lunes, 20 de marzo de 2017

PROBLEMAS: CAPITULO 14




Paula se limpió las manos de grasa en un trapo, lo guardó en el bolsillo trasero de su mono y se inclinó para abrir el capó del Pontiac que Mike y ella estaban arreglando para un cliente.


Durante los cuatro días que habían pasado desde que salió corriendo del hospital, dejando atrás a Pedro Alfonso y su carrera política, Paula se había entregado de lleno a su trabajo. Octavio y Patricia se habían pasado por allí hacía tres días para tratar de convencerla de que fuera a quedarse con ellos hasta que las autoridades encontraran al hombre que había disparado contra Pepe. Ella había rechazado su
oferta. Paula no era lo suficientemente inconsciente como para no tener miedo. Lo tenía. Sabía que allí fuera, en algún sitio, había un hombre que la odiaba tanto que quería verla muerta. Tenía a Solomon cerca todo el rato y su escopeta no estaba cargada de simples perdigones. Había pasado las últimas noches en casa de Solange, lo mismo que Mike, que había dormido en el sofá. Se había llevado con ella a Whitey, el perrito de Richie Nolan, y a su gatita Sheba. Whitey y el hijo de Sheila, Danny, se habían gustado desde el principio, así que Paula decidió que dejaría allí al perrito cuando se fuera.


Paula no necesitaba la ayuda de los Alfonso. Tenía otros amigos.


-Ese parece el coche del sheriff Redman -dijo Mike.


Paula miró hacia la zona de aparcamiento del garaje. Un Chevrolet acababa de detenerse. Lorenzo Redman salió del vehículo, se quitó el sombrero y lo dejó en el asiento antes de cerrar la puerta.


-Buenas tardes, Paula, Mike -Lorenzo palmeó la cabeza de Solomon al pasar junto al gran danés que estaba de guardia ante la entrada del garaje.


-¿Se sabe algo nuevo sobre el hombre que disparó contra Alfonso? -preguntó Mike.


-Hemos interrogado a Lobo Smothers y tiene una coartada. Su novia asegura que estuvo con ella toda la noche. Pero aún no hemos encontrado a Cliff Nolan. Sus amigos dicen que está buscando a Loretta y los niños.


-Espero que nunca los encuentre -dijo Paula-. Pase a la parte trasera, Lorenzo. ¿Le apetece una cola?


-No gracias -Lorenzo se acercó a donde estaban trabajando y apoyó un pie en un montón de neumáticos que se hallaban junto al Pontiac-. Hemos encontrado la camioneta desde la que te dispararon. Estaba abandonada en un camino a unas
quince millas de tu casa, Paula.


-¿Y?


Paula quería que terminara aquella pesadilla para que su vida volviera a la normalidad, para ser capaz de dejar de sentirse culpable por los disparos que había recibido Pedro Alfonso.


-La camioneta fue robada. Pertenece a un granjero del sur de Mississippi. La pistola estaba en el asiento de la camioneta. Suponemos que también fue robada.


-De manera que no están más cerca de atrapar al hombre que disparó contra Pedro que hace cuatro días -Paula se secó el sudor de la frente con el antebrazo.


-Siempre existe la posibilidad de que quien disparara no quisiera matar a nadie -dijo Lorenzo-. Tal vez intentaba asustarte, advertirte que no te metieras en sus asuntos.


-Aunque su teoría fuera cierta no cambiaría el hecho de que ese hombre ha cometido un delito. Aunque no tenga nada que temer de él tiene que ser atrapado y castigado por lo que le hizo a Pedro -Paula se volvió hacia Mike-. Voy a acompañar afuera a Lorenzo. Tengo que hablar con él en privado.


Mike asintió. Rodeando el Pontiac, Paula le hizo un gesto a Lorenzo para que la siguiera.


-¿Qué sucede, Paula?


-Me gustaría saber si ha tenido noticias sobre Pepe hoy.


Lorenzo parpadeó al salir a la luz del sol.


-Está lo suficientemente sano como para no dejar de darme órdenes a diestro y siniestro.


-Eso está bien -Paula trató de sonreír.


-Sale hoy del hospital. Es probable que ya esté fuera. Seguro que Donna Fields lo llevará en coche a su casa -Lorenzo miró a lo alto y se rascó la barbilla antes de añadir-: Sí, ella estaba allí de visita cuando pasé por el hospital esta mañana.


Paula se dijo que el hecho de que Donna Fields estuviera jugando a las enfermeras con Pedro no debería molestarle. 


Pero le molestaba. Y mucho.


-Bien -dijo-. Pedro necesita a alguien como ella.


-Sí, supongo que tienes razón -Lorenzo abrió la puerta de su coche-. Cuídate, Paula. Procura mantenerte alejada de cualquier problema, pero llámame si me necesitas.


