domingo, 1 de noviembre de 2015

EL SABOR DEL AMOR: CAPITULO 1





Paula estaba parada ante la ventana, hipnotizada por la lluvia que no había parado en toda la mañana, cuando un reluciente Mercedes negro se detuvo delante de la tienda de antigüedades.


Parecía una escena de una película, se dijo con el corazón acelerado, mientras esperaba que bajara del vehículo el visitante que había estado esperando… Pedro Alfonso.


Hasta su nombre le daba escalofríos. Era uno de los empresarios más ricos del país y le precedía su fama de hombre sin escrúpulos. Cuando el jefe de Paula, Philip, había sacado a la venta la preciosa tienda de antigüedades situada enfrente del Támesis, el señor Alfonso había demostrado su interés al instante.


De nuevo, Paula deseó que su jefe estuviera allí, pero, por desgracia, Philip estaba ingresado en el hospital. En su ausencia, le había pedido a ella que se ocupara de la venta en su nombre.


Era un momento agridulce para Paula. Después de haberse pasado años trabajando para Philip, había llegado a albergar la esperanza de poder dirigir su negocio algún día. Además, estaba enamorada de aquel lugar. Por eso, su predisposición hacia el potencial comprador no era demasiado positiva.


Por la ventana, vio cómo el chófer abría la puerta del pasajero y bajaba del coche un hombre con un impecable traje de corte italiano. En cuanto posó la vista en su fuerte mandíbula y sus ojos de color azul cristalino, contuvo el aliento. De forma inexplicable, tuvo la sensación de que estaba a punto de enfrentarse a su mayor miedo y, al mismo tiempo, su mayor deseo.


Obligándose a salir del trance en que había caído contemplando al recién llegado a través del cristal, se alisó el vestido y se acercó a la puerta. Cuando abrió, se dio cuenta de que la altura de su visitante la hacía parecer casi diminuta.


–¿Pedro Alfonso? – dijo ella, levantando la vista hacia él– . Adelante. Soy la ayudante del señor Houghton, Paula Chaves. Me ha pedido que lo reciba en su nombre.


El atractivo francés entró. Estrechó la mano de Rose con una elegante inclinación de cabeza.


–Encantado de conocerla, señorita Chaves. Aunque siento que su jefe esté enfermo. ¿Puedo preguntar cómo se encuentra? – inquirió el recién llegado con cortesía.


Antes de responder, Paula cerró la puerta y colocó el cartel de Cerrado fuera para que no los molestaran. Mientras, aprovechó para intentar recuperar la calma.


El contacto de su mano y el sonido grave y aterciopelado de su voz le habían puesto la piel de gallina. Esperaba no haberse sonrojado demasiado o, al menos, que él no se hubiera dado cuenta.


–Me gustaría poder decir que está mejor, pero el médico me ha comunicado que todavía se encuentra en estado crítico.


–C´est la vie. Así son las cosas. Pero deseo que se mejore.


–Gracias. Se lo diré de su parte. Bueno, ¿ahora quiere acompañarme a la oficina para comenzar la reunión?


–Antes de hablar de nada, me gustaría que me mostrara el edificio, señorita Chaves. Después de todo, he venido por eso.


Aunque había acompañado sus palabras con una encantadora sonrisa, era obvio que estaba ante un hombre que no se dejaba distraer de su objetivo, por muy educado que fuera, se dijo ella. Y su objetivo en ese momento era decidir si quería comprar la tienda de antigüedades o no.


–Claro. Será un placer.


Paula lo guio a la planta alta, hacia tres grandes salas que estaban abarrotadas de obras de arte y antigüedades. Hacía un poco más de frío allí arriba. Frotándose los brazos que el vestido sin mangas dejaba al descubierto, se arrepintió de no haber tomado su chaqueta de la oficina.


–Son habitaciones muy espaciosas, teniendo en cuenta lo viejo que es el edificio – señaló ella– . Espero que le guste lo que ve, señor Alfonso.


