miércoles, 2 de noviembre de 2016

PELIGROSO CASAMIENTO: CAPITULO 26





Pedro abrió la puerta y se lanzó al suelo, girando sobre sí mismo y poniéndose de pie cuando le lanzaron un disparo a la altura de las rodillas.


El guardia de seguridad que tenía a la espalda volvió a disparar y falló de nuevo el tiro. Pedro se preguntó dónde demonios habrían aprendido aquellos tipos a disparar. Se dio la vuelta a toda velocidad y le alcanzó al guardia en el hombro derecho. El hombre cayó como una roca. No estaba muerto, pero tampoco podría seguir disparando. Pedro se giró hacia Crane y miró fijamente a aquel malnacido a los ojos.


Crane estaba al lado de su escritorio y sujetaba a Paula delante de él a modo de escudo mientras le apuntaba la sien con una pistola de pequeño calibre.


-Suelta el arma, Crane, y te dejaré vivir -le ordenó Pedro.


Tenía los ojos fijos en Crane. Porque si miraba a Pau perdería el control de la situación. De hecho, podía sentir ya el pánico en la garganta.


-Vamos, Pedro, no creerás que voy a hacer algo tan estúpido, ¿verdad? -aseguró Crane con una carcajada-. Ni siquiera hace diez años eras tan ingenuo.


Un flash del pasado se cruzó por delante de la línea de visión del detective. Pero la apartó de sí y volvió a concentrarse en el objetivo. El hecho de que Crane le hubiera salvado la vida no importaba en aquel momento. 


Había saldado aquella deuda hacía mucho tiempo. Pedro apretó los dientes para disipar cualquier duda. Aquel hombre no era el mismo que él había conocido diez años atrás.


David Crane era un tramposo y un asesino. Después de lo que les había hecho a Pau y a su padre no merecía vivir.


Crane sonrió con expresión siniestra.


-Eres un libro abierto, amigo. Estás sopesando las razones por las que deberías matarme.


Crane agitó a Pau en su dirección.


-Dime, ¿vale la pena matarme por ella? Porque el único modo que tienes de recuperarla es matándome. ¿Podrás vivir con eso, Pedro?


Crane inclinó ligeramente la cabeza hacia un lado y se encogió de hombros.


-Y en cualquier caso, tal vez me la lleve conmigo al infierno sólo para fastidiarte.


Pedro escuchó el ruido de pasos en el pasillo que había delante del despacho de la secretaria. En cuestión de segundos estarían rodeados por los guardias de seguridad de Cphar. Hombres que trabajaban para David Crane.


-Suéltala -le dijo el detective moviéndose muy despacio-. Suéltala y utilízame a mí como salvoconducto para salir de aquí. Es tu única esperanza.


-Es cierto -intervino Paula con voz temblorosa-. Llevo un micrófono. Todo lo que has dicho ha sido grabado por otro agente de la Agencia Colby.


“Muy inteligente”, pensó Pedro. Miró directamente a Pau por primera vez desde que entró en aquel despacho. Parecía aterrorizada, pero al mismo tiempo valiente y absolutamente bella. Quería abrazarla y felicitarla por lo bien que lo estaba haciendo. Pero se obligó a volver a mirar a Crane.


-Bajaré el arma y saldremos de aquí antes de que lleguen las autoridades.


Nadie había avisado a las fuerzas del orden, pero Crane no tenía por qué saberlo.


Crane negó con la cabeza.


-Fuiste tú el que llamó para decir que había amenaza de bomba -dijo como si de pronto se le hubiera encendido una lucecita-. Eres un malnacido. Así es como conseguiste entrar.


Crane agarró a Pau del pelo y le echó la cabeza hacia atrás.


-Así fue como hiciste que ella entrara.


-Le di un puro al tipo de la puerta -respondió Pedro con chulería-. ¿Te acabas de dar cuenta ahora? Parece que estamos un poco lentos, ¿no?


La expresión de Crane se enfureció y lo miró con rabia.


-Voy a matarla -aseguró-. Considero que es mi obligación que quede muy claro.


-¿Prefieres verla muerta antes que salir indemne de aquí? -preguntó Pedro dando un paso adelante-. ¿Estás seguro?


