lugar. El hotel estaba lleno, pero he encontrado una pensión bastante apropiada.


—Me conformo con cualquier lugar donde pueda tomar un buen baño caliente —se frotó los brazos.


Pedro sonrió y ella le devolvió la sonrisa antes de ponerse a mirar por la ventanilla. El día anterior habían trabajado durante horas para definir su tercera petición de matrimonio. Y la mañana siguiente se la habían pasado conduciendo, de manera que habían llegado a Roperville por la tarde. Habían trabajado de manera eficaz y profesional, colaborando sin ningún problema.


Pero era como si el beso de aquella noche nunca hubiera existido.


Paula intentó decirse que eso era lo que había querido, pero tenía que admitir que estaba disgustada. Quizá más que disgustada. El hecho de haberla besado... ¿tan poco significaba para Pedro? ¿Acaso no estaba nada afectado? 


Y... ¿volvería a besarla otra vez?