viernes, 24 de noviembre de 2017

MI UNICO AMOR: CAPITULO FINAL




No se acostó en la cama, en lugar de eso, se acercó a la ventana de su dormitorio y miró hacia abajo donde los faroles reflejaban una luz naranja sobre el pavimento. Quizá la conmoción la arrastraba y la aletargaba. Ella se consideraba calmada y controlada, pero tenía el cuerpo aterido y lo que sucedía le parecía irreal.


Vio que Pedro ayudaba a Rebecca a subir en la ambulancia. 


Él la siguió y cerró las puertas. Paula presionó las yemas de los dedos sobre el cristal de la ventana como si de alguna manera eso lo mantuviera cerca de ella, pero la ambulancia emprendió camino y la frágil conexión se rompió.


Ahí quedaba todo, era el final. No volvería a verlo. Las lágrimas la quemaron y se frotó los ojos con una mano temblorosa. Las lágrimas no lo harían regresar, pero su mente no lo aceptaba y no pudo contenerse.


Fue al baño y abrió los grifos de la bañera. Tenía las piernas frías, como si una mezcla helada hubiera penetrado hasta sus huesos y se remojó un rato para que el calor la invadiera. Cuando el agua comenzó a enfriarse salió de la bañera, se secó y se puso una bata de seda.


Regresó a su alcoba y se sentó sobre la cama con los ojos fijos en la pared. Así se mantuvo un buen rato, sin moverse, con la mente llena de dolor de haber perdido y anhelando lo que pudo ser. Despacio, extendió un brazo para levantar el cepillo del tocador y comenzó a desenredarse el pelo hasta dejar que los rizos cayeran sobre sus hombros como una cortina sedosa.


No oyó las pisadas sobre la alfombra y cuando Pedro entró y se sentó a su lado, Paula respiró profundo y dejó caer el cepillo al suelo.


—Lo lamento —murmuró él—. Traté de no hacer ruido por si dormías —dejó una llave sobre la mesita de noche—. Se la quité a Rebecca cuando íbamos en la ambulancia —explicó.


Paula hizo un esfuerzo por dominarse.


—No esperaba que regresaras esta noche. ¿Quedó todo arreglado, por el momento? ¿Está ella bien?


Él asintió.


—Le dieron un sedante muy fuerte y el médico la verá de nuevo mañana para llegar a un diagnóstico más preciso. Mientras tanto, hice arreglos para que su hija se quedara con una tía. Creo que Sophie estará bien con la tía porque se han visto con frecuencia.


Pedro seguía teniendo un vacío en los ojos y Paula creyó adivinar que él sufría.


—Debes estar muy afligido por lo sucedido, pero estoy segura de que cuidarán bien de Rebecca —habló con voz remota—. La clínica que mencionaste tiene renombre.


—Sé que estará segura, pero presiento que tardarán en devolverle la cordura —hizo una mueca—. Supongo que el divorcio debió afectarla mas de lo que creímos —se pasó una mano por el cabello oscuro—. Yo tengo la culpa, debí darme cuenta de lo que le ocurría.


—No creo que haya sido tu culpa —dijo Paula—. Nadie imaginó su estado: Sus parientes, sus amigos, ni Adrian —tras la cortina de su cabello sé observó los dedos—. Si alguien es culpable, esa soy yo por exigirle demasiado. De no haber…


—No seas tonta. También tú sufriste mucha presión durante las últimas semanas. Te amenazaron, te molestaron y te preocupaste por lo que encontrarías al doblar la esquina. ¿Quién sabe hasta dónde llegaría ella? Esta noche fue la culminación de lo que estuvo acumulándose desde tiempo atrás —volvió a mirarla—. Ha sido una noche terrible para ti. Tuviste que esperar, sabiendo que ella vendría, pero ignorabas a qué peligro te expondría —extendió una mano para apartarle de la mejilla unos rizos castaños—. ¿Realmente creíste que permitiría que te enfrentaras a ella sola?


Paula jugueteó con el borde de su bata. No sabía qué pensar.


—¡Mírame! —exigió Pedro y cuando ella obedeció, deslizó los dedos por la curva del cuello de ella y con los pulgares delineó la línea de la mandíbula. Volvió el rostro de Paula para verla de frente—. Eso pensaste —comentó con el ceño fruncido—. Vine esta noche porque presentí algo malo y pensé que podrías necesitarme. Cuando me hablaste de los anónimos yo te respondí que quería ayudarte. ¿No te dije que investigaba el asunto? —tenía la boca firme y dura—. ¿Qué clase de hombre crees que sería si olvidara algo como eso?


