sábado, 5 de enero de 2019

AL CAER LA NOCHE: CAPITULO 11




—He hablado con todos los vecinos del bloque —dijo Mateo mientras revisaba sus notas delante de Pedro—. Todo el mundo dice no haber visto nada hasta que llegó la furgoneta de la televisión.


Pedro tomó las notas del joven detective, se recostó en la silla y apoyó los pies en la mesa.


—¿Has comprobado si hay alguien en las inmediaciones que tenga antecedentes?


—Todos los adultos están limpios. Uno de los adolescentes del bloque fue denunciado por haber provocado lesiones a su padrastro.


—Detalles.


—Se llama Greg Sander. Diecisiete años, tenía dieciséis cuando se presentaron los cargos contra él. Atacó a su padrastro con un bate de béisbol al encontrarlo en actitud excesivamente cariñosa con su hermana pequeña. El padrastro lo niega. No le pusieron ninguna condena, de modo que supongo que el juez lo creyó.


—¿Y dónde está ahora su padrastro?


—Su madre se divorció de él y no tiene la menor idea de dónde está viviendo. Pero sabe que no es en Prentice.


—¿Qué se ha encontrado en la zona en la que se cometió el crimen?


—Tenemos un par de colillas, un calcetín viejo, algunos chicles, una botella de cerveza… Ese tipo de cosas.


—Envía todo al laboratorio de Atlanta. Quizá consigamos algo a partir del ADN de alguno de esos objetos.


—Está hecho. ¿Necesitas algo más antes de que me vaya?


Pedro miró el reloj. Eran las cinco y cinco. En otros tiempos, un policía responsable no habría mirado nunca el reloj. Pero esos eran policías de la vieja escuela. Los policías habían comenzado a tener vida más allá de su trabajo. Cumplían su turno y se marchaban. Y quizá fuera lo mejor.


—No, supongo que eso es todo —comentó Pedro—. ¿Te espera una buena velada?


—Tengo una cita con esa pelirroja que trabaja para el doctor Wolford. ¿Y a ti?


—Creo que me acostaré pronto e intentaré dormir.


Ambos sabían que no era cierto. Pedro pararía en el Grille y pediría el menú del día, si se tomaba la molestia de comer algo. Después, volvería a la zona precintada e intentaría buscar alguna nueva prueba.


Pedro dejó las notas sobre la mesa cuando Mateo se marchó, se acercó a la ventana y fijó la mirada en la lluvia. No caía con tanta fuerza como cuando los había alcanzado a Paula y a él en el parque, pero continuaba lloviendo con firmeza.


Paula Chaves. Aquel nombre no debería significar nada para él, excepto por su relación con aquel caso de asesinato. Pero en aquel momento, mientras fijaba la mirada en la lluvia y recordaba el aspecto de Paula empapada, supo que aquella mujer lo afectaba de una manera que no era capaz de comenzar siquiera a definir.


No era simple lujuria lo que le provocaba, aunque era innegable la tensión que se había producido en sus entrañas cuando aquella tarde le había abierto la puerta de su casa.


Pero había sido todavía peor llevarla a casa desde el parque, cuando Paula parecía poco menos que una niña abandonada.


Frustrado por el deseo que parecía presionar en todas direcciones, cruzó la habitación, abrió un cajón del escritorio y sacó la fotografía de Natalia. 


Antes la tenía siempre sobre la mesa, pero se había cansado de explicarle a todo el mundo quién era. De modo que la mantenía allí para los momentos especiales, aquellos en los que necesitaba recordarse cómo debería ser la vida.


 ¿Cómo sería su vida en aquel momento si no hubiera cometido aquel error fatal que había permitido que un asesino se entrometiera en su vida?


La clase de error que debía haber cometido Sally Martin. ¿Habría confiado en un desconocido Sally Martin? En Prentice era algo normal. Sólo estaba a una hora de distancia de Atlanta, pero a años luz respecto a los problemas de Atlanta como gran ciudad. En Prentice había más iglesias que bares. Las calles estaban limpias. Los ciudadanos conservaban los antiguos modales sureños y atesoraban su pasado como si fuera una piedra preciosa que necesitaba ser pulida y expuesta para que todos la vieran.


¿Habría conducido el asesino durante cientos de kilómetros y habría llegado a Prentice con la necesidad desgarradora de matar a alguien? ¿O sería alguien a quien Sally conocía, alguien en quien confiaba? ¿Un amante traicionado, quizá?


