viernes, 18 de octubre de 2019

LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 61




Pasaron las dos horas siguientes explorando la isla. Pedro la disfrutó a través de los ojos de Luis y recordó, con dolor, que nunca supo hacer algo así con su hija. Se arrepentía del tiempo perdido y se juró que, si el destino le daba una nueva oportunidad, sería el mejor padre del mundo. Y también mejor persona.


Se separaron en tres grupos. Hernan y Margo desaparecieron juntos. El profesor y las hermanas Granger se quedaron cerca del agua. Paula, Luis y él se concentraron en descubrir la isla por su parte interior. Se encontraron con un grupo de peñascos planos sobre los que descansaban unas cuantas iguanas.


—¡Vaya! —exclamó Luis al hacer el descubrimiento—. ¿Puedo tocar una?


—No creo que te dejen —le contestó Pedro.


—Lo haré con mucho cuidado.


Paula y él observaron cómo se acercaba el pequeño de puntillas y se ponía en cuclillas cerca de una de las iguanas más grandes.


—Recuerdo que de pequeña soñaba con adoptar un bebé cuando fuera mayor. Una de mis profesoras había adoptado un niño de cuatro años. El pequeño había sufrido mucho. Su madre era drogadicta y acabó abandonándolo. Un vecino lo encontró después de unos días. Recuerdo la estrecha relación que había entre él y su madre adoptiva. Era increíble ver cuánto se querían. Te dabas cuenta de que, a distinto nivel, se necesitaban el uno al otro. ¿Crees que eso es el amor verdadero?


—Supongo que sí. El tipo de amor que dura para siempre —contestó él.


Vio ternura en la mirada de Paula cuando observaba a Luis.


—Durante estos últimos días he tenido tiempo para reflexionar sobre mi vida. Me he dado cuenta de que iba en la dirección equivocada —le confesó ella—. Es como si mi brújula señalara a cualquier punto menos al norte, a lo que es importante de verdad.


—¿Y sabes ahora dónde está el norte?


Ella levantó la mirada y lo observó durante unos segundos antes de contestarle.


—Empiezo a saber dónde está.


Sus palabras hicieron que algo se moviera en su interior. Algo con lo que no contaba y que no creía poder volver a sentir. Pero era real, no podía negarlo.


Alargó la mano y tomó la de Paula. Era increíble sentir esa conexión con ella, como si alguien hubiera demolido las paredes con las que se había protegido esos años.


Y había quedado desnudo y vulnerable para enfrentarse a lo que estaba pasando entre ellos dos. Las dudas y el desapego por todo habían sido sustituidos por un sentimiento más fuerte.


Confianza.



LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 60




Cuando Hernan le sugirió que dieran una vuelta por la isla, lo primero que pensó Margo fue en negarse. Le parecía que no tenía sentido seguir jugando con él, pero le costaba llevarle la contraria.


Así que habían acabado paseando solos, alejados ya de las ruinas. Siguieron un pequeño y sinuoso camino que llevaba hasta otra playa blanca. El agua era de un inimaginable color turquesa.


Hernan se quitó los zapatos y se metió en el agua, haciéndole un gesto para que hiciera lo mismo. Ella dudó un segundo antes de quitarse las sandalias y unirse a él.


Se quedaron allí, de pie y en silencio, contemplando el horizonte.


—No puede haber nada más bonito que esto —murmuró ella.


Se dio cuenta de que él se había girado para mirarla. Esperaba que Hernan no creyera que había dicho eso para que él la contradijera y halagara su belleza.


Avergonzada, se sonrojó e intentó pensar en algo que decir, pero no se le ocurría nada.


Menos aún cuando él tomó su brazo y la giró para que lo mirara a los ojos. Él la observó durante un tiempo, parecía estar intentando memorizar su cara.


—Sí que lo hay —le dijo—. Tú.


No era el tipo de mujer al que se pudiera embelesar con palabras bellas, pero Hernan consiguió que se echara a temblar.


—Paula me contó lo que te pasó cuando eras pequeña —le dijo él mientras acariciaba su rostro.


Lo dijo tan bajo que creyó no haberlo entendido. 


Pero le conquistaron sus ojos, que mostraban gran preocupación y cariño. No pudo evitar echarse a llorar.


