miércoles, 3 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 9

 


Aunque no estaba siendo fácil. Los clientes grandes de su anterior trabajo habían preferido quedarse con una empresa de prestigio. Y en los dos años que llevaba como empresaria, la fundación era la cuenta más importante que había conseguido. La gala sería muy importante, porque asistirían a ella políticos y personajes famosos.


–Parece que te ha ido bien –comentó Pedro.


–He trabajado mucho.


–¿Cuánto tiempo llevas haciéndolo con la fundación?


–Desde febrero.


–¿Y eres amiga de Ana Rodríguez y Emma Alfonso?


–No, conocí a Ana porque organicé la boda de una amiga suya. Le impresionó mi trabajo y, al buscar a alguien para organizar la gala, pensó en mí. Y a Emma casi no la conozco.


–¿Y qué sabes de la fundación?


–A parte de lo que hacen por la comunidad y de la información que me han dado para la gala, no mucho. ¿Por qué me lo preguntas?


–Por curiosidad –le dijo él, llamando a Billie, que estaba atendiendo a otra mesa, con la mano–. ¿Y qué haces en tu tiempo libre?


–La verdad es que no tengo tiempo libre.


–¿Y qué haces en tus días libres?


–No tengo días libres.


Él arqueó las cejas.


–¿Me estás diciendo que trabajas siete días a la semana?


–Normalmente, sí –contestó Paula, levantando la copa y dándose cuenta de que la tenía completamente vacía.


–Todo el mundo necesita tomarse un día libre de vez en cuando.


–Me tomo algún día, pero mi negocio está en estos momentos en una etapa crucial. La gala de la fundación va a servir para darle un impulso a mi carrera, o para terminar con ella.


Eso pareció sorprenderle.


–¿Tan importante es?


–Sí. El prometido de Ana, Guido Miller, está implicado en la organización, así que asistirán personas muy importantes. Justo la clientela que necesito para que mi empresa crezca.


–No pensé que fuese tan importante –comentó Pedro, como si la idea lo pusiese nervioso.


–No te preocupes. Lo harás bien. Te prepararé tan bien que nadie se dará cuenta de que es la primera vez que hablas en público.


Billie apareció con otra copa de vino y otra cerveza.


–Gracias –le dijo Pedro.


–Habías dicho una copa –le recordó Paula, mirando la hora en el teléfono móvil.


–¿No estás disfrutando de mi compañía?


Sí que estaba disfrutando. Estaba disfrutando de lo lindo. De hecho, se sentía cómoda hablando con él.


Tal vez porque la escuchaba de verdad. Hasta le gustaba ponerse nerviosa cuando la miraba fijamente con sus ojos azules.


Sabía que aquello no estaba bien, pero todo el mundo tenía derecho a soñar. Podía imaginarse cómo sería estar cerca de él. Aunque eso no fuese a ocurrir.


Tenía un plan.


Su vida ya estaba organizada y no había lugar en ella para un hombre como Pedro.


Aunque estaba segura de que sería divertido estar con él una noche o dos, todo en su interior le decía que no era buena idea.


–Yo no he dicho eso –le respondió–. Es solo que tengo mucho trabajo.


–¿Y qué pasaría si no lo hicieses esta noche?


Paula se sorprendió.


–¿Qué quieres decir?


–¿Se vendría abajo tu negocio? ¿Se terminaría el mundo?


Aquello era ridículo.


–Por supuesto que no.


Pedro alargó la mano por encima de la mesa y tomó la de Paula mientras la miraba a los ojos.


Paula se sintió aturdida. ¿Cuánto tiempo hacía que un hombre no la hacía sentirse así?


Demasiado.


–No vuelvas al trabajo –le pidió Pedro, derritiéndola con la mirada–. Pasa el resto de la tarde conmigo.




APARIENCIAS: CAPÍTULO 8

 


Pedro hacía muchas preguntas y ella no estaba acostumbrada a revelar tantas cosas de su vida privada a sus clientes, pero no quería ser grosera.


De modo que continuó:

–Mi padre, en un accidente. Era camionero. Se quedó dormido al volante. Dicen que sobrevivió al golpe, pero transportaba un tanque de combustible líquido que explotó.


–Dios mío –murmuró Pedro, sacudiendo la cabeza.


–Mi madre se lo tomó muy mal.


En vez de superar la muerte de su padre, se había refugiado en la bebida.


–¿A qué se dedicaba ella?


–A cualquier cosa que le hiciese ganar dinero.


Aunque, gracias a la bebida, ningún trabajo le duraba demasiado y habían estado mucho tiempo sobreviviendo gracias a ayudas.


–¿Y cómo murió?


–De cáncer de hígado.


Ni siquiera había dejado de beber después de que se lo diagnosticasen. Se había rendido sin luchar.


De hecho, Paula sospechaba que había sido un alivio para ella, que su madre se había ido matando poco a poco. Y lo habría hecho antes si hubiese tenido el valor necesario. Y, en cierto modo, ella deseaba que hubiese sido así. No se imaginaba a sí misma siendo tan débil como para no poder luchar por la vida y por el bienestar de su hija por haber perdido al hombre al que amaba.


Había querido mucho a su madre, pero Fabiana había sido frágil y delicada.


