martes, 2 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 6

 


Entró en el aparcamiento de Billie’s, un pequeño bar country al que Paula jamás habría entrado sola. Le recordaba demasiado a los locales de los que había tenido que sacar a su madre, demasiado perjudicada como para mantenerse en pie sola, en Nevada.


Y antes de que le diese tiempo a insistir en que diese la vuelta y la llevase a su despacho, Pedro se había bajado de la camioneta y estaba dándole la vuelta.


Abrió la puerta y le tendió una mano para ayudarla a bajar.


–No puedo hacer esto –le dijo Paula.


–Solo tienes que bajar hasta el suelo –le dijo él sonriendo–. Y te prometo agarrarte si vas a caerte.


Seguro que sabía que no era a eso a lo que se refería, pero intentó camelarla con una sonrisa. ¿Por qué tenía que ser tan encantador?


–Por norma, no salgo nunca con mis clientes.


–Buena norma, pero yo no soy uno de tus clientes.


En eso tenía razón.


–Pero la fundación lo es y, por lo tanto, tú también.


Era evidente que no estaba logrando convencerlo.


–Lo cierto es que no conozco a casi nadie en la ciudad y a veces me siento solo.


Paula no había esperado que fuese tan sincero con ella. Le estaba poniendo muy difícil decirle que no.


–Seguro que ahí dentro hay muchas mujeres que estarán encantadas de tomarse una copa contigo.


–Pero yo quiero tomármela contigo.


Paula tuvo que reconocer que, aunque fuese extraño, quería conocer mejor Pedro. Había algo en él que la fascinaba. Y no se trataba solo de que fuese guapo, aunque tampoco pudiese negar que se sentía atraída por él.


Su vida personal era tan triste que cuando un hombre guapo y sexy la invitaba a tomar una copa, ella prefería volver a trabajar. ¿Cómo era posible que se hubiese obsesionado tanto con el éxito?


Aunque siempre podía verlo desde un punto de vista profesional. Pedro tenía mucho potencial. Tal vez si se conocían mejor, podría animarlo a hacer algo más con su vida.


Además, sería solo una copa.


–Una copa –le dijo–. Y luego me llevarás de vuelta al despacho.


–Prometido.


Y con una sonrisa que decía que había sabido desde el principio que iba a convencerla, le tendió la mano para ayudarla a bajar. Tenía la mano grande y callosa y cuando tomó la suya, Paula se sintió… segura. Era como si, instintivamente, supiese que Pedro jamás permitiría que nadie ni nada le hiciese daño.


Qué ridículo. Casi no lo conocía. Y, además, era muy capaz de cuidarse sola.


Lo soltó en cuanto estuvo en tierra firme, pero en cuanto echó a andar por el camino de gravilla con sus altísimos tacones se dio cuenta de que no iba vestida de manera apropiada.


–Pareces nerviosa –comentó Pedro cuando estaban llegando a la puerta.


–Voy vestida demasiado formal.


–A nadie le importará, confía en mí.


Paula avanzó.


Pedro se dispuso a abrir la puerta y a Paula le asaltó un torrente de recuerdos. Una habitación llena de humo y con olor a alcohol y a desesperanza.


Música country tan alta que uno casi no podía pensar, mucho menos mantener una conversación, aunque nadie fuese allí a hablar. Se imaginó a parejas bailando apretadas en la pista de baile y besándose en los rincones.


Y cuando Pedro abrió la puerta casi le dio miedo encontrarse allí a su madre, caída al final de la barra, con un vaso de whisky barato en las manos, pero no vio eso, sino un local limpio y bien cuidado. La música estaba a un volumen respetable y el ambiente no olía a tabaco y a alcohol, sino a carne a la brasa y a salsa barbacoa.


En la barra había varios hombres viendo un partido en una enorme pantalla plana, pero casi todas las mesas estaban vacías.


–Por aquí –le dijo Pedro, llevándola a la zona que había detrás de la pista de baile, donde no había nadie.


Paula se sobresaltó al notar que le ponía la mano en la espalda. ¿Por qué tenía que tocarla tanto? No era profesional.


Aunque tampoco lo fuese tomarse una copa con él.


No quería que la malinterpretase ni que pensase que estaba interesada en una relación que no fuese profesional. Aunque pensaba que ya se lo había dejado claro.





APARIENCIAS: CAPÍTULO 5

 


Para ser un hombre que se pasaba el día aislado del mundo, con los caballos, Pedro tenía buena mano con la gente.


La tienda a la que había llamado Paula llevaba poco tiempo abierta y por eso quería probarla, pero doce minutos después de entrar en ella supo que no volvería. La vendedora, una señora mayor de aire severo que siempre tenía el ceño fruncido, estaba hablando por teléfono cuando ellos llegaron y ni siquiera los saludó. Cinco minutos después, cuando por fin colgó, fue directa a la trastienda, todavía sin saludarlos, y tardó en salir otros siete minutos.