Ella tragó con cuidado y evocó aquel día en la oficina cuando Rebecca se presentó de manera inesperada y los perturbó.


Sus mejillas se tiñeron y habló ronca:
—No comprendo nada de esto. Dices que viniste a ayudarme, pero, ¿por qué lo harías? Últimamente me tratabas como si… Como si me odiaras. Fuiste mordaz y estabas enfado… —sus ojos se ensombrecieron—. Rebecca insinuó que yo provoqué el fuego y tú le creíste.


No pudo controlar el leve temblor de su boca y Pedro levantó una mano para deslizar el pulgar sobre sus labios.


—Quise ver cómo funcionaba su mente.


La explicación no calmó a Paula y ella desvió el rostro.


—Todo el tiempo estabas de un humor pésimo. Me echabas en cara todo lo que yo te decía —le recordó.


—¿Y qué esperabas? —refutó y le ciñó los hombros—. Te dije que no había café. Más tarde encontré la maldita cafetera en el anexo. Te aseguro que ese obrero tendrá que explicarme muchas cosas.


Paula no permitió que esas excusas la distrajeran. Tampoco cedería a las cálidas sensaciones que generaban las caricias rítmicas de los dedos de él. Pedro incitaba su pulso, pero lo hacía sólo para consolarla por un día terrible; no significaba que hubiera algo personal en ellas. De todos modos, debía pensar en asuntos más importantes.


—No fue sólo el café —echó chispas por los ojos—. El día anterior irrumpiste en mi casa para insinuar que yo le había dado información a Blake. ¿Cómo pudiste pensar que yo era capaz de cometer una vileza parecida?


—No lo creí, pero estaba de mal humor y Rebecca no ayudó al decirme que faltaban algunos documentos y que era urgente que los recuperáramos.


—Tu mal humor era evidente y no cambió cuando regresaste a la oficina. Fuiste muy grosero conmigo. Debiste saber que me sentía muy mal, pero eso no te importó —protestó Paula.


—¿Te importó a ti abandonarme el día que me hablaste de los mensajes y de la copa de vino antes de que Rebecca regresara a la oficina? Te fuiste sin volver la cabeza. Premeditaste lastimarme, ¿no? Me incitaste y te fuiste.


—¿De modo que te sentiste frustrado? —apretó la boca—. Lo lamento, ignoraba que te fuera tan difícil organizar tu harén —continuó iracunda—. Supongo que debí quedarme sentada mientras tú girabas alrededor de tu amiguita número uno. "Espera ahí, señorita Chaves, te atenderé cuando tenga un momento libre…". Pues bien, piénsalo mejor porque no seré el plato de segunda mesa de nadie. A ti quizás te convenga picotear aquí y allá, donde se te antoje, pero no cuentes conmigo.


—¿Estás celosa? —sonrió de manera enfurecedora—. Me alegro —le oprimió los brazos—. Ahora sabes cómo me sentía cada vez que te veía abrazando a Adrian como si fueras su amiguita del alma. Comencé a odiar a mi cuñado. Sólo Dios sabe que era como una fiebre que amenazaba dominarme. Te necesitaba y tú te limitabas a menospreciarme.


—No es verdad —quedó boquiabierta—. ¿Qué quisiste decir con "me alegro"? ¿Desde cuando te interesan mis sentimientos? Nunca pensaste mucho en mí. Siempre estabas ocupado abrazando a Rebecca. Yo sólo la reemplazaba en su ausencia —la voz se le quebró—. Sé que ella significaba mucho para ti. Esta noche comprobé lo mucho que la quieres, pero tendrás que acostumbrarte a no verla durante unos meses. Supongo que para ti el amor es una cosa y el sexo es otra. Tendrás que dominar tus impulsos sexuales durante un tiempo porque yo no satisfaré tus necesidades.


Pedro apretó la boca y comenzó a zarandearla al grado de que los dientes de Paula castañetearon.


