viernes, 15 de mayo de 2020

SU HÉROE. CAPÍTULO FINAL




Después de aquella charla, ¿qué podía hacer una mujer que acababa de dar a luz excepto romper a llorar?


—¿Por qué estoy llorando? —susurró—. Acaba de amanecer en mi corazón y sin embargo estoy llorando como si se me hubiera roto.


Pedro la besó en la mejilla.


—¿No te parece que puede ser a causa de las diecisiete horas que llevas sin comer, sin dormir, y sufriendo ese horrible dolor?


—En realidad no me ha dolido tanto.


La explosión de risa de Pedro pudo oírse seis plantas más abajo.


—¡Dile eso a mi brazo! Aún estoy esperando que recupere la sensibilidad.


—Pobrecito —Paula alzó una mano, le acarició la barbilla y luego la pasó tras su cabeza, dejando bien claro dónde quería exactamente su boca. Obviamente, Pedro había pensado lo mismo. El tiempo pareció suspenderse cuando sus labios se encontraron. Pedro no se apartó hasta que oyeron un extraño ruidito a su lado.
Lola. Llorando.


Una enfermera entró y dijo animadamente:
—Creo que la niña tiene hambre, mamá. ¿Piensas amamantarla?


—Eso espero —contestó Paula. Un poco nerviosa—. ¿Das... clases?


—Para eso he venido, y sé que te va a ir muy bien —la enfermera se volvió hacia Pedro —. ¿Puede papá sostener a su nenita mientras yo preparo a mamá?


Su nenita.


Aquellas palabras sonaron tan bien a oídos de Pedro...


Paula lo observó en silencio, conteniendo el aliento. Entonces vio que sonreía y alargaba los brazos mientras la enfermera tomaba a la pequeña Lola de su cuna.


Su hija. La hija de ambos.


—Por supuesto que a papá le encantará tener a su nenita en brazos —dijo él con suavidad.





SU HÉROE. CAPÍTULO 50




Cuando, un rato después, instalaron una cunita a su lado, Pedro aún no había aparecido. Tal vez no pensaba volver. Paula estaba mirando a la niña cuando él entró en la habitación.


—Tengo buenas noticias —dijo, sin saludar, sin sonreír.


—¿Sí? —el corazón de Paula latió más deprisa. El simple hecho de verlo bastó para que se sintiera aturdida de necesidad, de deseo.


Y de amor.


¿Cuándo había sucedido? No podía localizar el momento concreto, el día, la semana. 


Simplemente sabía, como sabía su propio nombre, como sabía que sería capaz de morir por Lola, que Pedro formaba parte de su corazón y de su alma.


Pedro se acercó a la cama y se detuvo a casi un metro de ella.


—Quería contártelo enseguida —dijo—. He encontrado al tipo. Fue lo que dijiste sobre las seis plantas vacías del edificio en que Benjamin tenía sus oficinas. Los accionistas de Benjamin no fueron los únicos en sufrir cuando él se fue del país. Tenía otros acreedores, y con una empresa como la suya, quienquiera que le hubiera alquilado las seis plantas ocuparía un importante lugar en la lista. Hice que la policía lo comprobara anoche y acaban de confirmármelo. Se trata de un estudiante de Boston cuyo padre es dueño del edificio en que Benjamin tenía sus oficinas. Ya lo han arrestado.


Paula contempló la hermética expresión de Pedro por encima de su precioso bebé. Pasó unos segundos debatiendo si debía decirle lo que sentía.


La respuesta fue sí.


—¿Crees que eso es lo que me preocupa? —Preguntó, y el tono de su voz fue subiendo con cada palabra—. Miro por primera vez a mi niña y cuando vuelvo a alzar la vista has desaparecido. No sé si vas a volver y, cuando lo haces, lo único que se te ocurre decirme es que la policía ha practicado un arresto. ¡Qué bien! ¡Es estupendo! Has hecho tu trabajo y deberías sentirte orgulloso. ¡Ahora puedes salir de mi vida!


Rompió a llorar. Dolor y liberación, inseparablemente unidos. ¿Hormonas? ¡Pues que fueran las hormonas! Las hormonas tenían mucho sentido. Mucho más que los asesores de seguridad demasiado fuertes y demasiado competentes.


Pedro se acercó y se sentó en la cama. Deslizó un solo dedo por el dorso de la mano de Paula.


—Te quiero.


—Y yo te odio. Ya hemos tenido esta conversación durante el parto, ¿recuerdas? —Paula sorbió por la nariz, apartó su mano del delicioso contacto de la de Pedro y se llevó un pañuelo de papel a la nariz—. ¿Tenemos que repetirla?


—Tú no me odias.


—Y tú no me quieres. Al parecer, los hombres y las mujeres se mienten durante el parto. La verdad aflora cuando el bebé nace.


—Sí te quiero. No sé cómo ha sucedido, pero algo se ha liberado en mí desde que te he conocido. Una especie de desconfianza latente que existía incluso antes de que me casara con Barby. Probablemente habría desaparecido en un buen matrimonio, pero Barby y yo no tuvimos un buen matrimonio.


—Me lo dijiste cuando nos conocimos.


—Y pasé los siguientes seis meses deseando no haberlo hecho, negándome la oportunidad de volver a verte. Me daba miedo el poder del contacto que establecimos bajo los escombros. Te quiero. Y me ha dolido que no me incluyeras en tu felicidad cuando la niña ha nacido. Me ha parecido que ya no contaba para ti cuando acababa de darme cuenta de que tú lo eras todo para mí y después de haber pasado toda la noche probándolo.


—Si ya sabías que yo significaba tanto para ti, ¿por qué te has ido?


—Me he ido porque me dolía quedarme sabiendo que no era el lugar que me correspondía, que no me querías y que ni siquiera considerabas que Lola significaba algo para mí también.


Paula trató de decir que aquello no era cierto, pero Pedro la ignoró.


—Me ha parecido que lo único que podía hacer era mi trabajo. Y lo he hecho. Y ahora... te quiero. Si no quieres saber nada al respecto, supongo que no me quedará más remedio que vivir con ello, pero seguirá siendo verdad —sus palabras fueron precipitadas, intensas—. He estado aquí para ti y para Lola, pero no me ha parecido que tú me necesitaras. Si me quieres, dímelo, no me grites por haberme ido. Estoy aquí y quiero casarme contigo, y si dices que sí, estaré aquí el resto de mi vida.