Con una ligera sonrisa, su interlocutor levantó la vista hacia ella.


Entonces, cuando sus miradas se encontraron, Paula pasó los segundos más excitantes de su vida. Deseó haber hecho una elección más afortunada de palabras. Por nada del mundo había querido invitar a un hombre como aquel a mirarla. ¿Acaso él pensaba que lo había dicho con segundas intenciones? Según la prensa del corazón, Pedro Alfonso tenía debilidad por las mujeres extremadamente bellas y ella sabía que no se encontraba, ni de lejos, dentro de esa categoría.


–Por ahora, me gusta mucho lo que veo, señorita Chaves – contestó él, sin apartar la vista.


–Me alegro – repuso ella, mientras su temperatura subía al instante– . Puede tomarse el tiempo que quiera para observarlo todo.


–Eso haré, se lo aseguro.


–Bien.


Bajando la mirada, Paula se cruzó de brazos, tratando de pasar lo más inadvertida posible. Minutos después, se sorprendió a sí misma contemplándolo de reojo mientras él examinaba la sala con detenimiento. De vez en cuando, él se ponía en cuclillas para comprobar en qué estado estaban las paredes o tocaba las vigas de madera de la habitación. 


Era fascinante ver cómo pasaba sus fuertes y grandes manos por la madera y daba golpecitos ocasionales en la pared con los nudillos.


Por una parte, ella comprendía que quisiera comprobar en qué estado se encontraba el edificio en el que quería invertir. 


Sin embargo, le resultaba preocupante que no mostrara interés alguno por el contenido de la sala. Philip le había dicho que tenía urgencia por vender su empresa, pues su débil salud le iba a obligar a retirarse y pagar interminables facturas médicas. Aunque su jefe también contaba con traspasar el negocio de las antigüedades al mismo comprador.


Sumida en aquellas reflexiones, el peso de la responsabilidad que había asumido al aceptar ocuparse de la venta le resultó todavía mayor.


–Discúlpeme, pero la he visto tiritar un par de veces – comentó de pronto el visitante– . ¿Tiene frío? Quizá quiera ir abajo a por su chaqueta, Paula…


Cuando la recorrió otro escalofrío, no fue por la temperatura de la sala, sino por lo íntimo que había sonado su nombre en los labios de Pedro Alfonso.


La noche anterior, para prepararse para la entrevista, había buscado información sobre él en Internet. Al parecer, era un hombre implacable y con un insaciable apetito de éxito. Se decía que iba siempre tras lo mejor de lo mejor, sin importarle cuánto costara. Además, tenía fama de mujeriego y era conocido por salir con las mujeres más impresionantes.


No podía bajar la guardia ni un momento, se dijo Paula. De ninguna manera iba a dejar que el encanto de aquel hombre la influyera a la hora de cerrar ningún trato de negocios.


–Creo que eso voy a hacer – contestó ella sin titubear– . Si quiere ver las otras salas que hay en esta planta, puede hacerlo Volveré enseguida.


Con una cortés inclinación de cabeza, Pedro Alfonso asintió y, luego, volvió su atención al edificio.


Poco después, cuando Paula regresó, él estaba en la habitación más alejada, donde se guardaban los artículos de más valor. Le sorprendió encontrarlo admirando una de las vitrinas de cristal donde se guardaban las joyas y se preguntó si lo habría juzgado mal. Quizá, además de en el edificio, él estuviera interesado en continuar con el negocio de antigüedades.


Sin poder evitar sonreír, ella se acercó con curiosidad por saber qué era lo que había despertado su interés. Se trataba de un exquisito anillo de perlas y diamantes del siglo XIX, la pieza más valiosa de la colección.


–Es bonito, ¿verdad?


–Sí, lo es. Se parece mucho al anillo que mi padre le regaló a mi madre cuando su negocio comenzó a despegar – comentó él con aire ausente, y suspiró– . Pero las perlas y los diamantes no eran auténticos, no podría habérselo permitido en aquellos tiempos.


