domingo, 11 de abril de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 60

 


—Paula dice que soy un viejo estancado en el pasado y que por eso no quiero venderle el rancho —dijo Samuel Harding, caminando al mismo paso que el caballo de Pedro.


—¿Es ésa la verdad? —preguntó Alfonso.


—No. Quiero a todos mis nietos por igual, pero Paula es distinta. Tiene verdadero apego a estas tierras.


—Entonces, ¿por qué no le ha vendido usted la propiedad? —quiso saber Pedro—. Usted, que la comprende mejor que nadie, debería haberle hecho caso, vendiéndole la hacienda hace tiempo.


Samuel sonrió débilmente.


—Quiero a este rancho. Pero la vida aquí es muy dura en muchas ocasiones. Para un hombre ya es difícil encontrar a una media naranja con quien compartir su vida. Para una mujer, es prácticamente imposible. Puede que el mundo haya cambiado mucho, pero aquí lo que te digo sigue siendo complicado. Si Paula y Augusto se hubiesen casado, las cosas habrían sido distintas. Pero nunca han tenido una relación más allá de la amistad.


—Ah —murmuró Pedro, comprendiendo de pronto los motivos por los cuales el abuelo no quería vender su finca a Paula. Lo que quería era que compartiera su vida con un hombre que la apoyara en todo momento. Y, por supuesto, no es que dudara de la capacidad de la joven vaquera para los negocios.


Pero con esa conversación, Alfonso no quería ganar puntos con Samuel, sino asegurar con su colaboración el traspaso de la propiedad a manos de Paula.


Pedro nunca haría daño a la vaquera, ni al rancho. Sin embargó, podía ayudarla a financiar los costes de la hacienda, si las cosas iban mal. En efecto, no todos sus clientes eran detestables: algunos apostaban por nuevos negocios, rebosantes de futuro.


Pedro siguió hablando con Samuel.


—La verdad es que no estamos prometidos. Todo comenzó con una broma, pero la noticia se extendió rápidamente —dijo Pedro, tristemente—. Yo estoy enamorado de ella y ella de mí, pero no nos ponemos de acuerdo. Ella sólo piensa en el rancho. Usted dijo que quería retirarse pronto: yo tengo en el banco una suma suficiente para pagar la compra de la propiedad. Me gustaría que accediese a vender el rancho a su nieta, cuando acabe el verano.


—¿Y si no os ponéis de acuerdo?


Alfonso hizo un gesto amargo.


—Bueno creo que tendrá que concederme una oportunidad, igual que a Paula con la finca. Ella se lo merece, al margen de que nos casamos o no.




FARSANTES: CAPÍTULO 59

 


Había sido un imbécil no siendo consciente de ello, con anterioridad. Si algo le ocurriese a Paula, Alfonso se moriría de pena. No quería verla en peligro de nuevo.


Entró en la cuadra y vio a la joven vaquera pasando un paño húmedo por todo el cuerpo del potro, diciéndole constantemente cosas en un tono suave y reconfortante. Al parecer, lo que había ocurrido en el patio no había sido nada excepcional. Formaba parte de la rutina del rancho.


De pronto, le volvió a la memoria la frase que más agobiaba a Paula. «No quiero tener que elegir entre el rancho y tú». Él tampoco quería que la vaquera hiciese una elección que le pudiese partir el corazón. El rancho formaba parte de la identidad de Paula, como su nombre y su sonrisa. Viviendo fuera del rancho, Paula no sería la misma mujer de la que se había enamorado.


Pero, ¿cómo iba a poder vivir tranquilo sabiendo que el peligro era parte de su trabajo? ¿Y qué iba a ser de sus planes para el futuro, como trasladarse a Nueva York? Si esa meta le parecía poco atractiva, tampoco se sentía lo suficientemente seguro de querer vivir en Montana.


Después de un buen momento, Paula se dio la vuelta y se dirigió a Pedro.


—¿De qué hablabais Augusto y tú? ¿De fútbol o de algo más interesante todavía?


—Le pregunté que si necesitabas ayuda y me contestó que en absoluto.


—Tenía razón.


—Sí, claro —comentó Pedro, un poco asustado todavía.


La vaquera seguía acariciando el morro del potro.


—Tú eres como mi abuelo: piensas que una mujer no puede hacer frente al trabajo de un rancho.


—Yo no pienso eso. Tampoco creo que lo piense Samuel. ¿Te has planteado alguna vez, que lo que quiere es protegerte, o protegerse él mismo por si alguna vez te haces daño de verdad?


—No necesito protección.


—Puede que tú no, pero un padre de familia serio sí protege a su familia. ¿Qué pasaría si estuvieses embarazada? Si piensas que tu marido de dejaría zambullirte en una estampida de vacas o atravesar una ventisca espantosa para ir a alimentar al ganado, estás muy equivocada.


Paula lo miró atónita.


—¿Que qué? —farfulló la vaquera.


—Tú me entiendes perfectamente.


—Bueno, me encantaría tener un socio, no un castillo con mazmorras.


La vaquera siguió al lado del potro para que aprendiera a reconocerla por el tacto y el olor. A él también le había conquistado Paula por su tacto y por su olor, por su risa y su calor. Sobre todo, por el deseo que sentía hacia ella desde el primer día que la conoció.


Pedro sintió dolor y suspiró. Aunque ya se habían dicho todo y ya no quedaban palabras para evitar la ruptura, Alfonso quería que Paula alcanzase sus sueños, aún sin compartirlos con ella.


—Querida, ¿dónde está tu abuelo?


