sábado, 27 de noviembre de 2021

CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 60

 


Paula sintió un vuelco en el corazón. Creía que había desarrollado cierta inmunidad a los reproches después de una infancia como la suya.


—No estoy haciendo esto para atrapar a Julián. Estoy haciéndolo para protegerte.


—¿Por qué?


—Porque va a traicionarte. Y porque le quieres.


«Y porque te quiero».


Paula sintió un escalofrío al pensar en ello. Se agarró a la barandilla e intentó aparentar que lo único que estaba haciendo era ordenar sus ideas, cuando en realidad estaba luchando por respirar.


—¿Harías algo por mí, Paula? Si te lo pidiera, ¿dejarías la investigación? ¿Confiarías en mí para encargarme de esto a mi manera?


A Paula se le agolpaba la sangre en los oídos y tenía el estómago hecho una pelota. Todo aquello en lo que siempre había creído pendía de un hilo frente a ella, junto con todo lo que siempre había deseado. Y no podía tener ambas cosas. Una la convertiría en una traidora hacia sus principios.


La otra traicionaría a Pedro.


Vio la agonía en sus ojos y su corazón respondió por ella.


—Si estuviera en mi poder, sí, lo haría —contestó—. Pero no puedo quedarme si eso ocurre. Tengo que pensar en Lisandro. Él es todo lo que tengo.


Pedro cerró los ojos y asintió.


—Deberías irte. Alejarlo de aquí. De mí.


Ella asintió también, incapaz de articular palabra, sabiendo lo que venía después. Y lo que tenía que decirle.


—Sé lo que esto significará para ti y no te lo pediría a la ligera. Es mi hermano pequeño, Paula. Mi Lisandro —le agarró las manos—. Así que te lo estoy pidiendo. ¿Confiarás en mí para encargarme de esto a mi manera? ¿Lo dejarás pasar?


Si decía que sí, tendría que llevarse a Lisandro de WildSprings. Y si decía que no, Pedro nunca la perdonaría.


De cualquier manera, iba a perder a Pedro.


—Ya he escrito a los de aduanas.


Pedro cerró los ojos y dejó caer la cabeza como si ya no pudiera tolerar su peso un segundo más. Como si hubiera esperado su traición.


—Claro que lo has hecho.


—Tenía que hacer lo correcto…


—Lo sé.


—¿Qué quieres que haga? —preguntó ella en un susurro.


—Aun así deberías irte.



CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 59

 


—¿Paula? ¿Qué sucede? Tu mensaje parecía urgente.


Paula estaba temblando, y no solo por el aire frío de la noche. También por la adrenalina. Por la ansiedad. ¿Cómo diablos iba a empezar esa conversación?


«Gracias por venir, Pedro. Ah, por cierto, tu hermano es oficialmente un criminal. ¿Un café?».


—Estás temblando —dijo él tras agarrarle las manos—. Siéntate.


—¿Podemos hablar fuera, Pedro? Lisandro está durmiendo.


—Claro —contestó él con el ceño fruncido—. ¿Es que vamos a ponernos a gritar? Si es por lo del otro día…


—No —dijo ella con un susurro—. Al menos no directamente. Por favor, vamos fuera.


En el porche de atrás, Paula comenzó a dar vueltas de un lado a otro para ordenar sus pensamientos. Él la observaba, pero sin hablar.


Finalmente reveló la parte más fácil de la historia.


—Julian mató a ese canguro.


—Paula…


—Escúchame. Encontré el coche aquella noche en el acto benéfico, cuando me torcí el tobillo. Era de Julián. Hace una hora me lo han confirmado los de tráfico.


Pedro apretó la mandíbula y se dio la vuelta.


—¿Sigues detrás de él?


—Nunca he ido tras él, Pedro. Pero ahora sí.


—Paula, se arrepiente. Me dijo que…


—¿Quieres escucharme? Esto no tiene nada que ver con que tu hermano intentara ligar conmigo. Ni siquiera sabía que era tu hermano a quien estaba investigando cuando pedí que analizaran el número de matrícula. Solo estaba haciendo mi trabajo.


Pedro la miró de reojo con los párpados entornados.


—Atropello al canguro y no lo dijo —añadió ella.


