jueves, 14 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 69

 


Pedro acarició la suave piel de Paula hasta que ella se quedó dormida. Su respiración se hizo más profunda y tranquila. Sin embargo, Pedro no pudo encontrar el alivio del sueño para sí mismo. No hacía más que pensar en lo que Pau había dicho. En los temores que tenía sobre su hermano, en las responsabilidades que había tenido durante los últimos diez años. En solitario.


De repente, no le gustó lo que le había hecho al obligarla a actuar como su prometida. Se había aprovechado de su debilidad, del amor que sentía hacia su hermano, y lo había utilizado en beneficio propio. Pensó en lo ocurrido aquella noche, en lo contenta que su familia se había puesto de verlo allí con Paula, en el hecho de que, aparentemente, él estuviera sentando la cabeza con ella para disfrutar de un largo y feliz futuro juntos.


Los había traicionado a todos. A Paula y a sus padres. A sus hermanos y a sus cuñadas. Toda su familia había recibido a Paula con los brazos abiertos. Su generoso espíritu demostraba la familia cariñosa y animosa que era. Y le había demostrado a él lo canalla que era por haberles mentido del modo en el que lo había hecho.


Ver a todos juntos aquella noche, sabiendo que ya no tenía presión para casarse, le había permitido relajarse y disfrutar de la velada. Tanto que por fin había logrado apreciar a su familia y comprender lo que querían de él. Sólo deseaban que él compartiera el amor y la seguridad que se conseguían con relaciones como las suyas.


¿Cuándo había perdido de vista lo importante? ¿Cuándo se había mostrado tan decidido a ser el mejor en su profesión que había borrado la decencia con la que lo habían criado?


Se vio a través de unos ojos nuevos y no le gustó lo que vio.


A medida que la noche fue pasando, Pedro pensó en la clase de hombre en la que se había convertido y sobre lo que podía hacer para rectificar las cosas. Tenía que empezar con Paula. Tenía que comportarse como un caballero y dejarla ir, liberarla del draconiano acuerdo con el que la había sometido.


Todo en su interior le decía que era lo que tenía que hacer. Sin embargo, abrazaba con más fuerza a la mujer que dormía plácidamente junto a él.


Sí. Tenía que dejarla ir, pero aún no. Lo decidió mientras cerraba los ojos y permitía que el sueño se apoderara por fin de él.


Aún no.



MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 68

 


Paula yacía tumbada sobre el pecho de Pedro. Tenía el cuerpo relajado y cálido por el sexo que habían compartido. Pedro le apartó un mechón de cabello del rostro y le dio un beso en la frente. Le estaba más agradecido de lo que ella se imaginaba. Antes de que se marcharan del apartamento de sus padres aquella noche, su padre le había llevado a un lado y le había dicho que iba a empezar a redactar los documentos necesarios para poner la granja a su nombre.


Pedro se había mostrado muy contento. Por fin iba a conseguir lo que era suyo y todo se lo debía a la hermosa mujer que tenía entre sus brazos.


–Gracias –dijo suavemente.


–¿Mmm? ¿Por qué?


–Por esta noche. Por ser tú.


–De nada. Me ha gustado conocer a tu familia. Son unas personas maravillosas.


–Evidentemente, a ellos también les ha gustado conocerte a ti.


Paula se acurrucó contra él y comenzó a trazarle círculos sobre el pecho.


–Volver a estar con una familia como esa, me ha recordado los buenos tiempo que nosotros solíamos compartir con mis padres. Me ha recordado lo mucho que nos estamos perdiendo ahora que no están.


–¿Estabais muy unidos?


–Sí. Mis padres lo eran todo para nosotros. Nuestra fuerza, nuestros cimientos, nuestra brújula moral. Por eso, ha sido muy agradable volver a formar parte de una reunión familiar, en especial una en la que yo no fuera responsable de todo.


Pedro se quedó sin saber qué decir. A pesar de que adoraba a su familia, en ocasiones le molestaba la atención que exigían. Sin embargo, Paula le había mostrado otra perspectiva y le había recordado que ellos no estarían a su lado para siempre.


–Me gusta tu padre. Parece ser una persona muy recta.


–Así es. En ocasiones demasiado, pero siempre estaba a nuestro lado cuando lo necesitábamos.


