domingo, 23 de diciembre de 2018

EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 14



Paula soltó una temblorosa exhalación y se desplomó en la cama. Salvada por los pelos. 


¿En qué demonios había estado pensando? No había estado pensando en nada, ése era el problema. Había respondido ciegamente a la atracción que él ejercía sobre ella y a su propio e irrefrenable deseo.


Tenía que salir de allí. Se levantó de la cama y buscó sus zapatos y su bolso.


-Cálmate. Respira hondo -ordenó Pedro. A Paula le costó un momento darse cuenta de que estaba hablando por teléfono-. ¿Respira?... Bien. ¿Está consciente?... Bien -sostenía el auricular entre el hombro y la oreja mientras se abrochaba la camisa y se metía los faldones en los pantalones-. No la muevas. Llamaré a una ambulancia... Sí, voy para allá.


Colgó y llamó para pedir una ambulancia y dar a los paramédicos la información sobre el paciente. Paula se puso los zapatos, se arregló la ropa y se miró al espejo para retocarse el maquillaje y el peinado. Su traje de lino estaba muy arrugado, como si se lo hubiera dejado puesto para dormir o para hacer el amor.


El corazón le dio un vuelco al pensarlo. ¡Había estado a punto de hacer el amor con Pedro Alfonso! Se sacudió mentalmente para disipar cualquier emoción que pudiera confundirla aún más e intentó alisar las arrugas del traje. Su intención había sido ofrecer una imagen competente y trabajadora. Tal vez debería regresar al hotel para cambiarse de ropa antes de continuar su investigación.


Entonces se dio cuenta de que no tenía coche. 


El Mercedes de su hermana seguía atrapado en el barro. Miró su reloj, esperando que Dee pudiera pasarse por allí para recogerla. Pero ya eran las doce y cuarto y Dee había dicho que no estaría disponible después del mediodía.


-La señora Sánchez se ha caído por las escaleras -dijo Pedro al colgar-. Parece que se ha roto la cadera.


-¿La señora Sánchez? ¿La madre de Gloria?


-La misma. La mejor tortilla de guacamole de Point. Dudo que pueda volver a hacerla en una temporada -dijo él, haciendo salir a Paula de la habitación-. No tengo tiempo para sacar tu coche del barro ahora mismo.


-Claro que no.


-Te dejaría la grúa, pero Bobby Ray no quiere que nadie más la conduzca -se detuvo en el vestíbulo y la miró con incomodidad-. Tampoco puedo ofrecerte mi coche, porque tengo todo mi material médico en el maletero y no sé qué voy a necesitar.


-No, no. De ningún modo aceptaría tu coche.


-Puedes quedarte aquí -le sugirió él-. Freddie y los Flounder vendrán de un momento a otro para preparar el picnic de mañana. Sus esposas no les permiten ensayar en casa, así que usan la mía. Un poco de música te animará la tarde.


-Mi tarde ya está bastante animada, gracias -dijo ella. No quería que nadie la viera en casa de Pedro-. Prefiero no quedarme aquí.


-Entonces sólo te queda una opción. Mi Harley.


-¡Tu Harley!


-Yo no te la recomendaría. Es muy grande y puede que te resulte muy difícil manejarla, sobre todo si está lloviendo... Aunque, por otro lado, ofrecerías una imagen muy interesante -añadió, mirándola de arriba abajo.


A Paula se le aceleró el pulso.


-No puedo llevarme tu Harley.


Él se encogió de hombros y sacó un paraguas del armario.


-Entonces tendrás que venir conmigo.



EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 13




Apartó la mano de su muslo y volvió a bajarse la falda. Con su pelo oscuro y alborotado, sus labios húmedos e hinchados y sus ojos verdes brillando de emoción, estaba tan hermosa que hacía daño mirarla.


Y aún le haría más daño tener que soltarla y saber que no podría volver a besarla. Sería horrible ver cómo intentaba mancillar su nombre y su reputación.