Pero si había sido un amante, la familia de Martin no tenía la menor noticia sobre él. Su versión era que Sally había suspendido los exámenes en la universidad de Auburn y había vuelto a casa. Y en aquel momento estaba muerta.


Pedro no tenía ningún motivo para no creer a sus padres. Su tristeza parecía sincera. 


Además, Pedro tenía el presentimiento de que los motivos por los que el asesino había elegido a Sally sólo los comprendía él. La había desnudado, pero no había indicio alguno de violación.


Aun así, Pedro estaba prácticamente convencido de que el asesino era un hombre. El cuchillo, la desnudez, incluso las marcas en el pecho indicaban que el asesino era varón.


Y a menos que Pedro se equivocara, aquel tipo todavía no había acabado con Prentice. Ni con Paula. Pedro no tenía ninguna prueba que demostrara que la nota que habían dejado en el parabrisas de la periodista fuera del asesino. 


Todo era pura intuición.


Su mente volvió a Paula Chaves. Había estado haciendo algunas comprobaciones aquella tarde. Aquél era su primer trabajo como periodista. Y también era nueva en la ciudad. ¿Podría ser ella…?


No, era imposible que fuera ella la asesina. Y dudaba seriamente que hubiera falsificado aquella nota con intención de llamar la atención sobre sus artículos. Aun así, no le haría ningún daño investigarla.


Al fin y al cabo, su intuición no era infalible. Y la muerte de Natalia lo demostraba.



AL CAER LA NOCHE: CAPITULO 10




No había ningún cadáver sanguinolento esperándolos, pero Paula encontró el parque incluso más sobrecogedor que la noche anterior. Nubes oscuras rondaban por el cielo empujadas por el viento, y no muy lejos, los relámpagos desgarraban los cielos y eran seguidos por el estruendo de los truenos.


Un grupo de adolescentes sobre monopatines se detuvo para observarlos mientras salían del coche. La imaginación de Paula comenzó a trabajar a toda máquina, y se imaginó a uno de ellos blandiendo un cuchillo y degollando a Sally Martin. Pero la inocencia de sus rostros los hacía incapaces de una brutalidad como aquella.
Pedro miró hacia ellos sin darles ninguna importancia.


—Pronto comenzará a diluviar, así que vamos a empezar.


—¿Qué es lo que quieres saber?


—¿Dónde aparcaste anoche?


—Delante de ese edificio, cerca de aquel roble.


Señaló un árbol cuyas ramas cubrían toda la calle.


Pedro no se molestó en esperarla. Caminó a grandes zancadas en aquella dirección, escrutando toda la zona con la mirada. En cuanto llegó al árbol, alzó la cabeza y comenzó a mirar entre las ramas como si esperara que el asesino estuviera allí, esperando.


—¿Había alguien cerca cuando saliste del coche? —le preguntó a Paula, cuando lo alcanzó.


—Había grupos de curiosos por todas partes, pero no me fijé en nadie en particular.


—¿Te habló alguien?


—No.


—¿Estás segura?


Paula intentó recordar. Eran tantas las cosas que habían ocupado su mente al llegar… El fotógrafo, las luces de los coches de policía, las cámaras de televisión… Su inexperiencia. Aun así, tenía una memoria que retenía normalmente cualquier detalle.


—No recuerdo haber hablado con nadie hasta que llegué a la puerta. Entonces le enseñé mi carné de periodista al policía que estaba de guardia. Él miró mi vestido y me comentó que debería volver a la fiesta, a menos que tuviera un estómago fuerte.


—¿Y aun así entraste?


—Ese es mi trabajo.


Y continuaría siéndolo, de modo que miró a su alrededor, intentando captar todos los detalles.


Enfrente del parque, había una calle con casas bajas, la mayor parte con la fachada de ladrillo y algunos toques de estuco. Algunas tenían porche. En uno de aquellos porches, un hombre de mediana edad se mecía en un columpio, con la mirada fija en Pedro y en Paula. Para él era algo natural, pero aun así, su mirada la hizo sentirse incómoda a la joven.


—¿Crees que el asesino estaba observándome antes incluso de que yo entrara en el parque?


—Posiblemente.


—¿Desde una de esas casas?


