viernes, 24 de mayo de 2019

DUDAS: CAPITULO 26




Los siguientes días su relación de trabajo se mantuvo igual. En su mayor parte se evitaron, y cuando se veían, sus palabras siempre iban al grano y siempre sobre cosas del departamento.


Paula sólo necesitó dos días para ordenar el despacho y comenzar el proceso de catalogar y organizar el viejo mobiliario que había quedado en el ayuntamiento. Desplegó el plano de los cinco despachos y de la entrada y lo dejó sobre la mesa de Pedro.


Se marchó a las cinco, tomando nota de llamar a los pintores al día siguiente. Los carpinteros ya casi habían terminado y los electricistas habían finalizado ese día y le habían entregado a Paula la factura. También se la dejó a Pedro, sabiendo que él sería el responsable de mandársela al condado.


El equipo del sistema de emergencias lo iban a instalar a fin de mes, junto con los ordenadores y el resto de aparatos electrónicos. Pedro le había dejado una nota en la que le indicaba que quería que publicara un anuncio en el periódico solicitando más ayuda. Ella sería responsable de entrevistar y elegir a los candidatos que considerara adecuados.


No lo había visto en todo el día. Había ido a diversas reuniones con la comisión del condado en Rockford. La oficina estaba silenciosa y extrañamente vacía.


Intentó no pensar en su ausencia. Si no intimaba mucho con él, no lo echaría de menos si sucedía algo. Él era el sheriff. Y ella trabajaba en el departamento del sheriff. No tenía por qué ir más allá.



DUDAS: CAPITULO 25




Al mediodía. Paula se había quitado la chaqueta del traje y había perdido el broche que sujetaba su pelo.


Pero los obreros habían quedado convencidos de que debían finalizar la obra lo antes posible, y los pintores fueron enviados a casa hasta que el electricista y los carpinteros hubieran concluido su parte. Había convencido al carpintero de que trajera más ayudantes, prometiéndole que no volvería a ver otro cheque hasta que no hubiera terminado su trabajo.


Luego, se puso a ordenar el escritorio de Pedro


En un rincón polvoriento había un archivador algo abollado, pero estaba vacío. Todas las fichas que había abierto desde su llegada a Gold Springs yacían diseminadas por la mesa.


Había grupos de papeles extendidos en el suelo y en una mesa lateral, cubierta a su vez por mapas de la zona.


Despacio, de una carpeta por vez, Paula empezó a progresar en despejar la mesa. 


Estableció su propio sistema de archivo para localizar la información, escribiéndolo todo en un papel para que el sheriff también pudiera encontrarlo.


Había una carpeta sobre la familia Chaves y otra sobre Jose, que abrió y estudió rápidamente, sin perder de vista la puerta. No contenía mucho. 


Unas pocas palabras del condado sobre su muerte y la investigación posterior.


Había una nota unida a un fax que daba la posible fecha de la liberación de Frank Martin a finales del año siguiente. Asimismo había una advertencia acerca de posibles problemas si aquel decidía volver a Gold Springs.


Paula observó la fecha. Pedro había recibido la información la semana anterior. Cerró la carpeta y la colocó con las otras.


Tenían razón. La información de que Frank Martin iba a ser liberado no sería bien recibida por la familia Chaves. Ella misma tenía sentimientos encontrados.


La puerta se abrió y se sobresaltó, sintiéndose culpable por haber leído los ficheros. Pedro y dos ayudantes entraron en la oficina mientras aún hablaban de la llamada de la tienda de artículos generales.


—Estaba asustado —comentó un hombre joven y delgado de pelo castaño corto—. Cuando el arma se disparó… ¡vaya!


Al otro hombre Paula lo reconoció de la gasolinera que había a las afueras de Gold Springs, aunque no sabía su nombre. Le daba palmadas al joven en la espalda.


—Lo llevaste muy bien. ¡No podía créelo cuando el sheriff pasó a tu lado y le pidió el arma a Ray! Hizo falta mucho… —calló y observó a Paula con ojos entrecerrados.


