martes, 6 de marzo de 2018

EN LA NOCHE: CAPITULO 14





-Mis padres nos esperan a las siete.


-Tenemos tiempo –dijo Pedro, desviando el coche hacia el aparcamiento del colegio.


Se detuvo junto a un gran edificio de ladrillo amarillo y apagó el motor.


Un grupo de niños jugaba en el patio del colegio. Corrían de un lado a otro tras la pelota, esquivando a sus compañeros. 


El otro lado del patio bordeaba un pequeño parque, al que se accedía por una estrecha senda que desembocaba en un claro, donde había un enorme sauce llorón y un par de bancos de madera. Un anciano de cabellos blancos paseaba al perro por el sendero, mientras una joven pareja empujaba un cochecito de bebé calle abajo. Desde el coche, Pedro contemplaba la idílica escena con algo de envidia.


Probablemente, Paula había estudiado en aquel colegio. Se la imaginaba en el patio de recreo, jugando y peleándose con sus hermanos mientras su madre los esperaba en casa, cocinando una deliciosa cena, y su padre leía el periódico en el sofá del salón. Y si la escena resultaba demasiado estereotiopada, se debía sin duda a la poca experiencia que tenía Pedro en aquellos asuntos.


-Mi padre es un fanático de la puntualidad –comentó Paula.


-Hay algo de lo que tenemos que hablar primero. Es importante.


Paula se arrellanó en el asiento, dispuesta a escuchar.


-Está bien.


Pedro estudió su perfil. Observó la aterciopelada textura de sus mejillas, la suave curva de su barbilla y sus labios tensos. Había estado evitándolo durante los últimos dos días. Exactamente desde el incidente del chocolate.


No entendía cómo podía haber sido tan estúpido. Javier le había advertido de los peligros que entrañaba implicarse personalmente en un caso. A fin de cuentas, él era igual que Bergstrom. No, peor. De Bergstrom era exactamente aquello lo que se podía esperar. Pero no de él. Pedro sabía dónde estaba el límite. O al menos, era lo que creía hasta entonces.


Se le encogía el corazón cuando pensaba en Paula. Su dulce y espontánea respuesta se había transformado en vergüenza cuando él le dijo que sólo estaba fingiendo.


Pero no había tenido elección. Era la única manera de continuar con la investigación. El problema era que aquella actitud le hacía convertirse en un canalla.


-Venga, vamos –le dijo, abriendo la puerta-. Vamos a dar un paseo.


Paula dudó durante un instante. Después pareció tomar una decisión; se desembarazó del cinturón de seguridad, salió del coche y lo siguió por el camino hacia el sauce.


-Hay una reunión con los Fitzpatrick prevista para el viernes por la tarde. Será en su casa –dijo Paula, bajando la vista-. Tengo que preparar el menú con Marion Fitzpatrick. Supongo que querrás hablar con mi padre del trabajo esta noche.


-Claro; para eso hemos venido.


-Eso ya lo sé. No soy estúpida –cortó Paula, herida en su orgullo.


Un tenso silencio se hizo entre ellos, hasta que Pedro se decidió a tomar la palabra.


-Escucha, Paula. Siento mucho lo que pasó el otro día.


-Ya soy demasiado mayor como para necesitar que alguien se preocupe por mí. Lo del otro día no significó nada. Y si lo que te temes es que me eche atrás en este asunto, no te preocupes por nada. No tengo ninguna intención de perderme el dinero de la recompensa. Y si eso es todo lo que querías decirme… -concluyó, mirando expresivamente el reloj.


-No, hay algo más –Pedro rebuscó en su bolsillo, sacando una pequeña caja de terciopelo-. Esto es para ti.


Paula contuvo el aliento, sorprendida.



-Te he comprado un anilló.


Temblando de emoción, tomó la caja entre sus manos.


-Pedro, no tenías que…


-Sí que tenía. Necesitas un anillo de compromiso.


-Pero…


-Tus padres esperarán que te haya regalado uno.


-No había pensado en ello, pero supongo que tienes razón.


-Bueno, pues póntelo.


Paula abrió el estuche. En el interior reposaba un anillo de delicado diseño, con flores de manzano labradas en oro, y un diamante en el centro de la más grande.


-Espero no haberme equivocado con el tamaño; si no te vale, podemos ir a cambiarlo mañana. Pruébatelo.


Le sentaba perfectamente, mejor de lo que Pedro había imaginado cuando lo eligió. Paula miró el anillo con arrobamiento.


-Gracias –dijo lanzándole una tímida mirada.