—Creo que salió a dar una vuelta. ¿Por qué?


—Por una cuestión de negocios que tengo que consultarle.


—¿Negocios? —preguntó la vaquera, extrañada.


—Sí —murmuró Pedro, que se dio prisa en sacar a su montura para ensillarla.


El caballo y él habían hecho buenas migas, de modo que después de ponerle la silla, el animal solicitó un premio como era costumbre.


—Ahora mismo te doy una zanahoria —le dijo Alfonso al equino.


En una esquina del establo había un barril lleno de manzanas y zanahorias para premiar a los caballos. Se trataba del último detalle que había incorporado Paula. Como esta idea, cada temporada la vaquera venía llena de nuevas propuestas para hacer más agradable y divertida la vida de los turistas. Con toda certeza, Samuel Harding sabría lo importante que era la aportación de su nieta en la buena marcha del negocio turístico. En el caso de que lo ignorara, Pedro se lo iba a recordar.


—Mi oferta sigue en pie —dijo secamente, Paula, mientras que Pedro estaba listo para salir cabalgando.


—¿Qué oferta?


—Llevarte en avioneta a Rapid City.


Alfonso se sintió mejor, comprobando que no era el único de los dos que estaba confuso y preocupado por el futuro.


—Gracias, pero todavía me quedan dos semanas de vacaciones y pienso aprovecharlas al máximo en Montana.


—En tu caso, lo más inteligente sería marcharse lo antes posible —dijo Paula cáusticamente.


—Pues lo siento, me pienso quedar aquí —replicó Pedro a su vez.



FARSANTES: CAPÍTULO 58

 


De pronto, apareció en el patio Augusto Steele con un camión para transportar caballos.


—Hola, Paula. Traigo un regalo para ti.


Antes de reunirse con Augusto, la vaquera le dirigió una larga mirada a Pedro, con verdadero dolor.


—Por favor, Paula… —trató de retenerla Alfonso.


—No —dijo tristemente la vaquera—. El juego ya se ha terminado; tengo que volver a las tareas cotidianas.


Pedro estaba acostumbrado a conquistar casi todo lo que se proponía. Pero Paula era diferente: no se trataba de un trofeo o de una buena remuneración ingresada en el banco.


Mi mundo…tu mundo… Parecían vivir en planetas distintos.


Caminando tristemente, Pedro se acercó al camión de Augusto.


—Lo eligió tu abuelo —dijo Steele, abriendo la parte de atrás del vehículo—. Es tu regalo de cumpleaños. No te lo dimos ayer porque con tanta gente, el potro se iba a asustar.


El joven ranchero sacó al caballo para que lo vieran: era un semental con largas patas, de un brillante color cobrizo.


—Oh, Augusto. Es precioso —exclamó Paula, impresionada.


—No está domado del todo, pero me imaginé que tú te encargarías de ello.


El dolor que sentía la vaquera, se suavizó mientras le hablaba al potro.


—Ven aquí, precioso —murmuró Paula en un tono cariñoso pero firme.


El semental se dejaba acariciar notando el particular olor de la que iba a ser su ama. Parecía mentira que un animal de su envergadura, dependiese de una caricia en el morro…


—Buenos días, Alfonso. Si Paula no estuviese tan ansiosa de ocuparse del rancho de Samuel, la contrataría para que domara los caballos de mi propiedad.


Paula iba a dejar al semental en su cuadra, cuando de repente un barullo de ladridos y maullidos se produjo a su paso. Al cabo de unos segundos apareció Bandido, contrariado.


El potro se asustó y se levantó de patas por encima de la vaquera.


Alfonso, horrorizado se lanzó para ayudarla, pero Alfonso se interpuso en su camino.


—Estás loco —gritó Pedro—. ¡La va a matar!


—Maldita sea… espera y verás.


En efecto, Paula ya se las había arreglado para tranquilizar y dominar al joven semental, que aún se movía dubitativamente, de un lado para otro.


—No te portas bien, ¿eh? —siguió diciéndole cosas cariñosas, pero regañándolo al mismo tiempo; la vaquera le acarició el morro y el cuello, como si no hubiera ocurrido nada—. Pero si son Bandido y Pidge: lo más seguro es que Bandido habrá querido conocer a los gatitos de Pidge, y ella no estaba por la labor.


El semental levantó la cabeza, asintiendo a lo que le decía su nueva ama.


—Tienes que llevarte bien con Bandido, porque vamos a trabajar juntos y él te puede enseñar muchas cosas —siguió diciendo Paula al potro, mientras ambos se encaminaban a la cuadra.


—Tendrás que acostumbrarte a situaciones como éstas —le comentó Augusto a Pedro—. Paula está acostumbrada a hacerles frente con toda tranquilidad.


—Pero podría haberla herido —dijo Alfonso, asustado.


—Esto es un rancho, no una boutique… O sea que es mejor que te vayas acostumbrando —comentó Augusto, secamente.


—¿Que me acostumbre? —se indignó Pedro—. Cómo se ve que tú no estás enamorado de ella: no pienso dejar que mi mujer sea víctima de un maldito caballo a medio domar.


—Lo que quiero decir es que Paula jamás se casará contigo si no puedes vivir en el rancho. Y ahora si me disculpas, tengo que marcharme a casa.


Pedro golpeó una valla con el puño y no pudo evitar que la adrenalina se le disparase por las venas. El corazón le había dado un vuelco cuando vio al caballo sobre Paula.


Pedro se dio cuenta de que ella significaba mucho para él. Era lo más importante de su vida…