-Gracias.


Paula observó cómo se alejaba el sheriff y trató de no pensar en Pedro y en lo cerca que habían estado de convertirse en amantes la noche que le dispararon. Si al menos... No. No iba a seguir soñando despierta sobre algo que no podía ser.


Ya había tomado una decisión cuatro días atrás cuando se fue del hospital.


Además, Pedro mismo le había dicho que no estaba enamorado de ella, que sólo le atraía sexualmente.


Acababa de volverse para entrar en el garaje cuando oyó que otro coche entraba en el parking.


-Parece que hoy es el día de las visitas, pero no de los clientes -dijo Mike.


Paula se volvió y vio a Pedro Alfonso bajando de su jaguar. 


Se acercó a él apretando los puños y diciéndose que era lo suficientemente fuerte para encararle, para hacer lo que debía.


-Me alegra que hayas salido del hospital- dijo.


-¿En serio? Tienes una forma muy extraña de mostrar tu preocupación, Paula.No me has visitado y ni siquiera me has llamado por teléfono.


-Octavio y Patricia me informaron sobre tu estado cuando se pasaron por aquí para sugerirme que me quedara unos días con ellos. Y Lorenzo acaba de decirme hace un momento que estabas lo suficientemente mejorado como para abandonar hoy el hospital.


-¿Por qué no te has quedado con Octavio y Patricia?


-No necesito la ayuda de los Alfonso. Ya no -dijo Paula, mirando al suelo.


-Necesitas protección hasta que encuentren al tipo que disparó -dijo Pedro-. No deberías estar sola.


-No estoy sola. Estoy en casa de Solange, y Mike también está durmiendo allí.


-¿Mike? ¿Se dedica ahora a hacer de guardaespaldas?


-Sí, supongo que sí. Tengo entendido que Donna Fields se dedica ahora a ser enfermera -Paula se reprendió de inmediato por haber dicho aquello. ¿Cómo podía haber manifestado sus celos de aquella forma tan evidente?-. Creo que Donna es la mujer adecuada para tu vida. Estáis hechos el uno para el otro, ya lo sabes.


Pedro dio un paso adelante; Paula dio un paso atrás sin apartar la mirada del suelo. Pedro alargó los brazos, cogiéndola por los hombros.


-Mírame, Paula, y dime qué diablos sucede.


-No sucede nada. Absolutamente nada -Paula no sabía si podría mirarle directamente y seguir mintiéndole


Pedro le hizo alzar la cabeza. Ella cerró los ojos. Pedro la atrajo hacia sí.


-Si no estás dispuesta a trasladarte a Marshallton con Patricia y Octavio hasta que la policía atrape al pistolero yo me trasladaré aquí a Crooked Oak contigo.


-¡No, no puedes hacer eso!


-¿Por qué no?


-¿Estás loco? Piensa en la publicidad.


-Al diablo con la publicidad.


Paula se apartó de él y miró su sonriente rostro. ¿Qué diablos le pasaba? No estaba actuando como el Pedro Alfonso que había conocido toda su vida.


-Creo que cuando te sacaron esas balas del brazo y el costado se desviaron ligeramente y operaron también tu cerebro -Paula alzó las manos frente a sí al ver que Pedro trataba de cogerla de nuevo-. Quiero que entiendas esto, Pepe. Te he liberado de mí. He salido de tu vida para el bien de ambos. No habrá más llamadas para pedirte ayuda. Ya no soy ninguna niña y sé cuidar de mí misma.


-¿En serio? -Pedro la arrinconó contra la pared exterior del garaje-. Pues tal y como yo lo veo, la otra noche te salvé la vida y eso me da ciertos privilegios.


-¿Qué privilegios cree que le da eso, Alfonso? -preguntó Mike mientras dejaba la llave inglesa con la que estaba trabajando en la caja de las herramientas y se limpiaba las manos con un trapo.


-Mantente al margen de esto, Hanley. Este asunto es entre Paula y yo -dijo Pedro.


-¿Es eso lo que quieres, Paula? -preguntó Mike, saliendo al exterior y deteniéndose a escasa distancia de ellos.


-¿Por qué no sacas unas bebidas para todos de la máquina, Mike? Para cuando lo hayas hecho Pedro y yo habremos terminado la conversación y podrá llevarse el refresco cuando se vaya.


Frunciendo el ceño, Mike asintió y entró en la oficina, donde se hallaba la máquina de los refrescos.


-Si no quieres ir a casa de Patricio y Octavio y no quieres que yo venga aquí sólo veo otra alternativa -dijo Pedro.


-¿Qué alternativa?


-Llamaré a Claudio, Hector y Joaquin y les diré lo que ha sucedido. Creo que tus tres hermanos serían unos guardaespaldas perfectos, ¿no te parece?