Pedro sintió unos irreprimibles deseos de besarla. Aquello era lo que hacían los novios al declararse. Y no un beso rápido, de compromiso, frente al hermano de la novia, sino un beso de amor de verdad, abrazándola estrechamente, entreabriendo los labios con delicadeza hasta notar el calor de su boca. Murmurarle palabras dulces en medio del beso, prometiéndole amor eterno, hablándole de un futuro en común en el que pasearían por aquel parque, con su hijo de la mano, camino de un hogar lleno de felicidad.


Se dijo que aquel caso estaba afectándolo gravemente. 


Nunca había perdido los papeles de aquella forma. Tenía que olvidar todo aquello y recordar que estaba trabajando.


-Esto hará que tu padre se convenza de que vamos en serio.


La sonrisa de Paula desapareció bruscamente.


-Por supuesto es la mejor prueba que podemos darles de nuestras inteciones –volvió a mirar el reloj-. Será mejor que nos vayamos, o llegaremos tarde.


EN LA NOCHE: CAPITULO 13





Pedro observaba atentamente los precisos movimientos de Paula. En un instante, la cocina se llenó de agradables aromas. Pedro se aproximó a la mujer e inhaló.



-¿Qué has dicho que iba a hacer con esto?


Aunque sus cuerpos ni siquiera se rozaron, Paula pudo sentir descargas eléctricas en todos los nervios. Tomó un poco de aire. Tras el dulce y sólido olor del chocolate se distinguía el limpio perfume a jabón y loción de afeitado de Pedro.


-¿Qué voy a hacer con qué?


-Con el chocolate.


-Ah, es para los profiteroles. Cuando la mezcla está fría, se pone en esta manga pastelera, se introduce la punta en el interior del pastel y se aprieta, empujando.


Dos expresivos círculos tiñeron sus mejillas, y Paula bajó los ojos, confundida. No había nada de sugerente en poner relleno a un pastel de crema. Nada en absoluto.


-Suena muy tentador –dijo, rebañando con el dedo la cuchara manchada de chocolate.


-Todavía está caliente –advirtió Paula, cautelosa.


-No puedo resistirlo –contestó Pedro, chupándose el dedo con fruición-. ¿Te importa?


-No; de hecho, he cocinado las natillas para probarlas, así que…


Paula se olvidó de la frase. No podía apartar los ojos de Pedro, que daba buena cuenta de los restos de chocolate que aún adornaban sus labios.


Esta vez el cambio de ritmo en los latidos de su corazón no la sorprendió. En realidad, su pulso no había vuelto a funcionar con normalidad desde que Pedro irrumpió en su vida.


-Su sabor es todavía mejor que su aroma –dijo Pedro, acercando el dedo de nuevo a los restos de chocolate de la cuchara.


-Me alegro de que te guste. Tiene un poco de chocolate amargo, un poco de chocolate con leche y una pizca de clavo.


-¿No quieres un poco?


Un pedacito de chocolate bordeaba la comisura de su boca. 


Paula había sentido aquellos labios sobre los suyos en dos ocasiones. O en más de dos, si contaba las veces que había repetido la escena en su imaginación.


-No, voy a esperar a que se enfríe.


-Caliente está muy bueno.


-Nunca lo he probado.


-Entonces, permíteme.


Pedro introdujo rápidamente el dedo en la mezcla y se lo ofreció con una sonrisa.


Fue un gesto inocente; Paula lo había hecho cientos de veces con sus sobrinos y hermanos. Cuando eran pequeños se peleaban, incluso, por los restos que quedaban en el recipiente. No había motivo para rehusar el ofrecimiento.



En el mismo instante en que notó su dedo entre los labios se dio cuenta de que había cometido un error. Dulce, caliente y espeso, el chocolate resbaló por su garganta. Paula sintió en la boca la textura de la piel de Pedro, la yema de sus dedos perfilando sus labios.


Paula clavó los ojos en las pupilas del hombre, mientras Pedro retiraba poco a poco el dedo de su boca.


Aquél fue el segundo error. Ya no había nada inocente en lo que estaban haciendo. No había nadie en la habitación; no era necesario fingir, ni continuar con todo aquello.


Lenta y deliberadamente, Pedro tomó un poco más de chocolate y volvió a ofrecérselo.