Paula se sintió enternecida por su tono nostálgico. De pronto, le pareció un hombre triste y vulnerable.


–Estoy segura de que a su madre le gustó el anillo tanto como si hubiera sido este mismo. Lo importante era lo que representaba, no lo que costaba – señaló ella y, ante el silencio de él, que seguía absorto contemplando la joya, añadió– : Puede que le interese saber que este anillo se lo regaló la familia de un soldado a una enfermera que asistió a los heridos de la guerra de Crimea.


Pedro posó los ojos en ella, lleno de interés. A Paula se le quedó la boca seca y se estremeció sin poder evitarlo.


–Dicen que cada foto tiene su historia – comentó él– . Sin duda, pasa lo mismo con las joyas. Pero deje que le pregunte algo. ¿Cree que la enfermera en cuestión era muy hermosa y que el soldado herido era un apuesto oficial?


Su pregunta, acompañada por un pícaro brillo en los ojos, tomó a Paula por sorpresa. Inundada de calor, respiró hondo para recuperar la calma y no sonrojarse, mientras le sostenía la mirada.


–Fuera atractivo o no, poco después de que se hubieran conocido, el soldado murió a causa de las heridas. Es una historia muy triste, ¿no le parece? No sabemos si llegaron a quererse, pero la entrega del anillo a la enfermera está documentada en los archivos históricos de la familia.


–Adivino que a usted le gusta pensar que el soldado y la enfermera se amaban, Paula – indicó él, recorriéndola con su intensa mirada.


Sintiéndose en tela de juicio, ella se encogió de hombros.


–¿Por qué no? ¿Quién podría negarles los pequeños momentos de felicidad que podían haber compartido en medio de su terrible situación? Pero la verdad es que nunca sabremos lo que pasó en realidad.


Lo que Paula sí sabía era que tenía que apartarse un poco más de Pedro. Le había subido tanto la temperatura que estaba empezando a sudar.


–Si ya ha terminado de echar un vistazo, podemos ir al despacho para hablar, ¿le parece bien?


–Por supuesto. ¿Puede preparar café?


–Claro. ¿Cómo lo toma?


–¿Cómo cree que me gusta, Paula? A ver si lo adivina.


Si Pedro se había propuesto desarmarla con su tono juguetón, era una buena táctica para hacerla sucumbir, caviló Paula. Después de todo, ¿qué mujer no se sentiría halagada por sus atenciones? Sin embargo, ella no estaba de humor para dejarse seducir con tanta facilidad. Tenía que llevar a cabo una tarea importante. Debía vender la tienda de antigüedades en nombre de su jefe y lograr el mejor trato posible. Nada podía distraerla de su objetivo.


Sin dedicarle ni una mirada más, se giró y se dirigió a las escaleras.


–De acuerdo. Lo más probable es que le guste solo y bien cargado, pero tal vez también quiera un par de cucharaditas de azúcar para endulzarlo. ¿He acertado?


–Estoy impresionado. Pero no vayas a pensar que sabes lo que me gusta en otros aspectos, Paula.


Aunque lo había dicho con tono festivo, a ella no le pasó desapercibido que había empezado a hablarle de tú. 


Además, intuyó que era una especie de advertencia. Para haber llegado a la cima, Pedro Alfonso debía de ser experto en conocer las debilidades de las personas que podían suponerle posibles obstáculos para lograr sus objetivos







EL SABOR DEL AMOR: SINOPSIS





¡Seducir a aquella belleza distante iba a ser el mayor reto de su vida!


La reputación del seductor e implacable empresario Pedro Alfonso lo precedía. Pero Paula ya había conocido a tipos como él y estaba decidida a no dejarse embaucar de ninguna manera.