-No te atrevas a amenazarme -Paula apoyó el dedo índice contra el pecho de Pedro-. No llamarás a mis hermanos ni te meterás en sus vidas. ¿Me has oído?


-Tu vida está en peligro, cariño, y no estoy dispuesto a permitir que te suceda nada -Pedro cubrió la mano de Paula con la suya, atrapándosela contra su pecho.


-Toda esta preocupación es debida a un motivo sexual, ¿no es cierto? -Paula sabía que lo que estaba diciendo no era verdad, pero tenía que alejar a Pedro de su vida. Debía convencerle de que si era listo lo mejor que podía hacer era alejarse de ella antes de que fuera demasiado tarde.


-¿De qué estás hablando? -Pedro la cogió entre sus brazos-. Si me estás preguntando si quiero hacer el amor contigo la respuesta es sí. Pero eso ya lo sabías. La noche de los disparos averiguaste cuánto te deseo.


-Bueno, supongo que yo también te he deseado mucho tiempo -dijo Paula en tono despreocupado-. Siempre he sentido curiosidad por saber cómo sería contigo. Todos los hombres sois diferentes y supongo que quería saber si serías tan bueno en la cama como Mike...


Pedro la cogió con tal fuerza por los brazos que Paula gritó.


-No trates de convencerme de que te has estado acostando con Mike -dijo, mirándola con ojos llameantes-. No te creo.


-Cree lo que quieras, Pepe. Siempre lo has hecho. Eres igual que tu padre, ¿no? Pisoteando a la gente que se interpone en tu camino, pensando que sabes lo que le conviene a todo el mundo.


Paula sabía muy bien cuánto odiaba Pepe que lo compararan con Mariano Alfonso, lo desesperadamente que trataba de no parecerse al senador a pesar de lo mucho que se parecían.


Paula no esperaba el beso, de manera que cuando llegó reaccionó instintivamente, aceptando la pasión de Pedro, respondiendo ardientemente. Se colgó de su cuello y el mundo que la rodeaba se convirtió en una simple bruma.


Entonces oyó que alguien carraspeaba. Tardó unos segundos en darse cuenta de lo que estaba sucediendo, de lo que había permitido que sucediera y estaba animando a que continuara.


-Tengo refrescos para todos -dijo Mike.


Pedro soltó a Paula. Ella dio un paso atrás, alejándose. Mike le alcanzó a Pedro su lata y puso otra en la mano de Paula, a la vez que le pasaba un brazo por la cintura y la atraía hacia sí.


Pedro miró a la pareja y luego contempló la lata que sostenía en la mano.


-Paula me ha dicho que la estás cuidando.


-Así es. De ahora en adelante yo me haré cargo de ella. Eso es lo que quieres, ¿verdad, corazón?


Paula tardó unos segundos en recuperar la voz. Luego miró a Mike y sonrió.


-Sí, cariño. Estaba diciéndole a Pedro que es libre, que ahora te tengo a ti y no volveré a molestarle con mis problemas.


Pedro miró a Paula.


-¿Estás segura de que eso es lo que quieres?


Paula sabía que le estaba dando una última oportunidad para cambiar de opinión. Desde los dieciséis años estaba enamorada de Pedro Alfonso y soñaba con ser su mujer. 


Ahora que él le hacía la oferta no podía aceptar. Por su bien. 


Lo amaba demasiado como para destruir su vida, mezclar su nombre con más escándalos o ser la causa de que su carrera política se fuera al traste.


-Sí -dijo finalmente-. Eso es lo que quiero.


Pedro no dijo una palabra. Dejó el refresco sobre el alféizar de una ventana cercana y miró una vez más a Paula con dureza, antes de volver a su jaguar y alejarse del garaje.


En cuanto el coche desapareció, Paula se refugió entre los brazos abiertos de Mike mientras las lágrimas empezaban a deslizarse por sus mejillas.


-¿Por qué lo haces, Paula? Debes amar mucho a ese tipo.


-Oh, sí, Mike. Lo amo más que a la vida misma.




PROBLEMAS: CAPITULO 13





Paula apretó el periódico contra su pecho. No era extraño que Pedro se hubiera enfadado. ¿Qué sucedería si los periódicos de Memphis o Nashville recogían la noticia? Esa clase de publicidad iría en detrimento de la carrera política de Pepe.


-Paula, cariño, no te disgustes -dijo Pedro.


-Déjame ver el periódico -dijo Octavio, cogiéndolo de manos de Paula-. Tal vez deberíamos leer el artículo antes de sacar conclusiones y amenazar a Harrison con un pleito.


-Tienes razón -dijo Pepe-. Pero no me gusta que la prensa implique cosas respecto a Paula. Echa una mirada a la foto del juicio.


Octavio desdobló el periódico y miró la foto de la parte baja de la página.


