lunes, 20 de abril de 2015

CHANTAJE: CAPITULO 8





Una semana después de haberle hecho la promesa a su madre le llegó la licencia de matrimonio, y Pedro se recordó que era lo máximo que podía hacer por su madre, y podría garantizar su bienestar y el del pueblo.


El problema era Paula. El encontronazo en las escaleras y la pasión con que ella se había enfrentado a él en el dormitorio lo acuciaban a disfrutar de todo lo que pudiera ofrecerle. Lo cual hacía necesario establecer algunas reglas básicas con su futura novia para que ambos supieran a qué atenerse.


Siguiendo las indicaciones de Maria, encontró a Paula en el jardín trasero, entre los lirios en flor de su madre. Estaba sentada en un banco de hierro y madera, a la sombra de un pequeño cerezo silvestre.


–Mira, Paula, en relación al matrimonio deberíamos empezar por…


–Buenas tardes, Pedro –lo saludó ella, entornando los ojos–. ¿Quieres hacerme compañía? –le señaló el banco que tenía enfrente.


–Estamos hablando de algo serio, Paula. Es un acuerdo de negocios que…


Pedro –imitó su tono severo–, en el sur no hacemos negocios de esa manera, ¿o es que lo has olvidado? Deja de comportarte como un cretino y siéntate.


Pedro sintió una mezcla de disgusto y admiración, pero fue la altiva mirada de Paula lo que le provocó una reacción corporal no muy apropiada. Era la misma mirada implacable que le había echado a Renato.


Él se había convertido en un neoyorquino, pero no había olvidado la hospitalidad sureña e hizo un esfuerzo por sentarse.


–¿Cómo te encuentras esta tarde, señorita Paula? ¿Estás preparada?


–Supongo –respondió ella, apartando la mirada–. No creo que las novias de verdad lleguen a estar preparadas del todo.


–Todo habrá acabado muy pronto. Antes de que te des cuenta yo volveré a Nueva York y tú volverás a ser libre.


–¿Qué quieres decir? –dijo frunciendo el ceño.


–¿No es evidente?


–Para mí no –se giró hacia él–. ¿Cómo va a acabar todo? ¿Cómo piensas ocuparte de tu madre y de la fábrica desde Nueva York? No puedes romper tu parte del trato, porque Renato…


–Cálmate –la interrumpió él–. Me ocuparé de que mi madre esté bien y de que un buen administrador se ocupe de la fábrica.


–¿Sin atenerte a la ley?


–Renato está jugando sucio. No puede esperar de mí un comportamiento impecable.


–Tu madre sí lo esperaría.


La observación de Paula le traspasó el alma. Tenía razón. Su madre siempre había esperado de sus hijos que tomaran el camino correcto, no el camino fácil.


–No te preocupes. Encontraré la manera de romper el acuerdo y arreglar este lío.


Un atisbo de dolor asomó brevemente en el rostro de Paula.


–Gracias.


–¿Podrías dejar de analizar cada palabra que digo y confiar en mí?


–No te conozco. ¿Por qué debería confiar en ti?


–Porque sé lo que hago. Mi abuelo cree ser más listo que nosotros. Nos está obligando a casarnos.


–En realidad, solo te está obligando a ti –repuso ella, recordándole la escena junto a la cama de su abuelo.


–¿Y vamos a permitir que se salga con la suya? 


Francamente, preferiría que el control estuviera en nuestras manos.


Ella asintió, al principio lentamente, pero luego con más determinación.


–¿Y qué propones exactamente?


–Que seamos como dos socios con unos cuantos objetivos claves. Sin presiones de ningún tipo.


Aquel acuerdo estaba destinado a facilitarle las cosas más a él que a ella. Por mucho que supiera que una relación íntima con aquella mujer sería un error fatal, no era ningún santo y no estaría solo en aquella cama. Y el sexo solo serviría para complicar aún más su marcha.







CHANTAJE: CAPITULO 7





Paula disfrutaba leyéndole a Lily, ya fueran libros de poesía, revistas del corazón o novelas de misterio. Aquel día estaba contándole una historia que se desarrollaba en un pequeño pueblo como el suyo cuando oyó unos golpes procedentes de la habitación contigua. Se cercioró de que Lily estaba bien y dejó el libro para ir corriendo al vestidor, que comunicaba con la habitación de Paula.


