viernes, 7 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 6




Una mano tocó el brazo de Pedro y éste se dio cuenta de que Paula lo miraba con preocupación.


—Lo siento mucho por el profesor Alfonso, de verdad —susurró ella.


—Estas cosas pasan —respondió con falsa indiferencia y encogiéndose de hombros—. No puedes dejar que te afecte.


Paula, en lugar de conmocionada, parecía más triste que antes.


—No tienes que fingir —dijo mientras dejaba caer su mano.


—¿Quién dice que estoy fingiendo?


—Yo. Incluso un idiota podría ver lo mucho que te preocupas por el profesor Alfonso, y yo no soy idiota.


Pedro cerró la boca. Paula estaba lejos de ser una idiota, pero como era más fácil pensar en cualquier cosa que no fuera su abuelo, entrecerró los ojos e intentó decidir si con los años le había crecido el pecho. Llevaba puestos unos pantalones anchos y una camiseta que le estaba grande y que no se ceñía a la cintura, por lo que uno tenía que imaginar su figura. Aquello era muy típico de Paula.


Pedro recordó el día en que había entrado en su habitación del hospital, con un montón de libros contra el pecho y vistiendo una ropa tan amplia que casi se le caía. Había mantenido su mirada en el suelo y había dicho que la enviaban para ayudarlo con los estudios el tiempo que no pudiera ir a clase. 


¿Ayudarlo con los estudios?


Ya de malhumor porque ni su novia ni las demás animadoras se habían molestado en visitarlo, se puso furioso. 


El día que necesitara ayuda con sus estudios de una niña fibrosa y plana sería el día que se helaran los infiernos. 


Había utilizado el lenguaje de los vestuarios masculinos para hacerla salir corriendo, pero en lugar de asustarse, Paula se había sentado en una silla y se había puesto a leer en voz alta.


Al rato, Pedro se había quedado sin decir palabra y había comenzado a escuchar. El aburrimiento era un enemigo duro y ya había tenido suficiente y, además, resultó que Paula no era tan plana como él había pensado.


—¿Quieres que empiece por algo en especial? —preguntó Paula al ver que no decía nada sobre su abuelo. Todavía quedaba compasión en su mirada, mientras que él tenía un extraño deseo de contarle sus penas.


Los recuerdos de Pedro se desvanecieron al oír su voz. Paula no se parecía en nada a la niña que había sido, excepto por su ropa y por su orgullo. Podía haber confiado en ella en el pasado, pero en aquellos momentos, las únicas mujeres en las que Pedro confiaba eran su madre y su hermana.


—No. Comienza por donde quieras.


—Gracias. Estoy segura de que tienes cosas que hacer y yo no necesito compañía. Me desconcentra, así que te llamaré si te necesito.


Lo despidió de una forma tan fría que hizo que Pedro pensara que había imaginado la compasión que había visto en su rostro. Por supuesto que pensó que Paula lamentaría el haber bajado la guardia… al igual que él lo había hecho. 


El hecho de estar a la defensiva era, probablemente, la única cosa que habían tenido en común.




EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 5





—Caramba —murmuró Paula mientras llamaba al timbre de los Alfonso. Le había dicho a Pedro que estaría allí a las nueve de la mañana y llegaba con casi un cuarto de hora de retraso. Ella nunca llegaba tarde, era una de sus normas, pero su vecino estaba enfermo y necesitaba que alguien le hiciera la compra, por lo que se había pasado antes por la tienda.


—Llegas tarde —gruñó Pedro cuando abrió la puerta.


Normalmente, Paula se hubiera disculpado, pero era Pedro y no era una buena idea que se llevara lo mejor de ella.


—Entonces tendrás que descontármelo de mi paga.


Él pareció incómodo al recordar que Paula estaba donando su tiempo por el respeto y el aprecio que sentía por su abuelo.


—¿Puedo pasar? —preguntó Paula— ¿O debería usar la puerta de atrás del servicio?


—No seas ridícula —respondió Pedro.


Sonrió mientras entraba, esta vez mejor capacitada para apreciar lo que la rodeaba. Una amplia y bonita escalera descendía desde el segundo piso hasta un suelo de madera que contrastaba con las alfombras orientales que había esparcidas. Las puertas y los arcos eran de caoba mientras que las paredes blancas hacían la estancia más luminosa.


Otra vez, a través de un arco, Paula vio al profesor Alfonso sentado al fondo del salón. En aquel momento estaba despierto, aunque parecía ensimismado. 


De forma instintiva, Paula dio un paso hacia él, pero se detuvo y suspiró. 


Nunca había visto a nadie tan triste. 


¿Cómo sería amar tanto a alguien que cuando lo perdieras tu vida entera se tornara gris y vacía? Daba miedo, pero, al mismo tiempo, era el tipo de amor que ella quería, la clase de amor incondicional de la que siempre había oído hablar, pero que nunca había encontrado, ni siquiera su padre se lo había dado.