-Pareces muy protector con tu brazo rodeando a Paula y esa fiera expresión en el rostro, hermanito.


-Todo esto no está bien -Paula deslizó la mirada de Pedro a Octavio, de este a Patricia y finalmente a Pedro de nuevo-. No puedo permitir que nuestra relación dañe tus posibilidades de presentarte a gobernador.


-No te preocupes por eso -Pedro le hizo una seña para que se acercara a él-. Todavía no he decidido si quiero entrar en política.


Paula permaneció donde estaba.


-¿A quién pretendes engañar? Todos sabemos que llevas años preparándote para la política. Maldita sea, Pepe. Todo el estado de Tennessee espera que anuncies tu candidatura.


-Puede que haya cambiado de idea, pero aunque no fuera así no quiere decir que tú y yo no...


-¡No hay ningún tú y yo! -Paula salió corriendo de la habitación


-¡Diablos! --gruño Pedro-. Vete por ella, Octavio. Tráela de vuelta. No pienso permitir que me deje ahora.


-¿Ahora? -preguntó Octavio-. ¿Qué diferencia hay ahora?


-Ahora que me han disparado. Ahora que me he dado cuenta de que sería capaz de morir por proteger a Paula Chaves. Ahora que he admitido ante mí mismo que soy más parecido al senador de lo que querría y que sé que no estoy dispuesto a que mis aspiraciones se interpongan en el camino de mi felicidad.


Octavio sonrió y salió rápidamente de la habitación. Paula estaba en el pasillo, con la espalda apoyada contra la pared. Miró a Octavio a través de las lágrimas que anegaban sus ojos. Octavio apoyó la mano en su hombro.


-Pepe quiere que vuelvas a la habitación. Quiere hablar contigo.


-No puedo volver a entrar.


-Deberías hacerlo. Lo que acaba de decirme tiene más sentido que nada de lo que haya dicho nunca -Octavio señaló con la cabeza la puerta de la habitación de su hermano-. Te necesita, Paula.


-¿Cómo puedes decir eso? Soy la última mujer en la tierra que necesita. La gente ya está murmurando que tenemos una aventura.


-Los dos estáis solteros. No creo que haga ningún daño que la gente especule sobre vuestra vida amorosa.


-Por favor, vuelve a la habitación y dile a Pepe que voy a hacerle un gran favor y me voy a apartar de su vida de una vez por todas. Dile que tenía razón. Lo único que hacemos es crearnos mutuamente problemas y lo mejor que podemos hacer para protegernos es permanecer tan alejados el uno del otro como sea posible.


-Sé que no quieres decir lo que estás diciendo, Paula -dijo Octavio-. No eches por la borda las oportunidades que tú y Pedro tengáis de ser felices debido a un sentido de la nobleza que...


-¡No! -Paula se cubrió los oídos con las palmas de las manos-. No estoy escuchando.


Antes de que Octavio tuviera oportunidad de replicar, Paula echó a correr por el pasillo. Quería salir de allí antes de debilitarse y ceder a lo que le estaba diciendo su corazón.


Pedro se irguió en la cama al ver que la puerta de la habitación se abría, esperando ver a Paula. Pero sólo entró Octavio.


-¿Dónde está? -preguntó Pepe.


-Se ha ido -dijo Octavio.


-¿Por qué le has dejado irse? Te dije que se lo impidieras.


-¿Qué querías que hiciera? ¿Traerla a rastras?


-¡Maldita sea! -Pepe golpeó con el puño la palma de su mano, arrancándose uno de los tubos que tenía sujeto a la mano izquierda.


-Voy a por la enfermera -dijo Patricia-. Tú trata de que se calme.


-No quiero calmarme. Quiero a Paula Chaves y la quiero ahora. No puede andar por ahí sola. Alguien trató de matarla ayer por la noche.


-Hablaré con Lorenzo -Octavio se sentó en la silla que había junto a la cama de su hermano-. Él puede hacer que protejan a Paula. Pero lo mejor que puedes hacer ahora por ella y por ti mismo es tomártelo con calma, descansar y recuperarte.
Dentro de un par de días podrás volver con Paula para protegerla y decirle lo que sientes por ella.


-De acuerdo, de acuerdo -Pedro volvió a tumbarse sobre la cama-. Quiero que me prometas que hablarás con Paula y harás que venga a Marshallton y se quede contigo y Patricia hasta que yo salga del hospital.


-Hablaré con ella, pero no creo que cambie de opinión. Me ha pedido que te dijera que va a hacerte un gran favor y va a salir de tu vida de una vez por todas.


-¡Maldita sea!


-Creía que eso era lo que querías -dijo Octavio-. Llevo años oyéndote decir cuánto te gustaría librarte de ella.


-Cállate, ¿quieres? ¿Acaso está prohibido cambiar de opinión?