—Puede haber estado vigilándote desde muchas partes. Desde una casa, desde un coche en el aparcamiento, agachado detrás de los arbustos… Pero probablemente estuviera mezclado entre los curiosos.


Y si aquel tipo había estado allí la noche anterior, también podía estar viéndola en aquel momento.


—¿De verdad tenemos que volver al parque? —preguntó, deseando volver al coche y alejarse de allí.


—Ayudaría. Intenta repetir los pasos que diste ayer y yo te seguiré.


Regresaron a la puerta justo en el momento en el que otro rayo surcaba los cielos. En cuanto la cruzaron, Paula se dirigió directamente hacia la zona en la que había visto el cadáver.


—Comencé a seguir las luces de las cámaras de televisión —le dijo—. Entonces fue cuando me viste y le dijiste al otro policía que le dijera a esa tipa con zancos que saliera de allí.


—Al parecer no sirvió de nada.


—El policía me dijo que me marchara, pero en cuanto se volvió, yo volví a hacer mi trabajo. El público tiene derecho a estar informado.


—Así que desobedeciste las órdenes de la policía. ¿Y después, qué?


—Vi el cadáver y…


¡Maldita fuera…! Tenía que admitir su debilidad delante del detective.


—Y vomitaste en los arbustos.


—¿Cómo lo sabes?


—Ayer por la noche eras bastante reconocible. No creo que hubiera un sólo policía de servicio que no quedara impresionado por la periodista del vestido rojo.


A los policías. Al asesino. Los había impresionado a todos, excepto al detective Pedro Alfonso. El policía le dio una patada a una piedra que aterrizó justo al lado de las cintas amarillas con las que la policía había rodeado la zona en la que habían encontrado el cadáver.


Todavía eran visibles las manchas de sangre, aunque probablemente desaparecerían con la lluvia. Pero en la mente de Paula las imágenes continuaban siendo tan nítidas como si Sally continuara tendida sobre la hierba. Se estremeció y retrocedió.


Pedro la agarró del brazo.


—Intenta mantenerte firme. Nos iremos de aquí dentro de un momento.


—¿Es posible llegar a insensibilizarse ante un asesinato?


—No. Y en el momento en el que me ocurriera, dejaría este trabajo.


Aquella admisión lo hizo parecer mucho más humano. Quizá incluso hubiera un corazón en el interior de aquel musculoso pecho.


—¿Te has ocupado alguna vez de algún caso en el que el asesino se haya puesto en contacto con una persona a la que ha visto en el escenario del crimen?


—No, pero recuerdo haber leído algo parecido sobre un caso que se dio en la costa oeste hace un par de años. El asesino llamaba siempre a una mujer antes de cometer el asesinato.


—¿Y qué ocurrió?


—No me acuerdo.


Paula no se lo tragó.


—Terminó matando a la mujer a la que llamaba, ¿verdad?


Por primera vez desde que habían llegado al parque, Pedro se volvió hacia ella, dedicándole toda su atención.


—No va a pasarte nada, Paula. A menos que permitas que ese hombre te envuelva en sus repugnantes juegos.


Cayó la primera gota que fue seguida rápidamente de otras muchas más. Pedro la agarró del brazo y la condujo hacia el coche. 


Pero la furia de la tormenta no esperó. La lluvia golpeaba el rostro de Paula, empapando de tal manera sus lentes de contacto que apenas podía ver. Para cuando llegaron al coche, estaba chorreando.


Pedro puso el motor en marcha, pero esperó un minuto antes de sacar el coche del aparcamiento. Paula tenía la sensación de que quería decirle algo, pero fuera lo que fuera, cambió de opinión. «No dejes que te involucre en sus juegos».


Buen consejo, si no fuera porque el asesino la había involucrado en su juego desde el momento en el que le había dejado aquella nota. 


Con aquel único gesto, le había robado cualquier posibilidad de ser objetiva, la cualidad principal que se le suponía a un periodista. Sin embargo, estaba decidida a no perder el control y a mantener informados a los ciudadanos de Prentice.


Y rezaría para que el asesino no volviera a ponerse en contacto con ella.




AL CAER LA NOCHE: CAPITULO 9




Era su día libre, así que en cuanto salió, Paula se dirigió a casa. Una vez allí, revisó el correo y se preparó una ensalada que apenas tocó. No conseguía olvidarse de la nota. Al final, se sirvió un vaso de vino y subió al segundo piso dispuesta a ordenar el armario, una tarea que había postergado desde que había llegado a la casa. Pero aquel día, la idea de ocuparse de los trastos viejos de otros, le parecía más un indulto que un trabajo.