Al abrir la puerta, sin embargo, se encontró con lo que parecía una pared acolchada.


Volvió a la habitación de Lily y salió muy enfadada al pasillo. 


Nolen estaba en la puerta de su dormitorio, con los brazos cruzados en el pecho.


–¿Qué pasa? –exigió saber ella, pero Nolen se limitó a sacudir la cabeza.


¿Qué se proponía Pedro? Nada bueno, pensó al entrar en la habitación.


–¿Por qué estás cambiando los muebles? –gritó. Pedro no tenía derecho. Sencillamente no podía campar a sus anchas sin permiso.


El caos reinaba en la habitación, con todos los muebles y la cama fuera de su lugar.Pedro estaba de pie en el centro, con unos pantalones de camuflaje y una camisa azul remangada, revelando unos fuertes antebrazos salpicados de vello.


–Ya pueden marcharse –les dijo a los mozos.


Paula abrió los ojos como platos y se le formó un nudo en la garganta cuando los hombres se llevaron su viejo colchón con ella.


–Gracias, Nolen –oyó que decía Pedro antes de cerrar la puerta.


–¿No crees que tendríamos que haberlo hablado antes?


Él se encogió despreocupadamente de hombros, aumentando el temor de Paula.


–¿Por qué? Dijiste que estabas dispuesta a hacer esto por mi madre.


–Sí, pero no compartir una cama.


Él guardó un breve silencio.


–Renato encontrará la manera de salirse con la suya.


–Sí, pero cuando nos vea casados, tal vez…


–Sabes tan bien como yo que no se conformará con menos de lo que exige, Paula. Pero no te obligaré a hacer algo con lo que no te sientas cómoda.


Ella observó el desorden de la habitación y se esforzó por no ponerse a gritar.


–Pues eso es precisamente lo que estás haciendo. ¡No me siento nada cómoda con esto!


–Cada uno tendremos nuestro lado, y dejaré mi ropa y mis cosas arriba. Solo seremos dos personas que duermen una al lado de la otra.


Paula no pudo reunir el coraje para mirarlo a la cara y comprobar si estaba hablando en serio.


–Oye –dijo él–, si vamos a hacer esto tenemos que hacerlo de verdad. O lo aceptas o te vas.


Paula miró hacia la habitación de Lily.


–No, lo acepto –concedió, mirando el enorme colchón que dominaba su pequeña habitación–. ¿No podrías haber comprado al menos dos camas?


–¿Y qué tendría eso de divertido? –preguntó él con una pícara sonrisa.


Paula estaba tan cansada que casi no podía ponerse el camisón. Había sido un día muy largo, y seguramente la noche fuera aún más larga. Entre los cuidados de Lily, la salud de Renato, el trato que había aceptado y Pedro, estaba al borde de una crisis nerviosa.


Su suspiro resonó en la diminuta habitación. Pronto sería la mujer de Pedro Alfonso, y la mezcla de pavor, deseo e inquietud que le bullía en las venas no le permitiría pegar ojo hasta entonces.


Por suerte estaba tan agotada que empezó a dormirse nada más apoyar la cabeza en la almohada, pero entonces oyó un ruido procedente de la habitación de Lily. ¿Sería Nolen o Maria examinando a Lily antes de acostarse?


Se destapó y puso una mueca. En los dos años desde el derrame de Lily había oído ruidos con frecuencia, a veces eran los otros que se pasaban a darle las buenas noches, a veces era una rama del roble que rozaba la ventana, otras los chirridos y crujidos que emitía la propia casa.


Y cada vez, una parte de ella ansiaba que fuese su amiga. 


Que Lily se hubiera despertado y fuera hacia ella para abrazarla y decirle que no pasaba nada, que no la culpaba por lo sucedido.


Pero ese momento nunca llegaría.


A través de la puerta entreabierta del vestidor oyó una voz ahogada.


–Hola, mamá.


¿Pedro? Que ella supiera no había ido a ver a su madre desde su llegada. Sin poder resistirse, se levantó y caminó de puntillas hasta la puerta.