Hernan la abrazó con fuerza. Se dio cuenta de que allí se sentía segura. Hacía tiempo que no se sentía así, desde antes del secuestro.


Él tomó su mano y caminaron hasta la sombra de unas palmeras. Allí se sentaron, pero él no soltó su mano.


Estuvieron callados bastante tiempo.


—No se cómo pudiste sobrevivir aquello —musitó Hernan más tarde.


—La esperanza me mantenía viva. Rezaba cada día para que alguien le dijera a mi padre dónde estaba. Y, un día, eso fue exactamente lo que pasó.


Él la abrazó de nuevo.


—¿Cómo puedes seguir adelante con tu vida después de algo así?


—Es que no sigues con tu vida, ésta cambia por completo. Sobre todo la de mi padre. No ha vuelto a ser el mismo.


—Creo que saber esto me ayuda a entender muchas cosas. Comprendo ahora que no quiera perderte de vista.


—Sí… Pero tengo treinta y cinco años. Esto no es saludable para ninguno de los dos. Sufrió una grave depresión y varias crisis nerviosas durante mi secuestro. Todo el mundo piensa que yo soy la víctima, pero no es así.


—Vives con una pesada carga de responsabilidad sobre tus hombros, Margo.


—Bueno, supongo que me siento un poco responsable. Sabía que no debía hablar con extraños y dejé que alguien me engañara.


—Margo, los niños no tienen culpa de nada. Los adultos son los que hacen daño.


Se apartó un poco de ella para mirarla a los ojos y observarla con detenimiento. A pesar de la belleza del paisaje, de los aromas y sonidos a su alrededor, sólo tenía ojos para él.


Hernan se inclinó y la besó. Margo pensó durante un segundo en apartarse, pero se dejó llevar. Se dio cuenta de que él le daba seguridad.


Sin dejar de besarse, se tumbaron en la arena. 


Se miraron durante mucho tiempo, las palabras no eran necesarias. Él volvió a besarla y ella supo en ese instante que podría quedarse allí y con él hasta el fin de sus días.



LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 59




Paula se dio cuenta pronto de lo estupendo que era Luis. Vio en sus ojos que aquello era toda una aventura para el niño. Decidió que iba a disfrutar de ese día en su compañía e intentar ver el mundo a través de sus ojos.


Quería ser el tipo de persona que disfrutaba con las sorpresas, pequeñas o grandes, que la vida le daba, aceptándolas con una sonrisa en vez de pensar que eran sólo problemas.


Así veía a Luis, no como a un polizón y un problema que los haría volver a la isla de Tango esa tarde, sino como una agradable sorpresa.


Pedro tuvo que hacer dos viajes con el bote para llevarlos del Gaby a la playa. Ella fue en compañía de Luis y las hermanas Granger en el primer viaje. Saltaron a la arena de la playa con gritos de júbilo mientras Pedro volvía al barco a por el resto.


Todo permanecía en estado salvaje, nada mostraba que allí hubieran vivido personas. No había edificios ni nada parecido. Sólo una infinita playa de arena blanca y agua cristalina.


Lyle y Lily extendieron sus toallas bajo una palmera mientras Luis y ella se entretenían construyendo un castillo de arena. Acababan de terminar el foso cuando llegó Pedro con Hernan, Margo y su padre. Las hermanas Granger llamaron al profesor para que las acompañara y usara la toalla que les sobraba. En cuanto llegó a su lado, las señoras comenzaron a hacerle preguntas sobre su trabajo y sus estudiantes.


Pedro dejó el bote sobre la arena y se acercó hasta donde estaban ellos, trabajando ya en los cimientos del castillo.


—¡Vaya! ¡Es impresionante!


—¿Por qué no nos ayudas? —le sugirió ella.


—¡Va a ser enorme! —le dijo Luis con entusiasmo.


—Bueno, entonces creo que vais a necesitar un poco de ayuda.


Trabajaron durante algún tiempo sin hablar. Paula se concentró en perfeccionar el foso. Pedro y Luis preparaban las paredes del castillo.


Cuando lo terminaron, la fortaleza tenía cuatro pisos de altura y una torre como la del cuento de la princesa Rapunzel.


Luis llevó los cubos hasta el mar y comenzó a hacer viajes con agua para llenar el foso.


Ella se levantó y fue hasta unos arbustos cercanos, donde cortó algunas flores tropicales de brillantes colores.