Crane vaciló.


-Primero baja el arma.


Pedro fingió reconsiderar la propuesta.


-De acuerdo.


Crane tampoco estaba al tanto de la funda de pistola que llevaba al tobillo.


-Lo haremos a la vez. Yo dejaré el arma en el suelo y tú la soltarás.


Crane asintió con la cabeza.


-Acércate más. Quiero que esto sea un momento íntimo.


Pedro obedeció. Lo único que le hacía falta era darle un buen cabezazo y Crane saldría del plano.


-Ahora -dijo Crane cuando el detective estuvo a menos de un metro de distancia-. Deja el arma encima del escritorio y levanta las manos. . .


No haría una cosa semejante ni aunque viviera un millón de años. Pedro miró a Paula mientras comenzaba a bajar la pistola. El pánico que reflejaban sus ojos disparó todas sus alertas. Maldición. Ella no entendía que no pensaba darle ninguna ventaja al otro hombre.


Toda la escena pareció desarrollarse a cámara lenta. Crane dejó de sujetarla con tanta fuerza. Pedro levantó las manos.


Pau agarró el abrecartas del escritorio.


Crane abrió los ojos de par en par al darse cuenta de que Pedro no tenía intención de bajar el arma. Pau le clavó el abrecartas con fuerza en el muslo.


Los ojos de Crane mostraron asombro en el instante exacto en que con el dedo pulgar echaba hacia atrás el seguro de la pistola.


-!Al suelo! -le gritó Pedro a Paula.


Pau se soltó.


Crane disparó. Pedro disparó.


Las detonaciones se escucharon en el despacho.


Crane se fue bruscamente hacia atrás. Pau cayó al suelo.


Silencio.


Los ojos de Pedro se posaron inmediatamente en ella.


Pau alzó la mirada lentamente desde el suelo.


Gracias a Dios.


-¿Estás bien? -le preguntó Pedro con voz tan temblorosa como la que ella tenía unos minutos atrás.


Pau asintió con la cabeza y luego miró hacia atrás por encima del hombro.


-Está muerto -le aseguró Pedro.


El detective bajó el arma. Sentía un alivio tan grande que parecía como si estuviera débil. Se dirigió hacia ella.


El ruido de unas armas cargándose resonó por la habitación.


Pedro giró la cabeza en dirección a aquel sonido. Seis guardias de seguridad entraron por la puerta.


-Tire el arma -ordenó el que parecía estar al mando.


Pedro sabía que estaban en camino. Los había oído. Pero no esperaba que llegaran tan lejos. Se suponía que para entonces Simon debería estar allí.


-Joe -dijo Pau, que había reconocido a aquel guarda-. Menos mal que estás aquí.


-Doctora Crane, ¿se encuentra bien? -preguntó el hombre al que había llamado Joe, mirando primero a Pedro y luego a ella.


-Perfectamente -aseguró Pau señalando al detective-. Este hombre me ha salvado la vida. David Crane era un traidor.


Joe no parecía muy convencido.


-¿Está usted segura, doctora Crane?


-Por favor -le suplicó ella con voz débil-. Bajad las armas. Él está de nuestro lado.


Joe negó con la cabeza.


-No puedo hacer eso hasta que él lo haga, doctora -respondió el guardia señalando a Pedro con la cabeza-. Tengo que reducirlo.


-Desgraciadamente, caballeros, eso no va a ocurrir.


Simon Ruhl estaba detrás de los guardias. Con el cañón de la pistola apuntaba la nuca de Joe.


-¿Has venido dando un rodeo, o qué? - protestó Pedro.


Simon sonrió en dirección a su compañero.


-He encontrado cierta resistencia -aseguró alzando una ceja-. Un tipo llamado Bob. Al parecer alguien le había dicho que había una bomba en el edificio.


-Vaya -confesó Pedro.


Estaba seguro de que Bob no olvidaría fácilmente su encuentro con Simon Ruhl.


-Bajad las armas -le ordenó Simon a los guardias con impaciencia.


Admitiendo su derrota, Joe dejó el arma en el suelo y le dio una patada para enviarla varios metros más allá. Los demás siguieron su ejemplo.


Pau corrió a los brazos de Pedro.