—Pues demándalo, Paula. Si atropello al canguro, le daré un sermón sobre responsabilidad. No es nada bueno, pero tampoco es una ofensa federal.


Pedro, hay más…


—Oh, apuesto a que sí. Eres entusiasta en tu búsqueda de la justicia.


Paula se sintió juzgada por sus palabras y se le formó un nudo en la garganta.


—Pero no pares ahora, Paula. Escúpelo todo. ¿Qué más ha hecho mi horrible hermano?


—Estoy… estoy preocupada por las cacatúas. El agujero en la verja… Creo que Julián está implicado. El informe de aduanas ha…


—¡Para!


—Fue expulsado de Estados Unidos con cargos por drogas, PedroCargos serios. Tiene un informe criminal.


Paula vio las emociones en su rostro, un rostro que había llegado a adorar. El horror, la pena, la aceptación.


—Lo sé.


Ella se quedó mirándolo durante varios segundos sin saber qué decir.


—¿Entonces por qué me he partido el corazón para intentar decírtelo?


Pedro se sentó en la mecedora del porche.


—Tuvo que venir a casa. Eran parte de sus condiciones. Que viviera conmigo. Aquí. Quería tener la oportunidad de demostrar que había cambiado. De empezar de cero.


—Lo comprendo.


—Creo que todos lo comprendemos.


—Y crees que estoy robándole esa oportunidad.


—¿Acaso no estás haciéndolo?




CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 58

 

Paula se acercó el portátil y abrió su correo. Los chicos de aduanas no lo verían hasta por la mañana, pero alertarlos sobre el tema era primordial.


Sería mejor que tuvieran WildSprings en su radar.


Se encontraba detallando el incidente cuando el ordenador pitó para avisarla de que había terminado de cargar el correo de entrada. Miró de quién eran los nuevos correos. Había dos. Daniel, de la policía; y Carla, de Chicago.


Abrió primero el de Daniel y se quedó perpleja contemplando la pantalla.


El cuatro por cuatro que había atropellado al canguro estaba registrado a nombre del hermano de Pedro. Julian. ¿Pero por qué no había dicho nada?


Tenían un sistema para informar sobre animales heridos en WildSprings. No era como si fuese una ofensa criminal.


Paula negó con la cabeza. Dentro de poco iba a empezar a ver terroristas en la sombra. Menos mal que no había enviado su correo lleno de teorías de conspiración. Eso habría resultado embarazoso.


Borró el correo que había estado media hora redactando, abrió el de Carla y comenzó a leer.


El estómago le dio un vuelco.





CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 57

 

Paula se retorció incómodamente por enésima vez. Las sillas de su cocina no estaban hechas para largos periodos de tiempo sentada. Flexionó la espalda dolorida e hizo un par de estiramientos rápidos para distraer su atención del portátil. Cuanto más miraba, menos sentido tenían las imágenes. Un batiburrillo de mapas y puntos de interés.


—¿Qué estás haciendo? —preguntó Lisandro al sentarse a su lado.


—Tratar de averiguar quién atropello a ese canguro —se lo había contado todo al niño, con la esperanza de que así recuperase el interés por los animales. No había funcionado. Seguía obsesionado con Pedro y con el ejército.


—¿Por qué? ¿No es demasiado tarde?


—Tal vez pueda evitar que vuelvan a hacerlo. La oportunidad de educar a alguien.


—¿Es un trabajo duro?


—Es solo que siento que algo se me escapa. Como si estuviera justo aquí… —se golpeó la frente y luego negó con la cabeza.


—¿Quieres leerlo en voz alta?


Ella siempre le hacía leer a Lisandro en voz alta las palabras que no comprendía, para ayudarle a comprender.


—¿Tienes unos minutos?


—Claro —contestó el niño—. Siempre es mejor que hacer los deberes de matemáticas.


—Muy bien. Esto es WildSprings —dijo ella mientras señalaba al oeste del mapa—. Ésta es la zona de admisiones donde yo trabajo. Ésta es nuestra casa… y la de Pedro… y por aquí paso mucho tiempo.


—¿Es ésa la verja que no dejas de arreglar?


—Ésa es. Sabiendo eso, ¿puedes decirme dónde está la charca de las ranas?


Lisandro señaló inmediatamente un punto al sur de su casa. Ella sonrió.