Cuando por fin se acercó lo hizo con actitud altanera, mirando a Pedro por encima del hombro. Y puso los ojos en blanco cuando Paula le anunció que tenían poco presupuesto y que querían ver qué tenían de saldo.


Fue tan grosera que Paula estuvo a punto de marcharse e ir a otra parte, pero Pedro empezó a bromear y a flirtear y, solo unos minutos después, la mujer estaba riendo y sonrojándose como una colegiala. Y, todavía más sorprendente, cuando Pedro comentó que el esmoquin era para un acto benéfico, la mujer le ofreció un modelo más caro por el mismo precio. Entonces Pedro le contó que Paula organizaba eventos y la mujer debió de darse cuenta de que era una clienta en potencia, y fue todo amabilidad con ellos. Aunque Paula seguía dudando que volviese a aquella tienda otra vez.


–Qué experiencia tan interesante –comentó Pedro cuando ya estaban de nuevo en la camioneta, conduciendo de vuelta al despacho de Paula.


–Tengo que disculparme. Era la primera vez que iba a esa tienda y no volveré a hacerlo.


–¿Por qué?


–¿Después de cómo nos ha tratado? Ha sido muy poco profesional. No entiendo cómo has podido ser tan agradable con ella.


Pedro se encogió de hombros.


–Me gusta darle a la gente el beneficio de la duda. Tal vez estuviese muy ocupada. O quizás tuviese un mal día y necesitaba que alguien se lo alegrase.


–Eso no es un motivo para ser grosero con nadie.


Pedro la miró.


–No me digas que nunca has tenido un mal día, que no has hablado mal a alguien que en realidad no se lo merecía.


–No a un cliente.


–Entonces es que eres mejor persona que la mayoría.


O que había aprendido a separar las emociones del trabajo.


Le pareció una pena que alguien con las habilidades sociales de Pedro estuviese de peón en un rancho. Podría llegar mucho más lejos en la vida con la motivación adecuada. Tal vez pudiese incluso ir a la universidad.


Paula se recordó que lo que hiciese con su vida no era asunto suyo. Como asesora de imagen formaba parte de su trabajo ayudar a la gente a cambiar su vida, y le encantaba lo que hacía, pero Pedro ya le había dicho que le gustaba ser como era. Y, en realidad, ni siquiera era su cliente. Solo tenía que aconsejarle cómo comportarse durante la gala. Aparte de eso, no tenía ningún derecho a inmiscuirse en su vida. Aunque fuese una pena ver cómo se perdía semejante potencial.


Se dio cuenta de que Pedro no giraba donde debía para volver a su despacho.


–Tenías que haber girado ahí –le dijo.


–Sé adónde voy –respondió él.


–A mi despacho se va por ahí. Por este camino nos alejamos.


E iban hacia la peor zona de la ciudad.


Además, tenía que hacer un par de llamadas esa tarde.


Pedro habló:

–Tal vez no te esté llevando a tu despacho.


A Paula le dio un vuelco el corazón. ¿Qué significaba eso? ¿Y si no debía haberse subido a aquella camioneta? ¿Qué sabía de aquel hombre? Era atractivo y encantador, pero bien podía ser un asesino en serie.


Lo miró. Estaba relajado, no parecía que fuese a sacarle una pistola de repente.


Aun así, se acercó un poco más hacia la puerta, para abrirla de golpe cuando la camioneta se detuviese si era necesario.


–¿Adónde me llevas?


Él la miró y sonrió.


–Relájate. No te estoy secuestrando. Solo te llevo a tomar algo. Es lo mínimo que puedo hacer para darte las gracias.


Paula suspiró aliviada y se tranquilizó.


–No es necesario, de verdad. La fundación me compensará por mi tiempo.


–Aun así, quiero hacerlo.


–Mira, la verdad es que tengo que volver al trabajo.


–Son casi las cinco de la tarde y es viernes.


Eran exactamente las cuatro y veintisiete y cuanto más siguiesen avanzando en dirección contraria a su despacho, más tardaría en volver.


–Tenía pensado trabajar hasta tarde.


Se detuvieron en un semáforo en rojo y él se giró a mirarla.


–¿Por qué?


«Porque no tengo vida», fue lo primero que pensó Paula. Aunque, por triste que fuese, no era un motivo.


–Tengo obligaciones.


–Que seguro que pueden esperar a mañana –comentó Pedroacelerando cuando el semáforo se puso en verde–. ¿Verdad?


–Estrictamente hablando, sí, pero…


–Entonces, ¿no preferirías divertirte un poco?


–Me divierte trabajar.


Él arqueó una ceja.


–¿A ti no te divierte trabajar? –le preguntó ella.


–No un viernes por la tarde –contestó Pedro, mirándola de reojo–. Apuesto a que bailas muy bien.


En realidad se le daba fatal bailar.


–Pues no. Y tengo que volver al despacho.


–No –la contradijo él sin más.



APARIENCIAS: CAPÍTULO 4

 


Quien dijese que hacerse pasar por un analfabeto para diezmar la reputación de su rival no tenía ventajas no había conocido a Paula Chaves.