Sin embargo, el carismático Pedro siempre conseguía lo que quería y, en ese momento, su propósito era comprar la tienda de Paula para poner uno de sus restaurantes de lujo… y llevársela a la cama. Paula no podía negarse a su generosa oferta de compra…









MI FANTASIA: EPILOGO






Dos años después.


Maison du Soleil. La Casa del Sol. La recién restaurada plantación de Luisiana resultó ser el primer paso de Paula Chaves Alfonso hacia la libertad, y una vida llena de
bendiciones.


La fachada fue pintada de blanco y amarillo y no tenía ni una gota de negro. Dentro, las habitaciones de la primera planta se habían restaurado siguiendo los planos originales, y el cuarto de niños de la primera planta era la sala de estar, mientras que la habitación que en el pasado fue un lugar lleno de tristeza se convirtió en el santuario de Paula, el
despacho desde donde dirigía su empresa de asesoramiento y diseño.


Sin embargo, su mayor logro estaba saliendo por la puerta principal de la mano de Pedro. Cuando padre e hija caminaron hacia la mesa preparada en el jardín, Paula
dejó de recoger los restos de la fiesta de cumpleaños para mirarlos. La niña, con el pelo moreno y rizado y los ojos azules como el cielo de verano, era idéntica a su padre, y
nació casi un año después de que Paula y Pedro intercambiaran sus votos matrimoniales en una remota playa de Barbados.


-Ven aquí, Celeste -dijo Paula, poniéndose de rodillas.


La niña echó a correr con pasos inciertos hacia su madre, y ésta la tomó en brazos.


-¿Ya te has bañado? Hueles muy bien.


-Entre mantenerla dentro de la bañera y sacarle los restos de tarta del pelo y las orejas, el baño ha sido toda una aventura -dijo Pedro, sonriendo.


Celeste bostezó y apoyó la cabeza en el hombro de su madre.


-Está muy cansada -dijo Paula-, pero así dormirá todo el trayecto hasta Shreveport y Eloisa podra conducir mas tranquila


Eloisa se había ofrecido a llevarse a la niña de vacaciones con ella durante una semana, que Paula y Pedro iban a aprovechar para estar unos días solos.


-Creo que ya se ha ido todo el mundo excepto...


-Ven a darle un beso de despedida al tío Jaime.


En cuanto oyó la voz del anciano, Celeste se zafó de los brazos de su madre y salió corriendo hacia el todoterreno de Eloisa.


Pedro se acercó a Paula y le pasó un brazo por la cintura.


Juntos vieron cómo su hija se subía a la silla de ruedas del anciano, algo que había aprendido a hacer recientemente
y le encantaba.


-Sin duda Jaime se ha convertido en el abuelo adoptivo perfecto para ella -comentó Pedro.


-Lo único que siento es que cuando él muera quizá no lo recuerde.


Pedro le apretó ligeramente la cadera.


-Tranquila, si ha llegado hasta aquí, seguro que todavía vivirá unos cuantos años más.


A Paula le hubiera gustado verlo, pero tenía la sensación de que el tiempo de Jaime en la tierra estaba llegando a su fin, aunque logró seguir con vida incluso después de finalizados los trabajos de restauración de la plantación. Y durante su embarazo. Y después del nacimiento de Celeste.


Poco antes de subir al coche de Eloisa que iba a llevarlo de vuelta a la residencia donde vivía, Jaime quiso hablar unos momento en privado con Paula. Paula empujó la silla de
ruedas del anciano hacia la hilera de pacanas y se detuvo debajo de la cabaña en el árbol donde el anciano había jugado en su infancia.


-¿De qué querías hablarme, Jaime?


-Hoy he hablado con la señorita Celeste -dijo el hombre tras dejar escapar un suspiro.


-Lo sé. Cada día sabe más palabras.


-No la niña. La hermana del señor Pedro.


Paula mantuvo la calma, a pesar de su sorpresa.


-¿Dónde la ha visto?


-En la rotonda, mientras contemplaba su retrato junto al de la señorita Laura. Me ha pedido que le dé un mensaje.