—Supongo que quieres empezar por el desván. Hay muchas cosas allí.


—Creo que primero echaré un vistazo —murmuró Paula, distraída con la mirada del anciano.


¿Estaría recordando los días felices en los que su mujer traería flores a casa y él se daría prisa por llegar para estar con ella? Paula nunca había hablado de temas personales con Joaquin Alfonso, pero como autor de varios libros, había escrito sobre su mujer y la pasión que sentía por la jardinería.


—Pasa entonces —Pedro procedió a pasearla por la enorme casa señalando varios lugares donde una vez hubo cuadros colgados—, pensamos que todo está en el desván —explicó.


—¿Como el cuadro de tu bisabuela?


Pedro le lanzó una mirada furiosa. La tarde anterior había investigado en Internet sobre Arthur Metlock y la información que había encontrado lo había impresionado. Si el cuadro que Paula había devuelto era original, valdría un montón de dinero.


Pedro no sabía nada sobre arte, a pesar de que su abuelo había querido que se interesara en la materia y, desde luego, nunca había pensado que ninguna obra de la colección valía más que unos pocos dólares. Joaquin Alfonso siempre había hablado de sus obras de arte en términos de belleza y no de su valor económico. Si hubiera introducido cifras, sus lecciones habrían interesado más.


—Estoy seguro de que ha sido un accidente. Mi madre habló de deshacerse de algunas cosas de la casa que la familia no tendría interés en conservar, probablemente comenzó a reunir objetos y metió entre ellos el cuadro, pensando que no tenía ningún valor.


—Tus padres se mudaron a Florida cuando se jubilaron, ¿verdad?


Pedro hizo una mueca, en el pueblo todo el mundo sabía de la vida de los demás. La intimidad no era algo que se pudiera conseguir en Divine y él prefería el anonimato de la vida urbana.


—Sí, pero han estado viniendo cada dos meses para ayudar al abuelo ¿Necesitas algo para empezar con el inventario?


Paula no respondió de inmediato, sino que observó el salón, donde Pedro había concluido la visita. Tenía una expresión pensativa, como si estuviera ordenando ideas más que curioseando.


Paula siempre había sido una extraña mezcla de energía nerviosa e inteligencia. Era fácil olvidarse de que un formidable cerebro se escondía tras su costumbre de hablar demasiado, pero incluso cuando era un niño, Pedro sabía que Paula Chaves era lista. ¿Por qué no se había ido a vivir fuera de Divine? Después de cómo se había portado la gente del pueblo cuando él había tenido el accidente, Pedro no había perdido tiempo para marcharse.


—Me fui un tiempo, pero luego regresé —dijo sin mirarlo.


Pedro puso cara de susto al darse cuenta de que había formulado la pregunta en voz alta.


—Yo… estaba pensando si no te habrías vuelto loca aquí. Divine no es la capital intelectual del Estado.


—La universidad es excelente a nivel académico y viajo a menudo por mi trabajo. El año pasado, un museo de Nueva York me mandó a Londres en un equipo para autentificar un Rembrandt recién adquirido.


—Pero tú vives aquí. La universidad está más cerca de Divine, pero incluso los alumnos viven en Beardington. Este pueblo se está muriendo y todo el mundo lo sabe. Apuesto a que no se ha abierto ningún negocio aquí en los últimos veinticinco años.


—Claro que vivo aquí, es mi hogar.


Hogar. Pedro sacudió la cabeza. Para él no tenía ningún sentido, pero no era asunto suyo si quería enterrarse en un pueblo atrasado. Gracias a Dios que Divine sólo estaba a dos horas de coche de Chicago porque si no, habría tenido problemas para organizar sus frecuentes viajes al Illinois rural.


Pedro se arrepintió de pensar lo que estaba pensando y miró a su abuelo, despreocupado y sentado frente a la fría chimenea. Joaquin Alfonso hacía pocas cosas a lo largo del día a excepción de dormir o girar su silla periódicamente como si huyera de un recuerdo doloroso; senilidad acelerada por la pena.


Pedro suspiró.


Habían esperado que la medicina funcionase, pero no había sido así. Y si el abuelo no podía valerse por sí mismo, no podía quedarse solo. La abuela hubiera odiado verlo así. Ella había sido tan vitalista, cuidando de su jardín y su familia con el mismo entusiasmo que placer.



EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 4




El mundo de Pedro no admitía personas tan idealistas como Paula y nunca podría regresar a Divine para vivir tal y como ella había hecho. Después de graduarse, lo único que había querido era demostrarle al pueblo que no era un perdedor… que no era como los chicos que eran importantes en el instituto y que luego ejercían de matones en el cuerpo de policía local tratando de emular «los viejos tiempos».


Se sentía un matón incluso en aquel momento, burlándose de Paula sobre el pasado. Era un infierno volver a casa, especialmente con viejos sentimientos merodeando como minas a punto de explotar. Pensabas que eras un adulto responsable y, de repente, ¡boom! Te encuentras actuando como si tuvieras dos años.