—Me enfadas tanto que me dan ganas de acostarte sobre mis piernas para darte unos buenos azotes —masculló—. ¿Qué clase de hombre sería si quisiera reemplazar a una mujer con otra? ¿No me crees capaz de tener un poco de decencia y sentimientos normales? —volvió a zarandearla como si ella fuera una muñeca de trapo—. No sé por qué me ocupo de ti. ¿Qué agradecimiento recibo por haberte cuidado casi toda la noche desde la calle? Debí estar loco al pensar que necesitabas protección. Puedes cuidarte sola con esa lengua afilada que tienes.


—Deja de… Zaran… dear… me —balbuceó—. No quise decir… Más bien, creí que la amabas, creí… Ya no sé qué pensar, estoy muy confundida —terminó con tristeza.


—Mujer tonta, no amo a Rebecca —volvió a zarandearla—. Hasta que te vi nunca me había enamorado —la observó con furia—. ¿Por qué tuve que enamorarme de una mujer regañona que me enloquece? ¿Qué clase de vida podríamos tener si no dejamos de reñir? —casi gruñó—. Tendremos que aclarar algunas cosas, ¿comprendes? Soy un alma bondadosa —su voz le pareció áspera a Paula—. Me agrada la tranquilidad —la observó con ojos brillantes—. Me gusta sentarme cómodo y permitir que la vida se deslice a mi alrededor. Me agrada ver la puesta del sol en el mar tranquilo… —silbó entre dientes—. No me gustan los grandes huracanes que me caen de la nada. ¿Hablé claro?


Paula se lo quedó mirando con los ojos muy abiertos. Tragó en seco porque era consciente de que el rostro de Pedro estaba muy cerca del de ella. Él aún la ceñía con fuerza maligna.


—¿Insinuaste algún tipo de propuesta con tus palabras? —preguntó queda—. ¿O también en eso me equivoqué?


—¡Maldición! —tronó y la soltó sin previo aviso por lo que ella cayó sobre la cama—. Ni siquiera eso puedo decir con claridad. ¿Qué me hiciste? Tenía bien ensayado lo que pensaba decirte; pensaba ser romántico y sensual para que no pudieras rechazarme. Y como ves, lo estropeé todo. Es tu culpa.


Paula levantó la vista para mirar su expresión molesta y trató de dominar la sonrisa que tiraba de sus labios, pero la risa la venció. Trató de ocultar sus labios con una mano, mas sus hombros se movían de manera convulsiva y se rodó de lado sobre la cama.


—¿De modo que te parece gracioso? —Pedro se inclinó sobre ella como un demonio vengativo—. Ya veremos qué hacemos al respecto…


Le tomó las muñecas, las acomodó a los lados de la cabeza de Paula y luego se inclinó para darle un beso fiero. La boca de ella se suavizó ante la exigencia de la caricia y anhelante, esperó los movimientos de los labios y la lengua de Pedro


Se contorsionó debajo del cuerpo masculino, consciente del calor que irradiaba y del golpeteo del corazón de Pedro contra su propio pecho. Los muslos fuertes la presionaron para que no se moviera y la obligaron a aceptar la dominación masculina.


—No es justo —se quejó casi sin aire—. Contigo me siento extraña, sin control, pero tú no dejas de ser consciente de lo que haces —juntó las cejas—. ¿En dónde aprendiste a hacer todo esto?


Él la miró con ojos brillantes y con el cuerpo tenso sobre el de ella.


—Por instinto, y aprendo rápido; además tengo idea de cómo mantenerte a raya. Te amansaré, mi mujercita colérica. Ya te pesqué y no podrás escapar —sonrió de manera encantadora—. Crees que puedes salirte con la tuya, pero yo sé qué te incita. Sé cómo convertir tu calor tempestuoso para dirigirlo a un propósito muy dulce.


Le soltó las muñecas y separó los bordes de la bata para admirar el cuerpo descubierto. Paula contuvo el aliento y trató de cubrirse, pero Pedro volvió a ceñirle las muñecas.


—Bella, eres bella, Paula —murmuró ronco—. ¿Realmente crees que puedes ocultarte de mí? Esperé mucho tiempo. Sabes cuánto te he deseado y cuánto anhelaba hacerte mía.


Deslizó los labios sobre los senos para besar los pezones, luego siguió explorando los contornos del cuerpo femenino. Avivó el fuego de Paula hasta que ella se movió inquieta, rogó, buscó y exigió.