Cosas que ella no sería jamás.


–Debió de ser muy duro –comentó Pedro.


–Hacía tiempo que no la veía, y estaba tan ocupada con mis estudios que no tuve tiempo para sentirme mal. Era mi primer año en la universidad de Los Ángeles y no quería bajar la media de sobresaliente.


–Una meta muy alta.


–No podía perder la beca.


–¿Y la mantuviste?


–Cuatro años.


Él le dio un trago a su cerveza.


–Debes de ser muy lista.


Parecía impresionado, como si no conociese a muchas personas inteligentes.


–Mereció la pena trabajar duro. Me gradué con matrícula de honor y empecé a trabajar en una de las empresas de organización de eventos más prestigiosas de San Diego.


–¿Y cómo terminaste en Vista del Mar?


–San Diego era demasiado caro para alguien que acababa de empezar y mi jefe tenía un local aquí. A mí me gustaba mucho esta zona, así que cuando abrí mi propia sucursal, decidí hacerlo aquí.


–¿Y por qué decidiste abrir tu propio negocio?


Paula le dio otro sorbo a su copa.


–Haces muchas preguntas.


Él tomó un cacahuete del cuenco que había en la mesa y se lo metió en la boca.


–Soy curioso por naturaleza.


Además, era encantador y sabía escuchar. Parecía interesarle realmente lo que le estaba contando.


–Algunos de los clientes más importantes de la empresa trabajaban con ella gracias a mí, pero yo solo me llevaba una parte muy pequeña de los beneficios.


–Así que fue por dinero.


–En parte. También quería dedicarme a la asesoría de imagen. Y la verdad es que me gusta ser mi propia jefa.


APARIENCIAS: CAPÍTULO 7

 


Se sentaron a la mesa y pronto llegó una camarera a tomarles nota. Era una mujer mayor, con rostro amable, con un delantal en el que ponía que las costillas a la brasa de Billie’s eran las mejores del oeste.


–Hola, Pedro –dijo la mujer sonriendo–. ¿Lo de siempre?


–Sí, señora.


Luego se giró hacia Paula y la miró sorprendida. Debió de ser por el traje.


–¿Y para tu amiga?


Paula se sintió obligada a explicarle que no era su amiga y que aquello era como una reunión de trabajo, aunque, en realidad, tenía que darle igual lo que pensase de ella una extraña.


–Una copa de chardonnay, por favor.


–¿El blanco de la casa le vale?


–De acuerdo.


–Ahora mismo vuelvo.


Cuando se hubo marchado, Paula comentó:

–Supongo que vienes mucho por aquí.


Pedro se encogió de hombros.


–De vez en cuando.


–¿Y dónde trabajas exactamente?


–En el rancho Copper Run, está a las afueras de Wild Ridge.


–Nunca he oído hablar de Wild Ridge.


–Está más o menos a dos horas al noroeste, en las montañas de San Bernardino. Era un pueblo minero.


–¿Y haces cuatro horas de trayecto cada vez que tienes que reunirte con tu profesor?


–Nos vemos dos veces por semana, jueves y domingos en la biblioteca. Vengo los jueves por la tarde y me quedo en un hotel, y vuelvo al rancho los domingos después de la clase.


¿Y a tu jefe le parece bien que te tomes tantos días libres?


–Es un hombre generoso.


Más que la mayoría.


–¿Cuánto tiempo llevas trabajando para él?


–Ocho años.


–¿Y has pensado alguna vez en hacer algo… diferente?


–¿Cómo qué?


–No lo sé. Volver a estudiar, por ejemplo.


–¿Para qué? Me gusta lo que hago.


¿Pero no quería mejorar? Era evidente que se trataba de un hombre inteligente. Podía aspirar a mucho más.


La camarera volvió con la copa de vino de Paula y una cerveza para Pedro.


–¿Os traigo la carta? –preguntó.


–No, gracias –respondió Paula.


–¿Estás segura? –le dijo Pedro–. Te invito a cenar.


–No puedo, de verdad.


–Llamadme si cambiáis de opinión –les dijo la camarera.


–Gracias, Billie –le respondió Brandon mientras se alejaba.


–¿Billie? –repitió Paula–. ¿Es la dueña del local?


–Sí. Lo abrió con su marido hace treinta años. Tienen dos hijos y tres hijas. El mayor, David, es el cocinero y la más joven, Cristina, atiende la barra. Earl, el marido, murió de un infarto hace dos años.


–¿Cómo sabes todo eso?


–Hablo con ella –le dijo él antes de darle un sorbo a la cerveza–. ¿Y tú de dónde eres?


–Crecí en Shoehill, Nevada –le respondió, dándole un sorbo a la copa de vino que, sorprendentemente, estaba bueno.


–No me suena.


–Es un pueblo pequeño. El típico lugar en el que todo el mundo está al corriente de la vida de los demás.


Y en el que todo el mundo conocía a su madre, la borracha del pueblo.


–¿Sigues teniendo familia allí?


–Lejana, pero hace años que no la veo. Soy hija única y mis padres han fallecido los dos.


–Lo siento mucho. ¿Es reciente?


–Mi padre murió cuando yo tenía siete años y mi madre, cuando estaba en la universidad.


–¿De qué murieron?