miércoles, 13 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 66

 

Media hora más tarde, Paula empezó a sentir que se relajaba un poco. Desde el otro lado de la sala, vio que Pedro estaba charlando animadamente con Mau y Sergio mientras que ella estaba sentada hablando con Juana y Karen. Pedro eligió exactamente aquel momento para mirarla. Le dedicó una ligera sonrisa y levantó la copa hacia ella a modo de silencioso brindis. Los últimos vestigios de tensión que le quedaban se desvanecieron. Todo iba bien. Lo estaba haciendo bien


Cuando Olivia pidió a todos que fueran al comedor, Paula se sorprendió mucho al ver que Alberto se acercaba a ella y la tomaba del brazo.


–Dado que tú eres la invitada de honor esta noche, te sentarás a mi lado –dijo tras guiñarle el ojo–. Además, no voy a dejar que las mujeres te monopolicen toda la noche. Yo también quiero conocerte.


Sentó a Paula a su derecha y tomó asiento en la cabecera de la larga mesa. Era un agradable compañero de mesa. No hacía más que contarle historias sobre Pedro cuando era más joven, que hacían que todos los presentes se echaran a reír. Pedro también contó algunas historias sobre su padre y sus hermanos.


No hacía falta ser un genio para darse cuenta de que la familia estaba muy unida. Paula siguió representando su papel, sonriendo y riendo con todos, aunque en el fondo estaba sufriendo.


Más tarde, cuando regresaron al salón para tomar un café y una copa, Pedro se sentó sobre el brazo de la butaca en la que ella se había acomodado. Le colocó el brazo ligeramente detrás de los hombros y ella se permitió reclinarse sobre él. Se dijo que era sólo para guardar las apariencias y que estaba ayudando a Pedro a conseguir el objetivo que tanto deseaba. Sin embargo, sabía que estaba sacando todo lo que podía porque, dentro de unas pocas semanas, aquello no sería más que un distante y agradable recuerdo.


Se marcharon después de la medianoche. Intercambiaron muchas exclamaciones de afecto, muchos abrazos y promesas de organizar muy pronto otra velada tan pronto como Pedro y Paula pudieran regresar a Nueva York. Los oídos le pitaban con las amistosas frases de despedida cuando Pedro y ella se metieron por fin en la limusina.


En el oscuro compartimiento, ella dejó caer la cabeza sobre el respaldo y dejó escapar un suspiro.


–¿Cansada? –le preguntó Pedro entrelazando los dedos con los de ella.


–No, no exactamente.


–Lo has hecho estupendamente esta noche. Te adoran.


–Gracias. El sentimiento es mutuo. Por eso me preocupa que…


–¿Qué es lo que te preocupa?


–Que todo sea una mentira.


–No te preocupes, Paula. Cuando les diga que nos hemos separado, habremos conseguido nuestros objetivos. En cuanto a mis padres, se sentirán desilusionados, pero lo superarán.


De eso estaba segura, pero, ¿lo superaría ella? La pregunta aparecía una y otra vez en su pensamiento, pero sabía bien que no podía escapar a la verdad de su respuesta. Para no pensar en esto, decidió concentrarse en lo único que podía distraerla. En el momento en el que entraron en la suite, se volvió a Pedro y lo besó con el anhelo que llevaba toda la noche acumulando.


MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 65

 

Cuando Pedro entró en la suite diez minutos antes de que tuvieran que marcharse, Paula seguía sin estar segura de poder cumplir con su cometido aquella noche. Mientras él se duchaba, ella le preparó la ropa que él le había dicho que se iba a poner. Pedro salió del baño seguido de una nube de vapor y el inimitable aroma que Paula asociaría con él para siempre.


Se sentó en la cama y observó cómo él se preparaba. Entonces, le pareció una ironía que a ella le hubiera dado cuatro horas para prepararse para aquella noche y que él se conformara sólo con diez minutos.


–¿Qué tiene tanta gracia? –le preguntó él mirándola a través del espejo mientras se colocaba la corbata.


–Bueno, que te pareció que yo necesitaba mucho tiempo para prepararme para esta noche.


–¿Disfrutaste en el spa? Yo pensaba que a todas las mujeres les gustaba que las mimaran físicamente.


–Claro que me gustó, pero no pude dejar de preguntarme cuánto trabajo te pareció que yo necesitaba.