Algunos asegurarían que eran los desvaríos de un anciano, pero Paula sabía que no era así.


-¿Qué le ha dicho?


-Que le dé las gracias por devolver a su hermano a la vida y por amarlo. Después me ha dicho que ahora se iría a descansar.


En muchos sentidos, Pedro también le había devuelto la vida a ella y le había ofrecido una vida mucho mejor.


-Gracias por decírmelo. El anciano suspiró.


-Estoy cansado, señorita Paula. Yo también estoy preparado para reunirme con mi familia.


Paula apoyó la mano en la mejilla del hombre con los ojos empañados.


-Lo entiendo, pero le echaremos de menos.


-No llore por mí, señorita Paula. He tenido una buena vida, y usted la tendrá también. Cuide de la niña y de su hombre. Él depende de usted.


-Y yo de él.


—Por supuesto que sí, porque su destino era comprenderla. Y el suyo amarla.


Paula le dio un largo abrazo.


-Y no lo ignoré -dijo, recordando su consejo.


Paula se tomó su tiempo para empujar de nuevo al anciano hasta el vehículo que lo esperaba. Jaime se había convertido en una parte tan importante de sus vidas que cada
despedida era más difícil por temor a que fuera la última.


Mientras Pedro ayudaba a Jaime a subir al coche y Eloisa metía la silla de ruedas en el maletero, Paula se inclinó por la puerta abierta para despedirse de su hija. Comprobó los cinturones y después le dio un beso en la mejilla.


-Pórtate bien con Eloisa, cariño. Nos veremos dentro de unos días.


Celeste respondió metiéndose el dedo en la boca. Eloisa se montó detrás del volante.


-Lo pasará estupendamente jugando con mi sobrina, ya lo verás.


-Lo sé, pero llámanos si se pone muy difícil e iremos a recogerla. Y no se te olvide llamar cuando llegues.


Eloisa le ofreció una picara sonrisa.


-Llamaré y dejaré que el teléfono suene dos veces antes de colgar. Así sabréis que he llegado bien, por si estáis ocupados con otra cosa.


Paula fue a preguntarle a qué se refería, pero ya lo sabía. Y lo cierto era que pensaba estar muy ocupada con su marido durante muchas horas.


Por fin el coche se alejó y Paula sintió las manos de Pedro en la cintura, apretándola contra él. Se volvió hacia él y lo vio con la mirada perdida en el horizonte y una
expresión sombría en el rostro.


-¿Qué pasa, Pedro?


-Nada -respondió él, y suspiró-. Estaba pensando lo mucho que te hubiera querido. Y lo mucho que tú la hubieras querido a ella.


Paula no tenía que preguntar a quién se refería.


-Si se parecía a su hermano, seguro que sí -se puso de puntillas y le dio un beso en los labios-. Y ahora que tenemos una semana entera para nosotros, ¿dónde propones que la pasemos?


-En la cama.


-Bueno, teniendo en cuenta que tu hija ha heredado tu insomnio, no nos vendrá mal una buena cura de sueño.


Pedro le apretó contra él masajeándole las nalgas.


-No me refería a eso, y lo sabes.


-No lo sé, porque para lo único que utilizamos la cama es para dormir.


Pedro le pasó la lengua por el lóbulo de la oreja


-Bien, entonces vamos al salón azul.


Paula se estremeció.


-Ya hemos estado allí. De hecho, creo que hemos estado en todas las habitaciones al menos una vez, si no dos desde que terminaron las obras.


-¿Has hecho alguna vez el amor contra el tronco de un árbol, señora Alfonso?


-No, señor Alfonso, pero prefiero el salón rojo a tener el trasero lleno de arañazos.


-Entonces al salón rojo -dijo él-. Pero antes tienes que acceder a una cosa.


-Ya sabes que siempre estoy abierta a todas las posibilidades.


-¿También a tener otro hijo?