Obviamente, tener a Paula cerca no era una buena idea. Pedro había intentado manejar sus negocios a distancia mientras cuidaba de su abuelo y no tenía tiempo para distracciones, y mucho menos distracciones como Paula, que además de molesta era guapa, inteligente y sexy.


Pedro frunció el ceño. Aquello era extraño. No podía comprender cómo podía pensar que Paula era sexy cuando llevaba un vestido sin formas y su obstinada nariz levantada. Pero había algo diferente en ella, una frescura innegablemente atractiva, cuando las mujeres de su círculo parecían aburridas constantemente.


—No creo que funcione —comentó él.


—Claro que funcionará —Silvia parecía exasperada—. Si Paula está dispuesta a realizar el trabajo, tendremos a alguien que sabemos que es honesta y competente. El problema es que tendrás que subir al desván porque el abuelo subió muchas cosas allí cuando la abuela murió y no sé cuántas arañas y ratones habrá entre las sombras.


Paula reprimió una sacudida. Los ratones no le molestaban, pero podía imaginar lo que Pedro diría si se enterara de lo mucho que le disgustaba cualquier cosa con más de cuatro patas.


—N… no hay problema.


—No, Silvia —dijo Pedro agitando la cabeza.


—Sí.


Los dos hermanos se miraron desafiantes y Paula sintió envidia. Podían no estar de acuerdo, pero se tenían muchísimo cariño.


—Además, Paula podría hablar sobre arte con el abuelo. Quizá eso lo ayude. Lo hemos intentado todo, ¿por qué no esto?


La incertidumbre se apoderó de la cara de Pedro y era la primera vez que Paula veía al súper seguro Pedro Alfonso parecer inseguro de sí mismo. Su seguridad era una de las cosas más irritantes de él. Incluso postrado en la cama del hospital con una pierna suspendida en el aire se las apañaba para ser gallito. E increíblemente guapo.


Fue Pedro quien hizo que Paula tomara conciencia sobre el sexo opuesto, aunque no había sabido qué hacer. Se había mantenido al margen hasta que conoció a Gustavo «Butch» Saunders en la universidad. Por segunda vez en su vida se había enamorado del hombre equivocado. Aquella vez se había casado con el hombre equivocado, alguien que esperaba que ella mirara hacia otro lado cuando la engañaba. A veces, se preguntaba si Butch había elegido a una mujer no muy guapa porque pensaba que estaría tan agradecida por tener marido que no pondría objeciones a sus infidelidades.


—No queremos obligar a nadie —dijo finalmente Pedro.


Paula entrecerró los ojos. No quería estar con Pedro más tiempo del necesario y una parte de ella esperaba que pudiera disuadir a Silvia, pero a un vecino hay que ayudarlo cuando lo necesita porque es lo correcto.


Alguien como Pedro no lo entendería. 


Siempre quiso hacer las cosas a lo grande. Primero había planeado ser un famoso futbolista, después de su accidente su objetivo había sido ganar un millón de dólares para cuando tuviera treinta años, algo que había conseguido varias veces según el periódico y los chismorreos de Divine.


—No es una obligación, me encantaría ayudar —repitió Paula intentando sonar sincera. Le encantaría ayudar, aunque preferiría hacerlo cuando Pedro estuviera fuera del pueblo—. No me hubiera ofrecido si no estuviera dispuesta a cooperar.


En realidad, por el bien de su abuelo, alguien debería salvar a Pedro de sí mismo. No iba a ser ella, por supuesto, pero cualquier persona.


—Eso es fantástico —dijo Silvia—. Estás contratada.


—Contratada, no. Este verano no tengo clases y tengo mucho tiempo libre, además, es un privilegio hacer algo por el profesor Alfonso. Volveré por la mañana si estáis de acuerdo.


—No —soltó Pedro. Ambas lo miraron—. Empieza mañana, pero te pagaremos.


—No, gracias. Ya he estado en nómina de los Alfonso una vez y no me gustan las condiciones.


Pedro se sonrojó al recordar sus encuentros adolescentes. O quizá era su necio orgullo. Paula no sabía por qué Pedro se lo tomaba tan mal o por qué unas veces se había tomado mal su compañía mientras que otras le había dedicado sonrisas y la había invitado a calentar su cama del hospital. Ella sabía que cada vez que lo había rechazado o que lo había besado y se había echado para atrás otra vez, él se había sentido más ofendido… y su sarcasmo se había agudizado más.


Pero ya no eran adolescentes, y ella no era la misma chica insegura que se había encontrado en una situación que no había sido capaz de manejar. Tenía veintinueve años, había terminado el doctorado con veintiuno, se había casado y divorciado del hombre más mujeriego del mundo y sabía que Pedro podría descolocar su vida sólo si ella lo dejaba.


Y no tenía ninguna intención de dejarle hacer algo así.