Pedro la agarró del brazo y la acercó contra su cuerpo.


–¿Tanto te preocupa eso?


–Bueno, no puedo decir que eso me preocupe, pero…


–Por lo que a mí respecta no necesitas cuidado alguno. Eres muy hermosa. Sabía que esta noche te estaba poniendo muy nerviosa y pensé que te vendría bien relajarte de ese modo.


–Preferiría haber estado contigo.


–Te habrías aburrido como una ostra. Créeme. Ahora –dijo él mientras miraba el reloj–, es mejor que nos vayamos o mi madre me despellejará.


A pesar de su nerviosismo, Paula no tardó en relajarse cuando estuvo en el interior de la casa de los Alfonso en el Upper East Side. Olivia, la madre de Pedro, se negó a presentaciones ceremoniosas y la abrazó con fuerza en cuanto Paula se quitó el abrigo.


–Bienvenida a la familia, Paula. Todos nos moríamos de ganas de verte –le dijo Olivia afectuosamente–. Ven para que te presente a todo el mundo. Es mejor que terminemos pronto con las presentaciones. Así, te podrás relajar y disfrutar del resto de la velada.


Paula sintió un afecto inmediato por la madre de Pedro. Ella le agarró por el brazo y la alejó de Pedro para llevarla al salón principal del apartamento. Estaba elegantemente decorado en tonos verdes y crema, que se acentuaban con estampados animales, por lo que la sala podría haber ocupado la portada de las revistas de decoración con las que Pau soñaba en ocasiones. El suelo de madera estaba pulido hasta brillar como un espejo, pero transmitía al mismo tiempo el ambiente de una casa en la que se vivía y se disfrutaba y que no sólo era un escaparate de riqueza y distinción.


–Este es Mauro, el hermano mayor de Pedro. Y esta es su esposa, Juana.


Paula se quedó muy asombrada por lo mucho que se parecían Mauro y Pedro, sobre todo en la intensidad de la mirada. Se sentía como si estuviera siendo analizada, pero él sonrió por fin y extendió la mano.


–Llámame Mau –insistió mientras le estrechaba con fuerza la mano.


–Mau, encantada de conocerte –comentó Paula con una sonrisa. Entonces, se volvió hacia la rubia que estaba al lado de Mauro–. Y encantada de conocerte a ti también, Juana.


–Bienvenida al clan –comentó Juana con una sonrisa–. ¿Estás segura de que sabes en lo que te estás metiendo?


–En absoluto –replicó Paula.


–Seguramente es lo mejor –dijo otro hombre que se acercó a ellos–. Soy Sergio, el hijo mediano. El más guapo y, con mucho, el miembro más popular de la familia.


–Eso no es cierto –le interrumpió una morena elegantemente peinada, que se levantó del sofá en el que había estado sentada.


El atuendo que la mujer llevaba puesto era algo suelto, por lo que Paula se dio cuenta enseguida de que estaba embarazada. Comprendió lo unida que estaba aquella familia… y lo impostora que era ella.


La morena se colocó al lado de su marido.


–Tendrás que excusar las ilusiones de grandeza de Sergio. Yo soy Karen y este –añadió mientras se golpeaba suavemente el vientre–, es Noah.


–Enhorabuena a ambos –comentó Paula con una sonrisa–. Debéis de estar muy emocionados.


–Emocionados, aterrados… Todo –respondió Karen con una carcajada.


–¿Quién es esta? ¿Por qué no me la han presentado aún?


Un hombre de más edad, alto y delgado, con cabello gris y gafas, se materializó a través de una puerta.


–Es Paula, la prometida de Pedrol –dijo Olivia mientras empujaba ligeramente a Paula–. Paula, este es Alberto, el padre de Pedro y, a pesar de sus pecados, mi esposo.


Resultaba evidente que existía un profundo amor y respeto entre la pareja.


–Entonces, ¿esta es la mujer que milagrosamente va a llevar a mi hijo al altar?


Alberto observó a Paula a través de sus gafas, se sintió como si estuviera bajo un microscopio, pero le sujetó la mirada sin ceder ni un segundo.


–No sé si milagrosamente –dijo suavemente–, pero sí, soy Paula Chaves y me alegro mucho de conocerle, señor Alfonso.


El hombre esbozó una amplia sonrisa.