Dado que no habían hablado de tener más hijos, Paula estaba más que dispuesta a hablar de ello.


-No me negaría a tener un hijo, sobre todo si se parece a mí, ya que mi hija ha salido a su padre.


Pedro sacudió la cabeza.


-Yo prefiero las chicas. Son mucho más interesantes y complejas que los hombres.


-Pedro, tú no tienes nada de simple ni aburrido -le aseguró ella, que tenía experiencia de primera mano.


Después de un apasionado beso y unas excitantes caricias, Pedro dijo:
-¿Por qué no vamos dentro y empezamos con ese niño?


Paula le apretó las nalgas.


-Es la mejor idea que has tenido en todo el día.


Mientras se dirigían a la casa agarrados por la cintura, Paula pensó lo mucho que habían recorrido juntos, desde la inmensa tristeza del principio a las risas más espontáneas y sinceras de ahora. Desde las sombras a la luz. Y como él prometió, Pedro le había llevado a lugares muy especiales, tanto dentro como fuera de su mundo privado. Pero principalmente le había mostrado su corazón, que por fin había empezado a cicatrizar, y también el poder absoluto del amor.






Fin






MI FANTASIA: CAPITULO 21





Cuando Paula llegó a la plantación al mediodía del día siguiente, dejó las llaves del contacto y el bolso en el asiento de delante por si Pedro volvía a echarla de allí definitivamente.


Al igual que ocurrió el primer día que fue a la plantación, Éloisa se tomó su tiempo para responder, y cuando por fin abrió la puerta, no pareció en absoluto sorprendida de verla.


-La estaba esperando.


-¿Dónde está? -preguntó Paula, entrando en el vestíbulo.


-En su despacho, como siempre. ¿Qué tal su hermana? ¿Ya ha dado a luz?


-Bien, ha tenido un niño. Se lo contaré luego -dijo, yendo hacia las escaleras-. Tengo que hacer esto antes de que pierda el valor.


-Por supuesto, pero debo advertirla. Está de un humor de perros.


-Entonces ya somos dos.


Paula subió prácticamente corriendo hasta la puerta del despacho de Pedro y la abrió sin molestarse en llamar. El despacho estaba a oscuras, pero no tanto como para no ver
que él estaba sentado en su sillón.


Paula cruzó el despacho y descorrió una de las cortinas.


-Antes de que digas nada, sé que me dijiste que no volviera -abrió la otra cortina-. Pero en mi ausencia me he dado cuenta de algunas cosas.


Rodeó la mesa, apoyó las manos en la superficie de madera y se inclinó hacia delante, mientras él la miraba en silencio.


-Primero, no trabajo para tí. Segundo, firmé un contrato y pienso cumplirlo hasta el final -empezó-, pero además de eso me niego a permitir que sigas interpretando el papel de
héroe trágico. La muerte de Celeste fue terrible, pero no fue culpa tuya. Ella tomó una decisión, una decisión difícil, igual que yo estoy tomando la decisión de no tirar la toalla contigo, porque sé que cuando se ama a alguien todo se puede perdonar. Te quiero, incluso si en estos momentos tú no te quieres a ti mismo. Formamos un buen equipo, y pienso demostrártelo aunque no quieras. Y si crees que me estoy portando como una...


Dios, te quiero.


La silenciosa declaración le llegó con total claridad.


-Dilo en voz alta, maldita sea. 


Pedro empujó el sillón hacia atrás, se levantó y le dio la espalda.


No puedo hacerlo, Paula. No puedo hacerte esto.


-Sí, claro que puedes. Sólo tienes que ser sincero y reconocerlo en voz alta -se agarró a su pechera-. Por favor, Pedro. Tengo que oírtelo decir. 


Como él no respondió, Paula apoyó la frente en su pecho. 


Las lágrimas empezaron a derramarse por sus mejillas y empaparon la tela de la camisa.


Los brazos masculinos la rodearon y Pedro apoyó los labios en su oído. -Te quiero.