Pero a lo largo de su carrera había aprendido a ignorar el dolor y cualquier otra emoción o esperanza que pudiera interferir en su trabajo. Y había aplicado esa habilidad profesional a todos los aspectos de su vida personal.


-¿Has dicho trapos sucios? -preguntó, arqueando una ceja-. Me encantan... -añadió, besándola en la barbilla.


Ella gimió y lo empujó en el pecho.


-No me estás tomando en serio.


Él se apoyó en el codo y la miró fijamente. Paula no se imaginaba lo equivocada que estaba. Él nunca había tomado tan en serio a una mujer. Y tenía intención de hacer el amor con ella.


-Crees que eres muy dura, ¿verdad? -se burló, tirándole de un mechón ondulado.


-La verdad es que sí.


-Pues si eres tan dura, no importa lo que hagamos aquí, ya que nada tiene que ver con el caso.


-¿Harías el amor conmigo aun sabiendo que voy a intentar destruirte? -preguntó ella con el ceño fruncido.


Pedro se le aceleró el pulso sólo de oírla.


-Sí.


-Y eso quiere decir... que tampoco significa nada para ti -murmuró, apartando la mirada.


Pedro frunció el ceño. Él no había dicho eso. Le puso un dedo bajo la barbilla y le hizo mirarlo.


-Te lo dije antes, Paula. Tomaré lo que pueda tener de ti.


Sus miradas se encontraron y durante unos segundos nadie habló.


-¿Por qué?


No podría haberle hecho una pregunta más difícil. Pedro no sabía qué responder. Se había convencido a sí mismo de que quería su amistad y de que una aventura sexual lo echaría todo a perder. Pero eso había sido antes de besarla. 


Antes de experimentar aquella pasión febril que sofocaba cualquier duda.


Le pasó el pulgar lentamente por los labios. Ella batió los párpados y ahogó un gemido. El pulso le latía fuertemente en la garganta. Pedro sabía que le permitiría volver a besarla.


-¿Por qué no?


Ella pareció rendirse a su lógica y lo recibió a mitad de camino. Pero, tan pronto como sus labios se habían unido, el teléfono de la mesilla empezó a sonar. El sonido indicaba que se trataba de una llamada desviada desde su contestador. Una emergencia.


Pedro cerró los ojos y reprimió una maldición. 


¿Por qué ahora? ¿Por qué en ese preciso instante, cuando estaba a punto de conseguir que Paula se olvidara de sus escrúpulos?


EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 12




Pedro respiró hondo y cerró los ojos durante unos segundos.


-Por cargante que seas -susurró-, no puedo creer lo mucho que te he echado de menos.


Una cálida emoción se extendió por el pecho de Paula, nublándole la visión. Quería decirle que ella no lo había echado de menos, pero él sabría que estaba mintiendo. Quería darse la vuelta y evitarlo. Pero, por encima de todo, quería besarlo.


-No podemos ser amigos -dijo en voz baja y triste.


El subió la mano y le acarició suavemente la curva de la mandíbula.


-Entonces, ¿qué podemos ser?


Paula no tenía respuesta para eso.


-Tomaré lo que pueda tener de ti -dijo él en un áspero susurro.


Sus miradas se intensificaron. Los fuertes dedos de Pedro se entrelazaron en sus cabellos. Se inclinó y le tocó la boca con la suya. Un roce ligero, vacilante. Apenas un beso. Pero permaneció allí, manteniendo ese contacto etéreo, con los ojos cerrados y los latidos de su corazón pidiendo más en una súplica silenciosa.


Una corriente de sensualidad se propagó desde sus labios casi unidos hasta las profundidades más íntimas de su cuerpo. Aspiró lentamente, saboreando su calor masculino y su cercanía, hasta que la necesidad de recibir más la sobrepasó.


