domingo, 1 de diciembre de 2019

SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 23





Su disfrute era evidente. Pedro había estado mirándola todo el tiempo, incapaz de apartar los ojos de su esbelta figura. Su pelo brillaba como el cobre sobre los pálidos hombros y él había deseado desatar la cinta que ataba el top a su cuello Para ver sus pechos...


Paula Chaves estaba siendo una distracción insospechada. Más que eso, una obsesión. 


¡Estaba casada, por Dios bendito! Al final de la noche se iría a casa con su marido. Otro hombre tenía derecho a fantasear con Paula, no él.


-Como eres una experta, deberías darme un par de lecciones.


Sería raro que no bailara con su secretaria pensaba Pedro. Y como era una canción ligera no había peligro de que la rozara.


Porque sería un peligro.


Paula no podía decirle que no sin dar una buena razón, de modo que volvieron a la pista. Cuando pusieron una balada, ella intentó apartarse, pero Pedro la tomó por la cintura.


Era el cielo y el infierno. Estaba tan cerca, que el aroma de su colonia la mareaba. Su colonia y sus bíceps, tan duros... Paula se concentró en un punto indeterminado sobre su hombro, pero tuvo que apretar los labios cuando él enredó un mechón de pelo en su dedo, sus caras tan cerca, que si volvía la cabeza podría besarlo...


Afortunadamente, la canción terminó poco después.


-Debo irme o perderé el último tren.


-No Pensarás ir en el tren a estas horas, ¿no?


-¿Por que no? Vivo a las afueras de Londres, no en el Bronx. Y soy perfectamente capaz de cuidar de mi misma.


-¿Tu marido no viene a buscarte?


-Chris esta fuera este fin de semana... visitando a unos amigos. 


Eso era cierto, su hermano estaba fuera de Londres, en Nottingham, para visitar a un compañero de universidad.


-Yo te llevaré a casa.


-No, no, por favor. No hace falta que dejes la fiesta por mí. En serio, Pedro, no es ningún problema tomar el tren.




SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 22




Antes de entrar en el salón, se disculpo para entrar un momento en el aseo. Así evitaría que la sentaran con Pedro.


La copa de vino parecía habérsele subido a la cabeza. Se sentía mareada y tenía las mejillas coloradas, aunque, que eso fuera resultado del alcohol o de su encuentro con Pedro estaba aún por decidirse. Tenía que controlar aquella atracción, se dijo. Era su jefe, por Dios bendito.


 Y no quería por nada del mundo que los demás se dieran cuenta.


Se había dejado el pelo suelto esa noche y caía sobre sus hombros, dándole un aspecto más sexy. Por un momento, estuvo tentada de hacerse el moño, pero no tenía tiempo. Ni horquillas suficientes. Lo último que quería era llegar a la mesa después de que todo el mundo estuviera sentado. A toda prisa, se arregló el top de algodón con escote halter y lanzó un gemido al ver como se pegaba a su cuerpo... marcando sus pezones.


Maravilloso, pensó. O se ponía la chaqueta o tendría que estar toda la cena de brazos cruzados. Porque de ninguna forma pensaba mostrar la evidencia de su atracción por Pedro Alfonso.


Afortunadamente, él estaba sentado en otra mesa y podía estudiarlo disimuladamente... disfrutando cuando una sonrisa suavizaba sus facciones. La cena era en honor de Claudio Metcalf, pero era Pedro el centro de atención. 


Parecía un rey rodeado de sus cortesanos, todos los ojos concentrados en él, mientras Katrina Jefferstone intentaba actuar como si fuera su consorte.


Fue entonces cuando Paula se dio cuenta de que no era la única que se sentía atraída por el jefe. Una mirada alrededor le reveló que la mayoría de las mujeres, incluso estando al lado de sus maridos, se veían afectadas por el carisma de Pedro Alfonso. El pobre tenía que haberse dado cuenta... vamos, sería imposible no darse cuenta porque con tanto pestañeo el aire debía llegarle con la fuerza de un huracán. 


Y Katrina parecía muy consciente de su popularidad.


Katrina era una mujer rara, nombrada muy poco amablemente por algún compañero como «la reina de hielo». Era fría hasta el punto de parecer grosera, no hablaba con nadie... y ella parecía haberle caído mal desde el primer día. 


Paula vio cómo intentaba llamar la atención de Pedro. Eran gestos sutiles: un movimiento de melena, poner la mano en su brazo para decirle algo... pero evidentemente Katrina estaba loca por él.


¿Se habrían dado cuenta los demas?


Tambíen ella se ponía nerviosa cada vez que estaba a su lado, pero intentaba disimular Además, Pedro la trataba como trataba a todo el mundo.


Sólo era una empleada, pensó. Pedro era un hombre muy viril y ella no era diferente de las demás mujeres, que rezaban para recibir una mirada suya...


En ese momento, Pedro la miró y Paula tuvo que tragar saliva.


