domingo, 18 de julio de 2021

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 26

 


Pedro llevaba esperando toda la semana a que Paula llamara y le suplicara que se ocupara de Dante, pero finalmente tuvo que admitir que había sido derrotado. Lo más irritante era que ni siquiera hubiera contestado a su mensaje.


No comprendía cómo había podido ceder ante la expresión de tristeza que había visto en el rostro de Paula, y renunciar, aunque sólo fuera temporalmente, a la persona más importante de su vida.


Habían pasado cinco días desde el funeral y ya no aguantaba más.


Sentía una necesidad instintiva y primaria de ver a Dante y de asegurarse que estaba bien.


Pero a medida que su Maserati devoraba los kilómetros tuvo que admitir que, además de a Dante, y aunque no se lo explicaba, había echado de menos a Paula.


Quizá, razonaba, se debiera a que ambos habían sufrido la pérdida de alguien a quien amaban. Pero eso no justificaba que no pudiera dejar de pensar en sus labios o que por las noches despertara pensando en su delgada figura inclinándose sobre Dante.


Hasta le había preocupado imaginar cómo le habría ido al anunciar a Virginia que faltaría al trabajo, y había estado a punto de llamarla para ofrecerle su ayuda.


Pero había conseguido dominarse. Hasta aquel instante.


La puerta se abrió bruscamente justo cuando iba a llamar.

—¡Me has sobresaltado! —protestó Paula.


Lo primero que Pedro pensó era que debía de haber estado ciego el día que encontró a Paula poco atractiva cuando saltaba a la vista que poseía una belleza clásica de facciones perfectas y unos labios que estaba hechos para ser besados.


En segundo lugar se dio cuenta de que estaba angustiada. Bajó la mirada hacia el niño.


—¿Vas a salir?


—Dante no se encuentra bien. Voy a llevarlo al centro de salud.


—Vayamos en mi coche —dijo Pedro sin hacer preguntas. Al ver que Paula iba a protestar, añadió—: Así, mientras yo conduzco, tú puedes cuidar de él.


Paula asintió.


En cuanto los acomodó en el asiento trasero, Pedro hizo una llamada y se puso al volante.


—Este no es el centro que te he dicho —dijo Paula, irritada, un cuarto de hora más tarde.


Pedro sintió la mirada de Paula clavada en su nuca como un dardo, pero no apartó la mirada de la carretera.


—He llamado a un amigo pediatra, Mauro. Conoce la situación.


Mauro conocía a Miguel y sabía la verdad sobre la paternidad de Dante.


—¿Mauro? —dijo ella con suspicacia—. ¿De qué lo conoces?


—Se trata de Mauro Drysdale. Juega a squash en el mismo club que Miguel y yo —Pedro sintió el dolor atravesarlo al pensar en su amigo—, y es uno de los mejores pediatras de la ciudad. Además de un hombre encantador al que adoran las mujeres.


Mauro Drysdale tenía ojos chispeantes y la habilidad de conseguir que los pacientes se relajaran. A Victoria le gustó al instante.


—Dime qué has notado, Paula —dijo él cuando Paula sacó a Dante de la silla y lo sentó en su regazo.


Ella se revolvió en el asiento, incómoda con la presencia de Pedroque no apartaba la mirada de ella.


—Lleva bastante quejoso desde hace un par de días.


—No me lo habías dicho —intervino Pedro, frunciendo el ceño.


—Pensaba que echaba de menos a sus padres —dijo ella a la defensiva.


—Y probablemente sea verdad —dijo Mauro—. ¿Sólo ha estado alterado un par de días?


Paula recordó que durante el fin de semana sólo se calmaba si lo tenía en brazos.


—Quizá un poco más, desde el viernes.


—¿Has notado algo más? —preguntó Mauro tras apuntar algo.


—Laura me ha llamado al trabajo por la tarde diciendo que tenía fiebre y…


—¿Quién es Laura? —preguntó Pedro, acercándose.


Paula se encogió en el asiento.


—Una de las puericultoras de la guardería.


—¿Qué hacía Dante en una guardería? —preguntó Pedro, indignado —. No habíamos mencionado esa posibilidad en ningún momento.


Mauro alzó una mano.


Pedro, eso puede esperar. Primero tenemos que diagnosticar al niño —cruzó la consulta hasta una camilla y, sonriendo amablemente a Paula, dijo—: ¿Puedes traerlo?


Paula acostó al niño. Los temores que siempre la habían asediado sobre ser una mala madre pesaban sobre sus hombros como una losa.


—Estoy haciéndolo fatal, ¿verdad?


—Claro que no. Las madres primerizas suelen asustarse en exceso cuando su niño enferma —mientras examinaba a Dante hizo algunas preguntas más. Finalmente, preguntó—: ¿Has tenido varicela, Paula?


—¿Paula? ¿Es eso lo que tiene?


—Eso parece. Tiene todos los síntomas: fiebre, no querer beber y… ¿ves? —Mauro señaló un pequeño granito en el pecho de Dante—, y aquí —indicó otro con una costra.