Pedro la soltó para desvestirse. Regresó al lado de ella sin dejar de admirar la sedosa perfección de su piel rosada después de las delicadas caricias. Las manos de él exploraron el cuerpo de Paula buscando cada hueco y redondez.


Temblando, Paula deslizó los dedos sobre los tensos músculos del pecho de Pedro. Su boca rozó la tersura de sus hombros y la deslizó hasta las tetillas. Él gimió y se movió un poco para acariciar con la lengua un seno, antes de volver a besarla en la boca, entonces con atrevido abandono, ella se presionó contra su virilidad.


La respiración de Pedro se aceleró ante su necesidad, pero se logró controlar.


—No tan rápido —murmuró ronco al acariciarle las curvas—. No antes de que aceptes mis demandas.


Su boca incitó el vientre plano en toda su extensión y ella gimió.


Las manos de Pedro le entreabrieron los muslos para que sus dedos pudieran acariciar el corazón secreto e íntimo. El contacto fue suave, pero hizo que Paula anhelara una satisfacción que antes ignoró. Experimentó un placer desconocido y contuvo el aliento cuando él descubrió su núcleo húmedo y lo acarició con ternura. Fue un tormento suave y sutil que la hizo contorsionarse de placer y arquearse contra las bandas de tensión que la conducían a niveles insospechados.


—Dime que me amas —murmuró él—. Quiero escucharlo de tus labios.


—Te amo, te amo —respondió ronca—. Ay Pedro, por favor…


—Y que nos casaremos tan pronto se pueda.


—Sí —murmuró Paula—. Por favor, Pedro


—¿Me pides que nos casemos o que te haga el amor?


—Las dos cosas —gimió—. ¿No pueden ser las dos cosas? Te amo, te necesito y te quiero a mi lado siempre. ¿No puedo tenerlo todo?


—¡Dios, pensé que nunca lo dirías! —rió quedo—. Cariño, tendrás todo lo que deseas. Juntos encontraremos el paraíso —habló en voz muy grave—. Ven conmigo, Paula, permite que te lleve conmigo.


Pedro la poseyó y comenzó a moverse, al principio despacio, incitando los sentidos de Paula y aumentando el calor dentro de ella hasta que Paula pensó que esa llama la consumía. 


Fue una unión de cuerpo, alma y mente, un regocijo que se elevó más de lo que creyó posible.


El rugido del corazón de Pedro se mezcló con las pulsaciones de la sangre de Paula y la ensordeció a todo lo que los rodeaba. El tiempo dejó de existir y de pronto, sólo enfocaron una cosa: La presión en espiral que la hizo escuchar música y le dificultó la respiración. Pedro la condujo al borde del éxtasis y de pronto, ambos cayeron envueltos en un torbellino. Al llegar al clímax, Paula experimentó oleadas de intenso placer y emitió gemidos incoherentes. Los labios de Pedro le rozaron las mejillas antes de perder el control y dejarse llevar en una explosión de sensaciones.


Permanecieron acostados un buen rato, cubiertos con las mantas de la cama, esperando que su respiración se normalizara. Finalmente, Pedro se incorporó apoyado en un codo para poder mirarla.


—Te amo, Paula —declaró ronco—. Te necesito para que mi vida sea completa. ¿Permanecerás siempre a mi lado y serás mi esposa?


Ella titubeó con la mirada levemente nublada.


—¿Tolerarás el lazo del matrimonio? Temo que seré una esposa muy celosa, Pedro.


Levantó los dedos para deslizados por el orgulloso ángulo de la barbilla masculina.


—¿Por qué preguntas eso? —esbozó una sonrisa—. ¿Qué fue lo que me echaste en cara, no hace mucho tiempo? ¿Cómo lo dijiste? ¿Piscis y frivolidad? —le pescó los dedos y se los besó—. No tienes motivos para preocuparte. Hasta ahora no había querido comprometerme con nadie. Conocí a muchas mujeres que me agradaron y que merecieron mi respeto, pero nunca amé a ninguna —la acarició con ternura—. Tú eres todo lo que deseo y necesitó, llenas todas mis fantasías y no quiero pensar en la vida sin ti. Será un lazo sedoso, Paula y nunca te defraudaré —inclinó la cabeza para darle un beso en los labios—. ¿Te casarás conmigo? —murmuró con ternura.


—Sí —respondió temblorosa y contenta, y Pedro la presionó contra su pecho.