-Dios, pensé que estábamos los dos muertos -aseguró estremeciéndose contra su pecho.


El detective la besó en el cabello.


-Ahora estás a salvo, Pau.


Ella se apartó un poco y lo miró a los ojos.


-Ya has recuperado tu vida.


La expresión de júbilo de la joven se descompuso.


-Mi padre. Tengo que volver a mi casa. David lo está matando.


Pedro salió a toda prisa del despacho, seguido muy de cerca por Pau. Simon se quedó para hacerse cargo de los detalles finales.


Pau tenía razón. Crane estaba muerto pero todavía seguía matando a su padre





PELIGROSO CASAMIENTO: CAPITULO 25





Pedro subió corriendo por las escaleras hasta el décimo piso. No se arriesgó a tomar el ascensor por si acaso lo estuvieran vigilando y los de Seguridad lo pararan cortándole la luz. Ya había llamado a Simon para pedirle refuerzos. 


Estaría allí enseguida. Pedro sabía que una buena cobertura era la clave de cualquier operación. Ana Wells iba a quedarse con la impostora. Con Pamela, según Crane.


Sin parar de correr, Pedro llegó al despacho de la secretaria de Crane sin detenerse. Subió de un salto al escritorio y desde aquella posición elevada se dejó caer sobre los tres guardias de seguridad que esperaban en la puerta del despacho de Crane. Las armas dispararon. Un hombre cayó al suelo.


La voz de Crane volvió a sonar en el auricular de Pedro


Estaba llamando otra vez a los guardias. Pero ellos estaban un poco ocupados, pensó el detective dando un buen derechazo.


Pedro!


Era la voz de Paula. Gritando.


Pedro intensifico sus esfuerzos. La lucha continuó durantes tres segundos más. Un segundo guardia cayó al suelo. Y luego el último. Uno de ellos estaba muerto, los otros dos sólo inconscientes.


Pedro se dirigió hacia la puerta del despacho de Crane.


-No tengo problemas para matarte yo mismo -gruñó Crane.


Pedro! ¡Tiene una pistola!


Con el corazón latiéndole con fuerza contra el pecho, el detective agarró el picaporte.


-¡Alto o disparo! -le ordenó una voz a su espalda.


Pedro no se detuvo.




PELIGROSO CASAMIENTO: CAPITULO 24




Pau tenía claro que si David había guardado los archivos de Kessler en los que se indicaba que el Cellneu tenía problemas, tendrían que estar en su despacho.


Y estaba casi segura de que habría conservado algo. Era el truco más viejo del mundo para cubrirse las espaldas. Así, cuando surgieran problemas más adelante, David podría salir con aquella prueba nueva, como si acabara de encontrarla. Una prueba que demostraría que Kessler o su padre habían ocultado los problemas. Cphar resultaría herido sin remisión, pero David se iría de rositas. Desviaría todas las ganancias del Cellneu a una cuenta suiza. Y poco después, cuando aquel desastre saliera a la luz, la empresa se declararía en bancarrota.


Pau estaba segura de que David había pensado en todo. No se arriesgaría a cometer el más mínimo fallo. Pero ella haría que fallase. No permitiría que hiciera daño a todas aquellas personas que pensarían que el Cellneu sería la respuesta a sus oraciones. Ni tampoco dejaría que destrozara el trabajo al que su padre había dedicado su vida entera.


-¿Has encontrado ya algo?


La voz de Pedro sonó en el auricular de su oído tranquilizadora y excitante.


-No -susurró ella tratando de concentrarse en lo que tenía entre manos.


No era el momento para pensar en sexo ni en el hombre al que amaba.


Los dedos de Pau se detuvieron de golpe en el cajón inferior del archivador de David. Amaba a Pedro. Así se lo había dicho. No había sido su intención, pero el temor de no volver a verlo nunca la había animado a hacerlo. Así que se lo había dicho.


Pau siguió rebuscando entre las carpetas de aquel cajón y luego abrió el de arriba.


-Lo de antes iba en serio, ¿sabes? -murmuró esperando su reacción.


Entonces lo escuchó suspirar con fuerza. Trató de no considerarlo una respuesta negativa mientras seguía observando las carpetas perfectamente etiquetadas y ordenadas.