—Lo había visto —dijo ella—, pero creí que era una picadura. ¿No suelen ser muchos y como ampollas pequeñas?


—La cantidad varía. Y el del pecho pronto pasará a ser acuoso antes de formar una costra —explicó Mauro.


Paula lo miró con una profunda sensación de alivio.


—Entonces, no es grave, ¿verdad?


—Beber agua en abundancia, baños frescos y una loción de calamina es todo lo que necesita. A ti te voy a recetar un leve sedante para que descanses, y no debes ir a trabajar. ¿Tienes alguien que te ayude con el niño?


Paula dejó escapar un quejido.


—No puedo faltar al trabajo.


—Te daré la baja.


¿Qué dirían Virginia y el resto de los socios?


—No puedo, ya me he tomado demasiados días.


—Si este pequeño le ha tenido despierta la cantidad de horas que imagino, tu cuerpo necesita descansar —Mauro le dio una tarjeta de visita —. Aquí tienes el número de un servicio de enfermería por si lo necesitas durante esta semana. La que viene, Dante podrá volver a la guardería.


—Ahí debe de ser donde se ha contagiado —dijo Pedromalhumorado.


Paula se sintió culpable.


—Puede haberse infectado en cualquier sitio —Mauro se encogió de hombros—. El periodo de incubación es de diez a veinte días, así que parece poco probable que haya sido en la guardería.


Paula habría querido besarlo. Ella no tenía la culpa. Pero la alegría se le pasó en cuanto oyó que Mauro preguntaba a Pedro:

—¿Has tenido varicela? —al asentir Pedro, añadió—: Muy bien, así podrás ayudar a Paula.


—No te preocupes. Yo me ocuparé de ella —dijo él, mirándola con ira.


Paula pensó, aterrada, que le quitaría al niño.




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 25

 


Después de que Pedro se marchara, Paula llamó a Virginia, que dio un suspiro de alma al saber que se reincorporaría al día siguiente. La propuesta de contratar a un becario, a la que accedió tras una pausa, fue recibida con menos entusiasmo.


Paula colgó diciéndose que todo iría bien y, por primera vez en varios días, se sintió más optimista y consiguió no pensar en cómo reaccionaría Pedro.


Al día siguiente, dejó a Dante en la guardería a la que Sonia lo llevaba.


La separación fue tan dolorosa que se acercó a verlo a la hora del almuerzo. Una de las empleadas le dijo que el niño había estado muy agitado toda la mañana y que parecía ansioso.


Paula lo tomó en brazos y aspiró su aroma a talco y a bebé. ¿Cómo no iba a estar ansioso si había perdido a sus padres y ella lo había dejado en un sitio que no le resultaba familiar? El sentimiento de culpabilidad la dominó por unos instantes, pero al mismo tiempo sabía que no tenía otra opción. ¿O sí?


Podía haber llamado a Pedro para pedirle ayuda. Pero si lo hacía reclamaría a Dante, y ella no podía perderlo. Por otro lado, tampoco Pedro cuidaría de él personalmente, sino que se limitaría a contratar a una niñera.


Dante se revolvió en sus brazos y Paula le besó la cabeza.


¿Cambiaría de actitud Pedro si le confesaba que era su madre biológica?


Pensó en él unos segundos y sólo pudo recordar lo severo e inflexible que se había mostrado con ella. No estaría dispuesto a llegar a un acuerdo y, por tanto, no tenía sentido contarle la verdad. Tendría que arreglárselas sola.


Pasó el resto del día en el trabajo, extremadamente ocupada, y salió mucho más tarde de lo que se había propuesto.


Cuando fue a recoger a Dante le dijeron que había pasado la tarde en el mismo estado de agitación, pero le aseguraron que el lunes estaría mejor.


El fin de semana transcurrió en una nebulosa de cansancio y sueño interrumpido. Paula no llegó a contestar una llamada de Pedro y tras oír su voz profunda teñida de sarcasmo en un mensaje que decía: «Sólo quería saber si podías con la situación», decidió no devolver la llamada.


Tendría que demostrarle que no lo necesitaba y que no pensaba pedirle ayuda.


El martes, Dante estaba particularmente quejoso, y por la tarde, una de las empleadas de la guardería llamó a Paula para decirle que tenía fiebre. Aterrada, Paula acudió al instante.


—No ha querido el último biberón —dijo una de las puericultoras del centro con gesto preocupado—. Si le sube la temperatura, será mejor que lo lleve al médico.


Para cuando llegaron a casa, tras una hora atrapados en el tráfico de la hora punta, Dante estaba sudoroso y febril. Paula llamó a un médico de urgencia, quien le aconsejó que lo llevara al centro médico más próximo.


Furiosa consigo misma, Paula colocó a Dante en la sillita y corrió a la puerta.