—Como no tenemos damiselas en apuros, tendremos que sustituirlas por algunas flores que adornen el castillo —les dijo mientras colocaba una flor en cada ventana del castillo.


—El toque femenino —comentó Pedro.


Lo miró a los ojos. Hace sólo algunos días, le habría hablado con sarcasmo, pero ese tono había desaparecido por completo.


A mediodía, prepararon unas toallas bajo las palmeras y sacaron la comida de las neveras portátiles. Luis comió con el apetito del que sabía lo que era pasar hambre. Se le hizo un nudo en la garganta al ver al niño disfrutar tanto con aquello.


Cuando terminaron, guardaron lo que había sobrado en las neveras y Pedro sugirió que dieran un paseo hasta el otro lado de la isla, donde aún estaban en pie las edificaciones de piedra que habían construido los antiguos colonos.


A todos les gustó la idea, incluso al profesor Sheldon, que ofreció con caballerosidad sus brazos a las hermanas Granger. Caminaron durante media hora entre risas y bromas. Hernan contó otra de sus tontas historias de miedo y, a pesar de ser muy inocente, a Luis le asustó y buscó su mano. Anduvieron así el resto del camino y a Paula le encantó ver que alguien la necesitaba. Era una sensación nueva para ella.


Llegaron a una playa donde había una docena de cabañas de piedra. Tenían buen aspecto, sólo les faltaban los tejados.


—Es sobrecogedor —comentó ella estremeciéndose.


—¿Vivía gente aquí? —le preguntó Luis.


—Sí —repuso Pedro.


—¿Es esta la isla donde un huracán acabó con todo el mundo?


Pedro asintió. Luis corrió a una de las cabañas y tocó con sus manos las piedras que la formaban, como si quisiera comprobar que de verdad estaban allí. Hernan y Margo se acercaron a él y le dijeron algo. Hernan tomó la mano del niño y caminaron juntos por el pequeño pueblo.


Pedro y ella se sentaron en una enorme roca que parecía haber marcado la entrada de algún sitio. El sol se escondió detrás de algunas nubes y ella se quitó las gafas.


—Es horrible pensar que toda una población pudiera desaparecer así, sin más, en unos minutos.


Pedro no le contestó, se quedó callado.


—Así es la vida muchas veces. El sol brilla y todo está bien y, al minuto siguiente, ya no reconoces el mundo a tu alrededor —dijo con amargura en su voz.


—¿Estás hablando de Gaby?


Él la miró con dolor en los ojos.


—Cuando vives tu vida de una manera determinada, todo te parece normal y lógico. Cuando trabajaba tantas horas al día y no pasaba tiempo en casa, me daba la impresión de que estaba haciendo lo correcto, asegurando el futuro de mi familia. Daría cualquier cosa por poder volver atrás y cambiar las cosas, cambiar cómo era yo.


—¿Qué es lo que cambiarías?


—Lo poco que apreciaba lo que tenía —le dijo él sin dudar un segundo—. Pienso en mi hija y en que muchos días me iba de casa antes de que despertara y volvía cuando ya estaba acostada. ¿En que demonios estaba pensando? ¿Cómo podía creer que el trabajo o cualquier otra cosa podía ser más importante que ella?


Pedro


—No te cuento esto para conseguir que me hagas sentir mejor —la interrumpió él—. Metí la pata hasta el fondo y yo soy el único culpable de ello.


Quería decirle muchas cosas, pero no lo hizo. 


Sabía que Pedro no quería escucharla, que necesitaba aceptar su responsabilidad sobre lo que había pasado para poder curar sus heridas.


Pensó en su propia vida y en las decisiones que había tomado y se dio cuenta de que había llegado a una encrucijada. A un lado estaba el camino hacia su vida anterior. Al otro, se abría el camino que llevaba a una nueva vida y a una nueva Paula. Una mujer que quería dar en lugar de reclamar lo que creía pertenecerle.


Luis volvió con Hernan y Margo. Parecía estar muy feliz. Los observó y algo se encendió en su interior. Se dio cuenta de que le estaba pasando lo mismo que a Cole, no quería volver a ser la de antes. Nunca había pensado en tener niños.


Y ahora veía que quería ser el tipo de persona que pudiera conseguir que un pequeño como Luis sonriera.