-Hablaremos de eso cuando salgas de ahí -aseguró Pedro para atajar el asunto.


Bueno, al menos no le había dicho que estaba completamente loca, aunque seguramente así era.


Pero de todas maneras lo amaba. Pau sonrió mientas se giraba hacia el escritorio, pensando de qué modo podría abrir aquellos cajones. De acuerdo, estaba enamorada. 


Aunque ya no era virgen, tenía la intención de casarse con el hombre que la había desflorado. Aunque él no lo supiera todavía. Pau sonrió todavía más. No estaba preocupada, acabaría por hacerle entrar en razón.


Buscó por encima del escritorio alguna llave, algo con lo que abrir los dos cajones. Intentó forzarlos tirando de ellos pero no sirvió de nada.


-No puedo abrir los cajones ni tampoco veo la llave.


-¿Tienen cerradura?


Pau miró primero a uno y luego a otro.


-Sí, y parece ser la misma para los dos.


-¿Hay algún abridor de cartas en el escritorio?


Pau miró a su alrededor y encontró uno con empuñadura de caoba y filo de plata.


-Lo tengo.


-Introduce la punta en la cerradura lo más dentro que puedas y después gíralo.


Pau se puso de rodillas y se concentró en intentarlo. La primera cerradura cedió. Pau abrió el cajón.


-Hecho -le dijo a Pedro.


-Buena chica.


Pau rebuscó entre los archivos. Nada interesante. Una sensación de fracaso se abrió paso en su interior. ¿Y si David lo había destruido todo? Pero aquello no tenía sentido. 


Necesitaba algo para cubrirse las espaldas.


La siguiente cerradura se abrió también con facilidad. Pau le había pillado el truco al abrecartas. Para cuando terminó de mirar aquellos otras carpetas ya tenía el ánimo por los suelos.


-No está aquí -susurró.


Pero, ¿en qué otro sitio podría estar? David no se arriesgaría a dejar aquel archivo en algún lugar donde cualquiera pudiera encontrarlo. Era demasiado inteligente.


-Si no lo encuentras, sal de ahí -le ordenó Pedro.


Pau escuchó sin lugar a dudas un tono de preocupación en su voz.


-Ya llevas allí diez minutos. Puede regresar en cualquier momento.


¡Y de pronto, allí estaba!


La siguiente etiqueta que leyó fue: Cellneu. La joven sacó la carpeta de plástico del cajón y se incorporó. Había informes, memorándos y notas escritas a mano por Kessler. En todas ellas se advertía contra el uso del Cellneu. Nuevos descubrimientos, había escrito el científico, demostraban que en células no cancerígenas se desarrollaban alteraciones genéticas. Aquellas células adulteradas podrían provocar tanto daño que a la larga provocarían la muerte del sujeto en experimentación. Aquellas notas estaban escritas hacía más de un año.


-Dios -murmuró Pau.


-¿Has encontrado algo? -quiso saber él.


-Lo tengo.


Sintió una subida de adrenalina por las venas. Tenía la prueba en las manos.


-Entonces, sal de ahí -le ordenó él.


Pau volvió a guardar los papeles en la carpeta de plástico. 


Después se la colocó en la cinturilla de la falda por si se tropezaba con alguien al salir huyendo. Cuando iba a cerrar el cajón algo le llamó la atención.


Paula Chaves.


Aunque su cabeza le estaba gritando que saliera a toda prisa de allí, no podía hacerlo. Sencillamente, no podía moverse sin ver qué había en aquel archivo. Aquél en el que figuraba su nombre.


Abrió la carpeta de plástico y observó su contenido. Varios documentos tenían fecha anterior a su nacimiento. Cuanto más leía, más vueltas le daba la cabeza. De su cerebro había desaparecido cualquier idea de salir de allí. Lo único que podía hacer era leer los documentos tan detallados que tenía delante de ella.


-¿Qué estas haciendo? -inquirió Pedro-. ¡Sal de ahí!


Ella negó con la cabeza, demasiado concentrada como para hablar.


De pronto, la puerta se abrió.


-No ha sido más que...


Pau alzó la vista.