Paula levantó la cabeza y por fin vio la emoción que tanto había deseado ver reflejada en sus ojos.


-Yo también te quiero.


Entonces él la besó, primero en las mejillas húmedas y después en los labios. Cuando después de un rato interrumpió el beso, dijo:
-¿Qué vamos a hacer ahora?


Paula se echó hacia atrás y sonrió.


-No tenemos que hacer nada. Sólo dejarnos llevar y ver qué pasa.


-Estás arriesgándote mucho, Paula, creyendo en mí -dijo él.


-Creo en nosotros, Pedro. Y no es mi intención salvarte, porque eso sólo lo puedes hacer tú. Pero puedo estar a tu lado hasta que lo consigas. Y lo conseguirás, lo sé.


Él la miró con tanto amor en los ojos, que Paula sintió de nuevo ganas de llorar.


-Por primera vez en mucho tiempo creo que tienes razón.


-Eso significa que podemos continuar donde estábamos, conociéndonos mejor, empezando desde ahora.


-Tengo que ir a Los Ángeles -dijo él-. Esta tarde.


-¿Por trabajo? -dijo ella, decepcionada.


-En parte. Mis oficinas están en California y últimamente no me he ocupado de algunos proyectos importantes, incluida una fundación que creé en nombre de Celeste para
financiar proyectos de investigación relacionados con lesiones de médula espinal.


-Es un tributo maravilloso, Pedro. Seguro que a ella le gustaría.


-Sí, lo sé. Pero antes tengo que pasar unas horas en Florida para ver a mi madre.


Paula estaba dispuesta a sacrificar estar con él si eso significaba que hacía las paces con su madre.


-¿Cuánto hace que no la ves?


-Casi un año. Vino tres o cuatro veces a ver a Celestepara convencerla de que se fuera con ella, pero yo me aseguré de no estar por aquí. En el funeral tampoco nos hablamos.


-Entonces creo que ya es hora de que hagáis las paces.


-Y quiero que vengas conmigo -dijo él, besándola en los labios-. Eloisa se puede ocupar de la casa. ¿Tienes el pasaporte al día?


-Sí, pero no sabía que hacía falta pasaporte para ir a California, a menos que la hayan declarado independiente sin que yo lo sepa.


-No pienso estar más que un par de días en Los Ángeles. Después, podemos ir a algún lugar exótico. Como Barbados, por ejemplo.


-¿Vas a enseñarme la playa de la que me hablaste?


La misma que ella había visto a través de sus pensamientos.


Él le secó una lágrima de la mejilla con el pulgar.


-Voy a hacerte el amor en esa playa.


-Me parece estupendo, pero antes quiero que me prometas dos cosas -dijo ella-. Primero, no quiero tener que entrar en tu mente para saber lo que sientes por mí.


-Prometo repetírtelo a menudo. ¿Cuál es la segunda?


-Que tiremos al maldito sátiro del pasillo a la ciénaga -dijo ella-. O por lo menos lo encerremos en el desván. No quiero volver a verlo nunca más.


Pedro se echó a reír y la levantó en brazos.


-Lo haremos en otro momento. Ahora tengo que llevarte a la cama y hacerte el amor.


-Eso sí que es una novedad, hacer el amor en una cama -Paula consultó la hora-. ¿A qué hora tenemos el vuelo?


-A la que yo diga -dijo él-. De momento dedicaremos unas horas a recuperar las veinticuatro que hemos estado separados.


-Veinticuatro horas y veintidós minutos, si no me equivoco.


Cuando llegaron a su dormitorio, Pedro dejó a Paula en el suelo y la besó apasionadamente. Después hicieron el amor a plena luz del día, sin ocultar nada, ni siquiera la tristeza de Pedro cuando por fin se desahogó en brazos de Paula.


En esos momentos, ella vio al hombre que sabía que existía desde el principio, y supo que nunca querría irse de su lado. 


Y que nunca lo haría.