No supo quién se movió primero, quién comenzó el roce seductor de una boca contra otra, el intercambio de mordiscos y el baile de las lenguas. Una magia extraña y ardiente la poseyó. Se presionó más contra él, buscando la satisfacción de un repentino anhelo. Le rodeó los musculosos hombros con los brazos, hundió los dedos en el pelo de la nuca y se abandonó al placer.


El beso se hizo más profundo y voraz. Un gemido ronco se elevó por la garganta de Pedro al tiempo que una poderosa necesidad brotaba en su interior. Había fantaseado con aquello durante mucho tiempo. Con besar y saborear aquellos labios. Con abrazar a aquella mujer. Con hacerle el amor... Deslizó las manos bajo su chaqueta y subió por sus costados, ávido por sentir su suavidad. El gemido de Paula reverberó a través del beso, y sus caderas se mecieron en una sensual respuesta a las caricias. La sangre le hervía en las venas. Bajó las manos hasta su trasero y la levantó para apretarla más contra él.


-Pedro -susurró ella contra su boca-. No estoy siendo justa contigo. Tengo que parar ahora, en vez de hacerte creer que hay alguna posibilidad de...


-Deja que yo me preocupe de lo que es justo -la atajó él. Volvió a besarla y ella lo recibió con un movimiento sinuoso de su cuerpo que lo hizo gemir.


-Me detendré enseguida -le avisó ella en un murmullo ronco.


Él la miró a sus brillantes ojos verdes y le mordisqueó el carnoso labio inferior.


-De acuerdo -dijo, y volvieron a unirse en otro beso intenso y apasionado.


Pedro la presionó contra él de todas las maneras posibles. Necesitaba estar dentro de ella. A Paula se le escapó un débil gemido de placer, y la necesidad de Pedro se avivó hasta convertirse en dolor. La tumbó sobre la cama y la besó en el rostro, la mandíbula y el cuello.
Pedro -pronunció su nombre en un susurro tembloroso, tendida bajo él-, entiendes que voy a parar, ¿verdad?


-No -respondió él, pasándole la lengua por la mandíbula, hasta alcanzar su oreja-. No lo entiendo.


Ella cerró los ojos y estiró provocativamente su cuello largo y esbelto.


-No puedo relacionarme contigo.


Pedro se perdió en la fragancia floral de sus cabellos y en la esencia embriagadoramente femenina de Paula, tomándose su tiempo para saborear la textura de su piel. Ella le acarició la espalda y realizó pequeñas torsiones con su cuerpo, incitándolo aún más, y él le quitó la chaqueta y buscó los botones de la blusa. Por desgracia, la maldita prenda se abotonaba a la espalda. Frustrado, volvió a su boca y ella lo recibió con un beso tórrido y ferviente. Pedro empezó a masajearle los pechos a través de la seda y el encaje, endureciéndole los pezones. Había visto sus pechos el día anterior. Se había pasado la mitad de la noche recordándolos. Quería llenarse la boca con ellos y...


Pedro! -exclamó ella con un grito ahogado cuando él llevó la mano a su espalda para desabrocharle la blusa. Sus ojos destellaban de sensualidad y su rostro ardía de color-. Estoy investigando una demanda contra ti. Nada de lo que digamos o hagamos podrá cambiarlo. Voy a recoger cualquier pedazo de información que pueda encontrar para manchar tu nombre y...


Él la hizo callar con otro beso, y ella empezó a debatirse frenéticamente, empujándolo y al mismo tiempo tirando de él. Apartando sus manos y a la vez arqueándose para buscar su contacto. Una lucha sensual que pronto dio paso a la pasión compartida.


La mano de Pedro la recorrió desde el pecho hasta el muslo. Ella se retorció como una gata a la que estuvieran acariciando, y él le subió la falda para palpar la ardiente suavidad del muslo.


-No, espera -jadeó ella, agarrándole la mano-. Tienes que escucharme. Antes te engañé, Pedro. No sólo voy tras la verdad de este caso. También busco los trapos sucios.