David estaba frente a ella y la miraba con la boca abierta.


La joven se incorporó muy despacio con el archivo que tenía su nombre en las manos.


-¿Qué es esto?


-¡Maldita sea, Paula, sal de ahí! -le gritó Pedro al oído.


Ella escuchó el portazo del coche. El detective se había bajado. Iba hacia allí.


Paula lo ignoró.


-Este archivo -dijo señalando a David con la carpeta-. ¿Qué es todo esto?


-¿Cómo demonios has...?


David dejó la frase a la mitad.


-¿Dónde está...?


-¿Esa amiguita tuya que se parece tanto a mí? -lo interrumpió Pau alzando una ceja. David sonrió de pronto. 


Mientras cruzaba el despacho, toda expresión de sorpresa se borró de su rostro.


-Gracias por ahorrarme el trabajo de tener que seguirte la pista. ¿Dónde está tu protector?


Pau abrió la boca para hablar, pero la voz de Pedro la interrumpió.


-Dile a ese hijo de perra que voy de camino y que cuando llegue voy a matarlo.


Pero Pau no quería ir por ese derrotero.


-Quizá sería mejor que te dijera primero dónde está tu amiga.


-Dímelo.


David se colocó al otro lado del escritorio: Metió la mano en el bolsillo interior de la chaqueta y sacó su teléfono móvil.


-Dame un minuto -dijo educadamente mientras marcaba un número-. Sube ahora mismo -gruñó-. Y avisa a los de Seguridad. Es muy probable que Pedro Alfonso ande por aquí. ¿Quién? ¿Por qué no se me ha informado? ¡Yo no he llamado a ningún experto en explosivos!


Pau trató de mantener la calma, de mantener las piernas firmes. Tenía que hacerle pensar que no le tenía miedo, que tenía un plan...


-Lo siento -continuó David tras colgar-. ¿Qué me decías?


-Tu amiga -repitió Pau-. Ahora mismo está con un detective de homicidios contándole todo lo que sabe de ti. Que mataste a Roberto, a Kessler, y que el Cellneu es un fraude.


David colocó la cadera en la esquina del escritorio. Pau se quedó donde estaba. No movió ni un músculo.


-¿De verdad? Qué interesante -respondió David mirándola fijamente a los ojos-. Pero sé que estás mintiendo. Nunca se te ha dado bien mentir. Además, Pamela nunca me traicionaría. Sin mí no es nadie.


Pau se encogió de hombros con fingida indiferencia.


-Tal vez tengas razón. Tal vez ella no te abandone. Por mí, como si se tira por la ventana. Esa parte no me interesa. Con los archivos de Kessler tenemos todo lo que necesitamos para detener el Cellneu.


-Entonces, ¿para qué has venido? -inquirió él con sarcasmo-. ¿Para recordar los viejos tiempos?


David se puso de pie, rodeó el escritorio y se acercó a ella lentamente. Ahora Pau sí que tenía miedo. Mucho miedo. 


Por mucho que lo intentara no podía impedir que le temblaran las piernas. David se detuvo a un par de metros de ella con gesto amenazador.


Pau alzó la barbilla y lo miró fijamente.


-Sólo quería comprobar si podía engañarte. Y lo conseguí.


Él soltó una carcajada terrorífica.


-Sí, durante un momento sí -dijo acariciándole el brazo con un dedo-. Pero, ¿sabes una cosa? Pamela no es frígida como tú. Sin lugar a dudas, habría captado la diferencia.


Ella se apartó bruscamente.


-Como que te hubiera dejado acercarte a mí.


David la observó con ojos furiosos.


-Por lo que veo, no has rechazado los brazos de Alfonso -le espetó.


Pau sonrió triunfalmente, aunque no pudo evitar preguntarse cómo lo habría sabido. Pero tenía que mantener el tipo.


-Desde luego que no. A él le he entregado lo que tú nunca tuviste.


David la agarró de los brazos. Sus dedos parecían bandas de frío metal sobre la piel de Pau.


-¿Acaso crees que me importa? Tengo lo que quiero. Lo tengo todo. Incluso soy dueño de tu existencia.


-¿Qué es todo esto? -le preguntó, decidida a obtener una respuesta respecto a aquel archivo aunque tuviera que morir inmediatamente después.