–Tienes suerte de que sigan formando parte de tu vida, Pedro. No los des por sentado.


Pedro abrazó el cuerpo desnudo de Paula y la estrechó aún más contra su cuerpo. Ella parecía estar tan sola, y él no sabía cómo cambiarlo.


–No lo haré. Ya no.


Pau asintió.


–Al menos, tú los tuviste a ellos cuando estabas formándote como persona. El pobre Facundo sólo me tenía a mí y creo que no he hecho un buen trabajo con él. Me pregunto cómo habría salido si hubiera tenido un modelo masculino en su vida. ¿Se habría metido en tantos líos?


–No te menosprecies. Hiciste lo que pudiste.


–Pero no fue suficiente. Le fallé en algo.


–Mira, las decisiones que tome como adulto son solo suyas, Paula. Tú no eres responsable por él y por todo lo que haga a lo largo de su vida. En algún momento, tiene que ponerse de pie en solitario y ser un hombre.


Ella no respondió, pero Pedro sabía que seguía pensando en aquel asunto.


–Paula, has hecho lo que has podido por él. No lo dudes nunca.




MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 67

 

Él no la desilusionó. Le devolvió la pasión con idéntico fervor y comenzó a quitarle la ropa hasta que estuvo completamente desnuda a excepción de las medias y de los zapatos de tacón. Ni siquiera consiguieron llegar al dormitorio. Pedro comenzó a hacerle el amor allí mismo, en el salón de su suite, prestando atención a los pechos del modo que sólo él sabía hacer, hasta que el cuerpo de Paula comenzó a vibrar de anticipación.


Cuando le dio la vuelta y le colocó las manos sobre el respaldo del sofá que había frente a los ventanales que daban a la Quinta Avenida, ella se aferró a la tapicería al sentir que él se colocaba detrás de ella.


No tuvo que esperar mucho tiempo. El sonido delator del paquete del preservativo anunció que iba a colocárselo en la erección. Entonces, allí lo sintió. La punta del pene comenzó a torturar los húmedos pliegues, entrando y saliendo de ellos. Sólo hasta un punto, no más. Torturándola, volviéndola loca de deseo. De ganas de que la poseyera.


Pedro le agarró la cintura y se la acarició. Entonces, le deslizó las manos por las costillas y las fue subiendo hasta cubrirle los senos. Los dedos pellizcaban los pezones. Paula experimentó una intensa oleada de placer que emanaba de los pechos y le llegaba hasta el centro de su feminidad. Como si él supiera lo que deseaba, se hundió profundamente en ella. Paula movió ligeramente los pies y levantó un poco más las caderas. Saber que lo único que él veía de ella en aquellos momentos era la espalda y el redondeado trasero, le produjo una ilícita sensación de placer, una sensación que se vio rápidamente eclipsada por las sensaciones que él estaba produciendo en el interior de su cuerpo cuando se hundía en ella, acomodándose a sus espaldas, encajándose contra el trasero cada vez que la penetraba más profundamente.


Paula lo acogió con un deseo que amenazaba con abrumarla completamente. Estaba tan cerca… él volvió a pellizcarle los pezones al tiempo que la penetraba más y más, tocándola en algún lugar mágico que la catapultó a un tórrido orgasmo. El grito de satisfacción de Pedro señaló el clímax que él había alcanzado simultáneamente y lo hizo caer sobre ella. Los cuerpos de ambos estaban cubiertos de sudor.


Los temblores aún hacían temblar el cuerpo de Paula. El placer que había sentido la obligaba a pegarse a él, sujetándolo en el interior de su cuerpo como si no quisiera dejarlo escapar. Al notar que él quería apartarse de ella, gimió a modo de protesta. Entonces, él le besó entre los omóplatos y le provocó un escalofrío en la espalda.


–Vayamos ahora al dormitorio –susurró él contra su piel.


–Creo que no me puedo mover –dijo ella, con la voz aún ronca por el deseo.


Oyó que Pedro se reía suavemente antes de tomarla en brazos y sujetarla con fuerza contra su cuerpo.


–No te preocupes. Yo me ocuparé de ti –le prometió.


Y así, Paula se dejó creer que eso era cierto y que Pedro cuidaría de ella para siempre.