Pedro estaba sentado en una silla, tenía la cabeza agachada y los hombros hundidos, como si cargara un enorme peso.


Entonces, levantó la cabeza y le regaló la atractiva imagen de sus recias facciones y barba incipiente. A Paula le llamó la atención aquella muestra de cansancio y dejadez en un hombre siempre tan impecable. ¿Le rasparía la piel si la besara?


–Lo fastidié todo, mamá. Me marché siendo un crío lleno de rabia y orgullo. No sabía lo que me costaría, a mí y a todos nosotros… Pero especialmente a ti –se pasó la mano por el pelo–. No me culpaste entonces y seguramente tampoco lo harás ahora. Así eres tú. Pero yo sí me culpo. Yo…


El gemido ahogado le llegó a Paula al corazón. No parecía estar llorando, pero su dolor era inconfundible. Quería ir hacia él y abrazarlo y decirle que su madre lo entendía. Dio un paso adelante, pero consiguió detenerse a tiempo.


«Intrusa». Pedro no quería su consuelo. Y si supiera el papel que había tenido en el accidente de Lily, no querría ni mirarla a la cara.


–Pero te prometo que te compensaré, mamá. Te quedarás en esta casa el resto de tu vida.


«Yo también haré lo posible», pensó Paula.


Pedro se levantó, pero no se acercó a la cama.


–El abuelo cree que esto es un juego y que él mueve las piezas. Pero no es así. Es un castigo. Habías estado conmigo antes del accidente. Fuiste a verme porque yo me negaba a pisar esta casa. Resistirme al abuelo era más importante para mí que tú –dejó pasar otro largo rato de silencio–. Lo siento, mamá.


Se giró y abandonó la habitación.


Paula no podía moverse. Se había quedado paralizada al descubrir que, si bien todo era un juego para Renato, para Pedro era algo mucho más profundo. Estaba dispuesto a implicarse a fondo, y si alguna vez descubría la responsabilidad que había tenido Paula en el accidente de Lily, sería ella la que perdería más que nadie.





CHANTAJE: CAPITULO 6




Paula bajó con pies de plomo los escalones del juzgado de Black Hills. La tormenta de la noche anterior había dejado paso a una fresca brisa que agitaba los árboles de la plaza.


Y ella se sentía igual de sacudida mientras seguía temblorosamente a Pedro y a Canton. ¿Sería por el tiempo o estaba en estado de shock por haber firmado los papeles?


–Es oficial –había dicho el juez con una amplia sonrisa, satisfecho por casar a un Alfonso.


En realidad, aún no era del todo oficial, pues la licencia de matrimonio aún tardaría una semana, pero Paula sabía que no iba a cambiar de opinión. No podía darle la espalda a Lily, quien tanto se había sacrificado por ella.


Unos hombres se les acercaron al pie de la escalera. 


Vestidos con camisas y vaqueros parecía exactamente lo que eran, un grupo de trabajadores del pueblo que se disponía a empezar su fin de semana en el bar de Lola´s.


–Vaya, vaya, mirad esto… Si es Pedro Alfonso, que vuelve de Nueva York.


Paula se estremeció. Jason Briggs era el tipo más engreído de Black Hills, la compañía menos apropiada en su actual estado de nervios.


–Jason –lo saludó secamente Pedro, quien no debía albergar muy buenos recuerdos de él.


–¿Qué estás haciendo aquí? No creo que sea una visita de placer después de tanto tiempo –desvió la mirada hacia Paula–. ¿O quizá sí?


Las risitas de sus amigos inquietaron a Paula. Pedro no parecía un tipo que se enzarzara en una pelea, pero Jason era conocido por abusar de hombres más débiles que él. Las diferencias entre ambos no podrían ser más claras. Con sus pantalones de vestir y la camisa metida por dentro parecía un profesional apuesto y sofisticado, mientras que sus negros cabellos estilosamente engominados y su expresión taciturna le conferían aquel aire creativo que seguramente hacía suspirar a las mujeres de Nueva York.


Pero en aquella situación era como comparar un barril de dinamita con unos simples petardos. Jason y sus hombres podían ser los peces grandes en aquel pequeño estanque, pero Paula no dudaría en apostar por el tiburón que invadía sus dominios.