Un trueno retumbó en la distancia en el momento en el que abría la puerta y respiraba el aire mohoso del armario.


Agarró una caja y tiró de ella hasta sacarla. 


Abrió la tapa y comenzó a sacar metros y metros de satén. Y tardó algunos segundos en darse cuenta de que lo que había allí guardado era un vestido.


Se levantó y sostuvo el vestido contra sus hombros. La falda le llegaba por encima de los tobillos, ocultando sus piernas, pero el escote era bastante pronunciado. Parecía un modelo de mil ochocientos, pero estaba demasiado bien conservado para ser auténtico. Probablemente, habría sido confeccionado para alguna de las peregrinaciones que se realizaban en primavera, cuando muchas de las casas históricas de Prentice abrían sus puertas al público. Era habitual, que la anfitriona vistiera un modelo del período en el que la casa había sido construida.
Paula había conocido a Barbara en una de esas celebraciones tres años atrás, cuando todavía estaba trabajando como profesora. Había llevado a un grupo de estudiantes a hacer la ruta de las casas y Barbara había sido una de sus guías.


Habían congeniado nada más conocerse, más por diferentes que por parecidas, y había sido Barbara la que le había dicho a Paula que estaban buscando un reportero para el Prentice Times cuando había dejado el puesto de profesora.


Paula se quitó los pantalones y el jersey, levantó el vestido, se lo metió por la cabeza, y fue bajándolo poco a poco. La falda se arremolinaba entre sus piernas mientras ella bailaba ante el espejo, regodeándose en su reflejo. El efecto distorsionador del cristal ondulado era más pronunciado de lo normal por la falta de luz de la tarde, y por contraste, la luminosidad del vestido parecía casi mágica.


Pero aquel instante de magia fue bruscamente interrumpido por el timbre de la puerta. Paula no esperaba a nadie. Pero tampoco esperaba que la llamaran para cubrir un crimen la noche anterior, ni esperaba encontrarse una nota escalofriante en el parabrisas aquella mañana.


Levantándose la falda del vestido, bajó las escaleras a toda velocidad. El timbre volvió a sonar antes de que hubiera llegado a la puerta. 


Una vez allí, se detuvo y miró por la mirilla. Pedro Alfonso.


Si pensaba que el vestido rojo era poco discreto, podía imaginarse cómo iba a reaccionar al ver aquél.


Abrió la puerta y lo saludó con una sonrisa.


—Hola, detective.


Pedro se meció sobre los talones. Se había quedado completamente sin habla. Fuera lo que fuera lo que esperaba encontrarse, desde luego no era aquello.


—¿Interrumpo algo?


—No, sólo estaba descansando. ¿Le apetece disfrutar de un cóctel en la terraza?


Pedro no contestó. Se limitó a deslizar la mirada por los montículos rosados que asomaban por el escote del vestido. Un milímetro más y los pezones de Paula podrían haberle devuelto la mirada.


—Sólo era una broma, detective. No tengo ningún cóctel preparado. Estaba limpiando un armario, me he encontrado este vestido y me lo he puesto. Pero ya que está aquí, supongo que debería invitarlo a pasar.


—Sólo me quedaré un momento.


—¿Ha encontrado alguna huella dactilar en la nota?


—Sólo una, además de la mía.


—Y podría ser mía.


—Eso parece.


—No creo que haya venido hasta aquí sólo para decirme eso.


—No, tengo una propuesta que hacerle.


—No me acuesto con policías.


—Estupendo, porque no iba a pedirle que lo hiciera. Me gustaría que viniera al escenario del crimen conmigo.


—¿Quiere que lo acompañe al parque en el que Sally Martin fue asesinada?


—Exacto. No tardaremos mucho.


Paula retrocedió.


—Preferiría no volver allí, detective.


Entonces fue Pedro el que se sorprendió. Todos los periodistas que conocía, habrían salivado ante la posibilidad de visitar el escenario del crimen con el detective que estaba a cargo de la investigación.


—Podría ser importante, Paula —dijo, tuteándola por primera vez.


—¿Por qué?


—Me gustaría que me mostraras exactamente dónde estuviste anoche. Dónde aparcaste el coche, en qué zonas del parque estuviste y ese tipo de cosas.