David le dio un empujón. Ella se tambaleó y consiguió mantener el equilibrio antes de caer al suelo.


-Es el secreto más sucio de la familia Chaves -gruñó-. Durante todo este tiempo has creído que eras la niña perfecta de papá, que él era el padre perfecto, que toda tu vida era perfecta.


David movió suavemente la cabeza de derecha a izquierda.


-Pero todo está construido sobre una mentira.


Pau le arrojó la carpeta que contenía su archivo. Rebotó contra su pecho y todo su contenido cayó al suelo.


-No creeré absolutamente nada de lo que tú me digas -le gritó con los ojos llenos de lágrimas.


-Eso ya lo veremos.


David dio un paso adelante, acortando así la distancia que había entre ellos.


-Empecemos por tu adorada madre.


Pau quería taparse los oídos con las manos para bloquear sus palabras, pero no fue capaz de moverse. Lo único que podía hacer era quedarse allí y mirar aquellos ojos diabólicos. Tres hombres entraron atropelladamente en el despacho. David los miró de reojo.


-Esperad fuera -les ordenó-. Y mantened los ojos bien abiertos para encontrar a Alfonso.


Pau seguía paralizada. Sentía deseos de gritar, de decirles a aquellos hombres qué clase de persona era su jefe. Pero se sentía incapaz de hacer otra cosa que no fuera escuchar aquellas palabras horribles. David se giró hacia ella una vez más.


-Tu madre no podía concebir. Nada funcionó con ella. Así que tú eres una niña probeta.


Paula consiguió reunir un poco de coraje.


-¿Y qué? Eso no tiene nada de especial.


La fecundación in vitro había comenzado muchos años antes de que ella naciera. Muchas parejas habían seguido aquel camino. Y seguían haciéndolo.


-Ya, pero tu caso es un poco distinto -le informó David claramente regocijado-. Tu cigoto se dividió.


-Gemelas idénticas.


David hizo una reverencia con las manos para recalcar sus palabras y dio un paso más en su dirección.


Pau sintió un súbito dolor en el estómago. ¿La otra mujer era su hermana gemela? Eso no era posible, sencillamente. 


Su padre le habría contado una cosa tan importante. Aquello era una locura. Estaba claro que David había perdido la cabeza. Pau deslizó la vista hacia los papeles que había en el suelo. Sin embargo, allí había documentación. Ella misma había visto un poco.


-Papá estaba entusiasmado con su nuevo descubrimiento -continuó David con tono engreído-. De hecho, estaba tan contento que decidió jugar a ser Dios por un día.


Pau negó con la cabeza.


-Estás loco. Mi padre nunca haría algo así.


David giró la cabeza y observó su rostro compungido por el dolor. Alzó la mano y le acarició la mejilla. Ella se estremeció.


-Oh, claro que lo hizo. Tu papá decidió alterar un embrión. Quería saber si podía crear un genio -aseguró alzando las cejas-. Y el resto es historia.


A Pau la habían calificado de genio desde que tenía cuatro años. Pero tanto su padre como su madre eran extraordinariamente inteligentes. No resultaba inconcebible que ella también lo fuera. La historia de David resultaba demasiado extraña. Estaba tratando de hacerle daño. Eso tenía que ser.


-Si lo que estás diciendo es verdad, ¿por qué nunca me contó nadie lo de mi hermana gemela? -preguntó.


-Esa pregunta es muy fácil.


David la agarró de los hombros y la apoyó contra el escritorio. No tenía escapatoria. Pau sintió que se le aceleraba el corazón.


-Tu padre no sabía que tu hermana sobrevivió.


-¿Cómo es posible eso? -preguntó ella con asombro.


-El querido tío Roberto decidió que lo que tu padre había hecho no estuvo bien. Así que metió mano en el asunto. Temía que si tu padre tenía éxito podría intentar en el futuro más alteraciones genéticas. Roberto se aseguró de que sólo una de vosotras viviera, al menos para el resto del mundo, incluido tu padre.


David apartó con el pie los papeles que había en el suelo y avanzó un paso más.