–Estoy aquí para ocuparme de los asuntos de mi abuelo ahora que él está enfermo –dijo Pedro tranquilamente, sin mencionar el verdadero propósito de su visita al juzgado.


–Incluyendo la dirección de la fábrica –añadió Canton.


El grupo empezó a murmurar, pero Jason zanjó las especulaciones


–No creo que pueda hacer más que el viejo Bateman.


–¿Quién es Bateman? –preguntó Pedro.


Todos lo miraron en silencio hasta que Paula respondió.


–Bateman es el actual director de la fábrica.


–¿Qué os parece? –dijo Jason, alzando la voz–. Ni siquiera sabe quién es el director y cree que va a acabar con todo lo que está pasando.


–Seguro que sabré arreglármelas –repuso Pedro sin perder un ápice de compostura.


Jason le sostuvo un momento la mirada, seguramente intentando que Pedro bajara la suya. No lo consiguió y miró a Paula, un blanco mucho más débil. Ella tuvo que reprimir el impulso de ocultarse detrás de la fuerte espalda de Pedro. Jason era algunos años mayor que ella, pero se le había insinuado cuando eran adolescentes y no había aceptado de buen grado su rechazo.


–Supongo que tú lo habrás puesto al día, ¿no, encanto? ¿Es información todo lo que le das? –convencido de haber asestado unos cuantos golpes certeros, Jason decidió que ya había terminado con ellos y se llevó a su equipo.


Pedro los vio marcharse antes de preguntar.


–¿De modo que trabaja en la fábrica?


–Sí –respondió Canton, anticipándose a Paula–. Su padre trabaja en el departamento de administración, creo.


–No le servirá de nada si vuelve a hablarle así a Paula.


Sorprendida, Paula observó la severa expresión de Pedro


Nadie la había defendido antes, o al menos nadie había podido hacer mucho en su defensa. Que Pedro castigara a Jason por ella… No sabía cómo sentirse al respecto.


Frunció el ceño mientras el grupo se alejaba. Tal vez se pareciera más a su madre de lo que quería admitir. Ninguno de los hombres del pueblo le había interesado mucho, y menos los idiotas como Jason, que creían ser un regalo para las mujeres. Pero el aura de sofisticación y seguridad que envolvía a Pedro le provocaba serios estragos cada vez que lo miraba.


Al girarse hacia los hombres se encontró con la mirada de Pedro. Sintió que le ardían las mejillas y rezó por que no adivinara sus pensamientos.


–¿A qué se refería? –preguntó él.


–Bueno… –¿por qué se lo preguntaba a ella y no al abogado?–. Ha habido algunos problemas en la fábrica. Envíos que se retrasan o se pierden, maquinaria que deja de funcionar inesperadamente… Cosas así.


–¿Sabotaje?


–De ningún modo –intervino Canton–. Tan solo es una coincidencia.


–Algunas personas opinan que sí es un sabotaje –dijo Paula. 


No quería mentirle a la persona que podría arreglar la situación–. Pero no hay ninguna prueba. La gente del pueblo empieza a ponerse nerviosa y a preocuparse por sus empleos…


Canton carraspeó y la fulminó con la mirada para hacerla callar.


–Todo irá bien cuando sepan que un Alfonso competente vuelve a estar al mando.


Pero Pedro seguía mirándola a ella, fija e intensamente.


¿Cuándo fue la última vez que un hombre la había mirado como a una mujer? Por desgracia, los negros ojos de Pedro no reflejaban el deseo que a ella le ardía en las venas. La suya era una mirada escrutadora, calculando hasta qué punto podría serle ella de valor.


Sí, ella podría ser útil a mucha gente, pero en particular a Pedro. Conocía el pueblo mucho mejor que él. Y Jason acababa de dejar claro que no sería fácil hacerse con la principal fuente de recursos. Los sureños tenían buena memoria y escaso respeto por los foráneos que pretendían imponer sus criterios.


Pedro lo aguardaba un difícil reto, pero Paula tenía la sensación de que acababa de elegirla a ella para allanarle el camino.