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 24

 

Paula no podía creer que hubiera estado a punto de hacer el amor con Pedro. Se abrochó el pantalón y se puso un jersey. De no haberse despertado Dante…


¿Cómo podía haber sido tan estúpida? Se sentía tan avergonzada que no sabía si podría enfrentarse a él. Y tendría que exigirle que no volviera a tocarla. Los dos tenían un compromiso con Dante. La pasión no podía interferir en su responsabilidad.


Cuando volvió a la sala, ya había recuperado la compostura y aparentaba estar tranquila. El hombre que la había besado hasta hacerle perder el sentido estaba en aquel momento sentado en la alfombra, jugando con Dante. El contenido de la bolsa de los pañales estaba esparcido por el suelo.


—He sabido cambiarle el pañal —dijo Pedro con una tímida sonrisa.


Paula apartó la mirada.


—Enhorabuena —dijo mientras buscaba la manera de expresar lo más claramente posible lo que pensaba.


En ese momento, Dante aleteó los brazos y empezó a llorar. Ella lo tomó en brazos evitando por todos los medios rozar a Pedro.


—Tiene hambre —dijo. Y obligándose a mirar a Pedro, añadió—: ¿Puedes traer el biberón del frigorífico?


Mientras esperaban, Dante se fue impacientando. Paula lo meció y empezó a cantar. En cuanto el niño vio a Pedro con el biberón, su llanto se incrementó.


—Un segundo, Dante—dijo Paula al tiempo que tomaba el biberón, se sentaba en el sofá y apoyaba la cabeza del bebé en el hueco del codo—. Ya está —susurró, metiéndole la tetina en la boca. Luego continuó tarareando hasta que se dio cuenta de que Pedro la observaba con una sonrisa en los labios.


—No pares —dijo él al verla titubear.


—Pero si canto fatal.


—A Dante le gusta. ¡Mira, está protestando porque te has callado!


Paula miró al niño, que sacaba la lengua a punto de lanzar un grito.


—No es por la música, sino porque ha perdido la tetina —se la introdujo en la boca y Dante volvió a succionar con entusiasmo. Paula sonrió tímidamente a Pedro—. De todas formas, gracias por el piropo. Canto horrorosamente, pero no se lo digas a nadie.


—Muy bien —dijo él, mirándola fijamente—. Será nuestro secreto.


Tras una pausa en la que Paula volvió a tararear para dejar de sentir la presencia de Pedro, y cuando Dante empezaba ya a entornar los ojos, Pedro comentó:

—Estaba pensando…


—¿Qué? —preguntó Paula al instante.


—Que Dante debe quedarse aquí.


Paula se sintió eufórica. Había conseguido lo que quería. Tendría que demostrar a Pedro que era la decisión correcta.


—Me alegro de que te hayas dado cuenta de que tenía razón.


Pedro la miró con los ojos entrecerrados y la aparente camaradería que se había dado por unos segundos, se diluyó.


—Me refería a estos días. Hasta final de mes. No pienso cambiar las condiciones del testamento.


Paula fue a decirle que con eso sólo conseguirían postergar el problema, pero decidió callarse y confiar en poder convencerle más adelante. Por otro lado, le tranquilizó comprobar que no necesitaría advertir a Pedro que debían mantener una relación meramente formal como tutores de Dante. Su fría actitud lo decía todo.


—No puedo negar que Dante te necesita —añadió Pedro—. Eres muy buena con él —Paula lo miró atónita. Pedro no era un hombre que dedicara halagos gratuitamente. Él continuó—: Pero frenará tu carrera profesional.


—Lo sé, y lo acepto —Paula sabía que tenía que hablar con Virginia y decirle que limitaría sus horas de trabajo. Dedicó a Pedro una amplia sonrisa.


—Tendrás que tomarte un par de semanas libres.


¿Un par de semanas libres? Paula dejó el biberón en la mesa al tiempo que ocultaba el rostro a la mirada de Pedro. No podía faltar al trabajo y menos cuando en el despacho se estaba trabajando frenéticamente. Pero no tenía por qué decírselo. Ya se enteraría más adelante.


Cuando tuvo la seguridad de que su rostro no la delataría, alzó la mirada y encontró a Pedro mirándola tan fijamente que el corazón le dio un vuelco.


No podía dejar que el innegable atractivo de Pedro la desarmara. No tenía ningún interés en encontrar a un hombre. Y él no era su tipo. De hecho, Pedro le había demostrado que no estaba hecho para ella. Entre otras cosas, porque no le dejaría conservar la independencia económica y emocional por la que tanto había luchado. Pedro querría una mujer a la que dominar y controlar, que dejara su trabajo si él se lo exigía. Y esa mujer no era ella.


Ella jamás se arriesgaría a depender de un hombre tal y como había hecho su madre. Paula conocía de primera mano el precio que se pagaba por una pasión.


Pero no estaba dispuesta a perder la custodia del único hijo que iba a tener en toda su vida, así que dijo:

—Sí. Voy a seguir tu consejo y a aprender a delegar. Pienso contratar un becario para que me ayude. Era una de las cosas que pensaba plantearle a Virginia.