Sin dejar de mirarlo, Paula tomó su mano y, sujetándola con suavidad, abrió sus labios y chupó golosamente el líquido que resbalaba por los dedos. Una descarga eléctrica recorrió el brazo de Pedro. Sonriendo al comprobar los efectos que aquel sensual juego estaba produciendo en Pedro, Paula recogió a su vez una gota de chocolate y la colocó entre los labios de Pedro. Él lamió lentamente la punta de sus dedos y sonrió. Aceptando el desafío, introdujo el índice en la salsa humeante y pasó el dedo manchado de oscuras gotas por la fina hendidura que separaba los senos de la mujer.


Paula dio un salto.


Pedro! ¿Qué haces?


-Probar las natillas –murmuró él, aproximándose.


Paula notó que sus rodillas se debilitaban. Aquello era una locura. De pronto, Pedro bajó la cabeza, y Paula sintió la fuerza de su lengua en el pecho.


Tomándola en sus brazos, Pedro prolongó el contacto, acariciándole la espalda. Paula sentía el calor de sus músculos, tensos bajo el ligero algodón de su camisa.


Un calor desconocido se instaló entre sus piernas, respondiendo al suave balanceo que las caderas de Pedro imprimían.


Aferrándose a sus hombros, Paula lo atrajo hacia sí, entreabriendo las piernas para albergarlo.


-Paula –susurró Pedro, en un gemido estrangulado-, yo…


El repentino sonido del teléfono interrumpió la cálida escena. 


Ahogando un juramento, Pedro levantó la cabeza. Paula abrió los ojos, desconcertada. Frente a ella, el rostro de Pedro cambiaba rápidamente de expresión, borrando de sus facciones el profundo deseo que mostraba un minuto antes.


Aspirando una honda bocanada de aire, Paula se sujetó al borde de la mesa para recuperar el equilibrio.


El teléfono continuaba sonando con insistencia.


Pedro se frotó los ojos con fuerza, y pasándose la mano por el pelo, intentó recomponerse.


-Siento mucho lo que ha pasado. Estaba fuera de control.



Con los dedos entumecidos por la sorpresa, Paula se arregló el cuello de la camisa.


-Es uno de los riesgos de este tipo de trabajo –continuó Pedro-. A veces te metes tanto en el papel, que llegas demasiado lejos, aunque no sea necesario.


-Te metes tanto en el papel… -repitió Paula en voz baja.


-Sí, eso es –repuso Pedro, metiéndose las manos en los bolsillos- te pido disculpas.


Quizá él pesaba que ella había estado actuando, pero para Paula había sido muy real. Tenía muy poca experiencia en aquellos temas, pero no había fingido nada.


Pero luego recordó el incidente de la noche anterior. Pedro, el rudo policía que se había paseado, desnudo e impasible por su habitación. Se sentía estúpida. Para él no significaba nada, sólo una parte más de su arriesgado trabajo.


Sintiéndose vencida y humillada se dirigió a contestar el teléfono.


Era Geraldine, para felicitarla por su repentino compromiso. 


Ya había recibido las seis llamadas que esperaba. El engaño funcionaba mejor de lo que había previsto.


Hasta con ella misma.





EN LA NOCHE: CAPITULO 12




Paula colgó el teléfono y se secó las manos en el delantal. 


Aquélla era la quinta de las seis llamadas que esperaba haber recibido. Sólo faltaba su cuñada Geraldine, que soportaba pacientemente su séptimo mes de embarazo y que, indudablemente, tenía cosas más importantes en qué pensar.


Las llamadas habían empezado en cuanto llegó a casa. El teléfono ya estaba sonando cuando abrió la puerta. Su madre fue la primera. Estaba tan contenta por la noticia que casi la perdonaba por no habérselo contado inmediatamente.


Así que el numerito que ella y Pedro habían montado delante de Armando y Judith había funcionado. Su cuñada se lo había contado a todo el mundo, y todos ardían en deseos de felicitarla.


Se dirigió a la cocina y, tomando una cuchara de madera continuó removiendo la salsa de leche y chocolate que estaba preparando en el fuego.


Se había pasado cinco años diciendo a su familia que no pensaba casarse jamás. Que prefería ser una mujer independiente. Que no tenía intención alguna de enamorarse otra vez y pasar todo aquel dolor de nuevo.


Pero a la vista estaba que nadie la había tomado muy en serio. Quizá la gente creyera sólo lo que deseaba creer.


Pero Pedro sí que había entendido su deseo de permanecer soltera. La había escuchado cuando habló de Ruben, y Paula sintió que la comprendía, lo notó por la forma en que le acarició la mano. Con simpatía, acompañándola en su dolor.