-Tu padre no llegó a saber siquiera que el otro embrión sobrevivió. Sintiéndose culpable por lo que había hecho, Roberto se aseguró de que el otro embrión se implantara con éxito en otro útero.


Aquello no podía ser cierto.


-No te creo.


Paula agarró con fuerza la esquina del escritorio. ¿Podría salir de allí rodeándolo antes de que David se acercara aún más y la dejara completamente atrapada?


Él señaló con un gesto los papeles que estaban en el suelo.


-Todo está ahí. Lamento que no hayas tenido tiempo de leer todos los detalles. Son fascinantes.


Ella negó con la cabeza.


-Si todo es verdad, ¿tú cómo te enteraste?


-Ésa es la parte más increíble -aseguró David con entusiasmo-. Me lo contó tu padre.


-Has dicho que él no lo sabía -dijo ella.


-Y así era. Hasta que Roberto se lo contó hace seis meses.


-¿Y por qué iba a contárselo después de tantos años?


Pau no quería creerse nada de todo aquello. Pero había visto algunos de los papeles. Y había visto a la otra mujer. Las huellas y el ADN coincidían. Al menos una parte de la historia era cierta.


-Cuando la salud de tu padre se vino abajo, Roberto comenzó a sentirse culpable. Así que le contó la verdad. Como tu padre era consciente de lo mucho que yo te quería -aseguró David con sarcasmo-, me pidió que encontrara a tu gemela y le hiciera un informe detallado de cómo era su vida. La primera vez que la vi me quedé impresionado. Era una réplica exacta. Aunque no tan educada ni tan fina como tú.


-¿Cómo la encontraste?


A Paula le latía el corazón a toda máquina. No quería seguir escuchando nada más pero tenía que hacerlo. Tenía que saberlo todo.


-Roberto sabía dónde estaba. Siempre lo supo. Cuando le conté a tu padre que la había criado una familia de Indiana y que ahora estaba trabajando en Nueva Orleans y le iba bien, pareció satisfecho.


-¿Por qué no me lo contó? -preguntó con voz temblorosa.


El dolor que sentía acabó con las últimas fuerzas que le quedaban.


-Bueno, ya sabes cómo le gusta hacerse el mártir. No quiso meterse en la vida de ninguna de las dos. Sobre todo cuando yo le aseguré que tu gemela tenía una vida maravillosa.


-Le mentiste.


De pronto, Pau tuvo un horrible presentimiento respecto al resto de la historia.


-Por supuesto que le mentí -reconoció con una carcajada-. A partir de ahí todo fue muy fácil. Me casaría contigo, me libraría de tu padre y después de ti. Pamela estaba entusiasmada con la idea de ocupar tu lugar entre tanto lujo. Tras la vida tan miserable que había llevado hasta entonces, le parecía que por fin tenía su oportunidad.


El rostro de David se ensombreció.


-Habría funcionado si Roberto no llega a descubrir lo que yo ocultaba respecto al Cellneu. Entonces todo mi plan se fue al garete. Pero ahora todo vuelve a estar bajo control. Tú estás muerta y tu padre también lo estará antes de que acabe la noche.


De pronto, Pau tuvo una revelación.


-¿Qué le has hecho a mi padre? ¡Tú le has provocado la enfermedad!


Cielo Santo, era cierto. El hombre con el que pensaba casarse, el hombre al que creía amar estaba matando a su padre. Tal vez ya lo hubiera matado.


-Eso fue una idea genial por mi parte. Sabía exactamente qué fármacos administrar para conseguir el efecto adecuado y que nadie lo descubriera.


-¿Cellneu?


-Oh, no, no pondría el Cellneu en peligro. Se trata de mi propia mezcla. Una dosis constante en su sistema circulatorio produce el efecto deseado. Esta noche triplicaré la dosis. Adiós, papá. Estoy seguro de que Pamela se quedará desolada.


Una súbita oleada de miedo combinada con rabia le dio el coraje suficiente para apartarse ligeramente de él. No podía permitir que aquello ocurriera. Tenía que salvar a su padre.


-No dejaré que lo hagas.


David les dio un grito a los hombres que esperaban fuera.


-Es una lástima que no haya nada que puedas hacer. Como ya te he dicho antes, estás muerta.