Pedro notó que Paula se ponía pálida. Escoltó a los dos hombres fuera de su despacho y cerró la puerta.


—¿Te encuentras bien?


Ella asintió, recuperándose.


—He estado archivando.


—Archivando —repitió él entusiasmado—. Hasta ahora parece estupendo.


—Vi la carpeta de Frank Martin —reconoció con sinceridad—. Y la fecha en que le darían la libertad condicional.


Pedro se sentó en su sillón, entrelazó los dedos y miró por la ventana sucia.


—En este despacho habrá cosas que no serán del dominio público. A los abogados de la familia Chaves se les notificará la fecha la semana próxima. Mientras tanto… —su voz cambio cuando giró para observarla—… se trata de información privilegiada.


—Lo sé —asintió con la vista clavada en la superficie del escritorio.


—No te habría querido aquí si no considerara que puedo confiar en ti, Paula —dijo con seriedad—. Personalmente sé que es algo duro para ti, pero habrá más casos. Si piensas que es pedirte demasiado…


—No —repuso con rapidez y alzó la cabeza—. Puedo sobrellevarlo. ¿Ha habido un tiroteo?


—Era Ray Morrison. En realidad no fue un tiroteo. Más bien un malentendido.


—¿Alguien confundió un arma?


—Ray intentaba probar una pistola en la tienda, y se le disparó. J.P trató de decirle que no podía hacerlo dentro, pero Ray estaba borracho y no quiso escuchar.


—De modo que te acercaste y le pediste que te la entregara —conjeturó ella.


—No había mucho más que pudiera hacer —quería que lo entendiera, que fuera capaz de vivir con ello.


Paula junto con fuerza las manos y sintió que le temblaban.


—Envié a los pintores a casa hasta que hubieran terminado los carpinteros y electricistas. Se estorbaban y…


—Paula —titubeó un instante—. Yo no soy Jose.


—No pensé que lo fueras —en ese momento no deseaba pensar qué sentía. Sólo quería que el día terminara.


—Tengo veinte años de experiencia y de constante adiestramiento. No va a pasar nada.


—Jose me contaba lo mismo cada vez que salía de casa —le clavó una mirada dolida.


No había nada más que decir. Cuando ella salió, Pedro dejó el sombrero sobre la mesa. Sólo las palabras jamás convencerían a Paula de que la vida no siempre se repetía.


Y, después de todo, ¿por qué debía convencerla? ¿Para prepararla a ella y a Manuel para volver a ser heridos? Nadie tenía el derecho de pedirle eso a otro ser humano.



DUDAS: CAPITULO 24




—¿Está el sheriff? —preguntó.


No respondió nadie. Subió un poco la voz, pero tampoco obtuvo contestación.


Al final, apoyó las manos en las caderas y adaptó el tono de voz al que empleaba para llamar a cenar a Manuel.


—¿Está el sheriff?


El trabajo cesó bruscamente, y sus palabras reverberaron por el viejo ayuntamiento.


—¿Puedo ayudarte en algo? —inquirió Pedro, saliendo por una puerta lateral.


Su voz sonó fría, pero sintió sus ojos cálidos sobre ella mientras atravesaba el viejo suelo de madera con sus mejores zapatos negros de tacón alto. Nerviosa como había estado la primera vez que había ido a buscar un trabajo nuevo, echó los hombros atrás y alzó la cabeza, a pesar de tener un nudo en el estómago.


—He venido por el trabajo —explicó, mirándolo a la cara mientras se acercaba a él.


Pedro miró a los obreros súbitamente quietos, y el ruido se reanudó como si jamás se hubiera detenido. Unos ojos interesados los observaron con atención con el fin de informar a esposas y hermanas de lo que habían visto, pero los martillos y las brochas no volvieron a detenerse.


—¿Qué trabajo? —preguntó él con rostro inexpresivo.


—Éste —le entregó el papel en el que aparecía el anuncio tachado por ella.


—Pasa a mi despacho.