–Llámame Al. En esta casa no hay ceremonias. Además, si voy a ser tu suegro, no creo que te puedas pasar el resto de la vida llamándome señor Alfonso, ¿no te parece? Bueno, ¿qué te apetece beber?



MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 64

 


Iban en el ferri de vuelta de la Estatua de la Libertad. Paula aún se sentía perdida en las sensaciones de gozo que habían explorado juntos. Si Pedro le hubiera sugerido que dejaran de visitar la ciudad y se quedaran en la suite del hotel durante el resto del día, a ella no le habría importado.


Habían dormido poco durante la noche y parte de aquella mañana. Entre un sueño y otro, los dos habían disfrutado de sus cuerpos de todas las maneras que ella podría haber imaginado. Habría pensado que el deseo que sentía hacia él habría disminuido con el tiempo, pero cada vez lo deseaba más. Incluso en aquellos momentos, acurrucada contra él, el cuerpo le vibraba con energía contenida.


Su asombro por el increíble monumento que acababa de visitar palidecía en comparación a lo que sentía cada vez que él la tocaba. Tanto si era una caricia íntima directamente sobre el clítoris, como precursora de un nuevo orgasmo, como si era algo tan sencillo como apartarle un mechón de cabello de la mejilla, cuando Pedro la tocaba ella ardía instantánea e irrevocablemente por él.


Pedro bajó la cabeza y le dio un beso en la sien.


–¿Estás disfrutando del día?


–Mucho –dijo ella con una sonrisa.


–Tengo algo más planeado para ti.


–Espero que sea algo que también te implique a ti.


–Esta noche, sí, pero cuando regresemos al hotel tendré que dejarte durante un par de horas.


–¿Podría acompañarte? –preguntó Paula, aunque intuía la respuesta.


–Esta vez no. Es sólo por negocios. No debería tardar más de un par de horas.


–¿Negocios en sábado?


–No se puede evitar.


Paula estudió su rostro. Era como si él se hubiera convertido en otra persona. Pedro Alfonso el ejecutivo, no el amante que tan fácilmente la había llevado a un estado de frenesí en tantas ocasiones a lo largo de la noche.


–Si se trata de negocios, ¿por qué no puedo acompañarte? –insistió ella.


–Por lo que tengo planeado para ti. No quiero que te aburras. No te preocupes de nada más que de ser la prometida perfecta –dijo él. Se llevó la mano izquierda de Paula a los labios y le besó con fuerza el dedo anular.


Con lo de que tuviera el mejor aspecto posible, Pedro se refería evidentemente a su físico. Cuando la dejó frente al spa del hotel le quedaban cuatro horas antes de que tuvieran que marcharse al apartamento de los padres de Pedro. ¿Acaso no confiaba en que pudiera presentarse bien ante su familia? Aquel pensamiento nubló un poco la felicidad que la había envuelto durante el último día y medio.


El irrefutable recordatorio de que su relación era una farsa, a pesar de la afinidad física que había entre ambos, era una llamada de atención muy necesaria. Ella estaba representando un papel y tendría que tener el mejor aspecto posible para llevarlo a cabo. Desgraciadamente, ella ya había arriesgado más de lo que había pensado al enamorarse de él.


Bien. Si quería una mujer pulida y perfecta, eso era exactamente lo que iba a tener. Paula trató de contener su desilusión, pero no le resultó fácil. Después de que la depilaran, la masajearan y la maquillaran, se sintió aún más tensa.


A pesar de la certeza de Pedro de que podrían llevar a cabo su mentira delante de su familia, Paula se sentía casi a punto de vomitar. Ni siquiera la copa de champán francés que le habían ofrecido mientras le hacían la pedicura había conseguido aplacar sus nervios.


¿Y si su familia la odiaba sólo con verla? Él no estaría más cerca de su objetivo. Peor aún. ¿Y si la adoraban? ¿Esperaría Pedro que mantuvieran su engaño aún más tiempo? Su corazón ya estaba demasiado enganchado. Sabía que no iba a poder alejarse de él sin sufrir. Sin embargo, sabía también que quedarse con él durante más tiempo resultaría aún más dañino. A pesar de todo, una parte de su ser no dejaba de aferrarse a la distante posibilidad de que lo que había entre ellos pudiera hacerse real. Que el cuento de hadas fuera auténtico.