—Escucha —murmuró él y su cálido aliento rozó la mejilla de ella—. ¿Lo oyes? ¿Puedes oír la música en tu cabeza?


—¿A qué se debe? —preguntó Paula.


—Es el cielo que festeja —declaró Pedro con firmeza—. ¿No sabes que Venus nos rige a los dos? Significa que nuestro futuro está seguro —volvió a besarla en la boca—. Seguro para siempre y que conoceremos la felicidad de amarnos.



Fin





MI UNICO AMOR: CAPITULO 29





La quietud y la oscuridad habían cubierto el apartamento con un manto pesado y Paula se movió quedo en el sillón que ocupaba. Había escuchado un leve sonido, pero eso bastó para que se pusiera de pie muy alerta y a la expectativa. Su oído estaba afinado a cualquier crujido y murmullo que perturbara el aire y cuando volvió a oír pisadas que se arrastraban de manera casi imperceptible, su pulso se aceleró. En silencio y en la penumbra, tanteó para apoyarse en la mesa antes de detenerse a un lado de la puerta. 


Parecía una figura pálida que esperaba en las sombras de la noche.


La puerta se abrió y sus presentimientos se hicieron realidad cuando alguien caminó con una lámpara de mano hacia el sofá y el escritorio. Paula encendió la luz y Rebecca giró. La conmoción la hizo contener el aire y la lámpara se le soltó de las manos que al caer sobre la alfombra hizo un ruido sordo.


—¿Buscas algo? —la retó Paula.


—Sabes a qué vine —dijo con voz ronca, como si hubiera corrido una gran distancia después de sobreponerse a la conmoción de saber que no estaba sola—. Nos ahorrarás tiempo y problemas si de inmediato me entregas los papeles.


—¿Y si no quiero hacerlo? —la observó pensativa.


La sonrisa de Rebecca fue breve y sin diversión.


—Me doy cuenta de que usas esta habitación como oficina. Tu equipo debió costarte una pequeña fortuna. ¿No crees que sería terrible que ocurriera un accidente? —levantó un pisapapeles de cristal del escritorio y lo sopesó—. Los ordenadores son muy frágiles.


Una ráfaga de aire fresco tocó los brazos descubiertos de Paula y ella comprendió que la puerta de entrada había quedado abierta.


—¿Cómo entraste? —preguntó—. Pero quizá lo adivine, el hecho de que te llevaras mis llaves el otro día no se debió a un descuido, ¿verdad? Te las llevaste para que te sacaran una copia.


—Pensé que me sería útil —aceptó Rebecca y movió despacio los dedos sobre el pisapapeles.


—Deja eso, Rebecca.


De pronto se escuchó la voz de Pedro y el corazón de Paula se alocó. Ella lo miró y absorbió su presencia. Por lo visto, él sí se había presentado. ¿Cómo supo que ella lo necesitaba?


Durante un momento, sus miradas se encontraron antes de que él entrara con lentitud. Rebecca se alejó de él. Tenía el rostro lívido, marcado por la tensión interna y sus dedos ceñían el pisapapeles con tanta fuerza que sus nudillos perdieron color.


—¿Por qué lo hiciste, Rebecca? —preguntó Pedro sin moverse—. ¿Por qué alteraste los libros? ¿No pudiste recurrir a mí para decirme que estabas endeudada y que necesitabas dinero? Pude darte un préstamo o encontrar la manera de ayudarte.


—¿Cómo podría pagar un préstamo? No sabes lo difícil que es llevar una casa sólo con un sueldo, tratar de criar a una criatura que deja la ropa porque le queda chica casi desde que se compra —torció la boca y sus facciones cambiaron al contemplar a Paula—. ¿Por qué tuviste que regresar e inmiscuirte? Pedro nunca lo habría sabido si tú no vas a la oficina. Me tenía confianza. Nunca receló de mi trabajo y Adrian tampoco —con inquietud movía el pisapapeles que tenía en las manos—. ¿Por qué te quedaste con esos documentos? Arruinaste todo. Toda la evidencia fue destruida…


—Quizá mentí, quizá no tengo nada… —murmuró Paula afligida.


Rebecca se le quedó mirando. Despacio y con mucho cuidado Pedro levantó un brazo y le quitó el pisapapeles de los dedos para dejarlo sobre la mesa.


—Debes saber que tarde o temprano lo habríamos descubierto.