—¿Y cuál es el camino más rápido desde nuestra casa a la de Pedro?


—¿A pie o en coche?


—A pie.


El niño se quedó mirando el mapa.


—¿Ésta es la hondonada? ¿La que recorrimos para llegar al sitio donde duermen las aves? Lo que significa que la casa de Pedro está… ¿ahí?


Paula miró el mapa, sorprendida de que lo hubiera encontrado.


—Bien hecho. Sí, así es. Y aquí es donde encontramos al canguro — señaló un punto intermedio entre el lugar de las aves y la zona de la verja que estaba convirtiéndose en su segundo hogar. Nosotros nos dirigíamos hacia el este cuando encontramos al canguro. Así que, suponiendo que los culpables entraran por el agujero de la verja aquí —señaló al este de WildSprings—, entonces deberíamos habérnoslos cruzado después de que atropellaran al canguro. Pero no los vimos. ¿Así que dónde fueron?


—¿Podrían haberse escondido en alguna parte?


—Es improbable. Pedro y yo habríamos visto las huellas en la carretera.


—¿Tenían que entrar por el agujero de la verja? —preguntó Lisandro tras una larga pausa.


—Supongo que podrían haber entrado por la entrada principal de WildSprings…


—No. Quiero decir que si no podrían haber salido por la verja.


Paula se quedó de piedra contemplando a su brillante hijo. La solución era evidente.


No era un atajo para entrar; era un atajo para salir.


—¡Lisandro, eres un genio! Ahora es hora de irse a la cama.


—¡Pero si te he ayudado!


—Sí, así es. Pero hasta que no inventes una máquina para alargar el tiempo, siguen siendo las ocho. Hora de acostarse. Veinte minutos de lectura cuando tengas el pijama puesto. Luego luces fuera.


El niño se dirigió a regañadientes hacia las escaleras.


—Y, Lisandro—continuó ella—, gracias. Realmente me has ayudado.


El niño estiró la espalda con orgullo y desapareció escaleras arriba.




CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 56

 


La ruta hacia el lugar donde dormían las aves era más corta que el camino que Paula y él habían recorrido en coche. Aun así, la excursión estuvo a punto de matar a Pedro.


Aún seguía en forma, así que no fue la caminata al corazón de la hondonada lo que le dejó agotado. Fue el silencio, que fue haciéndose cada vez más insoportable. No se parecía nada al silencio que mantenía cuando estaba en una misión, ni al silencio cómodo que disfrutaba con Lisandro.


Era el silencio estresante de dos personas que se habían herido mutuamente.


Que Paula lo evitara se parecía demasiado a cuando los hombres de su unidad se apartaban de él después de haber acusado a su teniente. En su cabeza sabía que probablemente sería lo mejor, que no había futuro para ellos, sin importar la química arrolladora que compartían. Pero en su corazón…


Caminando entre ellos, Lisandro no paraba de hacer preguntas inocentes sobre el bosque, la vida salvaje y el parque. Pedro hacía todo lo posible por contestar mientras su madre mantenía el silencio. Pero a medida que el sol bajaba y se acercaba al horizonte, se dio cuenta de que las preguntas iban volviéndose cada vez más estratégicas. Cada vez trataban menos sobre el bosque y más sobre el ejército.


«¿Cómo te mueves tan sigilosamente entre los árboles?».


«¿Cómo puedes saber de dónde viene un ruido?».


«¿Qué colores son mejores para camuflarse en el bosque?».


«¿Y en el desierto?».


Y cada pregunta que formulaba hacía que Paula se estirase más, hasta que sus pasos por el bosque parecieron totalmente incómodos.


Pedro sabía lo que Lisandro estaba haciendo. Recordaba la relación de sus padres, intentando averiguar qué pasaba con las dos personas más importantes de su vida. Había hurgado y hurgado en la herida abierta de su matrimonio hasta que se había desangrado para que pudiera comprenderlo mejor.


Lisandro estaba haciendo también sus labores de reconocimiento; al estilo de un niño de ocho años. Intentaba provocar una reacción para poder estudiar la respuesta. Sería un gran científico. Y un mejor soldado.


Por encima del cadáver de su madre.


Observó la expresión de acero de Paula.


Probablemente también por encima de su propio cadáver.