—Sólo estuve unos minutos.


—Tiempo suficiente para que te viera el asesino, si es que fue él el que escribió la nota. Es posible que tú también lo vieras, aunque no seas consciente de ello. Si volvemos, podré hacerme una idea de dónde podía estar él mientras te observaba. Incluso es posible que volver al parque, te ayude a recordar algo que hayas olvidado.


—Ayer por la noche sólo hablé con policías.


—Mira, ya sé que esto no va a ser tan divertido como disfrazarte, pero tengo una mujer muerta, un asesino suelto y ninguna pista. Así que, ¿piensas quedarte aquí quejándote o vas a venir conmigo?


—Me temo que sólo tengo una opción. Pero antes me gustaría cambiarme.


—Buena idea —esperaba que se pusiera algo que cubriera completamente sus senos—. Y date prisa. La tormenta está a punto de estallar.


Paula se volvió y corrió escaleras arriba, dejándolo en la puerta. La falda se arremolinaba en sus tobillos y la tela susurraba sensualmente mientras se deslizaba contra su piel.


¿Qué demonios tenía aquella mujer que conseguía afectarlo de aquella manera? A lo mejor había pasado demasiado tiempo desde la última vez que había estado con una mujer.


Pero no importaba. Tenía un asesino al que atrapar.


Un asesino que tenía a Paula Chaves en mente.


Aquél no era momento para que Pedro comenzara a interesarse también por ella



AL CAER LA NOCHE: CAPITULO 8




Observó a Paula mientras se alejaba. Miles de recuerdos rondaban su mente, y ninguno de ellos era bienvenido. No estaba seguro de por qué aquella periodista le recordaba a Peg. No se parecía a ella. Natalia tenía el pelo largo y Paula Chaves lo llevaba corto, y el pelo de Natalia era del color del trigo, mientras que el de Paula se acercaba más al tono del café con leche.


Pero había algo en Paula que le recordaba a Natalia y ésa era una razón más que suficiente para que intentara guardar las distancias. Algo que iba a resultar muy difícil, si Paula se convertía en la pista que podía llevarlo hasta el asesino.


Dejó de encontrarle el gusto a la hamburguesa, pero continuó comiendo. Comía por costumbre, por la misma razón por la que últimamente hacía casi todo. Comer, dormir, respirar…


«Olvídalo, Pedro, o te comerá vivo».


Aquello era lo que le había aconsejado el psiquiatra de la policía tras la muerte de Natalia. Eso demostraba lo poco que aquel psiquiatra sabía de él. Porque en realidad, ya estaba muerto.



AL CAER LA NOCHE: CAPITULO 7




Dos bloques después, el policía dejaba su coche en el aparcamiento del Grille Prentice. Paula esperó en el coche para darle tiempo a instalarse en su interior y para poder recuperar ella la compostura. Era su primer caso de asesinato. Y de pronto el asesino pretendía hacerse amigo de ella. Aquello parecía una película de terror.


Una vez dentro, tardó un par de minutos en localizar a Pedro. Lo descubrió sentado en uno de los reservados más apartados, hablando por teléfono y sosteniendo en la otra mano un vaso de té con hielo.


—¿Mesa para uno?


Paula le sonrió a la camarera.


—Vengo con el hombre que está allí sentado, el de la camisa azul —señaló con la cabeza al policía.


Pedro no me ha dicho que estuviera esperando a nadie.


—No estaba segura de que pudiera venir.


Pasó por delante de la camarera, se acercó al reservado de Pedro y se sentó enfrente de él.


Pedro Alfonso la fulminó con la mirada, pero terminó la conversación. A continuación, dejó el teléfono en la mesa y la miró a los ojos. Los suyos eran todavía más oscuros que su pelo y Paula tuvo la sensación de que podía leerle el pensamiento. Pero sobretodo, se fijó en la pura virilidad que emanaba de aquel hombre. La testosterona parecía rezumar por todos los poros de su piel.


—La rueda de prensa ha terminado.


—No vengo a hacer ninguna pregunta. Tengo que ofrecerle una información.


La expresión del policía apenas cambió.


—¿Qué clase de información?


Paula sacó la nota del bolso y se la tendió.


—He encontrado esto en el parabrisas de mi coche después de la rueda de prensa. Creo que debería leerlo.