Su «despacho» en realidad era un cuarto trastero que se había convertido en un refugio del polvo y del ruido de la restauración. Le indicó una silla y se sentó del otro lado del viejo escritorio atestado de papeles. Miró el periódico.


—Pense que este anuncio no te interesaba.


—Y así fue —repuso con sinceridad—, al principio.


—¿Qué te hizo cambiar de idea?


Lo observó con ojos centelleantes y movió los pies incómoda. Se preguntó hasta dónde pensaba ponérselo difícil.


—Yo, hmm, pensé en lo cerca que estaba de mi casa y en que la paga era mejor que la que podría conseguir en Rockford.


—¿Así que estabas dispuesta a realizar un sacrificio en tus condiciones de trabajo? —inquirió Pedro.


Paula lo miró fijamente y pensó que su aspecto era arrebatador.


—Creo que podré manejar cualquier cosa que surja.


—Estupendo —asintió—. Quedas contratada.


—Pero ni siquiera has visto mi currículum —protestó ella...


Él rodeó la mesa y se sentó en el borde delante de ella.


—Tú eres la única persona de esta ciudad que tiene alguna idea de cómo atender una llamada de emergencia. Eras la esposa del sheriff. Estabas al corriente de todo. No es difícil de aprender. En cuanto instalen la centralita, enseñarás a los demás a recibir las llamadas.


—Sé escribir a máquina —le dijo, improvisando—, Y sé manejar algunos programas de ordenador.


De la otra habitación, llegaron un grito y algunos juramentos, seguidos de una llamada por radio de uno de los ayudantes.


—¿Puedes manejar también a las patrullas? —preguntó él, yendo hacia la radio para contestar.


—Creo que sí. Yo…


—Sheriff Alfonso, en la tienda de artículos generales hay un lío que no sabemos cómo solucionar —por la radio sonó la voz preocupada de un agente novato.


—Llegaré en unos minutos —contestó Pedro con voz sosegada—. ¿Puedes empezar ahora mismo? —se dirigió a Paula, mientras recogía el sombrero cuando iba a la puerta.


—Claro. Supongo que…


—Es todo tuyo, entonces —salió.


Paula se levantó despacio y observó el caos reinante, preguntándose por dónde empezar.


—Ah —Pedro asomó la cabeza por el marco de la puerta—, gracias, Paula.


Sonrió y desapareció, pero antes de hacerlo ella notó el rápido vistazo que recibió de los pies hasta el pecho. Se oyó otro ruido sordo desde la sala principal, más un coro de voces enfadadas.


—Creo que ya sé por dónde empezar —musitó, dejando el papeleo para más tarde.


Pedro subió al coche patrulla y puso rumbo a la tienda. Probablemente, se trataba de un par de exaltados que no sabía cuándo irse a casa.


Pensó en Paula, contento de que hubiera decidido aceptar el trabajo. Al verla allí de pie en la entrada, con ese traje rojo ciñendo su esbelta silueta, le costó mostrarse coherente cuando ella le sonreía.


Después de que hubiera solucionado el problema en la tienda, iría al local de Spivey. No podía permitir que una nueva empleada del departamento del sheriff se enfrentara a una casa fría.


«Unos hogares bien acondicionados significan empleados más satisfechos», pensó, frenando el coche ante la tienda. Cada mes podrían deducirle una determinada cantidad de su sueldo.


Empezaba a convertirlo en algo muy personal. 


Pero no parecía haber otra respuesta. Paula se había convertido en alguien más importante de lo que había considerado posible. No era algo que él hubiera planeado ni buscado. Pero ahí estaba, con esos brillantes ojos azules y esa dulce boca.


Si Raquel y él lo hubieran conseguido y hubieran tenido un hijo como Manuel. esperaba que alguien hubiera ayudado a su familia de no haber estado él presente. Pensó en Jose Chaves y esperó que fueran tan parecidos como lo indicaba todo y que lo comprendiera.


Abrió la puerta del coche patrulla y, en el interior de la tienda, sonó un disparo.