Rebecca hizo un movimiento negativo con la cabeza y sus ojos azul pálido adquirieron un aire remoto. Levantó una mano para asirse de la camisa de Pedro.


—Ella causa problemas, lo supe desde el principio —murmuró Rebecca—. Sabes que ella trabaja para Blake y que se confabuló con él. ¿Acaso no estás enfadado con ella? Sabes lo que ella hace y merece que su negocio fracase. Es demasiado ambiciosa. Nada de esto habría ocurrido si ella hubiera interpretado bien su horóscopo para actuar de acuerdo con él. Debió irse cuando tuvo la oportunidad. ¡Dile que se vaya!


Paula la observó con mucha tristeza. La mujer estaba desquiciada y desvariaba. Incluso en ese momento no podía aceptar que todo había terminado y que su engaño también debía terminar. Se aferraba a la tabla salvadora que eran los sentimientos de Pedro hacia ella. ¿Quién podía saber si él le negaría ese apoyo que ella buscaba?


—Ojalá hubieras acudido a mí, Rebecca —murmuró Pedro—. Ojalá me hubieras confiado tus problemas para que te ayudara.


Había tanta tristeza en sus ojos, que Paula tuvo que volverse, porque su alma lloraba de angustia. Era evidente que Pedro le tenía mucho cariño a la mujer que lo había traicionado.


—No supe qué hacer —confesó Rebecca—. Estaba desesperada porque necesitaba el dinero. Quise decírtelo, pero tuve miedo. Pensé que acudirías a la policía y no sabía lo que habría hecho yo en ese caso.


—Estás muy nerviosa —murmuró él—. Ven a sentarte aquí.


Rebecca se lo quedó mirando, pero no lo enfocaba y movía los labios sin emitir sonido.


—Siéntate —repitió Pedro en tono amable.


Rebecca parpadeó y obedeció.


—No existe ninguna evidencia —murmuró ella—. Paula dijo que no tenía pruebas y que mintió.


—Dudo que eso sea cierto —respondió Pedro—. Debe tener fotocopias y discos anteriores. Es una precaución que se toma por temor a que se pierda algo cuando se trabaja con el ordenador.


Miró a Paula, pero no necesitaba que ella se lo confirmara. Pedro lo había adivinado.


—La policía —murmuró Rebecca—. Llamaste a la policía —el rostro de Rebecca estaba lívido y sus labios no tenían color—. ¿Qué sucederá? ¿Qué voy a hacer?


—Olvida a la policía. Yo hablaré con ellos. Solucionaremos el problema —prometió después de arrodillarse a su lado.


Rebecca asintió y se meció suavemente en el sofá.


—La obligarás a que se vaya, ¿no? —rogó—. Todo es culpa de ella. Después de que se vaya las cosas volverán a estar bien.


—Yo me encargaré de todo. Tranquila, no debes preocuparte por nada.


Rebecca aceptó las palabras de Pedro y se calmó. Él se puso de pie. Le indicó a Paula que saliera con él y ella lo siguió.


—¿Estás bien? —preguntó Pedro en la pequeña cocina.


—Sí —Paula respiró profundo.


Teniendo a Pedro a su lado podría resistir cualquier tormenta.


Él le tocó el rostro con ternura y le rozó la mejilla con el pulgar cuando le apartó del rostro unes mechones rebeldes.


—Estás cansada —dijo—. Ha sido una noche larga y debió ser difícil para ti.


—Pero ya pasó.


De pronto, no le pareció suficiente que él le tocara el rostro. 


Deseaba que la abrazara como era debido para que olvidara el mundo. Necesitaba sentir la presión ardiente de sus labios en los propios para que desapareciera el molesto dolor de la incertidumbre. Lo deseaba con vehemencia porque era un deseo fiero y pulsante dentro de ella.


Pedro


Los labios de él rozaron los de ella con la suavidad de una pluma y luego, increíblemente, Pedro se alejó y fue como un aguijón de rechazo, como una cubeta de agua helada que le caía sobre la carne acalorada.


—No puedo quedarme —expresó Pedro calmado—. Creo que sabes que debo hacer lo que pueda por Rebecca. 
Trabajó muchos años conmigo y nuestra relación es algo más que la de un jefe con su secretaria. Tengo que cuidarla porque es evidente que en los últimos meses estuvo muy presionada y ahora necesita mi ayuda —sus ojos azul profundo le sostuvieron la mirada—. ¿Puedes comprenderlo?