Pedro Alfonso, o Pedro Dilson, como lo conocían en la Fundación para la Alfabetización La Esperanza de Hanna, se apoyó en la puerta del pasajero de su camioneta y pensó en aquella nueva posibilidad. Cuando había tomado la decisión de infiltrarse en la fundación y demostrar que era un fraude, no había contemplado la posibilidad de seducir a uno de sus asesores, pero si tenía que hacerlo, lo haría.


Tal vez acercándose a la señorita Chaves podría destapar las nefastas prácticas que sospechaba que se ocultaban detrás del éxito de la fundación. Y, en el proceso, enterrar a su fundador, Rafael Cameron.


Si Pedro no hubiese decidido quedarse en el rancho familiar a pesar de la mala salud de su padre, tal vez Rafael no hubiese llevado a cabo la adquisición hostil de Industrias Alfonso, la empresa que había pertenecido a su familia durante generaciones. Se rumoreaba que Rafael tenía previsto cerrar la fábrica y venderla por partes, lo que dejaría a más de la mitad de la ciudad de Vista del Mar sin trabajo. Él no podía evitar sentirse en parte responsable, así que tenía que olvidarse del rencor que sentía por su padre y centrarse en su obligación con su ciudad natal, con su legado. Estaba decidido a redimirse.


A través de la fundación, pretendía demostrar que Rafael era un estafador.


Por desgracia, el trabajador de la organización con el que había estado trabajando durante los últimos meses no sabía nada acerca del funcionamiento interno de la misma. Y él mismo se había cuidado bien de no acercarse por la sede central por miedo a encontrarse allí con su hermana, Emma, que formaba parte de la junta.


Hacía quince años que no se veían, pero no había cambiado tanto como para que su propia hermana no lo reconociera.


Paula Chaves sería su as en la manga.


La vio salir del edificio y ponerse unas gafas de sol de marca.


Pedro no solían gustarle las mujeres de negocios, pero aquella no podía ser peor que la sanguijuela de su exprometida. Además, al darle la mano había notado que saltaban chispas entre ambos.


Tenía la sospecha de que debajo de aquel traje de diseño y aquel aire refinado había una mujer salvaje deseando liberarse. Y él estaría encantado de echarle una mano, de pasarle los dedos por su pelo rubio y despeinárselo un poco, de borrarle a besos el impecable pintalabios.


Era evidente que la ponía nerviosa, hecho del que iba a aprovecharse.


Paula lo vio apoyado en la camioneta y se acercó. Parecía saber muy bien lo que quería y cómo conseguirlo.


Pedro sonrió. Eso ya lo verían.


Le abrió la puerta del pasajero y le hizo un gesto para que entrase.


–Adelante.


Ella se detuvo de repente.


–Esto, yo… Creo que será mejor que nos encontremos allí.


–No merece la pena malgastar gasolina si vamos los dos al mismo sitio. Además, es muy difícil aparcar a estas horas.


Ella dudó. Tal vez pensase que, dado que no sabía leer bien, tampoco sabía conducir.


O tal vez quisiese mantener el control de la situación.


Él le dedicó su sonrisa más encantadora.


Preguntó:

–¿No confías en mí?


Paula se puso pensativa, era evidente que no quería ofender ni contrariar al mejor alumno de la fundación.


Luego miró dentro de la camioneta. Tal vez le preocupase mancharse la ropa. El traje debía de haberle costado al menos el sueldo de una semana. O quizás fuese una niña de papá, que le compraba todos los caprichos. Pedro había conocido a muchas en la universidad.


–Llegarás sana y salva –le dijo–. Te lo prometo.


Ella asintió por fin y se dispuso a subir. Pedro la agarró del codo para ayudarla y clavó la vista en sus muslos.


¿Llevaba liguero? Al parecer, la señorita Chaves era una chica chapada a la antigua.


–Abróchate el cinturón –le dijo antes de cerrar la puerta para ir a sentarse detrás del volante.


Entró y tomó sus gafas de sol. Aunque no solía fijarse en las marcas, no iba a ninguna parte sin sus Ray-Ban–. ¿Adónde vamos?


–La tienda de alquiler no está lejos de aquí, en Vista Way –le contestó ella, nerviosa–. ¿Sabes dónde es?


–Por supuesto.


Aunque no había vivido en Vista del Mar desde los quince años, edad a la que su padre lo había mandado a un internado, todavía se acordaba de las calles de la ciudad, que no había cambiado mucho.


Salió del aparcamiento y se incorporó al intenso tráfico de la tarde.


Paula parecía incómoda a su lado, con la espalda muy recta y las uñas clavadas con fuerza en el asiento.


Él giró la cabeza hacia la ventanilla para que no lo viese sonreír.


Era evidente que se trataba de una mujer ordenada y disciplinada. Que se controlaba.


Y tal vez él fuese un depravado, pero la necesitaba para conseguir información, así que quizás se divirtiese un poco poniendo su mundo patas arriba.