Un golpe sonó en la puerta, y Paula dio un respingo, soltando la cuchara. Con toda probabilidad, sería el técnico del aire acondicionado, había prometido que pasaría por allí en algún momento, por la tarde.


-Gracias por venir tan pronto –dijo Paula, abriendo la puerta-, espero que no sea nada… Ah, hola, Pedro.


-¿A quién esperaba esta vez?


-Al técnico de aire acondicionado –contestó, echándose a un lado para dejarlo pasar.


-Paula, de verdad, creo que deberías ser más cuidadosa y comprobar quién llama antes de abrir la puerta.


-Creo que ya hemos tenido esta conversación.


-Y la tendremos una y otra vez, hasta que empieces a ser más cuidadosa.


-Escucha, Pedro, ya no soy una niña. Tengo veintiocho años, y he pasado varios años arreglándomelas sola antes de que tú…


-Vale, vale –cortó Pedro-. La próxima vez te llamaré antes de venir.


Paula suspiró, intentando controlarse.


-Perdona. No estoy de humor, eso es todo.


-¿Estás ocupada?


-Sólo estoy probando una receta nueva. Si quieres, podemos hablar mientras cocino.


-¿Es que te ha ido mal con tu familia? –preguntó Pedro, mientras la acompañaba a la cocina.


-La verdad es que no. Mi madre estaba encantada, papá no ha dicho nada. Creo que se reserva su opinión hasta que te conozca. Nos han invitado a cenar el miércoles.


-Estupendo, así tendré una oportunidad de mencionar el asunto del trabajo.


Paula se dispuso a batir yemas de huevo, añadiéndoles puñados de azúcar lentamente.


-¿No crees que es un poco pronto para plantearlo?


-No, he pensado algo que creo que funcionará. No puedo decir a mi futuro suegro que busco trabajo desesperadamente; no le causaría una buena impresión. Le diré que me han dado una cantidad bastante razonable como indemnización en mi anterior puesto, así que de momento no necesito apresurarme, pero que quiero trabajar contigo, ayudándote, para pasar más tiempo juntos.


-Sí, parece… razonable.


-Estamos tan enamorados que no queremos pasar ni un minuto separados.


-Vale –dijo ella, mientras vertía la mezcla de leche y chocolate en el recipiente donde reposaban las yemas.


-Le diré a tu padre que me preocupa que pases tanto tiempo sola, en la furgoneta, yendo de un lado para otro.


La verdad era que Pedro había pensado en todo.


-Creo que es una buena idea.


-Estoy seguro –contestó Pedro, complacido-. ¿Qué estás cocinando?


-Natillas de chocolate –Paula colocó con cuidado la fuente en el fogón-. Es uno de los rellenos que quiero probar para los profiteroles que he hecho esta mañana.


-Huele muy bien. Me encanta el chocolate –dijo Pedro, sonriendo.


El calor de su sonrisa la tomó por sorpresa. Había olvidado todo lo relacionado con la investigación, sencillamente estaba disfrutando de una agradable charla en la cocina de su casa con aquel atractivo hombre, que con sólo una sonrisa conseguía acelerarle el pulso.


Pero no era lo pactado. Ninguno de los dos quería una implicación personal.


Paula volvió su atención hacia la salsa.


-Tengo que seguir removiendo hasta que espese.


-¿Esto es para la fiesta que estábamos preparando ayer?


-No, sólo han pedido canapés. Esther y Christian se están encargando de eso.


-Christian es uno de los gemelos, ¿no?


-Sí, Jeronimo y él han estudiado cocina.


-Bueno, tú no lo haces nada mal.


-Gracias. Estoy probando unas recetas de postres para una reunión de antiguos alumnos que tenemos la semana que viene. Aunque no suelo preparar los platos aquí. Esta cocina es demasiado pequeña. La de mi restaurante será espaciosa, y bien equipada.


Pedro aprovechó la mención del restaurante para cambiar de tema.


-¿Qué tal va el asunto de Fitzpatrick?


-Ayer empezamos a confeccionar el menú. Parece que van a ser muchos invitados, pero no sabremos todos los detalles hasta la primera reunión.


-¿Hay alguna posibilidad de que la reunión sea en su casa?


-Pues la verdad es que será lo más probable. A la mayoría de nuestros clientes les gusta que echemos un vistazo al lugar antes del día señalado, por si hay que hacer algún arreglo, o cambiar algo –Paula terminó de remover las natillas y apagó el fuego-. Supongo que querrás venir a la reunión.


-Claro. Así que, cuanto antes hable con tu padre, mejor