La conmoción le dio de lleno. Pedro haría lo que Rebecca le había pedido. Se alejaba de ella porque Rebecca era vulnerable y significaba más que nadie para él.


Paula no supo de dónde sacó las fuerzas para contestarle sin traicionarse por la tormenta dentro de su ser.


—Sé cuanto te importa, siempre lo he sabido.


Se le hizo un nudo en la garganta y sintió el escozor de las lágrimas debajo de los párpados. Se volvió para que él no las viera. ¿Por qué siempre le entregaba el corazón al hombre equivocado?, se preguntó muy triste. ¿Por qué no pudo probar un poco de la delicia que el amor de Pedro podría darle, sólo un fragmento del ascua encendida que le habría dado calor interno en vez de sentir ese vacío frío y amargo?


—La llevaré para que la examine un médico y si él lo juzga conveniente, ella podrá quedarse en la clínica Marshes —declaró Pedro—. ¿En dónde está el teléfono?


El médico llegó a la media hora y examinó a Rebecca antes de decidir que necesitaban una ambulancia para llevarla a la clínica Marshes. Mientras esperaban, Paula preparó unas bebidas calientes y se mantuvo aparte para escuchar a Pedro hablar con la mujer que seguía meciéndose en el sofá. Saber lo mucho que él debía amarla le desgarraba el corazón.


—¿Por qué no te acuestas, Paula? Trata de dormir un poco —la voz interrumpió los pensamientos de la chica—. La ambulancia llegó y ya no puedes hacer más.


Despacio y como autómata, obedeció y se dirigió a su dormitorio




MI UNICO AMOR: CAPITULO 28




Cuando Paula regresó al edificio de ladrillos rojos donde vivía, la tarde comenzaba a proyectar sombras largas y grises. Había recorrido varios kilómetros mientras trataba en vano de deshacerse de los demonios de los celos y el resentimiento que la perseguían. Sin importar qué rumbo tomara, siempre sabría que amaba a Pedro y que él no correspondía a ese sentimiento. Nada borraría ese amor; existiría siempre en lo más recóndito de su ser. Ese dolor sordo nunca se calmaría.


Entró en su apartamento y cansada, se quitó la chaqueta y la colgó en el ropero. Encendió la chimenea de la sala y la luz azul titiló. Extendió las manos hacia las llamas, tenía mucho frío. Por dentro estaba congelada, tenía el cuerpo aterido y la mente desolada.


Fue a la cocina y se preparó una bebida caliente que llevó a la sala donde el fuego comenzaba a calentar el ambiente. 


Recordó que no había probado bocado en todo el día, pero no tenía hambre. Pensar en comida le provocó náuseas.


Paula se preguntó cuánto tiempo tardaría Rebecca en presentarse, pues estaba segura de que lo haría.


Por algún motivo, Rebecca había alterado las páginas en los libros y no deseaba que alguien se enterara.


Paula había sacado todo a relucir y no podía arrepentirse. 


Rebecca creía que Paula podía demostrar su culpabilidad y de seguro intentaría evitarlo.


¿Por qué no se daba cuenta Pedro de la verdad? ¿Estaba tan enamorado de su bella secretaria que estaba ciego para lo demás?


Fijó la vista en el fuego. Rebecca lo hacía jadear. La mujer lo engañaba para obtener lo que quería y eso incluía destruir a Paula.


Paula sabía que su situación era peligrosa. No tenía manera de saber hasta qué extremos llegaría el control de Rebecca. 


Las fuerzas sombrías y amenazantes rondaban y Paula era la carnada, pero ella misma se había metido en la trampa.


¿Por qué no se daba cuenta Pedro de lo mucho que ella lo necesitaba? El corazón le dolía porque lo deseaba a su lado, pero esa era una ilusión vana nacida de la desesperación. Él la había llevado al torbellino del amor y ahora Paula se sumergía y se ahogaba. Pedro, por el contrario, había escapado a través de la bruma que pendía sobre el agua.


Rebecca lo había seducido y él la complacía de buena voluntad porque tenía la mente ofuscada.


No oía a Paula que lo llamaba a través de la bruma que los separaba y no la ayudaría. Ella estaba sola y lo había perdido para siempre.