Pedro se secó las manos y agarró la nota sin tocarla apenas. La leyó lentamente, con expresión imperturbable. Pero cuando alzó los ojos, su mirada era todavía más penetrante.


—¿Dónde tenía aparcado el coche?


—Detrás del ayuntamiento. Entre la avenida Cork y la calle Savannah.


—¿Ha visto a alguien acercándose a su coche?


—No, pero cuando iba hacia él, he tenido la sensación de que alguien estaba mirándome.


—¿La sensación?


—Sí, ya sabe. Una sensación de incomodidad. Y no soy una persona nerviosa.


En aquel momento apareció la camarera y dejó una fuente con una hamburguesa y patatas fritas delante de Pedro. Paula pidió un refresco bajo en calorías. En aquel momento, era lo único que su estómago podría soportar.


Esperó a que la camarera se alejara para hacer la pregunta que la estaba consumiendo:
—¿Cree que esa nota la ha escrito el hombre que ha matado a Sally Martin?


—Es difícil asegurarlo. Pero es evidente que eso es lo que quiere que crea.


—¿Pero quién si no podría escribir algo así?


—Cuando se produce un asesinato de este tipo, salen a la luz los tipos más extraños.


—Habla como si hubiera visto muchos asesinatos como éste.


—He visto algunos. ¿Y usted, señorita…?


—Chaves, pero puede llamarme Paula —vaciló un instante. Odiaba admitir la verdad, pero no encontraba ningún motivo para mentir—. Éste es mi primer asesinato.


—¿Trabaja para la prensa o para la televisión?


—Trabajo en el Prentice Times.


—Creía que era Doreen Guenther la que se ocupaba de la sección de homicidios.


—Su madre está enferma y ha tenido que pedir un permiso —en ese momento llegó la camarera con la bebida de Paula. Esta se la llevó a los labios. Necesitaba suavizar su garganta reseca—. ¿Entonces qué tengo que hacer ahora?


—Me llevaré la nota e intentaré buscar alguna huella, pero me temo que debe haberlas echado a perder.


—No sabía que podía ser una nota del asesino.


—Si recibe otra, quiero que la agarre por una esquina y la meta en una bolsa de plástico. Y llámeme inmediatamente —le dio una de sus tarjetas—. Llámeme al móvil. Y sólo por si acaso, no se le ocurra publicar que el asesino se ha puesto en contacto con usted.


—¿Por qué no?


—Sea o no del asesino, la publicidad posiblemente serviría para alentarlo.


—¿Pero por qué ha tenido que enviármela a mí? —susurró, casi más para sí que para que la oyera el detective.


—Digamos que anoche no pasaba especialmente desapercibida con el vestido que llevaba.


—Estaba en una fiesta cuando me llamaron para decirme que me dirigiera inmediatamente al parque Freedom. No tuve tiempo de ponerme nada más adecuado.


—No tiene por qué enfadarse conmigo. Usted me ha hecho una pregunta y yo le estoy contestando.


Pedro se acercó la fuente con la hamburguesa y Paula dedujo que aquella era una manera de invitarla a levantarse.


Dio otro sorbo a su refresco y se secó las manos con una servilleta. Aquel hombre estaba demasiado tranquilo. Si de verdad pensaba que podía volver a tener noticias del asesino, debería hacer algo. Paula no estaba segura de qué, pero al fin y al cabo, ella no era policía.


—¿No va a pedirme mi número de teléfono, por si tiene que preguntarme algo más?


—Su número de teléfono es muy fácil de conseguir.


—No aparezco en la guía.


Pedro le dio un mordisco a la hamburguesa. Paula se levantó y se colgó el bolso en el hombro.


—Una cosa más, señorita …


—Chaves. Paula Chaves.


—Señorita Chaves, quienquiera que sea el que ha matado a Sally Martin, es un hombre muy peligroso. No intente ser una heroína.


—No hay nada que esté más lejos de mis intenciones, detective Alfonso.


—En ese caso, continúe así.


Y nada más. Ni siquiera le dio las gracias por haberle proporcionado aquella información, aunque Paula estaba segura de que muchos periodistas no le habrían dicho nada. Habrían intentado seguirle el juego al asesino con intención de conseguir un buen reportaje.


Ella, sin embargo, había decidido seguirle el juego a Pedro Alfonso. Y estaba segura de que aquél no iba a ser un juego divertido.