-Me parece que mi marido está decidido a bailar con todas las chicas guapas que hay en el restaurante. -una voz de mujer interrumpió sus pensamientos. Era la esposa de Claudio Metcalf- Es su cumpleaños, así que supongo que no puedo protestar. Claudio, no la pises, por favor, es muy pequeñita.


Paula bailó con él y luego con otros compañeros y descubrió lo divertido que era olvidarse de las responsabilidades durante unas horas.


-Parece que lo estás pasando bien. Bailar es evidentemente otro de tus talentos ocultos.


Paula tropezó mientras se dirigía a la mesa, su camino bloqueado por Pedro.


-Es una fiesta estupenda. Se me había olvidado cuánto me gusta bailar.


SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 21




El resto de la semana pasó en un suspiro y, a pesar de la cantidad de trabajo, Paula disfrutó mucho. Afortunadamente, la maternidad no la había convertido en una seta. Seguía alerta, ágil, capaz de hacerse cargo de todo. Eso la alegró. Disfrutaba trabajando para Pedro Alfonso... aunque «disfrutar» quizá no era la palabra adecuada. Por turnos, él le tomaba el pelo o la aterrorizaba, aunque había aprendido a respetarlo porque era un abogado brillante.


Había descubierto que la única forma de trabajar con él era no mirarlo a la cara. Una sola mirada la distraía, de modo que estudiaba la alfombra, la ventana o el escritorio, lo que tuviera mas cerca en cada caso. Ocasionalmente, cuando no tenía más remedio que mirarlo, lo encontraba estudiandola, pero apartaba la mirada enseguida. Con la notable excepción de Katrina Jefferstone, el resto de los empleados eran simpáticos con ella e incluso había recibido una invitación para celebrar el cumpleaños del socio de Pedro.


-Han reservado mesa en un restaurante cerca de aqui. Nos reuniremos todos allí despues del trabajo- le explico Margarita-. Es una cena informal, así que yo voy a traer otra blusa para cambiarme.


Parecia un buen consejo: una blusa o un top informal. En realidad, el vestuario de Paula era bastante limitado. Nora y Carlos se quedarían con la niña, así que podía relajarse un poco y pasarlo bien, para variar.


Cuando había entrado en el baño para cambiarse la blusa el viernes por la tarde, se sentía contenta por salir a cenar con los compañeros. Llevaba tanto tiempo sin salir de casa...


De hecho desde que Maia nació su vida social había sido nula. Y su amarga experiencia con Leo había hecho que no volviera a pensar en ningún hombre. Después de salir a cenar en un par de ocasiones con algún compañero del otro bufete, empezaron las llamadas de Leo a horas intempestivas... estaba segura de que era él. A pesar de haberse acostado con todas las mujeres que se cruzaban en su camino, de los dieciséis a los sesenta años, seguía siendo un hombre absurdamente posesivo. Pero nunca había entendido cómo era capaz de seguirle los pasos.


Paula llegó al restaurante y se quedó sorprendida por la música rock que salía de los altavoces,


-¿Y esto?


-Claudio tiene pánico de hacerse viejo y está intentando recuperar su juventud perdida –le confió Margarita-. Este sitio es más para una chica como tú que para mí. pero dicen que la comida es buena y hay baile después de cenar.


Paula pidió un zumo de naranja, decidida a
mantenerse serena. Se sentía un poco incómoda entre los otros empleados, que eran amigos y tenían cosas de qué hablar. Era como ser la niña nueva en el patio del colegio, pensó, buscando a Margarita con la mirada.


-Buenas noches, Paula. ¿Todo bien? Pareces estar buscando a alguien.


Pedro de repente se había materializado a su lado y ella tragó saliva... mirando su corbata.


-Estaba buscando a Margarita.


-Está ahí, hablando con la mujer de Claudio. ¿Quieres una copa?


Había dado un paso adelante y ella se vio atrapada entre la barra y su torso, mareada al respirar el aroma de su colonia.


-Vino blanco, por favor -murmuró, esperando que el alcohol soltara su lengua que, en aquel momento, parecía estar hecha un nudo.


-¿Bonita alfombra? -preguntó Pedro.


-¿Qué?


-Pareces fascinada por las alfombras. Siempre estas mirándolas. ¿Tienes algún problema Para mirarme, Paula?


-No, no. No digas tonterías. ¿Porque iba a tener un problema?


Paula levantó la mirada, pero eso fue peor. El corte de la chaqueta, que destacaba unos hombros anchisimos sin necesidad de hombreras, era suficiente para hacer que se le quedara la boca seca. Intentando demostrar que no pasaba nada, lo miro a la cara y sintió un peculiar dardo en el pecho al absorber la belleza masculina. Era guapisimo y, por las miradas de otras mujeres, no era la única que lo pensaba.


-No se puede decir que seas feo precisamente Pedro. Las mujeres no dejan de mirarte. 


-¿Y tú no puedes?


-Claro que puedo. Pero, ¿por qué quieres que mire? Te recuerdo que estoy casada.


-No hace falta que me lo recuerdes -respondío él.


Y, para alivio de Paula, en ese momento los llamaron para cenar.